Asociación
Nacional del Rifle, poder más allá de un arma
La
organización ha sido capaz de derrotar o anular prácticamente toda iniciativa
para el control de armamento en los últimos 50 años
Reportaje de José
Carreño Figueras
Excélsior, 13/05/2013;
El
día 5 del mes en curso la asociación que defiende la Segunda Enmienda festejó
su 142 aniversario con un evento que reunió a 70 mil amantes del armamento.
CIUDAD
DE MÉXICO, 13 de mayo.- La Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas
en inglés) estadunidense es una de las organizaciones no-gubernamentales más
influyentes de Estados Unidos y comparativamente del mundo.
Cierto.
No es un grupo que aspire al impacto mundial o busque conversos en otros países.
Ideológicamente conservadora y prácticamente derechista a grados casi absurdos,
la NRA y su influencia real bien podrían ser la envidia de organizaciones de
todo tipo, liberales o conservadoras, más famosas, más internacionales, más
agradables y más expuestas a la ineficiencia.
Y
no podría ser de otra manera. Después de todo, prácticamente tiene derecho de
veto respecto de las propuestas de ley sobre armas, como hace no mucho tiempo
lo aprendió en forma políticamente dolorosa el presidente Barack Obama, y su
influencia es tan grande que hace años eliminó legislativamente la posibilidad
de que el gobierno estadunidense financie estudios de salud pública
relacionados con la posesión de armas y sus efectos.
Con
unos cinco millones de miembros de una fidelidad casi, o completamente
fanática, la NRA ha sido capaz de derrotar o anular prácticamente toda
iniciativa presentada en los últimos 50 años y que desde su punto de vista
limite de alguna forma el derecho a que un estadunidense tenga y disfrute de las
armas.
La
actual NRA está lejos, muy lejos de aquella que ayudó al gobierno al final de
los años 60, cuando hubo asesinatos de tan alto perfil como los del presidente
John Kennedy, de su hermano y aspirante presidencial demócrata Bobby Kennedy, o
del prócer negro Martin Luther King, en un tiempo de violentos cambios sociales
que llevaron al Congreso a pasar una ley de control de armas.
La
reacción a esa legislación llevó a lo que algunos consideran como el nacimiento
de la NRA moderna, en 1977 para ser exactos, cuando con base en el desagrado de
la membresía un grupo de activistas relativamente jóvenes y profundamente
indignados por la “intromisión gubernamental” asumió la dirección de una
agrupación que hasta ese momento había sido
más o menos políticamente inocua y la transformaron en una fuerza
política, con una interpretación muy personal de la Segunda Enmienda de la
Constitución estadunidense.
Esa
formulación consideraba de entrada que cualesquier regulación podría afectar
los derechos de los propietarios de armas y que la meta última era la
prohibición total de su posesión. La retórica se endureció, al grado que
comenzaron a comparar a los agentes federales, en especial de la Oficina de
Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF, por sus siglas en inglés) con “rufianes”
de las tropas de asalto nazis, “con sus cascos como cazos y los uniformes
negros” dedicados a hostigar y asesinar a ciudadanos cumplidores de la ley.
Ya
para los años 90 esa retórica se convertía en “guerra cultural”, gracias al
actor Charlton Heston, que electo a la Junta de Gobierno de la NRA en 1997 y
presidente en 1998, comenzó a usar la posición para atacar a todo lo que le
pareciera “antiamericano”, del feminismo y los derechos homosexuales a la
defensa de “los hombres blancos muertos que crearon la nación”.
“El
cielo ayude a caucásico protestante de clase media, temeroso de Dios y aún
peor, admitidamente heterosexual, propietario de un arma o aún peor, miembro de
la NRA; un empleado promedio o peor aún, un empleado hombre promedio, porque no
sólo no cuenta, sino que es decididamente un obstáculo al progreso”, proclamó
Heston, para quien “estamos envueltos otra vez en una enorme guerra civil, una
guerra cultural que está a punto de secuestrar el derecho innato de pensar y
decir lo que está el corazón”.
Heston
hizo ese discurso específicamente en la Fundación Heritage, una organización de
análisis ultraconservadora, y en alguna medida dio el nuevo marco ideológico a
la derecha en el actual debate sobre armas: la regulación es dictatorial,
enemiga de las libertades y del individuo, adversa a la clase media blanca.
Y
la defensa de esa visión, una que para algunos de sus miembros es equiparable a
un decreto divino, ha llevado a la NRA a sostener posiciones que con frecuencia
parecen inaceptables, pero consolidan su fuerza interna.
¿Quién
se atrevería si no a defender la libre posesión de armas en plena tormenta de
opinión pública tras la masacre de niños en el pueblo de Newtown, Connecticut,
en diciembre último?
¿Quién,
sino la NRA?
Y
ante las aparentemente cada vez más frecuentes noticias sobre matanzas
cometidas por alguna persona con problemas mentales en una escuela, o en una
sala de cine o en un centro comercial, la NRA permanece impávida y con su
“mantra” intacto: “las armas no matan a las personas; son las personas las que
matan...”
¿Y
la solución para las matanzas? Más armas en manos de la ciudadanía, por supuesto.
Después de todo, si un criminal no sabe si su presunta víctima o alguien cerca
está armada puede determinar robar a otro, o no robar... si un potencial
asesino decide atacar una escuela la solución está en que los maestros estén
armados o en que los guardias escolares lo estén.
“Lo
único que detiene a un hombre malo con un arma es un hombre bueno con un arma”,
afirma Wayne LaPierre, vicepresidente ejecutivo de la NRA y en buena medida su
actual motor inspirador.
LaPierre
lleva más de 22 años al frente de la organización y de acuerdo con sus amigos
—y sus enemigos— literalmente la ha transformado.
De
hecho, afirma Anthony D. Romero, director ejecutivo de la liberal Unión
Estadunidense de Derechos Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), un
adversario que es también a veces aliado en algunos temas de derechos
individuales, LaPierre “ha construido una organización con membresía y
activismo que es el modelo para otras organizaciones sin fines de lucro,
conservadoras o liberales”.
Heston
fue pensamiento y voz; LaPierre ha sido pensamiento y organización.
Los
hechos hablan. Los estadunidenses, dicen la mayoría de las encuestas, favorecen
el control de armas. La NRA se opone y hasta ahora ha logrado evitar la derrota
y mantener su “candado” respecto a ese tipo de legislaciones.
Y
no importa que todo señale a un incremento en la frecuencia de matanzas. De
acuerdo con la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), ha habido 62 atentados
a tiros contra múltiples víctimas en las últimos 30 años. Siete de esos ataques
ocurrieron en 2012, con un total de 151 víctimas, heridos o muertos, incluso
los 20 niños y seis adultos en la escuela primaria Sandy Hook, en Connecticut,
el 14 de diciembre pasado.
Los
esfuerzos políticos de la NRA se benefician de su enfoque en un solo tema y la
intensidad de los sentimientos que ese tema, la libertad de poseer armas,
despierta en muchos estadunidenses.
Las
cifras no mienten. La NRA tiene ahora unos cinco millones de miembros y una
tesorería que le permitió en 2012 gastar unos 18 millones de dólares en apoyo
de los republicanos.
Cierto,
hay grupos con más recursos; los republicanos perdieron la campaña presidencial
en 2012 y la NRA pareció sufrir
una considerable derrota. Pero...
De
entrada, la NRA donó 74 mil dólares a las campañas de 25 aspirantes demócratas
y 583 mil 646 dólares a las de 236 republicanos. De acuerdo con The Washington
Post, 80 por ciento de ellos ganó su elección. En total, nueve senadores y 213
representantes (diputados).
Su
impacto es asegurado en gran medida por la emoción con que los miembros de la
NRA apoyan a su organización y su tema, lo que de hecho se traduce en votos
emitidos única y exclusivamente a partir de la opinión de un candidato respecto
al tema de las armas.
Hay
organizaciones más grandes, más ricas, pero con una gran variedad de intereses
y por tanto sus votantes están menos enfocados. En el caso de la NRA no hay
eso, y tampoco timidez alguna en ejercer su influencia.
De
hecho, tiene un seguimiento cuidadoso de lo que hace cada legislador, a nivel
local y federal y tiene la reputación de no negociar.
La
NRA puede lo mismo concentrar sus esfuerzos legislativos en evitar que el
gobierno financie estudios de salud pública sobre la posesión de armas que en
limitar tanto los poderes de la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego que
está literalmente castrada e impedida hasta de divulgar su base de datos sobre
poseedores de armas o hacer más de una inspección al año por armería.
Más
aún, aunque la ATF es la agencia policial más antigua de Estados Unidos, su
tamaño no excede al del Departamento de Policía de la ciudad de Phoenix y
cuando las instituciones de seguridad interna estadunidense, comenzando por el
Departamento de Seguridad Nacional, crecen en tamaño y presupuesto, la ATF
sigue igual o peor que hace 20 años y para hacer mayor la evidencia de que está
bajo la “bota” de la NRA, encabezada desde hace seis años por un director
interino.
En
cambio, las leyes favorables al comercio y posesión de armas parecen proliferar
a pesar de que el sentimiento público parece opuesto.
Por
ahora, y por mucho tiempo, no parece que haya ninguna organización capaz de una
hazaña similar.
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