10 oct 2013

La ignorancia que mutó en ‘exclusiva’ /Juan Veledíaz.

La ignorancia que mutó en ‘exclusiva’ /Juan Veledíaz.
Publicado en La Silla Rota, 09/Oct/201
¿Qué ocurre cuando una información “exclusiva” exhibe el déficit de lecturas de periodistas y editores?
Era 1991 cuando Eduardo Monteverde formaba parte de la redacción del periódico El Financiero. Por ese entonces, había recibido una encomienda, tenía que realizar un reportaje de enfermedades mentales y comenzó por llamar a sus antiguos colegas con los que estudió en la Facultad de Medicina de la UNAM. Médico de profesión, patólogo de especialización, egresado tiempo después del Centro de Capacitación Cinematográfica y dedicado algunos años a realizar documentales que fueron premiados en Parma, Mauriac y la Coruña, Monteverde formaba parte a principios de los años 90 de la redacción del rotativo capitalino. No lo negaba, y en el periódico lo sabían, su pasión era la nota policiaca y la ciencia.

Por esos días, sus colegas le recomendaron se diera una vuelta por una granja siquiátrica que se encontraba por el rumbo de la salida a Puebla, ahí le esperaba una historia que para el periódico sería una gran exclusiva. Monteverde llamó a ese texto: “Yo intenté matar al Presidente”, era la historia de Carlos Francisco Castañeda de la Fuente, el hombre que a principios de 1970 intentó matar al presidente Gustavo Díaz Ordaz. Años después, editado y revisado, lo incluiría en una antología de sus reportajes sobre nota roja. El primer párrafo decía así:
Un bloque de concreto, búnker a prueba de atentados, fue construido ex profeso para el autor del atentado. Asocio estas construcciones con el refugio del temor: el búnker de Hitler, el de Somoza. Después de que los tiranos caen, cuando la conciencia entra a estos reductos, son apenas un páramo de concreto, sótanos sin más arquitectura que las historias de polvo, pero este búnker había sido construido para recluir a un inconsciente. Estaba en la granja psiquiátrica Samuel Ramírez Moreno, en las afueras de la ciudad de México. Ahí fue alojado Carlos Francisco Castañeda de la Fuente durante 16 años, sin proceso, bajo vigilancia de celadores, policías militares y agentes de la Policía Judicial Federal. Lo pusieron en el pabellón número 6 de Chéjov, y el loco solitario. Ya fue demolido. Los búnkers son refugio de presidentes. Este fue para confinar al que trató de matar al presidente Gustavo Díaz Ordaz.
El relato de Monteverde trata sobre su encuentro y entrevista que realizó dentro del psiquiátrico al hombre que intentó matar al presidente del país durante la masacre de estudiantes en Tlatelolco. Atentar contra el presidente de la república era para “vengar” a los caídos aquel 2 de octubre de 1968. El fallido homicida se había convertido en el “solitario converso”, en un “fantasma viviente del manicomio”. En aquellos días en que fue entrevistado lo habían trasladado al pabellón 5, reservado a los “asesinos inimputables”. Aquel encuentro Monteverde lo plasmó en este párrafo:
Lo encontré en una galera larga y soporosa, más allá de los hombres desnudos que reptaban o veían al techo, aplaudían a mi paso y detenían sus manos antes de chocar, apretando con fuerza al aire. Carlos Francisco leía la Biblia sentado en el limbo de su cama, en un halo de beatitud como el que lo  rodeaba en el pabellón número 6, la misma aureola que llevaba cuando intentó matar al presidente. Ya no era importante. Nunca lo había sido. El búnker fue solo la iconografía pánica del gobierno, para forrar de concreto lo que encerraba a piedra y lodo: la matanza de estudiantes de Tlatelolco. Carlos Francisco no ocupa ningún lugar en los anales de la política. Su nicho en la historia está vacío. Díaz Ordaz ha muerto. Era uno más entre los internos sin cargo legal por el deterioro de la mente. De 63 años, rebasaba el cuarto de siglo encerrado, era bajo de estatura, rostro cuadrado, cuerpo compacto. Pensé qué tanto se debía su quietud beatífica a la cloropromazina. Cuando me le acerqué, se alzó con la Biblia como Moisés con los diez mandamientos. Sin que le preguntara me dijo vehemente, atropellado, con los músculos faciales que tiraban de los ojos, por el efecto del aloperidol. “El 5 de febrero de 1970 yo intenté matar al presidente Gustavo Díaz Ordaz en el Monumento a la Revolución, como a las 11 de la mañana. Tenía una pistola Luger calibre .38”.
Cartas eróticas a Gloria Trevi y Alejandra Guzmán, pese a que se declaraba asexul y apolítico. Una memoria vivida sobre cómo fue detenido después de que disparó la pistola desde el interior de un maletín, y cómo fue llevado por agentes de la Dirección Federal de Seguridad a los sótanos de la policía política para ser sometido a torturas bajo la vidriosa mirada azul gélido de Miguel Nazar Haro, el informante de la CIA que entonces operaba la represión contra los disidentes políticos. Monteverde escribió: “El expediente de Carlos Francisco Castañeda de la Fuente es un florilegio de la locura. Cuadro psicótico crónico, esquizofrenia, ideas delirantes de tipo crónico y religioso. No hay documentos legales. Entró sin juicio ni proceso en el infierno constitucional. Los partes oficiales son psiquiátricos y consideran 1970 como el año en que enloqueció”.
Este texto de Monteverde, sobre el hombre que intentó matar al presidente Díaz Ordaz, es uno de los 43 que conformaron su libro “Lo peor del horror”, una colección de crónicas y reportajes policiacos, publicado en el año 2004. La obra fue merecedora al año siguiente del Premio Rodolfo Walsh, en honor al gran reportero argentino asesinado por la dictadura militar en los años 70, que otorga la Semana Negra de Gijón, encuentro literario que se celebra cada verano en aquella ciudad española.
En abril del 2004 el periódico La Jornada publicó como “exclusiva” lo que llamó “caso verídico”, el cual se basaba en un expediente integrado por la desaparecida Fiscalía Especial para Movimientos Políticos y Sociales del Pasado (Femosp), sobre la reclusión en un siquiátrico de Castañeda de la Fuente, el hombre que intentó matar a Díaz Ordaz. La fiscalía que encabezó Ignacio Carrillo Prieto, tenía varios meses de “pasar” información a varios medios de comunicación —cuyos periodistas en su gran mayoría en esos días ni se paraban por el Archivo General de la Nación donde se encontraban los expedientes de aquella época recién abiertos a consulta—, sobre todo en temas que eran de su interés se conocieran.
En ese momento el equipo de Carrillo Prieto buscaba que caminara su proyecto de investigar qué había pasado con algunos miembros de los movimientos armados de los años 70 y 80, reportados como desaparecidos, quienes habían permanecido en cárceles clandestinas, y que probablemente dañados de sus facultades mentales se habrían convertido en indigentes. Como lo era, según la nota del diario, desde 1993 cuando abandonó el siquiátrico Castañeda de la Fuente.
Aquel texto retomaba en sus parte integras gran parte del expediente, citaba declaraciones de un hermano de la víctima, y no dejaba de mencionar que se trataba de una “exclusiva”. Los editores y el periodista autor de las dos partes en que se dividió la nota, nunca citaron el libro ni el texto que originalmente más de una década atrás había publicado El Financiero.
Fosa Común
En prensa escrita es frecuente escuchar a editores y escritores que los periodistas no leen ni el periódico o la revista donde publican sus notas. El enunciado, que podría pasar como un lugar común, es una verdad atroz que sale a relucir cuando de la lectura de los diarios una persona medianamente informada se percata de la falta de contexto. El contexto como la aportación del autor para con el lector sobre la verificación, el contraste y el rigor sobre el que fue elaborado su trabajo. Transcribir un expediente elaborado por una instancia oficial no debería excluirse de este método. Los lectores menos avezados lo agradecen. Quizá fue la prisa del día a día en la redacción de un diario, quizá la ignorancia del redactor, o tal vez una suma de ambos. Pero hay “exclusivas” que no lo son tanto.
Twitter: @velediaz424

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