Revista
Proceso
# 2054, 12 de marzo de 2016
Cárteles
mexicanos, desafío del posconflicto colombiano/RAFAEL CRODA
No
sólo se trata de acabar una guerra de más de medio siglo. El gobierno
colombiano ya piensa en lo que vendrá después de que firme la paz con la
guerrilla de las FARC. Y más allá de abatir los índices de marginalidad y
pobreza extrema en las zonas que controlaron los rebeldes, un nuevo problema se
avizora: el narcotráfico mexicano. Ahí, donde el Estado reculó ante el enemigo,
es donde se planta la hoja de coca y se procesa la droga que anhelan los
cárteles de Sinaloa y Jalisco.
BOGOTÁ.-
Ante la inminencia de un acuerdo de paz con la guerrilla de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), el gobierno de este país tiene ya la mira
puesta en el posconflicto y en los desafíos institucionales que implicará
garantizar que la pacificación en su territorio sea real y sostenible.
Después
de 52 años de guerra y del abandono estatal de extensas zonas rurales azotadas
por el conflicto, por la pobreza extrema y por el narcotráfico, el gobierno
colombiano proyecta recuperar esos territorios –donde las FARC tienen notable
influencia– con políticas públicas, presencia institucional, inversión social y
una estrategia de seguridad.
De
acuerdo con el ministro para el Posconflicto, Rafael Pardo, la paz permitirá al
Estado colombiano abatir la marginación en el campo, el principal escenario de
la confrontación armada y donde la pobreza afecta a la mitad de la población, y
responder con más eficacia a la histórica violencia que ha golpeado al sector
rural.
Y
para ello, afirma, dos de los principales componentes del posconflicto serán la
inversión social y el fortalecimiento de la presencia de la fuerza pública y
los organismos de justicia en las áreas donde se desmovilizarán unos 16 mil 500
guerrilleros y milicianos que, según estima el Ejército, tienen las FARC.
Según
un plan anunciado por el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, “cuando
venga la paz y las FARC dejen esas zonas donde están protegiendo actividades
delincuenciales, como minería ilegal o narcotráfico, tenemos que copar
inmediatamente ese espacio para evitar que lo ocupen bandas criminales”.
La
estrategia del gobierno prevé el aumento de efectivos de la Policía Nacional de
Colombia (PNC) y la creación de grupos de fuerzas especiales y un servicio de
inteligencia integrado para combatir a las bandas criminales (bacrim).
Cárteles
al acecho
Fuentes
de la PNC dicen a Proceso que uno de los retos del posconflicto será evitar que
los cárteles mexicanos de la droga financien a las bacrim locales para asegurar
el abasto de la cocaína.
“Tenemos
informes de que existe preocupación de los narcotraficantes mexicanos de que
una salida de las FARC del negocio de la cocaína haga caer la producción y el
suministro. Ellos están buscando asegurar el negocio y tienen el dinero para
financiar a sus socios colombianos”, asegura una de las fuentes consultadas.
Según
un reporte de inteligencia de la PNC, el Cártel de Sinaloa es la organización
delictiva mexicana con mayores “alianzas criminales” en Colombia, mientras que
el de Jalisco Nueva Generación “ha ampliado sus redes con las bacrim
colombianas en el proceso de reconfiguración del negocio del narcotráfico a
nivel regional”.
Los
cárteles de Juárez, del Golfo y Los Zetas registran un notable descenso en sus
contactos con traficantes de drogas colombianos, agrega el informe.
El
documento de cinco páginas de la PNC asegura que en los últimos cuatro años los
principales proveedores de cocaína de los cárteles mexicanos han sido “las
FARC, las bacrim y el ELN (la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional,
que está en pláticas exploratorias con el gobierno para iniciar un proceso de
paz)”.
Con
la inminente salida de las FARC del negocio, como parte de los compromisos
asumidos por esa guerrilla en los acuerdos de paz, “se presentará un proceso de
transformación criminal en Colombia”, agrega.
Entre
los escenarios que anticipa la PNC con la desmovilización de las FARC, que
podría comenzar a finales de este mes, está “una mayor fragmentación y
geolocalización del delito con estructuras con menor nivel de cohesión y
cobertura”.
Las
bacrim y el ELN podrían cobrar más protagonismo en el negocio de la producción
y procesamiento de hoja de coca y “los nexos de los narcotraficantes
colombianos y cárteles mexicanos se fortalecerían y extenderían”.
El
director del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos, Jorge Restrepo,
indica que el ELN ha ocupado espacios que han dejado las FARC en los
departamentos de Arauca, Cauca y Nariño –donde se concentra 36% de los plantíos
de hoja de coca del país–, y ha recibido “a parte de los hombres” de esta
guerrilla que no aceptan la desmovilización.
Restrepo
considera que algunos otros efectivos de las FARC, inconformes con los acuerdos
de paz, acabarán engrosando las filas de las bacrim.
Según
el reporte de la PNC, en la reconfiguración del negocio de la cocaína, que se
avecina con la firma de la paz, es previsible que “se refuerce el despliegue de
contactos de los cárteles mexicanos que han enviado a delegados al país en
búsqueda de proveedores de estupefacientes para suplir el vacío que va a
generar la salida de las FARC” de esa actividad, la cual les ha servido para
financiar la guerra contra el Estado colombiano.
“Comisionados
mexicanos”
El
politólogo y experto en seguridad Ariel Ávila señala que las FARC operan en 281
municipios del país –la cuarta parte del total–, en 190 de los cuales hay
presencia de negocios ilegales, como minería clandestina y siembra y procesamiento
de hoja de coca.
En
la mayoría de esos municipios operan organizaciones criminales con capacidad de
reemplazar a las FARC en los negocios ilícitos una vez que se desmovilicen,
dice Ávila.
“Eso
significa que existe un riesgo muy grande de que en las dos terceras partes de
los municipios donde hoy está la guerrilla otros grupos lleguen a tomarse esos
mercados ilegales”, afirma.
El
investigador de la Fundación Paz y Reconciliación considera que, en ese
escenario, los cárteles mexicanos, que son los que concentran las grandes
ganancias del tráfico de cocaína, presionarán a las bacrim colombianas “para
que copen esos territorios y garanticen el abastecimiento de droga”.
Dice
que en las regiones cocaleras “se habla de que los cárteles mexicanos están
enviando comisionados para financiar, con préstamos, esa transición, sin que
eso quiera decir que las organizaciones mexicanas del narcotráfico vayan a
tener en Colombia estructuras propias armadas”.
Para
Ávila, mientras los mercados de la droga mantengan su alta demanda, será
inevitable que los centros de producción hagan todo lo posible por
abastecerlos.
“Eso
va a pasar, pero lo importante es que eso pase con muy poca violencia y que no
ocurra en todas las zonas donde se van a desmovilizar las FARC”, sostiene el
investigador de los fenómenos criminales y maestro en sociología.
Dice
que, además, es “casi inevitable” que los cárteles mexicanos se mantengan al
margen del posconflicto colombiano pues son los que se encargan de introducir a
Estados Unidos 80% de la droga que se produce en Colombia y “van a buscar a
toda costa mantener el abastecimiento”.
El
coronel retirado Carlos Alfonso Velásquez, quien se dedicó a estudiar los
fenómenos de violencia tras dirigir en los noventa el Bloque de Búsqueda que
capturó a los principales jefes del Cártel de Cali, considera que los cárteles
mexicanos de la droga forman parte de las “nuevas amenazas” que afectarán la
seguridad pública tras la desmovilización de las FARC.
De
acuerdo con el maestro en estudios políticos y analista militar, la firma de la
paz con esa guerrilla y una eventual negociación con el ELN significarán el fin
de la guerra interna, “pero quedará el crimen organizado local y trasnacional
como el mayor desafío de seguridad”.
De
acuerdo con el más reciente informe de las Naciones Unidas sobre cultivos
ilícitos, las plantaciones de hoja de coca en Colombia llegaron en 2014 a 69
mil hectáreas, 44% más que en 2013, y todas se localizan en zonas de fuerte
presencia guerrillera.
Esa
cantidad de cultivos alcanza para producir 442 toneladas de cocaína en un año,
según el reporte. Si se restan las 147 toneladas de estupefacientes que
decomisaron las autoridades colombianas, quedan 295, las cuales tendrían un
valor de 5 mil 900 millones de dólares en Estados Unidos.
Como
parte de las negociaciones de paz, las FARC y el gobierno colombiano alcanzaron
en mayo de 2014 un acuerdo sobre drogas ilícitas en el cual la guerrilla se
compromete a que, al finalizar el conflicto, pondrá “fin a cualquier relación,
que en función de la rebelión se hubiese presentado con este fenómeno (el
narcotráfico)”.
El
gobierno, por su parte, asume el compromiso de financiar un programa de
sustitución de cultivos ilícitos que abarcará la formalización de la propiedad
de sus tierras a los campesinos, acceso a créditos, subsidios y asistencia
técnica, y la provisión de bienes y servicios públicos como carreteras, agua
potable y energía eléctrica.
Este
programa, que se implementará con ayuda de las FARC, resulta muy atractivo para
miles de familias campesinas que siembran hoja de coca por falta de
alternativas, lo que le augura posibilidades de éxito y de que Colombia reduzca
en forma significativa su oferta de esa droga.
La
guerrilla, además, acordó contribuir “de manera efectiva y mediante acciones
prácticas con la solución definitiva al problema de las drogas ilícitas”, lo
que de acuerdo con el presidente Santos significa que las FARC ayudarán a
combatir el narcotráfico.
Y
el gobierno, por su parte, se comprometió a enfrentar el consumo de
estupefacientes como un problema de salud pública y a revisar y ajustar su
política antidrogas promoviendo un debate internacional sobre el asunto en el
que se exploren alternativas al prohibicionismo.
El
jefe de la delegación de negociadores de las FARC, Iván Márquez, ha sostenido
que la guerra contra las drogas “es un fraude y una farsa total, lo que explica
su fracaso”.
De
acuerdo con el comandante guerrillero, “la causa de la persistencia en esa
política son los negocios, y Colombia y México aportan las víctimas de un
prohibicionismo hipócrita”.
En
un escrito divulgado en la capital cubana, sede de los diálogos de paz, señaló
que “donde huela a drogas, ahí están las tropas estadunidenses erradicando la
cocaína, la heroína y el opio de los demás, y protegiendo a los barones de la
droga que blanquean sus dineros a través de los bancos de Estados Unidos y de
Europa”.
Para
el politólogo Ariel Ávila, el éxito de la estrategia de sustitución de cultivos
ilícitos que instrumentará el gobierno tras la firma de la paz dependerá de que
el Estado cumpla con los acuerdos, en especial el de desarrollo rural, y que
invierta los recursos para sacar de la marginación a las áreas más afectadas
por el conflicto armado.
De
acuerdo con un estudio del exministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, el
cumplimiento del acuerdo de desarrollo rural requerirá una inversión pública
anual de entre 2 mil 500 y 3 mil 200 millones de dólares por espacio de una
década. Esta última cifra equivale al 5% del presupuesto público de este año.
“La
clave es que haya esa inversión, que haya una estrategia de seguridad efectiva
y que las FARC, desmovilizadas y convertidas en un partido político, se
involucren en la sustitución de cultivos”, asegura Ávila.
Agrega
que si esos tres factores se cumplen, muchas zonas del país podrán comenzar a
salir de los cultivos ilegales y del procesamiento de hoja de coca, así como de
la violencia que esas actividades traen consigo.
“Pero
lo cierto es que, al otro día de que las FARC dejen las armas, habrá grupos
criminales que van a intentar ocupar esas zonas, muchos de ellos con el
respaldo financiero de los cárteles mexicanos. Es inevitable que eso pase”,
señala el experto en seguridad.
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