Una
concepción equivocada de la austeridad británica/Robert
Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a
fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the
British House of Lords.
Project
Syndicate | 21 de octubre de 2013
¿Fue
la decisión del Gobierno de Gran Bretaña de adoptar la austeridad a raíz de la
crisis financiera mundial la política idónea, al fin y al cabo? Sí, afirma el
economista Kenneth Rogoff en un reciente artículo muy comentado. Rogoff
sostiene que, si bien, retrospectivamente, el gobierno debería haberse
endeudado más, en aquel momento existía un peligro real de que Gran Bretaña
siguiera el camino de Grecia. Así, pues, el ministro de Economía, George
Osborne, resulta ser, en su opinión, un héroe de las finanzas mundiales.
Para
mostrar que existía un peligro real de fuga de capitales, Rogoff recurre a
casos históricos para demostrar que la actuación crediticia del Reino Unido ha
distado mucho de ser creíble. Cita la suspensión en 1932 de los pagos de la
deuda correspondiente a la primera guerra mundial que tenía con los Estados
Unidos, las deudas acumuladas después de la segunda guerra mundial y su
“continua dependencia de los rescates del Fondo Monetario Internacional desde
mediados del decenio de 1950 hasta mediados del de 1970”.
Lo
que le falta al análisis de Rogoff es el marco en el que se cometieron esos
supuestos fallos. La suspensión en 1932 de los pagos de los préstamos
correspondientes a la primera guerra mundial concedidos por los Estados Unidos
sigue siendo la mayor mácula en la historia de la deuda del Reino Unido, pero
la situación general es fundamental. El mundo salió de la Gran Guerra a la
sombra de una montaña de deuda que los victoriosos Aliados tenían unos para con
otros (mientras que los EE.UU. fueron el único acreedor) y por los perdedores a
los vencedores. John Maynard Keynes predijo acertadamente que todas aquellas
deudas acabarían en suspensión de pagos.
El
Reino Unido fue el único país que hizo un esfuerzo para pagar. Pese a no haber
podido recaudar lo que otros países le debían, Gran Bretaña siguió pagando a
los EE.UU. durante diez años y sólo suspendió el servicio de la deuda durante
la Gran Depresión.
La
referencia de Rogoff a las deudas acumuladas después de la segunda guerra
mundial no viene al caso. Carece de sentido afirmar que, “si el Reino Unido no
hubiera recurrido a un laberinto de reglamentos para mantener los tipos de
interés nominal por debajo de la inflación, la relación de su deuda con el PIB
podría haber aumentado en el periodo 1945-1955 en lugar de reducirse
espectacularmente”. El caso es que el Reino Unido se las arregló para reducir
su deuda recurriendo a diversas políticas, incluido el fomento del crecimiento
económico.
En
cuanto a la “continua dependencia” del FMI desde mediaos del decenio de 1950
hasta mediados del de 1970, hubo en realidad dos episodios: el rescate de 1956
durante la crisis de Suez y el de 1976 que precedió al invierno de descontento,
cuando huelgas en muchas industrias esenciales –incluso se mantuvo sin enterrar
a fallecidos– pusieron prácticamente el país de rodillas. (No hace falta decir
que endeudarse con el FMI no es una suspensión de pagos.)
En
1956, el Reino Unido afrontó un ataque especulativo en plena crisis de Suez. El
país tenía un superávit por cuenta corriente, pero la libra estaba perdiendo
valor frente al dólar, por lo que el Banco de Inglaterra tuvo que vender sus
reservas de dólares para defender el tipo de cambio fijo. Al menguar sus
reservas, el Primer Ministro, Anthony Eden, se vio obligado a pedir ayuda,
primero a los EE.UU. y después al FMI.
La
participación del FMI fue necesaria sólo por la falta de disposición de los
EE.UU. a prestar apoyo. Además, el Presidente de los EE.UU., Dwight Eisenhower,
llegó hasta el extremo de recurrir a la influencia de su país dentro del FMI
para obligar a Eden a retirar las tropas británicas de Egipto a cambio del
préstamo.
La
realidad del rescate de 1976 es aún más complicada. A raíz de la crisis, el
ministro de Economía, Denis Healey, reveló que en el decenio de 1970 se había
exagerado en gran medida la necesidad de endeudamiento del sector público y
que, si hubiera contado con las cifras correctas, el Reino Unido nunca habría
necesitado un préstamo. Según él, el Tesoro ni siquiera reconoció que el Reino
Unido iba a tener un superávit fiscal.
Naturalmente,
todo ello tuvo consecuencias drásticas para la economía. Tony Benn, ministro
laborista en el decenio de 1970, reveló más adelante que el “invierno del
descontento”, que dio paso a un gobierno conservador al final de aquel decenio,
había sido causado por los severos recortes del gasto público exigidos por el
FMI: “¿Por qué tuvimos el invierno del descontento? Porque en 1976, el FMI dijo
al gabinete: ‘O reducen cuatro mil millones de libras de su gasto publico o
destruiremos el valor de la libra esterlina’ ”
Existen
pocas pruebas de la suposición implícita de Rogoff de que las decisiones de los
inversores actuales se deben a la gestión por parte del Gobierno de su deuda en
el pasado. El número de suspensiones de pagos es en gran medida irrelevante en
el caso de un país como el Reino Unido, que es políticamente estable y tiene un
peso económico importante y un banco central independiente.
Piénsese
en Alemania, “la mayor transgresora en materia de deuda del siglo XX,” según el
historiador económico Albrecht Ritschl. En el cuadro de la página 99 de su
libro This Time is Different (“Esta vez es diferente”), Rogoff y su coautora,
Carmen Reinhart, muestran que Alemania sufrió ocho suspensiones de pagos o
reestructuraciones –o ambas cosas– de 1800 a 2008. Además, hubo las dos
suspensiones de pagos provocadas por la inflación en 1920 y 1923. Y, sin
embargo, Alemania es el hegemón económico de Europa y da órdenes a malhechores
como Grecia.
La
verdad es que, si las instituciones y políticas económicas actuales de un país
son sólidas, los fallos pasados no influyen en los inversores. Así era
claramente cuando Osborne y sus colegas optaron por la austeridad.
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