Mujeres
en la guerra de Michoacán
Lydiette
Carrión|
El Universal, Viernes
24 de enero de 2014
TIERRA
CALIENTE.— Entre centenares de hombres, hay un puñado de mujeres que también ha
decidido levantarse y sumarse a las autodefensas. Son absoluta minoría. No
todas disparan. La mayoría de ellas decidieron apoyar este movimiento desde el
hogar. Tampoco tienen mucha voz o decisión. Por ejemplo, el consejo ciudadano
de las autodefensas —que aglutina a todos los municipios que se han levantado
en Michoacán— tiene más de 30 consejeros, y sólo tres son mujeres. ¿Cómo viven
la guerra ellas, que han decidido irse con “la bola”? Dicen que no es fácil; lo
más duro es luchar contra los prejuicios de la gente. Pero no se arrepienten de
la decisión que tomaron.
La
“Comandanta Bonita”
Sólo
una mujer estuvo en el frente, entre centenares de hombres, la mañana del 12 de
enero en que las autodefensas arrebataron Nueva Italia a Los Caballeros
Templarios a punta de pistola.
Ella
iba con el grupo de la camioneta lujosa, con un R-15 en mano. Playera, jeans
entubados y tenis. Maquillaje impecable. Pequeña, rasgos delicados, mirada
endurecida en ojos grandes de muñeca. La ciudad estaba sitiada y bajo fuego, y
ellos circulaban sobre la carretera con destino a Lombardía. Ahí, unos 30
metros adelante, a la altura de una discoteca, unos “vatos” llevaban las
camisetas blancas de las autodefensas.
—¿Son
amigos? —preguntó alguien.
—Vénganse,
vénganse, son amigos —contestó otro.
Pero
uno de los “amigos” se sentó en medio de la carretera. Llevaba un “lanzapapas”,
como llaman por acá a los lanzagranadas. Eran templarios disfrazados.
“Ahí
va la bala”, anunció alguien en la radio de guerra, donde se escucha a las
autodefensas y templarios por igual. El tipo sentado disparó una “papa” contra
la camioneta. No le dio. El objetivo aún estaba lejos. Ahí dio inicio uno de
los enfrentamientos más violentos.
El
encontronazo “estuvo bueno”, resume La Bonita.
—¿Y
no te dio miedo? —se le cuestiona a la chica.
Guarda
silencio un momento, extrañada, como si se le estuviera preguntando si cree en
duendes o en hadas.
—No
—responde con voz grave. Será por mi carácter, que lo tengo muy duro. O porque
ya me acostumbré... quizá la primera vez...
—¿Cuándo
fue la primera vez?
—Tenía
15 años.
Ella
salía de una fiesta con su novio y llevaba el arma de él en la bolsa. Alguien
trató de atacarlos. Ella le dio el arma y se defendió. Entonces La Bonita era
una adolescente, pero ahora, a sus 31 años, la anécdota es casi rosa, después
de haber dejado a sus dos hijas y su empleo en una tienda de autoservicio en
Estados Unidos, y pasar casi un año de batallas como escolta de El Americano.
Y
no es poco el papel de escolta de El Americano, líder de Buenavista. Él ha
encabezado la toma de Parácuaro, Antúnez, Nueva Italia. Los de Buenavista van
casi siempre al frente. Y con ellos va La Bonita.
Originaria
de Cenobio Moreno, municipio de Apatzingán, creció en Estados Unidos, pero
regresaba a Michoacán seguido. Y cada que lo hacía, le tocaba saber de gente
asesinada, niños desaparecidos. “Niños de cuatro o cinco años levantados”, dice
con indignación. “Para no ir más lejos, se llevaron a mi cuñada con tres meses
de embarazo”.
Cuando
comenzó lo de las autodefensas decidió sumarse. “Y aquí estamos”, resume. “Yo
no ando con ninguno. Muchos piensan que por ser mujer andas con el jefe o algo.
Hay algunas muchachitas que sí. Pero yo no. Yo vengo por esto”, y afianza su
R-15.
Y
eso lo reiteran sus compañeros: “Muchas vienen con novio; ella, La Bonita,
viene sola”.
Ser
mujer, joven y bonita en medio de un pequeño ejército, requiere darse su lugar.
A veces es difícil. Nadie le ha faltado al respeto, pero muchos de ellos llevan
meses sin ver a su mujer y ella siente cómo la miran. “A mí me respetan mucho.
Todos me hablan de usted. Y no me hablo con todos”.
Entre
centenares de hombres, hay un puñado de mujeres. La mayoría están armadas. Pero
sólo una dispara en Nueva Italia: la Comandanta Bonita.
—¿Has
matado a alguien?
Sorprendida,
se ríe. Con carcajada grave, inquietante, responde:
—No
sé. Yo sólo disparo.
Idalia
Cuando
las autodefensas llegaron a una ranchería cercana a Pizándaro, agarraron a un
“puntero” (halcón, informante de Los Caballeros Templarios) y se lo llevaron a
la cabecera municipal, en Buenavista. Idalia, una joven cortadora de limón, vio
cómo se llevaban al hombre que quería, y al poco tiempo recorrió el puñado de
kilómetros que la separaban de él. Pero Buenavista, a pesar de ser un bastión
de autodefensas, no está libre de espías; alguien la vio e informó a los
templarios de Pizándaro que Idalia “andaba con los comunitarios”.
Uno
de los templarios, apodado El Águila, la fue a buscar una noche, cuando la
joven de 22 años estaba con sus amigos echando unos tragos. Él llegó y la mandó
llamar.
—Me
dijeron que tú le pasas información a los comunitarios —le dijo El Águila a la
chica.
—La
neta yo no. No he andado con ellos ni pienso andar —le contestó.
—Así
no me dijeron.
—No
quiero problemas, ni con ustedes ni con ellos —reviró Idalia—, porque tengo una
niña.
Desde
entonces, Él Águila comenzó a asediarla, a presionarla para que se fuera con
él.
Pasó
el tiempo, y en una ocasión el templario le mandó un mensaje: debía ir a la
comunidad de Los Charcos esa misma tarde. Pero fue entonces que los
comunitarios llegaron a Pizándaro. “Miré cuando pasaron. Vi la caravana y dije:
‘de aquí soy’”, relata Idalia.
Se
acercó al líder de Buenavista, El Americano. Él la aceptó, pero primero le
pidió su celular y rompió el chip. Con ello se cancelaba todo vínculo con los
templarios. Su primer trabajo entonces fue en la barricada principal, anotando
las placas de los taxis que pasaban.
Eso
fue hace seis meses. Ahora lleva un arma corta que sabe utilizar, pero no
dispara. Mas no está exenta de sufrir todas las incomodidades de andar de
pueblo en pueblo, cuidar las barricadas y hacer otras labores. De ello dan
cuenta su elaborado manicure todo despostillado y los pies sucios en sus
femeninas zapatillas de tiritas.
Pese
a “ir en la bola”, no deja de ser femenina. Lleva un glamoroso rímel azul
metálico en las pestañas, que enmarcan sus ojazos negros, el rasgo más
llamativo de su bello rostro moreno lastimado por la pobreza; lleva brillo en
sus delicados labios, que exhiben una dentadura destruida, producto de la falta
de atención dental desde la niñez.
A
su hija de cuatro años, que se quedó con los abuelos, no la ve. No puede ir a
su pueblo, ya que otra chica subió al Facebook una foto de Idalia con los
comunitarios y etiquetó a un templario, para que la viera. “¿A qué me arriesgo,
a que me den un balazo?”. Atrás quedó su vida como cortadora de limón.
“Dulcinea”
Dulcinea
metió a la mochila escolar tres pantalones, tres blusas y ropa interior. Dejó
su casa como si nada e incluso fue a clases, a la secundaria donde estudiaba el
segundo año. Pero a la hora de la salida, en lugar de dirigirse a su hogar tomó
un taxi rumbo a la cabecera municipal, Buenavista, a una hora de camino. Ahí,
su hermano ya la esperaba. Así se unió a las autodefensas. Fue el día en que
Dulcinea —de 14 años— dejó a las personas y cosas que ama: su hermanita de 8
años, jugar como delantera en el equipo de futbol —deporte para el que, dice,
es muy buena—, a sus amigas y a su mamá. Todo por las armas.
Dulcinea
relata sus peripecias sonriente, con cara infantil, maquillada. Es muy alta y
delgada. Tiene cuerpo de modelo y sonrisa de niñita; es conmovedor verla entre
“la bola”, con puros hombres hechos, sobre un camión de redilas rumbo a un
patrullaje.
Ella
advierte que casi nunca anda armada ni dispara. Ayuda en otras cosas. A veces
lava ropa para sus compañeros, acompaña a su hermano en la barricada, anda de
civil. Cuando el Ejército ha querido desarmar a las autodefensas, forma parte
de la gente que acude en ayuda.
Casi
nunca tira. Pero ya lo ha hecho, dice. En una ocasión se encontró en medio de
un balacera. Eran templarios. Y “pues yo también tiré. Y me dio miedo, pero ni
modo, dije, ‘vamos a calarnos aquí’”. Llevaba un arma corta. Y se caló.
Por
ser mujer y muy joven, ha sufrido la condena moral de la gente: una chiquilla
entre puros hombres. “Las personas civiles siempre andan tachando de que ‘nada
más anda con este o aquel’. No se dan cuenta de que una anda apoyando. Me da
coraje, todavía que una anda arriesgando la vida por ayudarlos”.
—¿Cómo
te imaginas en el futuro? —se le pregunta.
—A
lo mejor, empezar las clases. Empezar la escuela abierta. Me gustaría ser
diseñadora de modas o estilista.
Ahora
está enamorada de un joven de las autodefensas; él le ha regalado un gato de
peluche que lleva a los diferentes campamentos. Pero ni el hermano ni el novio
le quitan cierta soledad.
Cuando
va a bañarse y a descansar al hotel, muchas veces se acuesta a ver la tele, “y
entonces pienso: ‘Mira, estoy hasta acá, yo sola’”.
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