Cristianos
en el siglo XXI/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo. Autor del blog: diario nihilista. Su último libro es Viaxe sen retorno.
El
Mundo | 24 de marzo de 2016..
El
individuo es una concreción espacio temporal de la naturaleza con conciencia.
El hombre se debate y está zarandeado por su yo y la sociedad; su pensamiento,
su religiosidad y su sentido de la libertad están condicionados y, en gran
medida, determinados por cómo se vive en su país en su tiempo. A unos les tocan
unos tiempos y unos espacios más dolorosos y sangrantes que a otros. Hay
personas que flotan en la sordidez del ambiente y otras que se enfrentan a él;
unas que viven en su microcosmos dentro de una campana; otras que viven
desgarradas por los problemas del mundo universo. Jesús no es simplemente un
hombre, es un judío de Galilea con todo el peso y la densidad del terruño, con
todas las características que dictan la carne y la sangre. Su manera de ser en
el mundo se lo debe al momento histórico y a la situación social que le tocó
vivir. Conoció el sufrimiento, el fracaso y la traición.
La
vida del cristiano debe estar enmarcada por dos principios: el principio
individuationis y el de la solidaridad (compasión, piedad, caridad, amor,
justicia). El cristiano debe vivir tensionado por un deseo de perfección, de
mejorar (no de ser el mejor) cada día y tratar de conformar la sociedad a las
exigencias del Evangelio; se reconoce a sí mismo en cada otro; trata de
conformar la sociedad a su ideal de vida sin confundir su causa con sus
fantasmas ni de sus delirios de perfección. El cristiano no es un fanático que
no duda ni un escéptico que no cree.
iCada
otro es un yo. Todos somos un mismo cuerpo, “un solo bautismo, un solo señor y
un solo espíritu”. Todo el mundo está obligado a poner lo que está en su mano
por adquirir una conciencia recta pero, si habiéndolo hecho no la alcanza, no
es responsable de los hechos. El otro se diferencia de sí mismo sólo en la
apariencia. Al amante, los tormentos del amado le hacen temblar como en carne
propia porque es su propia carne. La fe sin obras está muerta, no sirve de
nada. Las obras sin fe son fanatismo y pueden llevar al hombre a una hecatombe.
El cristiano debería preferir arruinarse, dejar de hacer carrera y ser un
marginal antes que triunfar en una sociedad corrupta.
Para
la extrema derecha, el único principio es el principium individuationis
olvidando por completo la comunidad y la solidaridad; sus militantes son
individualistas por definición, cada uno que se las arregle como pueda;
funciona con la lógica extrema del beneficio. La extrema izquierda insiste en
la masa, la colectividad (no comunidad) y olvida el principio individuationis;
sostiene que la culpa del fracaso es del sistema. “El hombre nace bueno y el
sistema lo corrompe”, dicen, parafraseando a Rousseau. La extrema derecha
detesta el cristianismo porque éste exige solidaridad y la extrema izquierda
porque exige esfuerzo personal.
A
Jesús lo mataron los sacerdotes de su tiempo por cuestionar las leyes y reglas
que regían el matrimonio y el divorcio, institución que tenía como fin proteger
la pureza étnica y religiosa del pueblo judío; por blasfemo y por hacer lo que
es reservado a Dios: perdonar los pecados; por hablar como Dios, por comer con
los pecadores, por hacer milagros, por liberar a los hombres de la esclavitud
de la ley, por poner el sábado al servicio del hombre y no al hombre al servicio
del sábado, por criticar el uso y abuso que los sacerdotes hacían del templo,
del ayuno y los rituales; por hablar con la samarita, mujer contaminada e
impura; porque su mensaje tiraba por tierra las ideas moralistas e interesadas
que las instituciones religiosas y políticas tenían y predicaban sobre Dios.
El
entusiasmo que Jesús provocaba en la multitud cuando se proclamaba Mesías era
motivo suficiente para que el Prefecto lo hubiese condenado a muerte y
ejecutado. Cristo murió clavado en una cruz el 7 de abril del año 30 de nuestra
era. Ningún poder tolera el desvelamiento de la hipocresía y el descubrimiento
de las mentiras. El poder corría peligro si hubieran dejado a Jesús hacer todo
lo que quería; era mucho más peligroso que aquéllos que llamaban al pueblo a la
rebelión y al desorden porque, aunque declaraba caducos y pasados muchos usos y
costumbres, decía que no había venido a derogar la ley sino a darle pleno
cumplimiento y respetaba la autoridad de Abraham, Moisés, David y hablaba más
de Dios que de él mismo.
Jesús
no tenía como meta de su vida sufrir ni buscó la muerte; por el contrario, para
Jesús y para su Dios el sufrimiento de los hombres, especialmente el
sufrimiento de los más humildes, era un motivo de escándalo y sufrimiento. Su
proyecto era anunciar lo que él creía y pensaba sobre Dios. El Dios de Jesús,
liberador y amor, se daba de bruces contra el Dios dominador y opresor de su
tiempo. Jesús rechaza la lógica del sometimiento y estimula la acción creadora
por encima de toda autoridad política o religiosa. El hombre busca el poder
absoluto y el mucho dinero para hacerse la ilusión de que se evade de la
condición humana. La doctrina de Cristo hace al individuo responsable de sus
acciones y, al mismo tiempo, lo hace miembro de un cuerpo, de una comunidad que
lleva consigo solidaridad. Las obras de misericordia espirituales y corporales
son virtudes esenciales de una vida cristiana y las bienaventuranzas, meollo
del evangelio, exigen solidaridad como marca identitaria.
A
diferencia de la forma en que las mujeres eran consideradas en todo el Antiguo
Testamento, Jesús las incluye en su ministerio pastoral, las favorece con
muchos detalles y les concede ciertos privilegios por encima de los hombres. Es
verdaderamente revolucionario el tratamiento que se les da en el Evangelio
desde el momento en que se escoge a una mujer para ser madre del Salvador. La
Iglesia no puede predicar la igualdad y mantener a la mujer alejada de los
puestos de responsabilidad dentro de su instituciones porque va contra el
espíritu de los tiempos y, además, en ninguna parte del Evangelio se dice que
la mujer deba de estar apartada de los puestos de mando de la Iglesia. Si en la
Iglesia son necesarios cambios estructurales para que la mujer sea más visible
a nivel institucional, tendrá que hacerlos.
El
lenguaje de la Iglesia ha de adaptarse a los tiempos de consumo inmediato si
quiere ser oída y entendida por todos, especialmente por las generaciones más
jóvenes. Las expresiones que hoy trasmiten, mañana pueden quedarse obsoletas.
Adaptar el lenguaje no es traicionar el mensaje sino utilizar los medios
apropiados y propicios para que el mensaje llegue a la gente de hoy. Aunque
Cristo y su mensaje sean inmortales, los sistemas y las maneras de hablar de
ellos pasan de moda, perecen, son efímeras. El cristianismo es el seguimiento
de una persona que enseñó cosas que sus seguidores han de aprender. Cuanto más
efímero es lo que una generación hace, más se orienta por la moda que satisface
de manera diferente en cada momento y en cada lugar las necesidades perentorias
del hombre. El lenguaje es creatividad, artesanía pura, antropología y ciencia.
Hasta
no hace mucho tiempo, los teólogos no consideraban digna de atención la
religiosidad popular. La religiosidad popular es una forma de ponerse en
contacto, de acercarse a lo sagrado, al misterio, a lo absoluto, a lo
inesperado, a Dios. La religiosidad popular, como casi todo lo popular, siempre
tuvo en cuenta la inteligencia sensitiva que ahora está tan de moda. En buena
medida, su puesta en valor se debe a la antropología. La predicación, las
ceremonias y las celebraciones deben tener en cuenta el cine, la literatura, el
teatro, la crónica política. Como dice Hamlet: los cómicos “son el compendio y
breve crónica de los tiempos”.
El
mensaje no cambia pero las traducciones, las teologías son, por naturaleza,
transitorias, flexibles y han de ser fluidas para que entren bien por el oído a
los fieles. La teología ha de presentar a Jesús al hombre de su tiempo de
manera novedosa, atrayente, seria y entretenida, atractiva y comprometida. El
texto en sí es una abstracción, aun el texto sagrado. Dios habló a los hombres
de un tiempo en su lenguaje que hay que interpretar para cada momento, que no
existe fuera de la lectura. A veces, la teología (cristiana) tendrá que romper
las reglas de la diplomacia; quien quiere quedar bien con todos, quedará mal
con unos y con otros. La teología no puede pasar de puntillas sobre la
degradación ética, política, intelectual de nuestros días.
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