El
ímpetu reformista/Juan
Eduardo Martínez Leyva
Tomado de la revista Amanecer Sinaloa, septiembre de 2013
La
lógica de las reformas
Durante
los primeros meses del gobierno de Enrique Peña se ha dibujado con nitidez un
proyecto reformista que pretende ajustar las estructuras sobre las que el país
ha sustentado su desarrollo en los últimos años. El modelo que impulsa la nueva
administración está orientado a fortalecer la economía de mercado,
construyendo, al mismo tiempo, un amplio piso de protección social. Se supone
que para crecer a tasas más elevadas hay que quitar las trabas que impiden la
expansión de la inversión privada; pero también se asume, de entrada, que la
nueva ola de liberalismo económico tendría efectos no deseados sobre el
bienestar de la población.
Para lograr este gran objetivo, el
gobierno impulsa una serie de reformas legales que cambien las reglas del
juego, las cuales se pueden agrupar en tres paquetes: las económicas o
productivas; aquellas que tienen un
contenido social; y, las que buscan fortalecer la recaudación y transparencia
fiscal. Los tres tipos de cambios estructurales cierran un círculo, o si se quiere
forman parte de las ruedas de un triciclo, en el que cada uno juega un papel
complementario y necesariamente interdependiente. La ausencia de uno de ellos o
las limitaciones en sus alcances, dejaría el círculo incompleto o al triciclo
cojo.
La reforma laboral, la energética, la de
telecomunicaciones, la financiera, la regulación antimonopolios, tienen el
propósito de abrir nuevos campos, ahora restringidos a inversionistas
nacionales e internacionales, abaratar los costos de producción, aumentar el
financiamiento privado a la actividad productiva, incrementar la rentabilidad
de las inversiones y hacerlas más competitivas. Se busca poner en marcha un
proceso creciente de inversión productiva y empleo y romper con ello el virtual
estancamiento en que se ha desarrollado la economía en las últimas décadas.
El seguro del desempleo, la pensión para los
adultos mayores, el acceso universal a la salud,, el seguro de vida para madres
solteras, entre otros, son programas que tienen por objeto atenuar los efectos
negativos, que no obstante tendría el modelo liberal, entre los sectores con
poca capacidad de adaptación en el mediano plazo.
La reforma laboral pretende tener efectos
tanto en el plano económico como en el social. Crear un sistema educativo que
proporcione mano de obra calificada a las nuevas inversiones y aumentar el
número de personas que mejoren su nivel de ingreso mediante una mayor
calificación para el trabajo, son las dos caras visibles en la intención de
recuperar para el estado el control del sistema educativo nacional.
Crear una red amplia de protección social
requiere de un estado fuerte en materia de recaudación de impuestos. El esquema
de recurrir al déficit público para apalancar los gastos sociales no es
sostenible. Algunos países están padeciendo las consecuencias de haber cometido
ese error. El gobierno necesita recaudar
los suficientes recursos que hagan posible financiar los programas de gasto sin
recurrir a los volátiles y caprichosos mercados de deuda. La reforma hacendaría
es la otra pieza del rompecabezas. La transparencia y eficiencia en el
ejercicio del gasto, la revisión de la distribución regresiva de los subsidios,
la eliminación los regímenes fiscales
especiales, el control del gasto y de la deuda de estados y municipios, la
rendición de cuentas, la simplificación de los trámites para el pago y cobro de
impuestos, deben ser todos componentes
de dicha reforma.
En resumen, el nuevo gobierno intenta
generar los cambios estructurales que le den viabilidad en el largo plazo, a un
sistema de economía de mercado muy favorable a la iniciativa privada, pero
asumiendo cierta responsabilidad social.
El
antecedente inmediato
El nuevo impulso reformador complementa el
proceso iniciado en la década de los ochenta y principios de los noventa. En
aquella ocasión, las reformas se dieron por la presión ejercida por la crisis
de la deuda externa, la quiebra fiscal del estado y el empuje de nuevos grupos
políticos y sociales que habían crecido al margen del control corporativo del
estado tradicional. En esa ocasión, se avanzó en la apertura de la economía que
la transformó radicalmente hacia la exportación. Se promovió una amplia
privatización de empresas públicas que redujo la participación del estado en la
economía. También se abrió el sistema político a la competencia electoral y se
conformaron nuevos equilibrios en el ejercicio del gobierno.
Los cambios lograron su objetivo
inmediato: la deuda externa dejó de representar un grave problema, el déficit
crónico de las finanzas públicas se redujo notablemente y se logró encausar la
emergencia de las nuevas fuerzas políticas en un sistema de partidos. El
sistema presidencial cedió terreno al parlamento, el cual no ha contado con una
fuerza hegemónica en los últimos quince años.
Los cambios estructurales de hace treinta
años, dirigidos por un grupo político ligado a la burocracia financiera, si
bien resolvieron algunos aspectos de la emergencia, generaron nuevos
desequilibrios y profundizaron algunos problemas endémicos de la sociedad
mexicana. La estructura exportadora, efectivamente ayudó al manejo de la deuda
externa, pero no logró articular a las pequeñas y medianas empresas
nacionales en sus procesos productivos.
El desmantelamiento acelerado del proteccionismo significó la quiebra de muchas
empresas no competitivas, en las áreas urbanas y rurales. No hubo destrucción
creadora, como señalan los manuales de la libre competencia, porque los
perdedores no tuvieron tiempo para transformar sus actividades. Las nuevas
inversiones públicas y privadas fueron menores a las requeridas para compensar
los efectos del ajuste. La apertura no
fue pareja; quedaron intactos algunos sectores monopólicos y oligopólicos, con
gran poder e influencia en el diseño de las políticas públicas. Otros fueron
creados a propósito del proceso de privatización, adquiriendo también un poder
desmedido, con la capacidad para controlar y, en su caso, desafiar a las
instituciones del estado.
Los sectores, público y privado, que
continuaron protegidos jugaron en contra de la competitividad del resto de la
economía. El desempleo rampante sólo pudo ser aliviado, en parte, por la
válvula de escape de la emigración al extranjero de trabajadores del campo y la
ciudad. Los programas de distribución de subsidios directos a las familias y a
los productores rurales (Pronasol y sus herederos, Procampo y otros) de corte
asistencialista, fueron tan costosos como ineficaces para reducir la pobreza o
para inducir la modernización de la economía tradicional.
La renuncia a una profunda reforma fiscal
condenó al estado a depender de los ingresos petroleros, manteniendo a las
finanzas públicas en una debilidad crónica. Se agudizaron las diferencias
regionales, en contra de las zonas eminentemente rurales, con pobre infraestructura,
con alto grado de analfabetismo y alta población indígena. Ciertas estructuras de poder corporativo en
el ámbito gremial quedaron intactas. Sucedió lo mismo con los poderes políticos
y económicos locales. La apertura política no alcanzó a los grandes sindicatos,
ni a la vida interna de los partidos. Tampoco logró profundizar en los ámbitos
estatal y municipal. La necesidad por lograr los equilibrios macroeconómicos y
fiscal, se convirtió en una obsesión que jugó en contra del crecimiento económico
y el gasto social. Estabilidad con estancamiento y finanzas públicas sanas con
desatención a las necesidades sociales. Este ha sido el modelo económico
seguido en las últimas décadas.
En lo político se puede decir que el
modelo se caracterizó por una democracia más competida, pero capturada por
grupos económicos con poder desmedido. La necesidad de gastar cada vez más
dinero en la publicidad electoral y el cuidado de la imagen personal, sometió a
políticos y gobernantes a grupos de interés privado. La ausencia de cambios de
fondo en el pasado reciente en materia de monopolios, de telecomunicaciones, de
legislación política o de gravámenes fiscales a las grandes empresas, se
explica, sin lugar a dudas, por esa captura que inmovilizó, con su complicidad,
a la estructura política institucional.
El
Pacto como instrumento del cambio
El nuevo gobierno comprendió, que si quería jugar el papel de reformador
del sistema, tenía que acopiar fuerzas suficientes de todo el espectro político
nacional. Entendió que enfrentarse a los grandes poderes constituidos al margen
de la institucionalidad política y darle una vuelta de tuerca a la recuperación
de la supremacía del estado, no es una tarea que puede realizarse en solitario.
Los tiempos del poder presidencial absoluto y del partido único habían quedado
atrás.
El gobierno y su partido acordaron, en
secreto, una agenda amplia de reformas tanto con las dirigencias del Partido
Acción Nacional (PAN) como con el de la Revolución Democrática (PRD). Estos
acuerdos se hicieron públicos el primer día de gobierno de la nueva
administración y su formalización se conoce como el Pacto por México. El
acuerdo del gobierno con las dos principales fuerzas políticas nacionales, una
de izquierda y otra de derecha, fue posible porque la lista de cambios que se
proponen impulsar incorpora demandas históricas, de ambas formaciones políticas
y porque éstas calzan muy bien con el modelo de economía de mercado con
responsabilidad social que el gobierno pretende conducir. El PAN apoyará todo
aquello que le quite trabas a la inversión privada y el PRD, todos los
programas de beneficio social. En algunos casos, las tres fuerzas irán unidas,
pero de ser necesario, el gobierno y su partido inclinarán la balanza en uno u
otro sentido. El Partido de la derecha y el de la izquierda, por su parte,
eventualmente se aliarán para obtener algunas ventajas para sus formaciones,
cuando la negociación sea propicia. El gobierno está dispuesto a ceder en las
negociaciones, hasta cierto punto, con el fin de fortalecer a sus
interlocutores al interior de sus partidos, y con ello, mantener viva la
alianza.
El acuerdo entre las tres principales
fuerzas políticas fue posible también por la propia dinámica de la lucha por el
poder al interior de las formaciones
políticas de la izquierda y de la derecha. La dirigencia del PAN necesitaba un
mecanismo político para retomar el control del partido frente a la herencia del
calderonismo afianzado en el Congreso y reponerse de la derrota de la elección presidencial.
A los líderes del PRD les urgía el acuerdo institucional para diferenciarse de
la izquierda radical escindida después de las elecciones federales. El Pacto ha
mostrado cierta flexibilidad para que los dirigentes aliancistas de oposición
se legitimen ante sus respectivos
militantes y clientelas, jugando el papel de oposición dura al gobierno,
en ciertos temas y circunstancias. Hasta ahora las tres fuerzas han respetado
más o menos las reglas que se autoimpusieron en este juego en el que todos ceden
algo y todos ganan algo.
Los
riesgos
Los principales riesgos que enfrenta el
ímpetu reformador están marcados por dos cuestiones que no son menores. La
primera tiene que ver con las resistencias tanto de los grupos económicos y
sociales que perderán privilegios con las reformas, como de la oposición de los
grupos políticos que se han quedado, por una u otra razón, al margen del Pacto
por México. El segundo riesgo tiene que ver con los alcances prácticos de las
propias reformas y sus resultados. De esta cuestión depende su éxito en el
largo plazo. ¿Serán suficientes para lograr los objetivos deseados? ¿Generarán
nuevos desequilibrios económicos y sociales? ¿Se tendrá la capacidad para
corregir o profundizarlos, de ser necesario?
La oposición a las reformas por parte de
los sectores afectados en sus privilegios es un aspecto previsto y explicito en
el propio documento escrito. A juzgar por las primeras escaramuzas y con
ciertos jaloneos de aquí y allá, el Pacto ha logrado la cohesión necesaria para
vencer las resistencias. Las fuerzas políticas pactantes mostraron una
operación eficaz para enfrentar a los llamados poderes fácticos, en la gestión
de las reformas hasta ahora aprobadas, incluyendo la laboral, que en mi opinión
la primera que se dio bajo el nuevo acuerdo. También fueron arrinconados en el
proceso, no sin dificultad, las fuerzas disidentes al interior de los partidos.
En las próximas semanas el Pacto
enfrentará los mayores desafíos con el proceso de aprobación de dos de las reformas
claves: la energética y la fiscal. A
contrapelo de la opinión general, es probable que ambas reformas, con algunas
adecuaciones a los proyectos originalmente presentados por el gobierno, se
aprueben con un amplio consenso al interior de las tres principales fuerzas
políticas. La oposición fuerte vendrá de los sectores externos al acuerdo y de
aquellos que verán afectados sus intereses económicos.
Las movilizaciones contra la reforma
energética encabezadas por los grupos nacionalistas y por la ultraizquierda,
obligarán al PRD a promover al interior
del Pacto una propuesta energética que retome algunos aspectos enarbolados por
la corriente de la izquierda nacionalista.
El gobierno probablemente cederá un tanto, pero mantendrá el sentido
original de la reforma, apoyado en el contrapeso que en este caso le hace a su
favor el partido de la derecha.
En el caso de la reforma fiscal el juego
será inverso. El PAN, defendiendo supuestas causas de la clase media, intentará eliminar de la propuesta del
gobierno algunos impuestos y acotar el alcance de los programas sociales o el
endeudamiento transitorio. En este caso, igualmente el gobierno cederá un poco,
pero no tanto para desdibujar su propósito original. Aquí se apoyará en el
contrapeso que el PRD jugará a su favor.
El PAN y el PRD obtendrán a cambio del
apoyo a la reforma energética y hacendaria, una nueva reforma política que
modifique algunas reglas del juego electoral, para facilitar supuestamente la
llegada al poder, a los partidos de oposición. La segunda vuelta electoral, el
castigo en el exceso de los gastos de campaña, la reelección de legisladores,
entre otros, serán las monedas de cambio en esta etapa de la negociación
pactista.
Todos los grupos afectados por la reforma
fiscal moverán sus piezas para presionar. El cabildeo en el congreso, el
chantaje y el intento de soborno estarán a la orden del día. Vencer a estos
grupos de interés económico será la verdadera prueba de fuego del Pacto. En el
caso de la reforma energética la presión será de tipo ideológico y se expresará
en las calles y en la plaza pública. En la medida en que se incorporen aspectos
propuestos por la izquierda nacionalista, es probable que al final, la protesta
quede confinada a los grupos políticos más radicales de la izquierda, como fue
el caso de la reforma educativa.
De llegar a buen término el paquete de
reformas estructurales en el futuro se cuestionará cotidianamente su eficacia y
pertinencia. La realidad inmediata será
el principal enemigo de la ola reformista. El crecimiento, las inversiones y el
empleo prometidos no habrán llegado aún (si es que algún día lo hacen) cuando
si lo hayan hecho la procesos electorales. Las nuevas instituciones autónomas
podrían caer en manos de los entes regulados. Los nuevos programas sociales,
haberse convertido en clientelares. Los recursos fiscales podrían ser
insuficientes para absorber el incremento en el gasto público. En muchos
lugares, la reforma educativa podría ser letra muerta. Podría haber casos de
corrupción y opacidad en la asignación de los contratos privados en la
industria energética. ¿Será posible evitar el pesimismo? De suceder todo esto, las buenas intenciones
no sólo habrían quedado desviadas de su camino, también se habría desacreditado
la necesidad de cambiar por la vía reformista. Cambiar las leyes es el primer
paso en el largo camino de las reformas. Los pasos más difíciles, los que
efectivamente cambiarán la realidad, los pasos que hacen la costumbre, esos
tomarán su tiempo.
México
D.F. Septiembre 26 de 2013
El
autor es economista, fue funcionario público, ha publicado en periódicos como
El Universal, en revistas como Etcétera
y Configuraciones, entre otras. Fue Consejero Técnico de la Facultad de
Economía y Consejero Universitario de la UNAM. Ha sido colaborador de la
Revista Amanecer desde su fundación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario