. Claro que hay temor, pero ese temor no me va a inmovilizar. No me van a callar….“
Revista
Proceso,
#, 2077, 21 de agosto de 2016
Fui
atacado desde Los Pinos: Álvarez Icaza/J.
JESÚS ESQUIVEL
Más
que los derechos humanos, al presidente Enrique Peña Nieto le preocupa la
imagen del país en el extranjero; de ahí su temor a comparecer ante la Corte
Penal Internacional, sostiene Emilio Álvarez Icaza, que el lunes 15 dejó el
cargo de secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos. En entrevista con Proceso, habla del viraje de la administración
peñanietista en ese rubro, de los enfrentamientos que tuvo por los casos
Tlatlaya y Ayotzinapa, e insiste en que no lo van a callar.
WASHINGTON.-
La crisis de derechos humanos en México es tan grave que a Enrique Peña Nieto
le preocupa que su gobierno sea sentado en el banquillo de los acusados ante la
Corte Penal Internacional (CPI).
Esta
es la apreciación de Emilio Álvarez Icaza, quien el lunes 15 dejó la Secretaría
Ejecutiva de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con sede en
esta ciudad.
A
esa preocupación se deben las agresiones y descalificaciones del gobierno
peñanietista a la CIDH, al Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes
(GIEI) y a las organizaciones internacionales y nacionales que abogan por las
víctimas, comenta a Proceso.
Y
añade: “No es que le preocupe el tipo de delitos (de derechos humanos), sino la
calificación de la violación que pudiera acercar a que la CPI abra un caso
sobre México”.
Álvarez
Icaza entregó el cargo al brasileño Paulo Abrao después de cuatro años. Ahora
se muestra relajado y detalla al corresponsal los ataques que recibió desde Los
Pinos por exigir justicia para con las víctimas de violaciones a los derechos
humanos, en particular de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos.
El
“conflicto” estalló en febrero de 2015, rememora, cuando Juan Méndez, relator
especial de la ONU sobre la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, denunció
que en México la tortura era una práctica generalizada y sistemática.
“La
preocupación del gobierno es la calificación de violaciones graves y
sistemáticas que puedan llevar a México a la CPI”, insiste Álvarez Icaza
durante la entrevista realizada en la oficina de este semanario en Washington.
“La
CPI asume un caso cuando se califica que en el país hay violaciones graves y sistemáticas;
Juan Méndez emplea esos términos y luego otros los retoman, reproducen y los
comparten”, subraya el entrevistado.
–¿Qué
hace falta para que la Corte abra un caso sobre México, o qué necesita ocurrir?
–se le pregunta.
–No,
no, no. Eso es otro carril. Lo que quiero decir es que es éste el tema que les
preocupa.
–¿Llegará
México bajo el gobierno de Peña Nieto a la CPI?
–No
lo sé, lo digo honestamente. Al gobierno de Peña Nieto le inquieta muchísimo la
imagen… Que una señora tenga que arrodillarse para pedir justicia te pinta al
país de cuerpo completo; que una víctima tenga que arrodillarse ante sus
gobernantes electos para obtener justicia, para proteger a su hija, te pinta el
país. Y no estoy hablando de funcionarios; estoy hablando de la imagen.
“Y
luego, al día siguiente encuentran a su hija, la localizan en Metepec (Estado
de México). ¡Qué bueno que encontraron a la muchacha! Pero, ¿por qué una señora
tiene que arrodillarse para pedir justicia? Esa imagen es demoledora.”
En
2015, el viraje
Sobre
los diferendos del gobierno de Peña Nieto con la CIDH, Álvarez Icaza se centra
en dos casos: la masacre de 22 civiles a manos del Ejército el 30 de junio de
2014, en Tlatlaya, Estado de México, y la desaparición de los 43 estudiantes de
la normal de Ayotzinapa la noche del 26 de septiembre de ese mismo año en
Iguala, Guerrero.
En
el equipo cercano al presidente Peña Nieto, algunos se niegan a aceptar la
crisis en materia de derechos humanos; prefieren hablar de una “sobreexposición
de México”, lo cierto, dice, es que el gobierno mexicano ha decidido cambiar su
posición ante los organismos internacionales.
Los
desencuentros con la CIDH son sólo una parte de ese conflicto, en especial por
el caso Ayotzinapa y la creación del GIEI, que el propio gobierno aprobó,
insiste Álvarez Icaza, quien regresó a México luego de cuatro años de
residencia en Washington.
El
exsecretario ejecutivo de la CIDH enumera los factores que llevaron a la
administración peñanietista a considerar enemigos a los defensores de las
garantías individuales. Además del rechazo a que Méndez visitara México se
sumaron, dice, las maniobras del entonces subsecretario de Relaciones
Exteriores para Derechos Humanos, Juan Manuel Gómez Robledo, semanas después en
Ginebra.
También
están el caso del Comité de Desapariciones Forzadas, los desencuentros de la
cancillería con Christof Heyns, Relator Especial de Ejecuciones Extrajudiciales
de Naciones Unidas, las tensiones con el GIEI tras su primer informe sobre sus
pesquisas en Ayotzinapa, los conflictos con la Oficina del Alto Comisionado de
Derechos Humanos de la ONU, primero para sacar de México a su representante y
luego por las expresiones que se hacen sobre el país.
Después
vino la negación de las autoridades a la visita del relator de defensores de
derechos humanos, Michel Forst, las presiones del gobierno mexicano para que el
Parlamente Europeo no se pronuncie sobre Ayotzinapa, la denuncia en mi contra
–que sigue negando el gobierno–, así como los problemas con Amnistía
Internacional, con Human Rights Watch y los comentarios de Joe Biden,
vicepresidente de Estados Unidos, acerca de los derechos humanos en México y
los de la canciller alemana Angela Merkel.
“Estoy
contando 14 situaciones específicas –dice Álvarez Icaza–. Esto hace que en la
administración de Peña Nieto haya un viraje significativo de pasar de una
lógica de proactividad, de colaboración, a empezar a combatir y atacar al
mensajero. En ese entendimiento, el desencuentro con la CIDH es sólo un
capítulo de ese cambio de posición en general.”
El
discurso oficial y tradicional de México en materia de derechos humanos,
asegura el entrevistado, se transformó brutalmente en lo que va del sexenio de
Peña Nieto. Según él, México se ubica en el nivel de otras naciones del
continente más desprestigiadas en este inciso, como Venezuela.
Hoy,
sostiene, “el discurso de México es el mismo que el de aquellos países que hace
cuatro años querían dinamitar a la CIDH”.
En
septiembre y octubre de 2014, comenta, ese organismo, con la anuencia del gobierno,
hizo una visita in loco a México. Ese viaje fue la pauta que tomó el gobierno
para atacar a Álvarez Icaza y a todo lo que representaba al órgano jurídico de
la Organización de Estados Americanos (OEA); todo por no comprar el argumento
gubernamental sobre la desaparición de los 43 normalistas.
El
punto de quiebre
En
marzo pasado, José Antonio Ortega Sánchez, presidente del Consejo Ciudadano
para la Seguridad Publica y la Justicia Penal, demandó ante la Procuraduría
General de la República a Álvarez Icaza por el presunto delito de fraude
–aproximadamente 2 millones de dólares– en perjuicio de la federación.
Algunos
medios, articulistas y columnistas aprovecharon la querella para intentar
desprestigiar al entonces secretario ejecutivo de la CIDH y a los integrantes
del GIEI.
El
gobierno de Peña Nieto dejó pasar intencionalmente la denuncia, sabiendo que no
procedía, afirma Álvarez Icaza, porque el acuerdo para la creación del GIEI
–argumento central de la acusación de Ortega Sánchez– fue firmado también por
funcionarios del gobierno mexicano, entre ellos el subsecretario Gómez Robledo,
su homónima de Gobernación, Lía Limón, y Mariana Benítez, subprocuradora de
Justicia.
Hace
un par de semanas, Álvarez Icaza recibió una carta firmada por Luis Alfonso de
Alba, embajador de México ante la OEA, en la que se le comunicó que la demanda
en su contra fue anulada.
–¿Nunca
le pidieron una disculpa?
–No.
–¿Nada
cercano a una disculpa?
–No.
Roberto Campa Cifrián (subsecretario de Gobernación) fue quien dijo que eso no
procedía.
–¿De
quién cree que salió el ataque en su contra?
–La
interpretación de derechos humanos en el círculo de Peña Nieto es un tema de
disputa. No tiene claro si es suma o resta. No acaban de asumir una lógica de
congruencia en términos de compromiso democrático, sino más bien una cosa que
pareciera de control de daños. O suma votos, o resta votos”.
Sobre
Ortega Sánchez, Álvarez Icaza comenta que fue consejero de la Comisión de
Derechos Humanos del Estado de México, la tierra de Peña Nieto y de muchos
funcionarios de su gobierno. Es probable que en esa entidad el demandante haya
conocido a alguien del equipo de Los Pinos.
–¿Es
posible que hayan utilizado a Ortega Sánchez?
–No
tengo elementos. Lo que sí le puedo decir es que desde el tema de interrupción
legal del embarazo y el de la ley de los derechos de los homosexuales, Ortega
Sánchez comenzó a distanciarse de mí. Lo conocí hace muchos años, no descarto
que haya motivación propia o de gente como Isabel Miranda de Wallace; pero
tampoco descarto diálogos políticos desde el poder.
–¿Quién
considera que encabezó esa campaña? ¿Presidencia? ¿Gobernación?
–No
puedo decir quién. Lo que sí le voy a decir es que son círculos cercanos al
gobierno. Hay editorialistas que parecen (sus) voceros: Milenio, que jugó un
rol para desacreditar al GIEI… También hubo ataques personales de algunos
periodistas.
“También
están La Razón –‘ese periódico que dice llamarse La Razón, que dice llamarse
periódico’– y algunos otros; parecían vocerías de ataque. Basta ver cómo actuó
MVS contra el grupo de expertos después de que se fue Carmen Aristegui, después
de que su director jurídico (Eduardo Sánchez) se fue a Los Pinos…
–¿Está
señalando a Eduardo Sánchez, el vocero de Peña Nieto?
–Es
notable el cambio de comportamiento, es notable. En septiembre-octubre de 2014
fue la visita de la Comisión. Cuando la hicimos, tuve un déjà vu. En lugar de
que saliera en los medios lo que la Comisión dijo, gran cantidad de medios sólo
sacaron lo que dijo el gobierno. Eso pasaba en México hace 20 años. Hay una
regresión a las viejas políticas de control a los medios ¡impresionante!
–¿Cuándo
se puso más crítica la relación?
–El
punto de quiebre se da cuando la política exterior ya no es suficiente para
cubrir lo que pasa ahí. La Comisión decide incluir a México en el Capítulo 4
del informe anual. Ahí se da el quiebre.
Añade:
México había venido jugando un papel en defensa de la Comisión y comienza a
sentirse atacado por ella. La agenda de la visita de septiembre-octubre de 2014
tiene que ver con un diagnóstico de la Comisión, de una situación de crisis muy
grave.
¿Qué
hace la Comisión ante casos como los de Tlatlaya y Ayotzinapa?, se pregunta
Álvarez Icaza. “Decide hacer lo mismo que hicimos con Colombia: una visita in
loco para monitorear más a fondo y no sólo elaborar un informe anual”.
–¿Aquello
se lo dijo el gobierno?
–Sí,
me habló el embajador Emilio Rabasa (en ese momento era representante ante la
OEA; hoy es cónsul en Boston). Me dijo que estaba yo calificando la visita. Yo
le dije: mira, si tienes un reclamo, “hay un señor que se llama Rafael
Rodríguez Castañeda, es el director de Proceso (la revista que informó sobre la
visita). Háblale a él”. A mí me puedes decir lo que quieras sobre mi entrevista
y lo discutimos con mucho gusto.
–¿Se
gritaron?
–En
muchas ocasiones tuvimos desencuentros fuertes.
–¿Gritos?
–El
embajador habla en tono alto…
–¿Cuál
fue el desencuentro más fuerte?
–Fue
en México, cuando ya había salido el reportaje de Proceso. Al gobierno le cayó
muy mal y eso tensó la relación con el gobierno y la relación conmigo, por
supuesto.
“Creo
que con lo de Proceso lo agarraron más personal. Le voy a decir por qué: la
Comisión había manifestado un cambio respecto a cómo se venía clasificando a
México (en materia de derechos humanos), pero Tlatlaya y Ayotzinapa cambiaron
la balanza.
“El
diagnóstico de la Comisión sobre México es que había una grave crisis de
derechos humanos. Y cuando se empieza a hacer ese diagnóstico, se establecen
casos de desapariciones, ejecuciones, fosas clandestinas, secuestros, torturas…
y encima de eso, impunidad.”
Hartazgo
social
Álvarez
Icaza considera que la sociedad mexicana está harta de la impunidad, las
mentiras, la corrupción que carcome al gobierno peñanietista y la inseguridad,
como lo demostró en los comicios del pasado 5 de junio, pero parece que el
gobierno, dice, no aprende la lección.
Peña
Nieto esperaba que blindando la información y diciendo cosas contra la CIDH iba
a poder cambiar la narrativa o el diagnóstico, pero no ha respondido a los
temas sustantivos, comenta el entrevistado.
–¿Entonces
qué cree usted que pasó en Ayotzinapa?
–No
me voy a meter en ese terreno. Si hago eso, afecto a los padres de los
normalistas.
–¿Tan
grave es?
–Sí,
porque no puedo calificar lo que no he investigado. La Comisión no ha hecho
ninguna investigación; la hizo el GIEI. Si me pongo a declarar sobre eso, voy a
afectar a los papás. Una de las visitas más duras durante mi gestión fue la de
Ayotzinapa; eso lo digo con absoluta claridad. No tengo información secreta. No
se trata de estar opinando; se trata de que los que tengan que responder
respondan, que el Estado responda, que nos diga dónde están esos muchachos.
–¿Considera
que Tomás Zerón montó una obra de teatro con la versión del río Cocula?
–Hay
elementos para pensar que hubo un montaje; eso se tiene que investigar. Lo que
es sorprendente es que él (Zerón) siga en ese cargo. Al día siguiente (yo
escuché la entrevista por radio), luego de la presentación del informe ya lo
estaban descalificando. Se lo dijimos a la procuradora Arely Gómez: “Ponga
orden en casa. Usted dice una cosa y sus colaboradores otra”.
–¿Qué
les respondió la procuradora?
–Tomo
nota, tomo nota.
De
regreso a México, Álvarez Icaza entra a un periodo sabático, hasta principios
de 2017. Y aunque tiene una oferta académica en la UNAM y le ofrecen dar
consultorías privadas sobre políticas públicas en centro y Sudamérica, no tiene
nada en concreto.
–¿Teme
por su seguridad ahora que regresa a México?
–Miedo
en el sentido de amenazas y presiones del poder siempre lo tengo; miedo a que
me inmovilicen, no. Si tú trabajas en el tema de derechos humanos en México
siempre estás expuesto a los abusos del poder y a los aliados ocultos, legales
o ilegales. Claro que hay temor, pero ese temor no me va a inmovilizar. No me
van a callar.
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