ABC, 11 de noviembre de 2016..
Algunas
ideas básicas: Es imposible tratar de entender la vida americana aplicando una
óptica europea. Son dos sistemas profundamente distintos. Estamos viviendo a
escala mundial una convulsión sociológica y política que ha generado una ola de
nacionalismos, populismos y racismos que parece incontrolable, y que afecta de
manera muy concreta y muy intensa a todos los países desarrollados.
No
basta con descalificar estos movimientos ni estas actitudes. Es incluso una
reacción contraproducente. La descalificación los robustece y los amplía.
El
origen de esos movimientos tiene que ver con una reacción anti-élites y
anti-establishment, y también con el papel de los medios de comunicación, que
tienden a la radicalización y al sectarismo, y con el comportamiento del
estamento político, que ya ha agotado casi todas las paciencias ciudadanas. Es
el estamento más alejado de la realidad social.
América
es el país más desigual del mundo y el crecimiento constante de la desigualdad
es una realidad en todos los países desarrollados y, entre ellos, y de forma
destacada, España. En Estados Unidos un gran porcentaje de la población gana
ahora menos que hace una década y algo similar pasa en Europa. Habrá que
aceptar que esta realidad no puede aceptarse como algo positivo e irreversible.
Hay
que asumir el triunfo de Trump y en vez de limitarse a magnificar los posibles
riesgos, lo inteligente será concentrarse en las oportunidades que se abren en
política exterior, en economía y en general en todos los sectores. Un acuerdo
en concreto entre Rusia y los Estados Unidos sobre Siria podría ayudar a
resolver sustancialmente el problema de los refugiados, en el que Europa ha
vuelto a demostrar su incapacidad para una política común. La paz en Siria
podría mejorar profundamente la convivencia mundial.
En
el terreno económico, Donald Trump ya está siendo advertido que sus tendencias
aislacionistas pueden tener un precio demasiado alto. Sería suicida
sobrepasarse y podemos dar por seguro que no lo hará. La apertura internacional
les conviene y les interesa más a ellos. El presidente ejecutivo en Estados
Unidos tiene sin duda un poder fuerte, pero no es ciertamente ilimitado. Donald
Trump no tiene la menor experiencia política y se va enterar pronto de unas
reglas de juego inviolables y de las complejidades y las restricciones que
implican. Será un baño de realismo y moderación. Hay muchos republicanos que no
están de acuerdo con la mayoría de sus mensajes extremos, y sus congresistas y
senadores –va a dominar ambas Cámaras– le explicarán con toda claridad que hay
cosas que no se pueden hacer. Habrá sin duda cambios en la política americana,
pero estarán suficientemente vigilados y controlados.
España
tendrá que mantener su vinculación europea a ultranza, pero ello no puede
impedir buscar desde ya una política de relación privilegiada con los Estados
Unidos, un país con el que tenemos además de vínculos militares y económicos
importantes, la presencia cada vez más significativa de una comunidad hispana
de la que tendremos que interesarnos de verdad, la presencia conjunto en
Iberoamérica y muchas raíces culturales históricas que ya empiezan a desvelarse
con fuerza. No podemos aspirar a un status similar al de Gran Bretaña, pero sí
estamos en condiciones de reclamar una relación más completa y más favorable,
algo que venimos sin hacer con la seriedad y constancia necesarias.
Una
última consideración. Entender a fondo lo que ha pasado llevará algún tiempo.
Vamos a tardar varias semanas en valorar lo que ha pasado y más aún en conocer
sus consecuencias. Como solía reclamar en su tiempo Pío Cabanillas, es urgente
esperar.
Pero
habrá que estar muy atento a todas las reacciones que van a emanar de una
situación sorprendente e inesperada, que no hay que dramatizar en forma alguna
y que puede ser el estímulo necesario para que muchos asuntos pendientes se
afronten con la fuerza y la decisión que necesitan, y también para que se tomen
las precauciones que sean necesarias.
Una
postdata. Siempre he intentado ayudar al partido demócrata. He asistido a la mayoría
de sus convenciones. Barack Obama me parece uno de los mejores presidentes que
ha tenido su país. Me hubiera costado votar a Hillary Clinton, pero nunca
habría votado a Donald Trump, ni tampoco a Bernie Sanders, que era aún más
radical.
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