La
modernidad turca, amenazada/Tahar ben Jelloun, escritor. Miembro de la Academia Goncourt.
La
Vanguardia, 10 de junio de 2013;
Se
dice que el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, envió a sus hijas a
estudiar a Estados Unidos porque en ese país podían llevar el velo sin
problemas. En Turquía, el velo no está permitido en la universidad. Esta
anécdota da una idea del compromiso de Erdogan con el islam en un Estado laico
desde 1924. Mustafa Kemal Atatürk (18811938) inscribió la laicidad en la
Constitución y otorgó el derecho a voto a las mujeres. Desde entonces Turquía
no ha dejado de desarrollarse y consolidar su poderío regional. La religión
está en los corazones y no tiene derecho a invadir el espacio público. Ello no
quiere decir que el islam haya desaparecido en ese país; al contrario, el islam
se ha expandido pero debe permanecer fuera del campo político. El Partido de la
Justicia y el Desarrollo (el AKP) salió de una corriente islamista. Es el
partido con el que Erdogan llegó al poder en el 2002 y fue reelegido en las
legislativas del 2007 y del 2011, con el 47% y el 50% de los votos,
respectivamente. Esta victoria reforzó el poder de Erdogan, que se ha vuelto
arrogante y autoritario.
La
revuelta de estos últimos días pretende denunciar el autoritarismo de Erdogan y
de su partido islamoconservador. Es el rechazo a un hombre y a su política. El
rechazo a la islamización de las estructuras de la república laica. Y sin
embargo el proyecto de unirse a Europa empujó de entrada a Erdogan a
democratizar el país. Ahora son los propios turcos quienes han abandonado esa
idea de formar parte de Europa. Cuando los políticos europeos cerraban las
puertas a Europa, debido principalmente al islam, los turcos se sintieron
humillados y tomaron la determinación de dar la espalda a esta Europa. Fue un
error de los europeos, traumatizados por el islam, porque si Turquía hubiera
sido aceptada en el seno de la Unión Europea no hubiera sabido traicionar su
modernidad y su democracia.
Hoy,
la juventud se rebela impidiendo la supresión de varios árboles para hacer del
parque Gezi, junto a la plaza Taksim, un inmenso centro comercial. “Tayyip,
vete”, “es el principio del fin de Erdogan”, “esta es la plaza Tahrir de
Estambul”, “Gobierno dimisión”, eran las consignas escritas en las pancartas en
la plaza Taksim. Algunos manifestantes portaban carteles con la imagen de
Mustafa Kemal, el fundador de la Turquía moderna. Es esta modernidad la que se
ve atacada por el poder constituido. Erdogan y su partido no cesan de
reislamizar el país desde hace una decena de años: prohibición de vender alcohol
a menos de doscientos metros de una escuela; cafés y restaurantes que rechazan
vender bebidas alcohólicas, etcétera.
Como
en Egipto o en Túnez, las redes sociales son importantes y son utilizadas por
los manifestantes y los sindicatos. Para algunos, el AKP es el equivalente a
los Hermanos Musulmanes egipcios: misma ideología, misma hipocresía, mismo
conservadurismo. Los turcos laicos no se hacen ilusiones sobre las intenciones
de Erdogan y de su partido. En la primavera del 2012, el primer ministro anunció
la construcción de “la mayor mezquita del mundo” en Camlica, en las colinas de
Estambul. Es un símbolo que será visible desde todas partes y que supondrá la
reconquista islámica de Turquía.
Mientras
el pueblo se manifestaba, Erdogan visitaba el Magreb y afirmaba, con su
arrogancia habitual, que a su regreso se arreglaría el problema. Su optimismo
chocaba con la toma de posición del presidente de la República, Abdullah Gül,
que intentó calmar la situación afirmando: “Una democracia no significa sólo
una victoria en las elecciones”; dicho de otra manera, la democracia es una
cultura, principios y valores. Bülent Arinç, el número dos del Gobierno, dijo
por su parte: “No podemos permitirnos el lujo ni el derecho de ignorar al
pueblo; las democracias no pueden existir sin oposición”. De este modo, el
modelo turco, que se ha beneficiado de un importante éxito económico, se ve
vivamente contestado por una parte de la población. Turquía está interesada en
preservar su modelo laico y abierto al mundo, si no será Egipto quien nos
recuerde cada día que la religión no está hecha para gobernar.
Lo
que hoy está en juego en Turquía no es sólo la salvación de unos cientos de
árboles, es la salvación también de una república cuya modernidad se ha basado
en la proyección del individuo, en los derechos acordados a la mujer y en la
separación entre el islam y el Estado. Amenazada, ¿puede esta modernidad
resistir frente a un primer ministro que piensa que la democracia es sólo una
técnica para ganar las elecciones? Por ahora los seguidores islamistas de
Erdogan asisten a los sucesos en la calle sin intervenir.
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