18 mar 2014

Rusia puede abusar de la diplomacia energética


 Rusia puede abusar de la diplomacia energética/Jorge Blázquez fue presidente de la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos.
Publicado en  El País |17 de marzo de 2014
Hace unos días Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia pidieron conjuntamente a Estados Unidos que acelerara al máximo sus posibles exportaciones de gas natural licuado hacia estos países. Y es que el conflicto en Crimea ha puesto otra vez al descubierto el punto débil europeo en temas de seguridad energética: Rusia.
Históricamente, Rusia ha sabido cómo gestionar a favor de sus intereses la extrema dependencia del continente europeo de su gas natural. En sus manos, la energía es un arma diplomática formidable. Es un mal que afecta en mayor o menor medida a casi todos los miembros de la Unión, y del que solo se salvan algunos países como España. Nuestra principal debilidad —la carencia de interconexiones gasísticas y eléctricas con Europa— se ha convertido en una extemporánea fortaleza durante esta crisis. Pero el hecho de que estemos aislados de los efectos adversos de un posible corte en el suministro del gas ruso, no es una buena noticia a medio y largo plazo.
El miedo europeo ante un posible problema de suministro de gas ruso no es infundado. Ya en 2006 y en 2009 cerró la llave del gas, golpeando, la última vez, la economía de 18 países europeos en pleno mes de enero. Seguramente a Putin no le temblará el pulso si tiene que hacerlo de nuevo.

Lejos de ser un actor secundario, Rusia es el protagonista energético de la Unión Europea, la región del mundo con un mayor nivel de dependencia exterior. En conjunto, consumimos el 13,8% de toda la energía mundial y apenas producimos el 6,5%. Este desequilibrio —el equivalente energético a unos 7.000 millones de barriles de petróleo anuales— se traduce en unas importaciones enormes. La Unión Europea importa el 85% del petróleo y el 67% del gas natural que consume. Y de este último, el 30% procede de Rusia.
¿Y qué? dirán algunos; si falta gas ruso que se traiga de otro lado. Pero esto no es posible y por eso Europa tiene un problema de seguridad energética. El concepto de seguridad energética nace en 1911 cuando el primer lord del Almirantazgo, Winston Churchill, tomó la decisión de pasar el combustible de la flota británica del carbón al fuel para hacerla más rápida que su oponente alemana. El carbón británico se obtenía en casa, en Gales, y el petróleo, en Persia. La respuesta que Churchill dio a un posible problema de suministro fue la diversificación, idea central que sigue vigente hoy en día. Y es aquí donde Europa no ha hecho bien sus deberes.
El mercado del petróleo es muy diferente al mercado de gas natural. El del crudo es un mercado global, donde la oferta se desplaza físicamente hacia la demanda. Sin embargo y hasta hoy, el mercado del gas tiene un componente mucho más regional. Con el tiempo, el gas natural licuado convertirá también este mercado en global. Pero, de momento, la falta de infraestructuras de licuefacción y regasificación convierte al gas en rehén de las infraestructuras disponibles: los gasoductos.
España e Italia se abastecen fundamentalmente de gas del norte de África. Francia produce casi toda su energía eléctrica con centrales nucleares. Reino Unido se abastece del mar del Norte. Pero Europa Central y del Este dependen masivamente de Rusia. El problema ante un eventual corte de suministro de gas ruso es la falta de interconexiones, que hace imposible suplir dicho gas con gas argelino procedente de España o Italia, si fuera necesario. Tampoco Europa ha desarrollado una red estratégica de plantas de regasificación, que podría aliviar un eventual corte de gas ruso. Hay 16 plantas de regasificación en Europa continental. No hay ninguna en Alemania ni Europa del Este.
Por supuesto, Europa sabe que tiene un problema de seguridad energética y su principal baza para remediarlo es más diversificación. Pero hoy por hoy y a este respecto, Europa parece andar sin rumbo. Se discute desde hace años el Proyecto Nabucco que traería gas de los países productores del mar Caspio a través de Turquía. Pero de momento es solo un proyecto. También pierde fuerza la gran apuesta europea en energía: las renovables. Y la energía nuclear, tras Fukushima, parece descartada. Aunque dado el nuevo escenario que se abre con Rusia, habrá que ver si Alemania sigue adelante con su plan de cerrar sus 17 centrales nucleares o si la factura hidráulica o fracking, que tiene un amplio rechazo social, gana enteros entre los Gobiernos europeos.
La falta de interconexiones gasísticas y eléctricas con el continente convierte a España en una isla energética, una ventaja en la turbulenta situación geopolítica actual. Pero esta falta de conexiones es también el principal problema para rentabilizar económicamente el faraónico despliegue de infraestructuras de gas natural a medio plazo. España cuenta con dos gasoductos que nos unen con África, seis plantas de regasificación —más que cualquier país europeo— y grandes almacenes estratégicos de gas. Sin conexiones con Europa estas instalaciones están claramente infrautilizadas. Y eso que, en una situación como la actual y dado nuestro nivel de infraestructuras de gas natural, España podría desempeñar el papel de prestamista de última instancia.
En la crisis de Crimea, Europa no puede jugar duro con Rusia y lo sabe. En un combate diplomático y económico, Rusia puede dejar KO a Europa a las primeras de cambio cerrando la llave del gas. Desafortunadamente, la Unión Europea tiene una mandíbula energética de cristal y esto condiciona el papel que puede jugar en Europa del Este y, posiblemente, en el mundo. Una pena por Ucrania, que tan fuerte ha apostado por Europa.

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