El
ambiente de la pobreza/ Bjørn Lomborg, an adjunct professor at the Copenhagen Business School, founded and directs the Copenhagen Consensus Center, which seeks to study environmental problems and solutions using the best available analytical methods. He is the author of The Skeptical Environmentalist and Cool It, and is the editor of How Much have Global Problems Cost the World?
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Project
Syndicate |18 de junio de 2014
A
pesar de los avances en la esperanza de vida, el mayor acceso a la educación y
los menores índices de pobreza y hambre, falta mucho por hacer en el planeta
para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Casi mil millones de
personas siguen acabando la jornada con hambre, 1,2 mil millones viven en la
pobreza extrema, 2,6 mil millones carecen de acceso a agua potable e instalaciones
sanitarias, y casi tres mil millones deben quemar materiales dañinos dentro de
sus hogares para combatir el frío.
Cada
año, diez millones de personas mueren a causa de enfermedades infecciosas como
la malaria, el VIH y la tuberculosis, además de la neumonía y la diarrea. Se
estima que la falta de agua e instalaciones sanitarias causa al menos 300.000
muertes al año, mientras que la desnutrición provoca al menos 1,4 millones de
fallecimientos infantiles.
La
pobreza es uno de los factores que más mata. Es la razón de que los niños no
reciban una nutrición adecuada y vivan en zonas con aguas sucias e
higienización inadecuadas. Y explica por qué una enfermedad completamente
prevenible como la malaria mate cerca de 600.000 personas al año; muchos son
demasiado pobres como para comprar medicamentos y mosquiteros para camas, al
tiempo que los gobiernos carecen de presupuesto para erradicar los insectos que
transmiten la enfermedad ni tratar los brotes epidémicos de manera oportuna.
Sin
embargo, algunos de los problemas más letales tienen que ver con el medio
ambiente. Según la Organización Mundial de la Salud, cerca de siete millones de
muertes se deben cada año a la polución del aire, la mayoría como resultado de
la quema de ramas y estiércol dentro de los hogares. Se estima que el uso por
parte de generaciones anteriores de plomo en pinturas y gasolina causó casi
700.000 muertes al año. La polución del ozono de superficie mata a más de
150.000 personas al año, mientras que el calentamiento global provoca otras 141.000
muertes. El radón radioactivo, que se encuentra en la naturaleza y puede
acumularse al interior de los hogares, da cuenta de la muerte de cerca de
100.000 personas cada año.
Aquí
también la pobreza tiene un papel desproporcionadamente grande. Nadie enciende
una fogata dentro de su casa por diversión, sino por carecer de la electricidad
necesaria para cocinar y mantenerse sin frío. Si bien la polución del aire
exterior se explica en parte por la industrialización incipiente, representa un
término medio temporal en beneficio de los pobres: escapar del hambre, las
enfermedades infecciosas y la polución del aire al interior de los hogares para
estar en mejores condiciones de acceder a una buena alimentación, atención de
salud y educación. Cuando los países alcanzan niveles de riqueza suficientes,
pueden permitirse tecnologías más limpias y comenzar a aplicar leyes
ambientales que reduzcan la polución del aire externo, como vemos en Ciudad de
México y Santiago de Chile.
Una
de las mejores herramientas contra la pobreza es el comercio. China ha logrado
sacar a 680 millones de personas de la pobreza en las últimas tres décadas
gracias a una estrategia de rápida integración a la economía global. Es
probable que la mejor medida para combatir la pobreza que puedan llevar a cabo
las autoridades esta década sea ampliar el libre comercio, especialmente en el
ámbito agrícola.
También
resulta reconfortante el que se esté destinando más dinero a ayudar a los
pobres del mundo: la ayuda para el desarrollo se ha casi duplicado en términos
reales en los últimos 15 años, reforzando recursos para ayudar a quienes sufren
de malaria, VIH, desnutrición y diarrea.
Y
si bien los datos son un poco inconsistentes, no hay duda de que el mundo está
destinando más recursos al medio ambiente. Los aportes para proyectos
ambientales se han elevado desde un 5% de la ayuda bilateral en 1980 a casi un
30% hoy en día, con un total anual de cerca de $25 mil millones.
Suena
fenomenal. El mundo puede centrar cada vez más su ayuda en los problemas ambientales
más acuciantes (la polución del aire exterior e interior, junto con la polución
del ozono y el plomo) que causan casi todas las muertes relacionadas con el
medio ambiente.
Lamentablemente,
no está pasando así. Casi toda la ayuda ambiental (cerca de $21,5 mil millones,
según la OCDE) se destina al cambio climático.
No
hay duda de que el calentamiento global es un problema que debemos enfrentar de
manera inteligente (si bien nuestro historial hasta el momento no da pie a
mucho entusiasmo). Pero para hacerlo se necesita energía renovable barata,
especialmente en el mundo desarrollado, no destinar dinero a reducir las
emisiones de gases de invernadero como el CO₂ por parte de
los países en desarrollo.
De
hecho, hay algo fundamentalmente inmoral en el modo en que fijamos nuestras
prioridades. La OCDE estima que el mundo gasta al menos $11 mil millones del
total del dinero para el desarrollo en reducir las emisiones de gases de
invernadero. Gran parte de ello a través de energías renovables como la eólica,
hídrica y solar. Por ejemplo, Japón otorgó hace poco $300 millones de su ayuda
para el desarrollo a subsidiar energía solar y eólica en India.
Si
la totalidad de esos $11 mil millones se destinaran a la energía solar y eólica
en la misma proporción que el gasto global actual, las emisiones globales de CO₂
se reducirían en cerca de 50 millones de toneladas al año. Si se simula en un
modelo climático estándar, ello bajaría las temperaturas de manera tan trivial
(cerca de 0,00002ºC en el año 2100) que equivaldría a posponer el calentamiento
global para fines de siglo algo más de siete horas.
Por
supuesto, los abanderados del cambio climático podrán aducir que los paneles
solares y las turbinas eólicas darán electricidad (si bien de manera
intermitente) a unos 22 millones de personas. Pero si ese mismo dinero se
destinara a la generación de electricidad mediante gas, se podría sacar a casi
100 millones de personas de la oscuridad y la pobreza.
Más
aún, esos $11 mil millones se podrían utilizar para dar respuesta a problemas
incluso más acuciantes. Los cálculos del Consenso de Copenhague demuestran que
podrían salvar casi tres millones de vidas al año si se utilizaran en la
prevención de la malaria y la tuberculosis y en el aumento de la vacunación
infantil.
También
se podrían destinar a elevar la productividad agrícola, salvando a 200 millones
de la inanición en el largo plazo, al tiempo que se aliviarían los efectos de
los desastres naturales mediante sistemas de alerta temprana. Y todavía
quedarían fondos para ayudar a desarrollar una vacuna contra el VIH, distribuir
medicamentos para tratar ataques cardíacos, proporcionar una vacuna contra la
Hepatitis B al mundo en desarrollo y evitar que 31 millones de niños mueran de
hambre cada año.
¿Realmente
es mejor posponer siete horas el calentamiento global? Incluso si seguimos
gastando $11 mil millones para retardar cien años el aumento de los gases de
invernadero, postergaríamos el calentamiento global menos de un mes para fines
de siglo, un logro sin efectos prácticos para nadie en el planeta.
¿Por
qué el mundo escoge a propósito vivir de manera tan ineficaz? ¿Podría ser que
porque la ayuda para el medio ambiente no apunta tanto a ayudar al mundo como a
sentirnos con la conciencia un poco más tranquila?
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