El Mundo | 26 de octubre de 2012
José Antonio Ortega Lara es un hombre inocente, un servidor público, cuyo único delito fue trabajar en una prisión y estar afiliado a un partido político comprometido entonces a dar la batalla contra ETA hasta su definitiva derrota.
Bolinaga es un asesino sanguinario, que forma parte de una organización terrorista y fue juzgado y condenado por el asesinato de dos guardias civiles y el secuestro de Ortega Lara.
Ortega Lara salió del agujero -en el que Bolinaga le tuvo encerrado 532 días- desorientado y asustado, cegado por la luz del día, sin apenas poder andar, sostenido por unos agentes de la Guardia Civil que empeñaron su vida hasta localizarle y ponerle en libertad.
Bolinaga salió del hospital -al que fue trasladado desde la prisión por una decisión política- acompañado por amigos y familiares, sonriendo y sin necesidad de apoyarse en nadie.
Ortega Lara tardó meses en poder salir a la calle y desenvolverse autónomamente y con normalidad.
Bolinaga paseó por su pueblo, entró al bar, visitó a sus amigos del Ayuntamiento de Mondragón al día siguiente de salir en libertad condicional.
Les propongo que busquen las imágenes de Ortega Lara al salir del zulo en el que permaneció enterrado durante 532 días; les propongo que miren después las fotografías de su torturador, Josu Uribetxeberria Bolinaga, puesto en libertad porque el Gobierno presidido por Mariano Rajoy decidió concederle el tercer grado.
Les propongo que reflexionen fríamente sobre la situación en que se encuentran hoy la víctima y el verdugo; les propongo que se pregunten si cabe injusticia mayor que la perpetrada por el Gobierno de España contra Ortega Lara y las víctimas del terrorismo en general.
Hay muchas almas cándidas que nos dicen estos días que «nosotros no somos como ellos». Claro que no somos como ellos; pero, ¿acaso esas mismas almas cándidas proclaman la necesidad de poner en la calle a pederastas y violadores si se declaran en huelga de hambre y tienen una enfermedad irreversible aunque no esté en fase terminal? ¿Les parecerá bien ofrecer a Bretón, por ejemplo, un trato similar al que el Gobierno le ha dado a Bolinaga?
La grandeza de la democracia está en tratar con humanidad a quienes no se comportan como seres humanos; por eso se les juzga con todas las garantías aunque hayan perpetrado horrendos crímenes. Pero no es grande una democracia que busca atajos para que los criminales no paguen por sus actos; no es grande una democracia que no garantiza que la ley se utilice para hacer justicia. No es grande una democracia que se acompleja ante los verdugos; no es grande una democracia cuando acepta sin rechistar que el Gobierno se someta a un chantaje que humilla al conjunto de los ciudadanos.
Sé que molesta que señalemos que los máximos responsables de que Bolinaga estén en la calle no son los jueces sino el Gobierno del Partido Popular, que decidió -siguiendo la estrategia de lo peor de la política de Zapatero- concederle graciosamente el tercer grado. Sin esa decisión política, defendida con mentiras e insultos ante quienes la criticábamos, los jueces no hubieran podido nunca pronunciarse sobre la libertad condicional del asesino. Pero lo seguiremos haciendo porque es la verdad.
Nuestro compromiso con la verdad y la justicia no entiende de campañas electorales ni de cálculos políticos. No descansaremos hasta que los testaferros de ETA estén fuera de las instituciones; señalaremos a los culpables de que los terroristas y sus cómplices vivan en un clima de impunidad total mientras que la sociedad vasca sigue perdiendo cuotas de libertad concreta. Bolinaga está en la calle y los testaferros de ETA en las instituciones democráticas porque el Partido Socialista les entregó esa victoria cuando decidió apostar por el final dialogado entre la democracia y el terror; pero también porque el Partido Popular ha hecho suya esa macabra y vergonzosa estrategia en la que el empate entre democracia y terror se considera el mejor de los finales posibles. El Partido Popular abraza esta herencia del zapaterismo con tanta alegría y emoción que se diría que si no lo hizo antes fue porque no le dejaron.
Viendo cómo disfruta de una libertad a la que no tiene derecho el asesino Bolinaga, ante la indiferencia de una sociedad adocenada y silente, siento que es mucha la tarea que nos queda por delante. Se ha instalado entre nosotros una resignación ante la indignidad a la que no tenemos derecho. Ni los guardias civiles ni los policías que han sido asesinados por proteger nuestra vida y nuestra libertad tiraron nunca la toalla; ellos y sus familias no merecen que nos demos por vencidos. Y nosotros nunca lo haremos; nosotros nunca aceptaremos un final que no sea la derrota absoluta, total y definitiva de ETA y de sus cómplices; la derrota de sus voceros y de quienes les protegen directamente; el señalamiento de quienes callan y de quienes actúan como sepulcros blanqueados rasgándose las vestiduras de cara a la galería pero facilitando la puesta en libertad de los asesinos e impidiendo que se inicie un procedimiento de ilegalización contra los partidos herederos de Batasuna.
Otro asesino, orgulloso de lo que hizo, se pasea sonriente por las calles y los bares del País Vasco. Nada tengo que decirle a él, porque no es de los nuestros. Pero apelo a la conciencia de «los que se dicen buenos», que son quienes han hecho posible tal afrenta. Ojalá rectifiquen. Y si no es así, ojala les quede algo de vergüenza y no puedan dormir tranquilos; ojalá sus hijos y sus nietos se enteren de lo que han hecho y les pregunten algún día por qué lo hicieron, por qué se pasaron al lado oscuro, por qué no tuvieron la decencia y el valor de seguir del lado de la causa justa.
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