Revista Proceso # 1890, 20 de enero de 2013
En
Chicago, a principios de los años cincuenta, una jovencita de 18 años, casada y
embarazada, leyó El segundo sexo de Simone de Beauvoir. “Fue entonces que me
volví feminista”, comentaría años después Susan Sontag, quien el pasado 16 de
enero habría cumplido 80 años. Figura paradigmática de la intelectualidad
progresista, Sontag tuvo una vida plena de creatividad y compromiso político.
Estudiante
precoz y brillante, Sontag se graduó a los 17 años, se casó con un profesor 11
años mayor y se mudó con él a Boston. En septiembre de 1952, dos semanas
después de que ingresó al doctorado de filosofía en Harvard, nació su hijo
David. En 1955 logró un puesto de profesora de literatura en Connecticut,
además de dar clases de filosofía en Harvard. En 1957 ganó una beca para Oxford
y –¡algo inédito en esos tiempos!– se fue y dejó al hijo al cuidado del marido.
Lo mismo hizo cuando marchó a la Sorbona, para asombro y escándalo de muchas
personas, que pronosticaron que sería una mala madre.
Al
regreso de París pidió el divorcio, renunció a la pensión alimentaria que por
ley le correspondía y se asumió como madre soltera. David tenía entonces cinco
años y ella lo educaría sola en un ambiente de “pobreza soportable”. Pese a los
pronósticos, Sontag construyó con su hijo una notable relación de cercanía y
coincidencia política. En la novela que más le importaba –The Volcano Lover– la
dedicatoria dice: “A David, hijo amado y camarada”.
En
1964, a los 31 años, su ensayo sobre el camp –el estilo de la sensibilidad gay–
la colocó en el centro de la escena cultural radical. El ascenso de Sontag como
estrella intelectual ocurrió velozmente en un lapso de 10 años: de 1966 (con la
recopilación de varios de sus ensayos en Against Interpretation) a 1976, con la
publicación de La enfermedad y sus metáforas, un libro derivado de su
experiencia con el cáncer de pecho, que ofreció una interpretación novedosa.
En
medio de ese periodo el feminismo irrumpió y Sontag se posicionó en un lugar
intermedio, sin negar sus convicciones feministas, pero desmarcándose del
anti-intelectualismo de la mayoría de las activistas. Sin embargo, ella tenía
claro que: La primera responsabilidad de toda mujer “liberada” es vivir la vida
más plena, más libre y más imaginativa que pueda imaginar. La segunda
responsabilidad es su solidaridad para con otras mujeres. Puede vivir, trabajar
y hacer el amor con hombres, pero no tiene derecho a representar su situación
como si fuera más simple, menos sospechosa o menos asediada por multitud de
peligros y concesiones de lo que en realidad es. Sus buenas relaciones con los
hombres no deben comprarse al precio de traicionar a sus hermanas.
Su
feminismo fue más existencial que declarativo. Siempre trabajó y fue
autosuficiente económicamente. Aunque no padeció la desventaja de ser mujer que
muchas feministas denunciaban, aceptó que el movimiento feminista había sido
importante para ella porque “me ha hecho sentir menos rara y también porque me
ha hecho comprender algunas de las presiones existentes sobre las mujeres, de
las que afortunadamente yo he podido escapar, quizá por mi carácter excéntrico
o por lo peculiar de mi educación”. En efecto, su educación fue muy peculiar y
su carácter la llevó a aplicar, en todos los momentos de su vida, los
principios de libertad y autodeterminación que había propuesto De Beauvoir.
Pero
además era muy curiosa. Según su hijo, era el ser más curioso del mundo. Le
interesaba todo lo que pasaba, en todas partes. Así como escribió ensayos,
novelas y crítica cinematográfica, también dirigió películas y obras de teatro.
Su paso por distintos países estuvo siempre vinculado a una cuestión
artístico/política: a México vino después de Tlatelolco, en 1968; cuando inició
el movimiento feminista, en 1971, y con los zapatistas, en 1998.
La
obra de Sontag afirmó su singularidad como escritora, cineasta y crítica de la
cultura. Sus textos expresaban el aliento libertario y subversivo que la
caracterizó. Sontag vivió como había proclamado que había que hacerlo: siendo
leal a sí misma. Lo que se consideró su “escandaloso” estilo de vida consistió
en que tuvo amantes mujeres y asumió su bisexualidad. En Reborn, la primera
parte de la compilación póstuma de sus diarios y cuadernos, que apareció
publicada en 2008, su hijo escribió el prefacio y explicó que decidió no
excluir los textos que hablaban con franqueza de su sexualidad.
Ese
mismo 2008 aparecería Swimming in a Sea of Death, el relato conmovedor de David
–un curtido corresponsal de guerra– sobre los meses que transcurrieron entre el
diagnóstico del tercer cáncer (una leucemia incurable) de su madre y su
desesperada lucha por vivir un poco más. Ella murió el 28 de diciembre de 2004,
a los 71 años. David narró la experiencia de estar junto a su madre en ese
doloroso trance, y su sentimiento de culpa por no resultarle un consuelo
suficiente ante la muerte. Ese retrato íntimo de Sontag y David Rieff también
es una reflexión sobre la compleja decisión de elegir entre tener una mayor
calidad de vida aunque implique menos tiempo o apostar por vivir más, a costa
de grandes sufrimientos. Por la importancia de este dilema, me gustaría
hablarles de ese libro en otra ocasión
1 comentario:
Mas allá de un discurso feminista,Susan Sontang fue una extraordinaria mujer, ejemplo viviente de un feminismo existencial que emergía desde lo mas profundo de su ser.
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