Cómo
ser mejor persona/Enrique Rojas es catedrático de Psiquiatría.
Publicado en El
Mundo | 25 de diciembre de 2014
Todos
queremos mejorar como seres humanos. Pero hoy la vida va demasiado deprisa y a
menudo un carrusel de acontecimientos transitan por nuestra vida rápidos y
pocos se paran a pensar. Sólo las personas singulares se detienen y reflexionan
y tratan de rectificar y pulir y limar algunas aristas de la vida personal.
Dice un texto clásico non multa, sed multum: no muchas cosas sino bien hechas.
La caja de herramientas de la conducta debe empezar por la pretensión griega
del conócete a ti mismo. Voy a pasar revista a cinco conceptos que pueden ser
muy valiosos si somos capaces de introducirlos en la ingeniería de nuestro
comportamiento. El mundo se ha psicologizado, lo que significa que buscamos
cada vez más las explicaciones de los hechos más allá de las apariencias.
Primer
consejo: fomentar la alegría. La alegría es un estado de ánimo positivo
mediante el cual uno se siente contento consigo mismo y que tiene dos notas que
se hospedan en su interior. Una permanente: es un buen tono vital, que
significa una forma de entenderse uno a sí mismo y de comprender la realidad.
La meta es meter la alegría en nuestra vida, pero ella viene como consecuencia
de actuar bien. Toda verdadera educación patrocina la alegría; esta es el
lucero del alma. Es por tanto, un estado de ánimo que se alarga en el tiempo y
que es la consecuencia de ser capaz de ver siempre la parte positiva de nuestra
trayectoria, a pesar de los mil y un avatares que a todos nos suceden. También
es saber perdonarse los fallos, carencias, cosas mal enfocadas, salidas de la
pista… La otra nota, transitoria, es la consecuencia de haber conseguido un
objetivo concreto, por el que uno ha luchado y que finalmente se ha alcanzado.
Ambas alegrías se entrecruzaban.
Alegrarse
es amar. Cuando la alegría es auténtica se hace contagiosa. Y produce en el
entorno una atmósfera grata, atrayente, serena y optimista. Sólo es posible la
fiesta en una vida donde la alegría está en primer plano.
En
la alegría hay balance positivo de uno mismo, aunque se barajen partidas muy
distintas, pero salta, emerge, asoma con claridad y el buen humor tintinea en
sus aledaños y la dicha y el festejo y la broma… Hay tres estados de cierto
parentesco: placer, alegría y felicidad. La alegría está por encima del placer,
pero por debajo de la felicidad. La felicidad es el resultado, suma y compendio
de una vida lograda.
Segundo
consejo: la voluntad. Hoy se considera en la psicología moderna que la voluntad
es más importante que la inteligencia. Ésta puede definirse como capacidad para
ponerse uno objetivos concretos y luchar hasta irlos alcanzando. Hace falta
tener objetivos medibles: muy específicos, bien delimitados, que evitan la
dispersión, el andar desparramado o el querer ser salsa de muchos guisos. La
voluntad es la joya de la corona de la conducta. El que tiene una voluntad
fuerte tiene un tesoro. Con la voluntad de nuestro lado, bien adquirida, somos
enanos a hombros de los gigantes. Y nos atrevemos a todo. Uno de los
indicadores de madurez de la personalidad más certeros es tener una voluntad de
hierro. Y al revés una de las manifestaciones más claras y rotundas de una
personalidad inmadura, es tener una voluntad frágil, endeble, inconstante, que
fluctúa según las circunstancias y estados de ánimo.
Tercer
consejo: la amistad. La amistad es uno de los platos fuertes en el banquete de
la vida. Es un sentimiento positivo en el que se engarzan tres ingredientes:
afinidad, donación y confidencia. Y todo ello descansa sobre una estimación
recíproca. La amistad es una forma de amor sin sexualidad.
Como
ocurre en el amor, en la amistad hay una mezcla de admiración, seducción y
complicidad. Pero tengo que ser muy realista y hablar de grados de amistad:
esta secuencia va desde el conocido que saludamos por la calle a aquel otro con
el que nos detenemos unos minutos, pasando por el que vemos de forma frecuente
o con el que tenemos bastante familiaridad hasta llegar al amigo íntimo.
El
espectro de las amistades puede quedar representado en una pirámide, en donde
la mayoría de las amistades circulan por la banda media baja o la banda media
alta de la misma. Son pocas las que ascienden hasta el pináculo de la
intimidad. En el amigo íntimo nos abrimos de par en par y dejamos que entre en
nuestra ciudadela interior y que vea la verdad de lo que somos y que llegue a
conocer nuestra vida y milagros. Vamos de la superficie a la profundidad, de
unos mínimos al máximo.
Dice
Sancho Panza: «Amigo que no da y cuchillo que no corta, aunque se pierda no
importa». Toda amistad íntima es en sus comienzos arriesgada, pero a la larga
produce frutos sabrosos. Va produciéndose una cierta cercanía, conversación,
desahogo, retazos de intimidad. En una palabra: trato. Tratarse es buscarse,
preocuparse por la cosas del otro. Uno asiste a la existencia del otro y
viceversa. Y en este contexto es esencial la discreción, que da un sello
verdadero a estos sentimientos compartidos, por ello la amistad se hace de
confidencias y se deshace con indiscreciones.
Cuarto
consejo: la integridad. Íntegra es una persona, recta, verdadera, auténtica,
capaz de introducir en el cóctel de su personalidad una serie de ingredientes
diversos que la hace completa. Lo que significa una persona total y sin doblez.
Se trata de alguien que ha sido capaz de construir una existencia manejando
bien todos los ingredientes más importantes que nos podemos encontrar, con
equilibrio y proporción. Íntegra es una persona de una pieza.
La
persona íntegra es auténtica, entre su vida pública y privada hay una buena
ecuación, cuadra bien. Una persona así es de fiar y uno se abre a ella con una
paz absoluta, porque sabe que de ese encuentro sólo pueden venirle cosas
positivas y enriquecedoras. La integridad es la sencillez de los sabios y la
sabiduría de los santos. Es el secreto para llegar a ser uno mismo, con el
corazón ligero, sin impaciencia, mirando a los demás con dignidad. Si la
sencillez es la virtud de la infancia, la integridad es la virtud de la
madurez. Ser íntegro consiste en luchar por ser coherente. La persona auténtica
vive como piensa.
Es
lo contrario a la doble vida o la doble moral. Es vivir con responsabilidad,
siendo capaz de ir contracorriente cuando el entorno social se vuelve permisivo
y se asoma el «todo vale» o lo que se expresa en el entorno de la calle como
vive el momento y no pienses más.
Quinto
consejo: la solidaridad. Ésta ha crecido mucho en los últimos años en
Occidente. Es uno de los nuevos valores de recambio. Es la virtud social de
adherirse a las causas difíciles de otras personas con intención de ayudarles.
Uno hace causa común con gente que lo está pasando mal. Es concordia,
fraternidad, compañerismo, pero el hilo conductor es la generosidad. Lo que le
sucede a otros no nos es indiferente. Uno de los rasgos más negativos de
nuestra sociedad es el individualismo, cuya sombra alargada se quiebra en
muchos campos y es una de las patologías modernas de la libertad.
El
individualista dice «ese es su problema», ahí flota la célebre frase de Hobbes:
«Homo homini lupus», el hombre es un lobo para el hombre. Pero aquí hago yo un
llamamiento a seguir el camino inverso: soy generoso y dedico mi tiempo, mi
esfuerzo y aportación hacia esos que sufren porque me siento cercano a ellos.
Se trata de un acto de amor que humaniza a la sociedad y nos ayuda a crecer como
personas.
Sólo
puede ser solidaria una persona que tiene sentimientos nobles y es capaz de
dejar a un lado el individualismo, el egoísmo, la competitividad profesional y
volverse con amor y operatividad hacia el que está sufriendo. Dejamos de estar
en una isla para ser un archipiélago unido. Es una reacción desinteresada,
defender al otro, echarle una mano. Mirarlo a los ojos e intentar tirar de él.
La solidaridad es un sentimiento superior. Es lo contrario del amor propio. En
nuestra sociedad hemos sido educados más para la exigencia que para la
generosidad. Pero ahí está el reto.
Decía
Séneca «vivir es guerrear». El enemigo está más dentro que fuera; es uno mismo.
Se trata de plantear las pequeñas y grandes luchas personales con espíritu
deportivo. Uno es siempre joven en vísperas de la batalla. Decía Winston
Churchill: «En la guerra, determinación; en la derrota, resistencia y en la
victoria, magnanimidad».
No hay comentarios.:
Publicar un comentario