El
espíritu de ‘Serambi’/David Jiménez, director de El Mundo.
El texto es un extracto del discurso de inauguración del Congreso Digital de Huesca del director de EL MUNDO.
El
Mundo | 13 de marzo de 2016
La
redacción del diario Serambi, en la ciudad de Banda Aceh, había sido arrasada
por el gran tsunami del Índico que en 2004 mató a más de 230.000 personas. Los
empleados más madrugadores se habían ahogado en la primera planta, la imprenta
del periódico yacía hecha añicos en el párking y la mitad de la plantilla había
desaparecido. Los supervivientes buscaban a familiares y amigos entre las
ruinas de una ciudad fantasma. Entonces ocurrió algo inesperado. Periodistas
que lo habían perdido todo empezaron a presentarse en su puesto de trabajo. Localizaron
un par de ordenadores que aún servían en la segunda planta. A tres horas de
Aceh, en una localidad vecina, se encontró una pequeña imprenta que todavía
funcionaba. Alguien consiguió una furgoneta de reparto. Y seis días después de
que el tsunami golpeara la redacción, el Serambi volvió a salir a la calle.
“Pensamos que en mitad de la tragedia nuestros lectores nos necesitaban más que
nunca”, me dijo Ajurdin, su director, sobre su empeño en resucitar el
periódico.
Pienso
a menudo en el Serambi, y en el espíritu de los periodistas que lo sacaron
adelante porque, salvando las diferencias, la prensa española ha vivido su
particular tsunami en los últimos años. Nos hemos enfrentado a la mayor crisis
económica en décadas y a un cambio de modelo que nos ha obligado a buscar la
manera de sobrevivir en un nuevo escenario. Y aquí estamos: con nuestras
heridas, ninguna más dolorosa que la de ver a compañeros perder sus puestos de
trabajo, y preguntándonos por la siguiente historia.
el-espiritu-de-serambiA
veces se nos olvida cuánto han cambiado las cosas y a qué velocidad. Cuando
cubrí el tsunami para este periódico no existían el iPhone, Twitter o Facebook.
La redacción digital de nuestro periódico ocupaba un rincón discreto de la
redacción. Internet ya era una realidad, pero la mayoría de los periodistas no
veían la revolución digital como una oportunidad, sino como una amenaza. Lo sé,
porque yo formaba parte de la resistencia. Consideraba que mi trabajo debía ser
el del corresponsal clásico y que el mejor periodismo sólo se podía hacer en el
papel.
Hoy
existe el convencimiento en las redacciones, incluso en las de los medios más
tradicionales, de que la tecnología puede ser nuestra aliada, de que sólo si
nos adaptamos en un proceso de innovación continua podremos seguir adelante y
que sumarnos a la transformación digital no es una opción. El tren va a pasar,
está pasando ya, y al maquinista no le importa quién se sube y quién se queda
en el andén.
Hay
compañeros que ven estos cambios con temor y se aferran a la nostalgia como
coartada para resistirse a ellos. Me preguntan con preocupación si voy a matar
el papel, como si eso fuera algo que pueda decidir un director de periódico
desde su despacho y no los lectores. Mientras sigan con nosotros, y decenas de
miles de ellos lo están, seguiremos editando nuestra versión impresa con el
mayor cuidado, tratando de hacerla mejor cada día. Pero a la vez vamos a
apostar por llevar nuestro periodismo a más lectores, en lugares donde todavía
no nos leen, convirtiendo nuestra redacción en un centro de innovación y
creación de periodismo, buscando nuevas formas de contar las historias y
organizando los flujos de trabajo de acuerdo con los tiempos, aprovechando ese
matrimonio entre tecnología y periodismo que ya es para toda la vida y que nos
ha permitido tener hoy más lectores que nunca.
Mis
colegas más escépticos, incluidos algunos periodistas que admiro, creen que en
ese viaje que hemos emprendido no podemos dejarnos nada de lo esencial en el
camino. Y llevan razón. Mientras incorporamos ingenieros y desarrolladores a
nuestras redacciones, tenemos que reforzar nuestros equipos de investigación
para seguir cuestionando al poder. Mientras trabajamos en la forma de
actualizar más rápido nuestra información, debemos reforzar los controles de
edición para que sea lo más justa posible. Mientras buscamos nuevos formatos e
innovaciones, tenemos que encontrar el tiempo para hacer autocrítica, eso que
tanto nos cuesta a los periodistas. No puede ser que nosotros, que nos
dedicamos a criticar lo que hacen políticos, artistas o deportistas, no seamos
capaces de cuestionarnos lo que hacemos y por qué. ¿Hemos contrastado lo
suficiente nuestra última información sobre corrupción? ¿Justifica la
relevancia de una información romper el derecho a la intimidad de los
afectados? Cuando nos equivocamos, ¿hacemos lo suficiente por reparar el error?
El
cambio no puede consistir sólo en mejorar nuestra tecnología, desarrollar las
mejores apps o tener el mejor diseño, porque como dice la gran maestra de periodistas
Rosa María Calaf, los medios no somos tostadoras. Tenemos un compromiso
intelectual con la sociedad y debemos reforzarlo o todo lo demás no habrá
servido de nada. Mirando atrás, a lo que hemos pasado y dónde estamos, también
nosotros podemos sentirnos orgullosos de haber llegado hasta aquí, convencidos,
como decía el director del Serambi, de que en un mundo lleno de incertidumbres
y no pocas trampas, nuestros lectores todavía nos necesitan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario