‘Jogo bonito’Juan
Villoro
El Periódico, 24 de abril de 2016.
El
31 de marzo de 1964, un golpe de Estado acabó con la democracia en Brasil.
Durante 21 años las garantías civiles se suspendieron y la dicha cobró las
ilusorias y provisionales formas del fútbol, la samba y el carnaval. Ahora, 52
años años después, Brasil celebrará los JJOO bajo una tormenta política que ha
ignorado la voluntad de 54 millones de votantes, un asalto a la democracia que
el escritor brasileño Eric Nepomuceno resumió de este modo en ‘La Jornada’: «Los
militares ya no son necesarios para los golpes de Estado». Borges dijo que la
democracia es un abuso de la estadística. En una elección puede triunfar el
peor.
Lo
que mueve a los líderes del PMDB no es imponer una justicia que son incapaces
de observar, sino acabar a toda costa con el Gobierno del PT. La inquina contra
Rousseff se ha expresado con la pasión de quienes antes la cortejaron. El
episodio recuerda una tragedia de venganza de Shakespeare o un capítulo de
‘House of Cards’. No han faltado los ataques machistas ni los insultos contra
una presidenta a la que se le critica el gesto adusto (la alegría tiene un
fuerte valor ideológico en Brasil: el delantero que falla un gol sonríe,
convencido de que la fortuna le debe algo).
El
proyecto político más importante de la izquierda americana está acosado. La
corrupción es innegable y ha salpicado a todos los sectores, pero no se puede
combatir con abusos de autoridad. El juez Sergio Moro, zar anticorrupción que
unos ven como «brasileño del año» y otros como «Judas» o «golpista», mandó
arrestar al expresidente Lula da Silva y divulgó conversaciones grabadas
ilegalmente. En un país polarizado, unos elogian a Moro por brindar la versión
brasileña de Watergate y otros lo acusan de manipular la ley con fines
políticos.
Lo
cierto es que jueces y diputados han sustituido a los electores y que las
conquistas sociales alcanzadas en los últimos 13 años están en entredicho. Los
medios privados de comunicación y las empresas que favorecen la inversión
extranjera han apoyado el ‘impeachment’. Conviene recordar que en el 2010 se
anunció el descubrimiento de un inmenso yacimiento petrolero en aguas profundas
conocido como Pre-sal, y que el PT se opone a la intervención indiscriminada de
capital foráneo.
Eduardo
Galeano se encontraba en Brasil en los días posteriores al golpe de Estado de
1964, y vio un grafiti que decía: «No más intermediarios: Lincoln Gordon,
presidente». Gordon era el embajador de EEUU en Brasil . Tanto el golpe militar
de 1964 como el golpe cívico deL 2016 tienen un ojo puesto en la inversión
extranjera, aunque hoy en día el Gobierno de EEUU influye menos que los
consorcios transnacionales.
Aunque
no se puede exonerar a Rousseff de sus errores, llama la atención que el debate
de fondo haya sido suplantado por maniobras para que el Gobierno cambie a toda
costa. El momento cumbre de este carnaval ocurrió cuando el diputado Jovair
Arantes leyó a trompicones las 128 páginas que incriminaban a Rousseff.
Dentista de profesión, Arantes tuvo dificultades. De manera simbólica, fue
incapaz de pronunciar correctamente la palabra «jurisprudencia», que se repetía
varias veces. Pero está visto que en el continente se puede gobernar sin
dicción. En México, Joaquín López Dóriga, conductor estelar de la televisión,
ha tenido una provechosa carrera sin decir de corrido «procuraduría», acaso
porque en un país sin observancia de la ley eso resulta innecesario.
En
su novela ‘El regate’, Sérgio Rodrigues se ocupa de los años de gloria del
fútbol brasileño, cuando la magia de Pelé pareció mitigar las atrocidades de la
dictadura. Hacia el final de su historia apunta: «Sucede que el fútbol puede
reflejar la vida, pero lo contrario, por razones que ignoramos, no es verdad.
Hay entre los dos una asimetría, un descompás, en el cual no me sorprendería
que radicara toda la tragedia de la existencia».
El
país que inventó el ‘jogo bonito’ se asoma a la tragedia de la existencia.
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