Los
costos de la homofobia para el desarrollo/Adebisi Alimi, an LGBT advocate and HIV activist, fled to the United Kingdom after an attempt on his life in Nigeria. He is a 2014 Aspen New Voices Fellow at the Aspen Institute.
Project
Syndicate | 18 de junio de 2014
Siendo
un homosexual que vive en Nigeria, mi mayor desafío fue tener que elegir entre
mi sexualidad y mi trabajo.
En
2004, estaba iniciando mi carrera de actor. Acababa de salir de la universidad
y me dieron un papel en “Rosas y espinas”, una telenovela de horario central en
Galaxy Television, uno de los canales de televisión más populares de Nigeria.
Mi personaje era el de “Ricardo”, el único hijo de una familia adinerada que
tenía una relación con la mucama de la casa.
Empezaron
a circular rumores sobre mi vida privada y decidí que era hora de sincerarme.
Entonces acepté ir al programa de entrevistas más popular de Nigeria para
hablar de mi sexualidad.
Casi
de inmediato, mi personaje fue eliminado de la tira. Y, junto con mi empleo,
también se esfumó mi seguridad financiera. Al igual que muchos hombres
homosexuales y lesbianas en África, tuve que elegir entre la libertad económica
y el encarcelamiento mental.
Este
año, Nigeria y Uganda sancionaron leyes draconianas contra los homosexuales, lo
que desató un debate mundial sobre derechos humanos. Este debate también se
inició en el Banco Mundial, cuyo presidente, Jim Yong Kim, recientemente
declaró que “la discriminación institucionalizada es mala para la gente y para
las sociedades”.
La
declaración de Kim generó críticas y controversia. Muchas veces, como en Uganda
y Nigeria, oímos decir que la oposición a la discriminación oficial contra
hombres y mujeres homosexuales, bisexuales y transexuales (LGBT por su sigla en
inglés) no es más que una manera de imponer valores “occidentales” en África.
Pero esto supone que la homosexualidad es “anti-africana”. Y, a pesar de la
falta de evidencia de que algún país o continente no tenga gente LGBT (y una
amplia evidencia que demuestra lo contrario), es una presunción aceptada por
una cantidad cada vez mayor de líderes africanos.
En
2006, el presidente Olusegun Obasanjo, quien entonces gobernaba Nigeria, fue
uno de los primeros en hacerlo. El presidente de Uganda, Yoweri Museveni,
siguió sus pasos cuando convirtió en ley un proyecto anti-homosexual en 2014.
Otros líderes, desde el presidente de Gambia, Yahya Jammeh, hasta el de
Zimbabue, Robert Mugabe, se han manifestado en el mismo espíritu.
Estas
actitudes oficiales les han generado un sufrimiento significativo a los
homosexuales y las lesbianas de África. De hecho, el precio de la homofobia
hacia la gente homosexual en muchos países africanos es dolorosamente evidente:
sanciones legales, ostracismo social y justicia callejera.
Sin
embargo, lo que los líderes anti-homosexuales de África no entienden es que las
protecciones legales no son sólo una cuestión de derechos humanos, sino también
una cuestión económica. Kim tiene toda la razón y la investigación ha comenzado
a medir los costos económicos de la homofobia al explorar los vínculos entre el
sentimiento anti-gay y la pobreza en países donde las leyes y las actitudes
sociales proscriben las relaciones entre personas del mismo sexo.
M.V.
Lee Badgett, un economista de la Universidad de Massachusetts-Amherst, presentó
los hallazgos iniciales de un estudio sobre las implicancias económicas de la
homofobia en la India en una reunión del Banco Mundial en marzo de 2014. Badgett
estimó que la economía india puede haber perdido hasta 23.100 millones de
dólares en 2012 solamente en costos de salud directos, debido a problemas de
depresión, suicidio y disparidades en el tratamiento del VIH causados por el
estigma y la discriminación contra los homosexuales.
Además
de estos costos concretos, ser homosexual puede generar violencia, pérdida de
empleo, rechazo familiar, acoso en las escuelas y presión para contraer
matrimonio. Como resultado de esto, muchos homosexuales tienen menos educación,
menos productividad, menores ingresos, una salud peor y una expectativa de vida
menor.
En
Nigeria, yo comencé el Proyecto Independiente para Derechos Iguales (TIERS) en
2005 con la intención de responder a la creciente cantidad de personas que
estaban perdiendo el empleo debido a sospechas sobre su sexualidad. Durante
nuestro primer año, ofrecimos apoyo a decenas de personas. Un joven, “Olumide”,
recibió una vivienda temporaria después de que su familia lo echó de su casa
por ser gay. Otro, “Uche”, fue despedido de su empleo como cocinero después de
que se revelara su sexualidad. TIERS lo ayudó con el alojamiento y con capital
para montar su propio negocio de catering. Aunque ya han pasado casi 10 años,
todavía no es seguro utilizar sus nombres reales.
En
toda África, los costos económicos de la discriminación están en aumento, en
línea con la creciente presión sobre los empleadores, los propietarios, los
proveedores de atención médica, las instituciones educativas y otros para
excluir a la gente LGBT.
Hoy,
el Banco Mundial y otras agencias de desarrollo están planificando las
prioridades de desarrollo global que vendrán luego de los Objetivos de
Desarrollo del Milenio (ODM), que oficialmente terminan en 2015 e incluían
objetivos específicos para promover la igualdad de género y dar poder a las
mujeres como una estrategia para el crecimiento económico. De cara al futuro,
el Banco debería adoptar el mismo enfoque hacia los derechos de la gente LGBT y
hacer de las protecciones legales para la orientación sexual y la identidad de
género una condición para que los países reciban préstamos.
Generar
reconocimiento por los derechos de las mujeres en los ODM no corrompió a las
culturas africanas imponiendo valores “occidentales”. De hecho, fortaleció a
muchos países africanos, que ahora son líderes mundiales en términos de
representación de mujeres en el gobierno. Si se intenta aplicar protecciones
similares para la gente LGBT, la inversión y la ayuda internacional pueden
mejorar el desempeño económico y robustecer el respeto por los derechos humanos
básicos.
El
Banco Mundial, siempre cauteloso de no involucrarse en cuestiones “políticas”,
enfatiza que no es el encargado global de hacer cumplir los derechos humanos.
Pero también reconoce, y cada vez más, su propio papel como facilitador a la
hora de ayudar a los miembros del Banco a cumplir con sus obligaciones en el
área de los derechos humanos. Los derechos de la gente LGBT deberían ser un
caso que siente jurisprudencia.
La
ayuda a los gobiernos que permiten que ciertos grupos sociales sean excluidos
puede implicar costos económicos muy reales. En el proceso de consideración de
nuevos préstamos, se deberían tomar medidas para asegurar que los beneficios
sean lo más inclusivos posibles.
Si
el Banco -que actualmente le presta a Nigeria casi 5.500 millones de dólares y
espera otorgar otros 2.000 millones de dólares en cada uno de los próximos
cuatro años- avanzara en esta dirección, otras entidades de financiamiento
podrían seguir sus pasos. La gente LGBT de África necesita desesperadamente de
estos aliados poderosos en su lucha por los derechos humanos y económicos.
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