Las anteojeras
de Estados Unidos/
Kishore Mahbubani is Dean of the Lee Kuan
Yew School of Public Policy at the National University of Singapore. He is the
author of The Great Convergence: Asia, the West, and the Logic of One World.
Traducción:
Esteban Flamini.
Project
Syndicate | Kishore Mahbubani, 22 de mayo de 2013.
Llegó
la hora de pensar lo impensable: la era de la supremacía estadounidense en
asuntos internacionales tal vez esté llegando a su fin. La gran pregunta que
debemos hacernos conforme ese momento se avecina es: ¿está Estados Unidos bien
preparado para lo que vendrá?
El
ascenso de Asia en las últimas décadas no es simplemente una historia de
crecimiento económico, sino del renacer de una región, un tiempo en que las
mentes de su gente vuelven a abrirse y sus perspectivas se renuevan. El
continente avanza hacia la recuperación del papel central que ya tuvo en la
economía mundial, con tanto ímpetu que es prácticamente imposible detener su
marcha. Es cierto que la transformación a veces no estará exenta de altibajos,
pero hay algo que ya es seguro: el siglo que viene será un siglo asiático y
cambiará radicalmente el funcionamiento del mundo.
Los
líderes mundiales (tanto políticos como intelectuales) tienen la
responsabilidad de preparar a sus respectivas sociedades para los cambios
globales que se avecinan. Pero en Estados Unidos, muchos de ellos están
rehuyendo esa responsabilidad.
El
año pasado, en el Foro Económico Mundial de Davos, dos miembros del Senado de
los Estados Unidos, un miembro de la Cámara de Representantes y un consejero
adjunto para la seguridad nacional participaron en un panel sobre el futuro del
poder estadounidense (del que actué como moderador). Cuando se les preguntó
cómo veían el futuro del poder estadounidense, respondieron, previsiblemente,
que Estados Unidos seguirá siendo el país más poderoso del planeta. Y se
mostraron reticentes ante la pregunta de si Estados Unidos está preparado para
convertirse en la segunda economía del mundo.
La
reacción de los panelistas es comprensible: para un político estadounidense, el
solo hecho de admitir la posibilidad de que Estados Unidos se convierta en el
“número dos” equivaldría al suicidio político. Al fin y al cabo, en todo el
mundo los funcionarios electos deben amoldarse, en mayor o menor grado, a
satisfacer las expectativas de quienes los eligen para el cargo.
Pero
no así los intelectuales. Estos están especialmente obligados a pensar lo
impensable y decir lo indecible. Uno espera de ellos que consideren todas las
posibilidades, incluso las desagradables, y que preparen a la población para
los cambios futuros. La discusión franca de ideas impopulares es una
característica central de las sociedades abiertas.
Sin
embargo, en Estados Unidos hay muchos intelectuales que no están cumpliendo
esta misión. Hace poco, Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones
Exteriores, sugirió que es posible que Estados Unidos “esté viviendo la segunda
década de otro siglo estadounidense”. Por su parte, Clyde Prestowitz,
presidente del Instituto de Estrategia Económica, declaró que “también este
siglo puede terminar siendo un siglo estadounidense”.
Es
verdad que tal vez no se equivoquen; y si estas predicciones resultaran
acertadas, el resto del mundo saldría beneficiado. Una economía estadounidense
fuerte y dinámica, renovada gracias a la explotación del económico gas shale y
la innovación acelerada, podría rejuvenecer a la economía mundial en su
conjunto. Pero para esta posibilidad no hacen falta preparativos, los
estadounidenses ya están más que preparados.
Para
lo que no están preparados los estadounidenses es para un traslado del centro
de gravedad del mundo a Asia. Muchos de ellos siguen en una ignorancia pasmosa
respecto de los avances logrados en otras partes del mundo, especialmente en el
continente asiático.
Hay
que decirles a los estadounidenses una verdad matemática muy sencilla. Con el
3% de la población mundial, Estados Unidos no podrá seguir dominando al resto
del mundo, porque Asia cuenta con el 60% de la población mundial y ya no está
rezagada como antes. Pero la visión que muchos estadounidenses tienen del mundo
todavía está influida por la creencia en que Estados Unidos es la reserva moral
del mundo, un único faro que alumbra un mundo oscuro e inestable. Los
intelectuales estadounidenses no están cuestionando estas ideas y no están
ayudando a la población estadounidense a desembarazarse de esta
autocomplacencia basada en la ignorancia, con lo que perpetúan una cultura de
halagar a la opinión pública.
Pero
aunque haya una tendencia a darles a los estadounidenses solo las buenas
noticias, la verdad es que la noticia del ascenso de Asia no es mala. Estados
Unidos debe entender que los países asiáticos no pretenden dominar a Occidente,
sino imitarlo. Están procurando formar clases medias fuertes y dinámicas y
alcanzar la paz, la estabilidad y la prosperidad de las que Occidente goza hace
mucho tiempo.
Esta
profunda transformación social e intelectual que está en marcha en Asia promete
catapultarla del poderío económico al liderazgo mundial. Aunque en muchos
aspectos China sigue siendo una sociedad cerrada, tiene una mentalidad abierta;
en cambio, Estados Unidos es una sociedad abierta con mentalidad cerrada. La
clase media asiática hoy está formada por cerca de 500 millones de personas, pero
en 2020 esa cifra ascenderá a 1750 millones; de modo que Estados Unidos ya no
podrá seguir evitando las nuevas realidades de la economía mundial por mucho
tiempo.
El
mundo se encamina a uno de los relevos de poder más dramáticos de la historia
de la humanidad. Para que esta transformación no tome a los estadounidenses por
sorpresa, deben desprenderse de ideas enraizadas y preconceptos y permitirse
pensar lo impensable. Ese es el desafío al que hoy se enfrentan los
intelectuales públicos estadounidenses.
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