Opinión de Woldemberg y de Germán Martínez en Reforma.
Alonso Lujambio/José Woldenberg
Publicado en Reforma, 27 Sep. 12
De las múltiples facetas de su vida pública -profesor, ensayista, historiador, funcionario público- solo doy testimonio -mínimo- de lo que me consta de primera mano.
Alonso Lujambio fue durante siete años (1996-2003) consejero electoral en el IFE. Hombre educado, de magníficos modales, tenía una formación académica sólida, un conocimiento de la materia electoral vasto, una capacidad analítica poco común -toda situación, iniciativa o proyecto planteaba siempre dilemas-, la que se deriva de la intuición o la certeza de que lo "bueno" puede acarrear consecuencias indeseadas y que lo "malo" puede tener alguna derivación positiva, es decir, esa capacidad para alejarse de la bobería que cree que el mundo puede ser armónico.
Alonso, además, fincó su labor en cuatro cualidades que explotó de manera sistemática (o eso creo): a) por encima de sus preferencias políticas, la convicción de que había una causa superior que nos cobijaba a todos: la construcción de un régimen democrático; b) el compromiso con la legalidad a la que no se debía dar lecturas "a modo" y menos facciosas, en contraposición a esa mala costumbre que hace pensar que una institución del Estado es un litigante más, por lo cual le están permitidas truculencias en su relación con la ley; c) su trabajo cotidiano y en profundidad, dado que si bien sabía delegar, asumía que la responsabilidad es intransferible y por ello nunca se acomodó a navegar con la inercia o la rutina; y d) su capacidad para laborar en equipo. Como integrante de un cuerpo colegiado sabía escuchar y entender la lógica y los argumentos de los demás, y su flexibilidad le permitía tender puentes para construir acuerdos que robustecieran a la institución. No es común que una persona conjugue esos atributos.
Luego de las elecciones del año 2000 al IFE se le presentaron dos retos mayúsculos. Las denuncias que luego se conocerían como "Pemexgate" y "Amigos de Fox". Alonso era el presidente de la Comisión de Fiscalización, una de las tareas más delicadas porque coloca al Instituto frente a los partidos, como su vigilante y eventual sancionador. Lujambio tomó "al toro por los cuernos", se dedicó en cuerpo y alma -apoyado por la Dirección de Prerrogativas y Partidos- a desentrañar esas acusaciones. La Comisión pudo aclarar a satisfacción la triangulación del dinero que había salido de Pemex al sindicato y de ahí al PRI (500 millones), y que no había sido reportado al IFE. La sanción que decidió el Consejo General fue de mil millones de pesos, la más alta jamás aplicada a un partido no solo en nuestro país sino en el mundo. Al resolver ese caso, quedaba pendiente el otro. Y con la maledicencia que preside nuestras relaciones políticas y el comportamiento de no pocos medios, se empezó a especular que el IFE actuaba de manera parcial: sancionaba a uno pero no a otros. Lo cierto es que la denuncia en relación con el financiamiento paralelo a la campaña de Vicente Fox era más difícil de aclarar. La Comisión -el IFE- no podía hacerse de la documentación que tenían los bancos, porque la Comisión Nacional Bancaria y de Valores argumentaba que no los podía entregar puesto que estaba atada al secreto bancario. Fueron días de tensión extrema, de constatar que querer no es poder, y resolvimos que no nos quedaba otra más que cerrar el caso, para que los partidos denunciantes eventualmente volvieran a inconformarse ante el Tribunal y éste también, quizá, habilitara al IFE para llegar al fondo del asunto. Y tal cual sucedió. El Tribunal resolvió que para ese caso el IFE debía ser considerado como un equivalente de la autoridad hacendaria. Luego de lo cual la CNBV empezó a entregar la documentación requerida, pero los involucrados recurrieron al amparo. No me extiendo más. El IFE tuvo que litigar en varios juzgados, pero al final la Comisión presidida por Alonso pudo dilucidar el caso: los fideicomisos habían actuado en paralelo haciendo gastos a lo largo de la campaña, traspasando el tope de erogaciones permitido y no lo habían reportado a la autoridad. Ello ocasionó una multa al PAN y al PVEM por más de 500 millones de pesos. Y Alonso fue la pieza clave para aclarar y sancionar esas conductas.
Alonso fue además un historiador del PAN (La democracia indispensable), del cambio democratizador que vivió el país (El poder compartido), de su propio linaje familiar (Retratos de familia), de los congresos locales (caray, no encuentro el libro). Son textos informados, bien escritos, pedagógicos, siempre sugerentes, y con una clara intencionalidad política. Por ejemplo: deseaba recordarles a sus compañeros la vocación pluralista y laica del PAN de Gómez Morin; documentaba de manera contundente la transformación política de México en las últimas décadas en debate con aquellos que sostenían que nada había cambiado; recreaba y se fascinaba con los recintos legislativos porque estaba convencido de que no existe democracia sin esas moradas donde habita la pluralidad política.
Lo vamos a extrañar. Y no solo sus amigos y compañeros.
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Lujambio, geógrafo/Germán Martínez Cázares
Reforma, (26-Sep-2012
Nunca voy a olvidar su emoción en aquellas calles del centro de Madrid al entrar a las librerías "de viejo". Alonso Lujambio se perdía en los libros. Conocía detalles de edición, defectos de impresión, traductores, figuras, estampas, grabados; pero su emoción se tornaba en locura con la cartografía y los diseños de arquitectura parlamentaria. Coleccionaba dibujos y trazos de todos los parlamentos del mundo. En una de esas librerías encontró un vieja cartografía de la Nueva España, donde se retrata la tierra de "Mechuacan" y el "Mar de Chapala", pidió una lupa y la observó detenidamente, con paciencia y asombro de relojero, agitado descubrió pueblos, ríos, bahías o montañas, me mostró cada detalle, aventuró una época de su hechura, la compró y me la regaló. "Es tu tierra", me dijo.
Lujambio era capaz de ver en un mapa el mundo y disfrutar sus detalles. Valoraba lo nacional, sin despreciar lo local. Conocía de los grandes trazos de la ciencia política, pero no despreciaba las rutinas del derecho. Estimaba los altos valores de la tarea de gobierno, pero aquilataba los ritmos del parlamento para hacerlos valer. Lujambio tenía carta de navegación: la ley; y norte para guiar su vida pública: la libertad. Por eso Lujambio nunca se perdió.
No se extravió como maestro eminente y exigente, lo mismo al compartir la herencia en estudios de la transición política de Juan Linz, que como director de tesis de Horacio Vives, en una sólida biografía del ex candidato presidencial panista José González Torres. No se desvió, ni comprometió su imparcialidad como consejero del Instituto Federal Electoral, donde hizo una defensa numantina del poder de la autoridad electoral para fiscalizar el gasto de los partidos políticos. No se alejó del objetivo de hacer exigible y transparente la tarea de gobierno al encabezar el Instituto Federal de Acceso a la Información. Tampoco en la Secretaría de Educación Pública, a pesar de la incomprensión de propios y extraños, Lujambio no se rindió. En educación, tenía claro su mapa y horizonte: formación de calidad.
Pero a Lujambio no le bastaba conocer su sitio, ni estar seguro de su lugar. Como maestro, amigo, hombre de Estado, siempre pretendió que todos conocieran su terreno. Le encantaba platicar y al mismo tiempo escribir y rayar hojas en blanco al ritmo de la conversación para puntualizarla. Lujambio era un geógrafo, un geógrafo de la vida pública, por eso estudió, conoció y amó, como pocos mexicanos, al parlamento.
Todavía en febrero del año pasado, cuando su nombre ya "sonaba" como aspirante a la candidatura presidencial por el PAN, y el gobierno federal anunciaba la deducibilidad del pago de impuestos a las colegiaturas de las escuelas particulares, acudió a impartir una cátedra a la Universidad "La Salle", donde habló del Parlamento, de Emilio Rabasa, de su obra La Constitución y la Dictadura, y la influencia de dos grandes parlamentaristas del siglo XIX, a los que Lujambio dedicó mucho tiempo y lecturas: Walter Bagehot y Woodrow Wilson. Con Lujambio se apaga la voz legislativa más autorizada para exigir y pactar la reelección inmediata de diputados y senadores, como mecanismo de rendición de cuentas frente al elector.
Desde Adolfo Christlieb Ibarrola, ex presidente nacional panista y estupendo parlamentario en la época del presidente Gustavo Díaz Ordaz, a quien Alonso Lujambio estudió con tesón y detalle, el PAN no tiene una ausencia tan costosa en el Congreso. Como bien se dijo en estas páginas el lunes 3 de septiembre, Lujambio tenía claro, como nadie, el futuro derrotero del Partido Acción Nacional. Ese mapa que deja Lujambio, es el de un PAN sin miedo a la libertad. Murió senador de la República porque estaba seguro que en el Congreso de la Unión se redactan las rutas del andar nacional. La ley, para Lujambio, era ese mapa de la patria. Y sólo quien conoce el mapa valora y estima la libertad para viajar en él.
Sin Lujambio el mapa de México no será el mismo. Tampoco mi viejo mapa que me regaló en Madrid. Desde ayer le falta vida. Le faltará quién me enseñe, con emoción, sus detalles, sus ríos, sus lagos, sus mares; le faltará quién me enseñe dónde está "mi tierra".
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