La
NSA y la debilidad del poder estadounidense/Mark Leonard es cofundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
© Reuters.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Pubicado en El
País |8 de noviembre de 2013
Los
observadores oficiales dicen que el escándalo de las escuchas telefónicas de la
NSA en Europa pasará pronto a la historia. Nos aseguran que, aunque los
dirigentes aliados como Angela Merkel están molestos, se les pasará (no tendrán
más remedio). No se crean ni una palabra. La indignación pública que ha
despertado la NSA puede ser más dañina para la relación transatlántica de lo
que fue la guerra de Irak hace una década.
Si
solo dependiera de los líderes políticos, quizá tendrían razón. Pero los
Gobiernos —y sus servicios de inteligencia— están cada vez más limitados por la
opinión pública. Y lo que más les duele a los ciudadanos europeos no es el
espionaje ni son las mentiras. Es la sensación de que los servicios
estadounidenses ignoren de tal forma los derechos de sus aliados cuando son tan
escrupulosos a la hora de defender los de sus propios ciudadanos.
Visto
desde Europa, el caso de la NSA no es más que otro episodio en la larga
historia de la asimetría de poder entre los dos lados del Atlántico. Hace 10
años, el objeto de la disputa era Irak. En un influyente ensayo, el autor
Robert Kagan escribió que Europa y Estados Unidos eran arquetipos del poder y
la debilidad. “Los estadounidenses son de Marte y los europeos de Venus”, dijo.
Sin embargo, la invasión de Irak ordenada por el presidente Bush no causó
“conmoción y espanto” ni sometió al resto del mundo. De hecho, fue una muestra
muy gráfica de las limitaciones del poder de Estados Unidos, que aceleró la
llegada de lo que Fareed Zakaria denominó el “mundo posamericano”.
Kagan
tuvo la honradez de reconocer, tras la guerra de Irak, que los europeos, al
dudar de la legitimidad de la conducta norteamericana, habían ayudado a
moderarla. “Si Estados Unidos está sufriendo una crisis de legitimidad”,
escribió, “es en parte porque Europa quiere recuperar cierto control sobre el
comportamiento de Washington”.
La
respuesta de Francia y Alemania a la hegemonía de la NSA contiene ecos de su
reacción ante la “guerra global contra el terrorismo”. A los europeos no les ha
sorprendido que la NSA espíe, pero sí el poder y el alcance de los espías
estadounidenses.
El
experto español en política exterior José Ignacio Torreblanca compara la
estrategia de la NSA en materia de datos con la estrategia de la Biblioteca del
Congreso estadounidense en materia de libros. Me contó que en una ocasión había
preguntado a uno de los bibliotecarios de la institución qué política de
adquisiciones tenían, y el funcionario le contestó que no tenían ninguna. “Lo
compramos todo”, le respondió. Torreblanca lo equipara a la estrategia de la
NSA de examinar los correos de todos los ciudadanos europeos y buscar la
justificación a posteriori.
Una
de las pocas leyes no escritas de la política internacional es que, cuando un
país alcanza un nivel incontrolado de poder, otros países se unen para hacer de
contrapeso. En estos momentos, dos instituciones europeas —una Comisión Europea
que nadie ha elegido y un Parlamento Europeo que nadie aprecia— tienen poderes
y motivos para intentar contener al aliado más próximo de la región.
La
posibilidad más clara en este sentido es la cooperación en la lucha
antiterrorista. La semana pasada, el Parlamento Europeo aprobó dejar en
suspenso el acuerdo SWIFT, que rige la transferencia de algunos datos bancarios
de la UE a las autoridades antiterroristas de Estados Unidos. Aunque los
norteamericanos no siempre se tomen en serio a Europa como potencia militar, sí
les interesa el intercambio de datos y las normas por las que se rige,
incluidos los datos bancarios. Ese es uno de los motivos por los que el
embajador saliente de Estados Unidos ante la UE, William Kennard, fue
presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones.
Como
muestran las últimas revelaciones, los servicios de inteligencia europeos han
colaborado muchas veces de buen grado con sus homólogos del otro lado del
Atlántico, pero ahora sufrirán muchas más presiones públicas para no hacerlo.
La
conducta de la NSA podría tener consecuencias comerciales. La Comisión Europea
es el órgano regulador más poderoso del mundo, y tiene capacidad para imponer
su voluntad a los gigantes empresariales estadounidenses. En 2004, los
reguladores de la UE multaron a Microsoft con 613 millones de dólares (455
millones de euros), una cifra sin precedentes, por violar las leyes
antimonopolio de la Unión Europea. Cinco años después emplearon la misma
táctica para obligar a Microsoft a que Internet Explorer no fuera el navegador
obligatorio en Windows.
El
economista alemán Sebastian Dullien cree que es posible que algunas voces pidan
a la Comisión que recurra a tácticas de este tipo contra empresas tecnológicas
norteamericanas. “Si de verdad quieren hacer daño a Estados Unidos, podrían
aprobar una ley que establezca que cualquier empresa que proporcione
información personal sobre ciudadanos europeos a servicios de inteligencia
extranjeros tenga que pagar una multa de un millón de dólares, por ejemplo”,
dice Dullien. “Si ocurriera eso, muchos gigantes tecnológicos tendrían tal vez
que echar el cierre a sus actividades en Europa”.
La
Comisión Europea y la Agencia Espacial Europea consiguieron financiar el
proyecto Galileo, de 5.000 millones de dólares, para desarrollar una respuesta
europea al GPS. Después del escándalo de la NSA, se oyen peticiones de que la
UE haga lo mismo en el desarrollo de servidores en nube que sean seguros para
Europa. Si lo consigue, eso podría significar la balcanización —o al menos la
desamericanización— de Internet.
Y
además de lo anterior, también sufrirá las consecuencias el cacareado
Partenariado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, en sus siglas en
inglés), que algunos han presentado como el umbral de “un nuevo siglo
atlántico”. Las dos partes han mostrado su deseo de lograr un acuerdo “amplio”
y “profundo” para crear puestos de trabajo y construir “un mundo libre, abierto
y gobernado por reglas”. Ahora bien, cualquier pacto al que lleguen los
negociadores europeos y estadounidenses tendrá que ser ratificado por el
Congreso y el Parlamento Europeo. Y, aunque no parece probable que el escándalo
de la NSA vaya a frustrar por completo el acuerdo, sí impedirá que sea
verdaderamente amplio.
Los
temores sobre la privacidad y la protección de datos harán que sea más difícil
el reconocimiento mutuo de las reglas sobre servicios digitales. Lo mismo
ocurrirá con las adquisiciones públicas. Habrá resistencia a dar a las empresas
estadounidenses acceso a programas oficiales europeos por temor a que eso
suponga abrir una puerta a los servicios de inteligencia. Podemos encontrarnos
con un acuerdo que, en lugar de ser la base económica de un nuevo siglo
atlántico, sea un trozo de queso con agujeros, tan lleno de exclusiones y
excepciones que tenga escaso efecto.
El
verdadero perjuicio causado por las revelaciones sobre la NSA es que han
sustituido el sentimiento de compartir unos valores por una profunda
desconfianza pública a ambos lados del Atlántico. Como dice Torreblanca: “Los
estadounidenses no parecen ser conscientes de que utilizar la capacidad de
espiar no solo para facilitar la lucha antiterrorista, sino también con fines comerciales,
les colocaría en la misma categoría que China”.
Las
cicatrices de la guerra de Irak están aún presentes mucho después de que se
hayan retirado sus protagonistas, como vimos en los debates sobre la
perspectiva de intervenir en Siria. Pero los escándalos de la NSA pueden dejar
una huella aún mayor en una alianza transatlántica ya debilitada. Los vínculos
entre los servicios de inteligencia, que tanto unieron a los aliados en la
guerra fría, amenazan hoy con destruir sus relaciones en tiempo de paz.
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