Rusia
puede abusar de la diplomacia energética/Jorge Blázquez fue presidente de la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos.
Publicado en El
País |17 de marzo de 2014
Hace
unos días Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia pidieron conjuntamente
a Estados Unidos que acelerara al máximo sus posibles exportaciones de gas
natural licuado hacia estos países. Y es que el conflicto en Crimea ha puesto
otra vez al descubierto el punto débil europeo en temas de seguridad
energética: Rusia.
Históricamente,
Rusia ha sabido cómo gestionar a favor de sus intereses la extrema dependencia
del continente europeo de su gas natural. En sus manos, la energía es un arma
diplomática formidable. Es un mal que afecta en mayor o menor medida a casi
todos los miembros de la Unión, y del que solo se salvan algunos países como
España. Nuestra principal debilidad —la carencia de interconexiones gasísticas
y eléctricas con Europa— se ha convertido en una extemporánea fortaleza durante
esta crisis. Pero el hecho de que estemos aislados de los efectos adversos de
un posible corte en el suministro del gas ruso, no es una buena noticia a medio
y largo plazo.
El
miedo europeo ante un posible problema de suministro de gas ruso no es
infundado. Ya en 2006 y en 2009 cerró la llave del gas, golpeando, la última
vez, la economía de 18 países europeos en pleno mes de enero. Seguramente a
Putin no le temblará el pulso si tiene que hacerlo de nuevo.
Lejos
de ser un actor secundario, Rusia es el protagonista energético de la Unión
Europea, la región del mundo con un mayor nivel de dependencia exterior. En
conjunto, consumimos el 13,8% de toda la energía mundial y apenas producimos el
6,5%. Este desequilibrio —el equivalente energético a unos 7.000 millones de
barriles de petróleo anuales— se traduce en unas importaciones enormes. La
Unión Europea importa el 85% del petróleo y el 67% del gas natural que consume.
Y de este último, el 30% procede de Rusia.
¿Y
qué? dirán algunos; si falta gas ruso que se traiga de otro lado. Pero esto no
es posible y por eso Europa tiene un problema de seguridad energética. El
concepto de seguridad energética nace en 1911 cuando el primer lord del
Almirantazgo, Winston Churchill, tomó la decisión de pasar el combustible de la
flota británica del carbón al fuel para hacerla más rápida que su oponente
alemana. El carbón británico se obtenía en casa, en Gales, y el petróleo, en
Persia. La respuesta que Churchill dio a un posible problema de suministro fue
la diversificación, idea central que sigue vigente hoy en día. Y es aquí donde
Europa no ha hecho bien sus deberes.
El
mercado del petróleo es muy diferente al mercado de gas natural. El del crudo
es un mercado global, donde la oferta se desplaza físicamente hacia la demanda.
Sin embargo y hasta hoy, el mercado del gas tiene un componente mucho más
regional. Con el tiempo, el gas natural licuado convertirá también este mercado
en global. Pero, de momento, la falta de infraestructuras de licuefacción y
regasificación convierte al gas en rehén de las infraestructuras disponibles:
los gasoductos.
España
e Italia se abastecen fundamentalmente de gas del norte de África. Francia
produce casi toda su energía eléctrica con centrales nucleares. Reino Unido se
abastece del mar del Norte. Pero Europa Central y del Este dependen masivamente
de Rusia. El problema ante un eventual corte de suministro de gas ruso es la
falta de interconexiones, que hace imposible suplir dicho gas con gas argelino
procedente de España o Italia, si fuera necesario. Tampoco Europa ha
desarrollado una red estratégica de plantas de regasificación, que podría
aliviar un eventual corte de gas ruso. Hay 16 plantas de regasificación en
Europa continental. No hay ninguna en Alemania ni Europa del Este.
Por
supuesto, Europa sabe que tiene un problema de seguridad energética y su
principal baza para remediarlo es más diversificación. Pero hoy por hoy y a
este respecto, Europa parece andar sin rumbo. Se discute desde hace años el
Proyecto Nabucco que traería gas de los países productores del mar Caspio a
través de Turquía. Pero de momento es solo un proyecto. También pierde fuerza
la gran apuesta europea en energía: las renovables. Y la energía nuclear, tras
Fukushima, parece descartada. Aunque dado el nuevo escenario que se abre con
Rusia, habrá que ver si Alemania sigue adelante con su plan de cerrar sus 17
centrales nucleares o si la factura hidráulica o fracking, que tiene un amplio
rechazo social, gana enteros entre los Gobiernos europeos.
La
falta de interconexiones gasísticas y eléctricas con el continente convierte a
España en una isla energética, una ventaja en la turbulenta situación
geopolítica actual. Pero esta falta de conexiones es también el principal
problema para rentabilizar económicamente el faraónico despliegue de
infraestructuras de gas natural a medio plazo. España cuenta con dos gasoductos
que nos unen con África, seis plantas de regasificación —más que cualquier país
europeo— y grandes almacenes estratégicos de gas. Sin conexiones con Europa
estas instalaciones están claramente infrautilizadas. Y eso que, en una
situación como la actual y dado nuestro nivel de infraestructuras de gas
natural, España podría desempeñar el papel de prestamista de última instancia.
En
la crisis de Crimea, Europa no puede jugar duro con Rusia y lo sabe. En un
combate diplomático y económico, Rusia puede dejar KO a Europa a las primeras
de cambio cerrando la llave del gas. Desafortunadamente, la Unión Europea tiene
una mandíbula energética de cristal y esto condiciona el papel que puede jugar
en Europa del Este y, posiblemente, en el mundo. Una pena por Ucrania, que tan
fuerte ha apostado por Europa.
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