Fray
Junípero Serra, en vista del porvenir/Pedro Gómez de la Serna, diputado por Segovia.
Publicado en ABC, 2 de abril de 2013
Nos
acordamos —sentenciaba Ortega en Presente y porvenir del hombre actual— en
vista del porvenir”. La cita viene a cuento del centenario del franciscano
español Junípero Serra, cuya manera de entender el ministerio sacerdotal tan de
actualidad, por cierto, ha puesto un nuevo Papa, también hispanoamericano, bajo
la advocación de San Francisco. Cada país, como cada hombre, es un heredero:
seguimos con Ortega, que concluía «lo que la naturaleza es a las cosas, es la
historia —como res gestae— al hombre», y en consecuencia también a las
naciones. Quizás el gran hecho diferencial de España en la Historia Universal
sea el hecho americano: la conquista, la colonización, la lengua, el mestizaje,
la evangelización, la aculturación. Un hecho diferencial que determina la
identidad española, porque sin la mirada americana España es irreconocible. En
un país que parece haber perdido el interés hacia su propia identidad, es
aconsejable detenerse sobre esos personajes que hilaron, con sus vidas, nuestra
historia común y plural, que es también nuestra presente y futura posibilidad.
Y Fray Junípero es uno de esos personajes.
La
colonización de Junípero Serra es la última que llevará a cabo España en
América. Y es la única netamente ilustrada. Los esfuerzos de Rusia para
penetrar en las Indias españolas desde el norte del Pacífico; el acoso inglés y
francés en el territorio; la necesidad de dotar de un puerto en la zona al
galeón de Manila o la necesidad de recuperar el prestigio internacional de
España, impulsaron a la Corona a adoptar medidas: la reforma de la
Administración en América, la expulsión de la Compañía de Jesús —que se habían
ido constituyendo en América en un Estado dentro del Estado—, y la ocupación de
la Alta California. Para esta última empresa, y expulsados los jesuitas, la
Corona decidió encargar la tarea a los franciscanos.
La
Corona puso al frente de la empresa a dos hombres: Gaspar de Portolá y Junípero
Serra. Catalanes y mallorquines, militares y franciscanos, engrosarán las
expediciones españolas. En 1769 Fray Junípero funda la primera misión: San
Diego; luego vendrían las de San Carlos Borromeo en Monterrey, San Antonio de
Padua, San Gabriel Arcángel, San Luis Obispo de Tolosa, San Francisco de Asís,
San Juan Capistrano, Santa Clara de Asís, San Buenaventura… así hasta un total
de 21 misiones a lo largo de un eje paralelo a la costa de casi 1.100 km. Ese
rosario de Misiones, unidas entre sí por un camino y separadas por una
distancia de 48 km —el equivalente a una jornada a caballo— constituyó el
legendario «Camino Real», auténtica columna vertebral de la colonización
española en la Alta California y aún hoy eje cultural del Estado norteamericano
de California.
El
nuevo modelo de colonización se construyó a partir del ideal ilustrado: junto a
la misión se establecían el pueblo de nueva planta (con colonos peninsulares) y
el presidio o fortaleza militar que, a su vez, se integraba en una cadena de
presidios bajo un mando unificado. El misionero administraba la misión pero los
indios se organizaban como un pueblo con sus propios jefes políticos y
militares. Los franciscanos procuraron la autosuficiencia de las misiones e
instruyeron a los indios, antes miembros de dispersas y desestructuradas
sociedades rudimentarias con problemas de subsistencia, en la ganadería y la
agricultura, e introdujeron cultivos novedosos, como la vid, origen de la
actual industria vitivinícola californiana. Ordenaron la jornada laboral, la
división de funciones y tareas y el reconocimiento de derechos de los indios,
como el descanso.
Todo
español debería, al menos una vez en la vida, viajar por el Camino Real, aunque
sólo fuera para reconocer la metáfora de la vieja arquitectura misional: el
adobe español, la teja roja, los encalados y sencillos muros, la ingenuidad
plástica y el color de las decoraciones interiores…toda esa sencillez
franciscana y toda esa alegría hispanoamericana.
Este
es el resumen de lo que conmemoramos con Junípero Serra: la creación de un
nuevo tipo de sociedad y de hombre en un Nuevo Mundo, bajo un nuevo ideal
religioso y con un nuevo impulso ilustrado.
Aquel
enérgico y diminuto hombre de 56 años —llamado por los indígenas «el Viejo»—,
provisto de una tenacidad que le haría caminar sin descanso durante cientos de
km pese a una terrible herida en la pierna, fue además un firme defensor de los
indios, un gran teólogo y un predicador amoroso y sencillo.
Mucho
españoles quizás no sepan, en su desinterés hacia la historia de su propio
país, que Junípero Serra, cuyo 300 aniversario celebramos, tiene una efigie en
el Statuary Hall del Capitolio, en Washington, como padre fundador de los
EE.UU. Muchos quizás desconozcan que sin él ni México ni los EE.UU. ni la
propia España ni la Iglesia Católica serían hoy como son.
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