Reunión
interreligiosa en Roma
El
mediodía de este miércoles 20 de marzo de 2013, al segundo día del inicio formal del papado, Francisco recibió a miembros de diversas delegaciones
cristianas y de otras religiones provenientes de todo el mundo y que
participaron en la Misa de ayer de inauguración del pontificado.
Justo
a las 12.30 horas, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el papa
recibió en Audiencia a los delegados fraternales de Iglesias, Comunidades
Eclesiales y Organismos Ecuménicos Internacionales, Representantes del pueblo hebreo
y de religiones no cristianas, que vinieron a Roma para la celebración del
inicio oficial de su ministerio de Obispo de Roma y sucesor de Apóstol Pedro.
Francisco
pidió a los presentes ser conscientes de "la responsabilidad que todos
llevamos en nuestro mundo, de toda la creación, a la que debemos amar y
apreciar. Y podemos hacer mucho por el bien de los menos afortunados, los que
son débiles y el sufrimiento, promover la justicia, promover la reconciliación,
la consolidación de la paz".
"Pero
por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de lo absoluto, no
permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana de una sola
dimensión, según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume:
se trata de una de las trampas más peligrosas para nuestro tiempo", aseguró.
En
nombre de los delegados, Bartolomé I
saludó al Papa recordando la "alta, grave y difícil tarea" que
conlleva su ministerio" reiterando, además, la necesidad de las Iglesias
de alejarse de la mundanidad y de la unidad entre los cristianos.
Francisco,
que escuchó las palabras del Patriarca sentado en una butaca, y no en el trono
habitualmente dispuesto en la Sala Clementina, dio las gracias a Bartolomé I,
llamándole "Mi hermano Andrés", ya que los patriarcas de
Constantinopla son considerados los sucesores del apóstol Andrés, el hermano de
Simón-Pedro.
El
Pontífice pidió luego "llevar mi cordial saludo y la seguridad de mi
recuerdo en el Señor Jesús a las Iglesias y comunidades cristianas que están
representados aquí, y pido la caridad de una especial oración por mi persona,
para que pueda ser un pastor según el corazón de Cristo", solicitó a los
cristianos.
A
los judíos les recordó que "nos une un vínculo espiritual muy
especial", explicado en el Decreto Nostra Aetate del Vaticano II: "el
misterio divino de salvación en los Patriarcas, Moisés y los profetas".
"Estoy seguro de que, con la ayuda del Todopoderoso, podremos seguir
provechosamente el diálogo fraterno", anunció.
Después
saludó a los musulmanes que, dijo, "adoran al único Dios, viviente y
misericordioso, y lo invocan en la oración". En la presencia de estos
musulmanes, Francisco dijo ver "una nueva voluntad de crecer en el respeto
mutuo y la cooperación para el bien común de la humanidad".
Insistió
en la importancia de "la promoción de la amistad y el respeto entre
hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas" y agradeció el
trabajo del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso.
Recordó
asimismo sobre la "violencia ha producido en la historia el intento de
eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad, y advertimos el
valor de testimoniar en nuestras sociedades la original apertura a la
trascendencia que está inserta en el corazón del hombre".
"En
esto nos sentimos cercanos también a todos los hombres y mujeres que, sin reconocerse
como parte de alguna tradición religiosa, se descubren sin embargo en búsqueda
de la verdad, de la bondad y la belleza; esta verdad, bondad y belleza de Dios
que son nuestros preciosos aleados en el esfuerzo y la defensa de la dignidad
del hombre, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y
en custodiar la creación", concluyó.
El
mensaje completo:
Queridos
hermanos y hermanas:
Lo
primero de todo quiero dar las gracias de corazón por lo que mi hermano Andrea
nos ha dicho. ¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias!
Es
motivo de particular alegría encontrarme hoy con vosotros, delegados de
Iglesias Ortodoxas, de las Iglesias Ortodoxas Orientales y de las Comunidades
eclesiales de Occidente. Os doy las gracias por haber querido formar parte de
la celebración que ha marcado el inicio de mi ministerio de Obispo de Roma y
Sucesor de Pedro.
Ayer
por la mañana, durante la Santa Misa, a través de vosotros ha reconocido
espiritualmente presentes las comunidades que representáis. En esta
manifestación de fe se sentía todavía más fuerte la oración por la unidad entre
los creyentes en Cristo y al mismo tiempo, se podía entrever de alguna manera
su realización plena que depende del plan de Dios y de nuestra leal
colaboración".
Inicio
mi ministerio petrino durante este año que mi venerado predecesor, Benedicto XVI,
con intuición verdaderamente inspirada, ha proclamado para la Iglesia católica
Año de la fe. Con esta iniciativa, que deseo continuar y espero sea de estímulo
para el camino de fe de todos, él ha querido marcar el 50º aniversario del
inicio del Concilio Vaticano II, proponiendo una especie de peregrinación hacia
lo que para cada cristiano representa lo esencial: la relación personal y
trasformadora con Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado por nuestra
salvación. Precisamente en el deseo de anunciar este tesoro perennemente válido
de la fe a los hombres de nuestro tiempo, se encuentra en el corazón del
mensaje conciliar.
Junto
a vosotros no puedo olvidar cuánto el Concilio ha significado para el camino
ecuménico. Me gusta recordar las palabras que el beato Juan XXIII, del que
pronto recordaremos el 50º de su pérdida, pronunció en el memorable discurso de
inauguración: "La Iglesia católica estima, por lo tanto, como un deber
suyo, el trabajar con toda actividad para que se realice el gran misterio de
aquella unidad que con ardentísima plegaria pidió Jesús al Padre celestial,
estando inminente su sacrificio; ella goza de una paz suavísima, sabiendo que
está íntimamente unida a Cristo en esas oraciones" (AAS 54 [1962], 793).
Sí,
queridos hermanos y hermanas en Cristo, sintámonos todos íntimamente unidos a
la oración de nuestro Salvador en la última cena con su invocación: ut unum
sint. Pidamos al Padre misericordioso que podamos vivir plenamente la fe que
hemos recibido como un regalo en el día de nuestro bautismo, y ser capaces de
dar un testimonio alegre, libre y valiente de nuestra fe. Este será nuestra
mejor servicio a la causa de la unidad de los cristianos; un servicio de
esperanza para un mundo todavía marcado por la división, los contrastes y las
rivalidades. Cuanto más fieles seamos a su voluntad, en los pensamientos, en
las palabras y en las obras, más caminaremos real y sustamcialmente hacia la
unidad.
“Por
mi parte, deseo asegurar, en la estela de mis predecesores, mi firme voluntad
de proseguir el camino del diálogo ecuménico y doy ya las gracias al Consejo
Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, por la ayuda que
continuará ofreciendo, en mi nombre, por esta noble causa. Y os pido que
llevéis mi cordial saludo y la seguridad de mi recuerdo en el Señor Jesús a las
Iglesias y comunidades cristianas que representáis aquí, y que recéis por mí
para que pueda ser un Pastor según el corazón de Cristo.
Y
ahora me dirijo a vosotros representantes del pueblo hebreo, al que nos une un
muy especial vínculo espiritual, desde el momento que, como afirma el Concilio
Vaticano II, la Iglesia de Cristo
reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya, según el
misterio divino de la salvación, en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas.
(Decl. Nostra aetate, 4). Os doy las gracias por vuestra presencia y confío que
con la ayuda del Altísimo, proseguiremos provechosamente el diálogo fraterno
que el Concilio deseaba (cfr ibid.) y que, se ha realizado efectivamente, dando
no pocos frutos especialmente durante las últimas décadas.
Saludo
también y doy las gracias cordialmente a todos vosotros, queridos amigos
pertenecientes a otras tradiciones religiosas; en primer lugar a los
musulmanes, que adoran a un único Dios, viviente y misericordioso, y lo invocan
en la oración, y a todos vosotros. Aprecio mucho vuestra presencia: en ella veo
un signo tangible de la voluntad de crecer en la estima recíproca y en la
cooperación por el bien común de la humanidad.
La
Iglesia católica es consciente de la importancia que tiene la promoción de la
amistad y del respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones
religiosas --esto quiero repetirlo: promoción de la amistad y del respeto entre
hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas- lo demuestra también el
precioso trabajo que desarrolla el Consejo Pontificio para el Diálogo
Interreligioso. También es consciente de la responsabilidad que todos tenemos
con nuestro mundo, con la creación entera que debemos amar y custodiar. Y
podemos hacer mucho por el bien de los que son más pobres, de los más débiles,
de los que sufren, para promover la justicia, para promover la reconciliación,
para construir la paz. Pero, por encima de todo, debemos mantener viva en el
mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la
persona humana de una sola dimensión según la cual el hombre se reduce a lo que
produce y lo que consume: se trata de una de las trampas más peligrosas de
nuestro tiempo
Sabemos
cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de
eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad, y advertimos el
valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura originaria a la
transcendencia que está grabada en el corazón del ser humano. En esto, sentimos
cerca de nosotros también a todos aquellos hombres y mujeres que, sin
reconocerse en tradición religiosa alguna, se sienten, sin embargo, en búsqueda
de la verdad, de la bondad y de la belleza; esta verdad, bondad y belleza de
Dios, y que son nuestros aliados inapreciables en el compromiso para defender
la dignidad del ser humano, en la construcción de una convivencia pacífica
entre los pueblos y en la custodia amorosa de la creación.
Queridos
amigos, gracias una vez más por vuestra presencia. A todos os dirijo mi cordial
y fraterno saludo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario