La
irreductible ignorancia/Paul Krugman es Premio Nobel de Economía.
© New York Times News Service, 2016
La
idea del crecimiento propiciado por las rebajas fiscales debería haber muerto
El País, 25
MAR 2016
¿Se
acuerdan de Paul Ryan? Antes, los medios de comunicación adoraban al presidente
de la Cámara de Representantes, lo trataban como si fuera el epítome del
conservadurismo serio y sincero (sin importar que algunos nos fijásemos de
verdad en las cifras de sus presupuestos y llegásemos a la conclusión de que
era un embaucador). Ahora, claro está, ha quedado en segundo plano por el
Trumpocalipsis que se avecina. Pero, aunque Donald Trump pueda llegar a la Casa
Blanca —o sufrir una derrota tan aplastante que hasta nuestro sesgado sistema
de distritos electorales, que favorece enormemente al Partido Republicano,
ponga la Cámara en manos demócratas—, lo más probable es que, cuando llegue
enero, Hillary Clinton sea presidenta y Ryan siga presidiendo la Cámara. Por
eso me interesaba leer lo que Ryan dijo durante una entrevista concedida hace
poco a John Harwood. ¿Qué ha aprendido de los últimos acontecimientos?
La
respuesta es nada.
Como
casi todos los demás integrantes de la cúpula republicana, Ryan se niega a
admitir la realidad sobre las raíces del trumpismo, sobre hasta qué punto el
partido cultivó el odio y la violencia racial, y acabó perdiendo el control
sobre el monstruo que había creado. Pero lo que me ha llamado la atención de
manera especial son sus comentarios sobre la política fiscal. Ya sé que es
aburrido, pero permitan que me detenga en ello. Hay una moraleja más general.
La
visión del mundo de los republicanos convencionales es igual de estrecha de
miras que la de Trump
Se
podría pensar que los líderes del pensamiento republicano estarían inmersos en
una especie de examen de conciencia sobre la obsesión de su partido por
bajarles los impuestos a los ricos. ¿Por qué unos candidatos que arremeten
contra los males del déficit presupuestario y la deuda federal se sienten
obligados a proponer unas rebajas fiscales para las grandes fortunas —mucho
mayores que las de George W. Bush— que reducirían la recaudación en billones de
dólares? Y, dejando a un lado la economía, ¿por qué ese apego a una política
que nunca ha gozado de gran apoyo, ni siquiera entre las propias bases del
partido, y que, desde una perspectiva política, resulta aún más sospechosa en
un momento de auge del populismo?
Pero
esto es lo que ha dicho Ryan sobre esas rebajas fiscales para el 1% que más
dinero gana: “No me gusta la idea de tragarme esas tablas de distribución.
Usted se refiere a lo que nosotros denominamos distribución estática. Es una
idea ridícula”. Ajá. El zombi de la movilidad de ingresos contraataca.
Desde
que la desigualdad de las rentas inició su pronunciado aumento durante la
década de 1980, una de las excusas favoritas de los conservadores ha sido que
eso no significa nada, porque la posición económica cambia continuamente. La
gente que es rica este año podría no serlo el que viene, de modo que la
diferencia entre los ricos y los demás carece de importancia, ¿no es así?
Bueno, es verdad que la gente sube y baja por la escala económica, y a los que
hacen apología de la desigualdad les encanta citar estadísticas que muestran
que muchas personas que en un determinado año se encuentran entre el 1% con más
ingresos ya no pertenecen a esa categoría al año siguiente.
Pero
un análisis más atento de los datos pone de manifiesto que esa observación
tiene menos consistencia de lo que parece. Hoy en día, se necesitan unos
ingresos de unos 400.000 dólares anuales para situarse entre el 1% más rico, y
la mayor parte de las variaciones de rentas que vemos corresponde a gente que
pasa de, pongamos, 350.000 a 450.000 dólares o viceversa. Como afirma un amplio
estudio sobre el tema, “la mayor parte de la movilidad económica tiene lugar en
intervalos bastante pequeños de la distribución”. Las rentas medias a lo largo
de varios años están distribuidas casi con tanta desigualdad como las rentas en
cualquier año concreto, lo que significa que las rebajas fiscales que
benefician sobre todo a los ricos están, de hecho, destinadas a un pequeño
grupo de personas, no a los ciudadanos en general.
Y
esta es la cuestión: esta observación no es nueva. Se da la circunstancia de
que yo, personalmente, analicé el mismo argumento que utiliza Ryan —y demostré
que era erróneo— hace casi 25 años. Sin embargo, el hombre al que todos
consideran líder intelectual del Partido Republicano sigue diciendo lo mismo de
siempre. Vale, puede que yo esté dando rienda a mi indignación al centrarme en
este asunto en concreto. Pero la pervivencia del zombi de la movilidad de
ingresos, al igual que la del zombi del crecimiento propiciado por las rebajas
fiscales (zombis que deberían haber muerto, de una vez por todas, tras los
desastres de Kansas y Louisiana), forma parte de un patrón.
Puede
que los horrorizados republicanos clamen contra la ignorancia arrogante de
Donald Trump. Pero ¿hasta qué punto son diferentes los dirigentes
convencionales del partido? Su visión del mundo, tan estrecha de miras, tiene
un barniz de respetabilidad y puede que vaya acompañada de una apariencia
reflexiva, pero en realidad es igual de inmune a las pruebas fehacientes (puede
que incluso más, porque tiene el poder del pensamiento grupal tras ella). Esta
es la razón por la que no deberían lamentar el estrepitoso fracaso político de
Marco Rubio. Si Rubio hubiese triunfado, se habría limitado a hacer creer a su
partido que lo único que necesita es un cambio de imagen cosmético (un rostro
más joven y fresco que siga vendiendo la misma ortodoxia caduca). Ah, y un
cambio de tornas de última hora que beneficiase a alguien como John Kasich
tendría, a su manera, consecuencias similares.
Lo
que hemos conseguido a cambio es, al menos, la posibilidad de que se produzca
una catarsis purificadora, un periodo en el desierto político que acabe
obligando al sistema republicano a replantearse sus premisas. Eso es algo
positivo, o lo sería, si no fuese también acompañado del riesgo de que Trump
llegue a presidente.
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