Publicado en La Vanguardia | 17 de marzo de 2014
El golpe de fuerza de Vladímir Putin en Crimea indudablemente ha puesto en tela de juicio la integridad territorial de Ucrania. Es una clara injerencia en los asuntos internos de este país. Está claro que son soldados rusos, aunque lleven otro uniforme, los que fueron enviados a tomar posesión de la región. El referéndum celebrado anteayer no se ha desarrollado en condiciones aceptables. La comparación hecha por Putin respecto del que se celebrará en Escocia no se sostiene. No hay tropas extranjeras en Escocia que pudieran influir en la validez del escrutinio. Y la consulta escocesa se efectúa con el consentimiento de Londres.
También hay que señalar que los chinos esta vez no comparten la posición rusa, lo que es coherente con su constante denuncia de cualquier injerencia. La paradoja es que muchos partidarios occidentales del concepto de injerencia denuncian la acción rusa. A sus ojos, la injerencia resulta beneficiosa y es legítima cuando la lleva a cabo Occidente, y debe ser condenada cuando la cometen otros.
Los occidentales y los rusos juegan de manera contradictoria el principio de integridad territorial contra el de la libre determinación. Empezaron una guerra contra Yugoslavia diciendo que no querían poner en peligro su soberanía sobre Kosovo pero los occidentales reconocieron su independencia en nombre del derecho de los pueblos a la libre determinación. Así que pisotearon la integridad territorial de Yugoslavia y los rusos protestaron. Los rusos han hecho exactamente lo mismo en Abjasia y Osetia del Sur y están a punto de hacer lo mismo en Crimea. Unos y otros hablan de valores y principios pero lo hacen con una geometría variable.
Los que aprobaron la guerra de Iraq son poco creíbles para dar lecciones de moral a Rusia por sus acciones en Crimea. La ventaja del imperio de la ley es, precisamente, establecer criterios claros y obligatorios para todos y no a la carta. Sería bueno volver al cumplimiento del derecho internacional pero en todas las circunstancias y no sólo cuando parece ventajoso para una parte.
Si es necesario responder a Putin, sin embargo, hay que calibrar la respuesta. Debe ser firme pero hay que evitar tanto la postura cómoda de una denuncia que no cambia la realidad sobre el terreno como la sobrerreacción, que la agrava.
Demasiados funcionarios y comentaristas han hablado de un retorno a la guerra fría. Algunos incluso han llegado a hacer una comparación entre la acción de Putin y Hitler. Tal comparación no permite avanzar hacia una solución y sólo sirve para fortalecer a Putin en su crispación.
Europa está bien situada para actuar. Los europeos en esta materia deben consultar con los americanos, pero ciertamente no alinearse con su posición. El clima de guerra fría que se menciona sobre la política de Moscú no ha desaparecido por completo en Estados Unidos. En comparación con Rusia, Estados Unidos conjuga subestimación y sobreestimación de su poder. Washington asume que Rusia perdió la guerra fría y no es necesario tener en cuenta sus opiniones y que Moscú se verá obligado a cumplir con sus peticiones o su política. Fue lo que ocurrió durante los años de Yeltsin, que no tenía ni los medios ni la voluntad para oponerse a Estados Unidos. Es a este periodo y a esta política a lo que Putin ha querido poner fin. Pero hay otra sobreestimación que considera Rusia como heredera directa de la URSS y que siempre es una amenaza importante. De ahí la sucesiva ampliación de la OTAN a pesar del compromiso formal de no hacerla, tomada durante la reunificación alemana, o la propuesta de despliegue de misiles antimisiles de la que Obama dijo en el 2008 que se basaba en tecnologías no comprobadas, sin financiación y que respondía a una amenaza inexistente, lo que explica, al menos parcialmente, el endurecimiento de Putin.
Los europeos no tienen esta mentalidad de la guerra fría, el legado del pasado, por lo que están en mejores condiciones para encontrar un acuerdo y proponer una solución.
Si se desea alterar la realidad, hay que partir de esta última. No puede haber arreglo de la cuestión ucraniana sin Rusia y mucho menos contra Rusia. Negociar no significa rendirse y aceptar los términos de la otra parte. Puede que sea hora de dejar de invocar los acuerdos de Munich tan pronto como se empieza a negociar con un país con el que tenemos una disputa, sea cual sea su gravedad.
Si se desea debilitar la posición de Putin y ganar la batalla de la opinión pública, hay que utilizar argumentos indiscutibles, no tesis de las que podrá hacer valer su naturaleza contradictoria.
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