24 may 2013

Las anteojeras de Estados Unidos/ Kishore Mahbubani


Las anteojeras de Estados Unidos/ Kishore Mahbubani is Dean of the Lee Kuan Yew School of Public Policy at the National University of Singapore. He is the author of The Great Convergence: Asia, the West, and the Logic of One World.
Traducción: Esteban Flamini.
Project Syndicate | Kishore Mahbubani, 22 de mayo de 2013.
Llegó la hora de pensar lo impensable: la era de la supremacía estadounidense en asuntos internacionales tal vez esté llegando a su fin. La gran pregunta que debemos hacernos conforme ese momento se avecina es: ¿está Estados Unidos bien preparado para lo que vendrá?
El ascenso de Asia en las últimas décadas no es simplemente una historia de crecimiento económico, sino del renacer de una región, un tiempo en que las mentes de su gente vuelven a abrirse y sus perspectivas se renuevan. El continente avanza hacia la recuperación del papel central que ya tuvo en la economía mundial, con tanto ímpetu que es prácticamente imposible detener su marcha. Es cierto que la transformación a veces no estará exenta de altibajos, pero hay algo que ya es seguro: el siglo que viene será un siglo asiático y cambiará radicalmente el funcionamiento del mundo.

Los líderes mundiales (tanto políticos como intelectuales) tienen la responsabilidad de preparar a sus respectivas sociedades para los cambios globales que se avecinan. Pero en Estados Unidos, muchos de ellos están rehuyendo esa responsabilidad.
El año pasado, en el Foro Económico Mundial de Davos, dos miembros del Senado de los Estados Unidos, un miembro de la Cámara de Representantes y un consejero adjunto para la seguridad nacional participaron en un panel sobre el futuro del poder estadounidense (del que actué como moderador). Cuando se les preguntó cómo veían el futuro del poder estadounidense, respondieron, previsiblemente, que Estados Unidos seguirá siendo el país más poderoso del planeta. Y se mostraron reticentes ante la pregunta de si Estados Unidos está preparado para convertirse en la segunda economía del mundo.
La reacción de los panelistas es comprensible: para un político estadounidense, el solo hecho de admitir la posibilidad de que Estados Unidos se convierta en el “número dos” equivaldría al suicidio político. Al fin y al cabo, en todo el mundo los funcionarios electos deben amoldarse, en mayor o menor grado, a satisfacer las expectativas de quienes los eligen para el cargo.
Pero no así los intelectuales. Estos están especialmente obligados a pensar lo impensable y decir lo indecible. Uno espera de ellos que consideren todas las posibilidades, incluso las desagradables, y que preparen a la población para los cambios futuros. La discusión franca de ideas impopulares es una característica central de las sociedades abiertas.
Sin embargo, en Estados Unidos hay muchos intelectuales que no están cumpliendo esta misión. Hace poco, Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, sugirió que es posible que Estados Unidos “esté viviendo la segunda década de otro siglo estadounidense”. Por su parte, Clyde Prestowitz, presidente del Instituto de Estrategia Económica, declaró que “también este siglo puede terminar siendo un siglo estadounidense”.
Es verdad que tal vez no se equivoquen; y si estas predicciones resultaran acertadas, el resto del mundo saldría beneficiado. Una economía estadounidense fuerte y dinámica, renovada gracias a la explotación del económico gas shale y la innovación acelerada, podría rejuvenecer a la economía mundial en su conjunto. Pero para esta posibilidad no hacen falta preparativos, los estadounidenses ya están más que preparados.
Para lo que no están preparados los estadounidenses es para un traslado del centro de gravedad del mundo a Asia. Muchos de ellos siguen en una ignorancia pasmosa respecto de los avances logrados en otras partes del mundo, especialmente en el continente asiático.
Hay que decirles a los estadounidenses una verdad matemática muy sencilla. Con el 3% de la población mundial, Estados Unidos no podrá seguir dominando al resto del mundo, porque Asia cuenta con el 60% de la población mundial y ya no está rezagada como antes. Pero la visión que muchos estadounidenses tienen del mundo todavía está influida por la creencia en que Estados Unidos es la reserva moral del mundo, un único faro que alumbra un mundo oscuro e inestable. Los intelectuales estadounidenses no están cuestionando estas ideas y no están ayudando a la población estadounidense a desembarazarse de esta autocomplacencia basada en la ignorancia, con lo que perpetúan una cultura de halagar a la opinión pública.
Pero aunque haya una tendencia a darles a los estadounidenses solo las buenas noticias, la verdad es que la noticia del ascenso de Asia no es mala. Estados Unidos debe entender que los países asiáticos no pretenden dominar a Occidente, sino imitarlo. Están procurando formar clases medias fuertes y dinámicas y alcanzar la paz, la estabilidad y la prosperidad de las que Occidente goza hace mucho tiempo.
Esta profunda transformación social e intelectual que está en marcha en Asia promete catapultarla del poderío económico al liderazgo mundial. Aunque en muchos aspectos China sigue siendo una sociedad cerrada, tiene una mentalidad abierta; en cambio, Estados Unidos es una sociedad abierta con mentalidad cerrada. La clase media asiática hoy está formada por cerca de 500 millones de personas, pero en 2020 esa cifra ascenderá a 1750 millones; de modo que Estados Unidos ya no podrá seguir evitando las nuevas realidades de la economía mundial por mucho tiempo.
El mundo se encamina a uno de los relevos de poder más dramáticos de la historia de la humanidad. Para que esta transformación no tome a los estadounidenses por sorpresa, deben desprenderse de ideas enraizadas y preconceptos y permitirse pensar lo impensable. Ese es el desafío al que hoy se enfrentan los intelectuales públicos estadounidenses.

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