Cerca
del final y del principio/Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos internacionales.
El
País | 17 de marzo de 2016…
En
los años ochenta existían en Colombia seis grupos guerrilleros, tres poderosos
carteles de narcotraficantes y 15 grupos paramilitares; en conjunto tenían
50.000 hombres armados. El Estado tenía menos de 100.000 y en el 30% de los
municipios había poca o nula presencia gubernamental. El país era la capital
mundial del secuestro y del homicidio. Pero todo esto es historia; en los
últimos 35 años, ocho Gobiernos, no sin errores, se abrieron paso a tiros,
negociaciones y votos para establecer la autoridad del Estado en todo el
territorio y proteger a sus habitantes. Ese es el camino que ha llevado a las
actuales negociaciones de paz en La Habana.
Colombia
está cerca del final de un acuerdo y frente al inicio de nuevos retos y
peligros. Gobierno y FARC están realizando un esfuerzo extraordinario por
concluir a la brevedad las conversaciones en La Habana. El proceso ya superó la
fase de negociación con guerra y está dominado por una dinámica de final.
Existe un cese de fuego bilateral de facto y la actividad militar ha perdido
valor para las propias FARC. La negociación es ahora más importante que las
bombas. Ya no se trata solo de que el proceso es irreversible, sino que el
contexto lo empuja a su desenlace. El regateo de detalles y tiempos es
inevitable porque no existe final sin dificultades.
Cuando
en 1999 se intentaron las negociaciones del Caguán se desmilitarizaron 42.000
Km², ahora se discute sobre unas decenas de lugares que en conjunto rondarán
los 100 Km². Esto no solo se debe ajustar a lo que el Gobierno y las FARC
quieran, sino a lo que la verificación internacional pueda cubrir. Esta
verificación, encabezada por Naciones Unidas, es para implementar y terminar un
proceso, no para iniciarlo. Es para contar armas y combatientes y
desmovilizarlos. El espacio político, militar e internacional para mantenerse
armados se volverá así sumamente estrecho.
Un
acuerdo de paz no está basado en la confianza en el enemigo. Lo fundamental es
la confianza en el acuerdo que se firma y en los mecanismos que aseguran su
cumplimiento. La concentración de los combatientes de las FARC en pequeños
espacios, la verificación internacional, el control sobre las armas, la
ejecución de los primeros desarmes y el contacto permanente y pacífico entre
guerrilleros, militares y policías serán los factores que abrirán el camino al
desarme. Sin duda habrá problemas, retrasos y hasta incumplimientos, pero los
acuerdos están hechos para establecer un contexto político, social y
psicológico que haga perder sentido a la política con armas.
Nuevos
retos están a las puertas con la fase de implementación. El más grande de todos
es la pacificación e integración de la Colombia rural profunda. La paz con las
FARC es solo un componente más de este proceso, como lo fueron la
desmovilización de los paramilitares y el crecimiento exponencial de la fuerza
pública. Los acuerdos tienen implicación política nacional, pero su éxito
concreto se decidirá lejos de Bogotá con los programas de pacificación
territorial. Si se firmara olvidando el campo la violencia se reciclaría en el
corto plazo. Esta violencia sería seguramente más fragmentada, indiscriminada e
incontrolable. El reto es que el campo colombiano deje de ser factor generador
de violencia y se convierta en factor de progreso.
Las
FARC son irrelevantes en política nacional; sin embargo, el fin del conflicto
le limpia el camino electoral al centroizquierda. Aun cuando la izquierda
necesita superar problemas de unidad, liderazgo y madurez política para llegar
a ser Gobierno, se puede decir que la hegemonía conservadora que ha dominado
Colombia empezará a concluir. Esta nueva situación está polarizando al país. No
es la paz el problema, sino el miedo a una nueva realidad política.
En
este contexto, la polarización es el mayor peligro para el proceso de paz,
porque no habrá paz para los colombianos si no hay madurez entre sus políticos.
El Salvador logró una pacificación exitosa que la polarización entre los
partidos durante la posguerra terminó destrozando. La ingobernabilidad abrió
las puertas al crimen y ahora los salvadoreños sufren una violencia peor que la
guerra civil. Es por ello una extraordinaria noticia que el Congreso colombiano
aprobara por unanimidad la ley que permitirá implementar las zonas de
concentración de las FARC. La política es lucha y pacto, sin lucha no hay
identidad, pero sin pactos no hay gobierno y sin gobierno no hay paz.
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