Os
aviso: con Trump no va a pasar nada/
Cristian Campos es periodista.
El
Español, 11 de noviembre de 2016
Andan
la intelectualidad occidental y lo que no es la intelectualidad occidental
revolucionados con la victoria de Donald Trump. No se les veía tan nerviosos
desde 1999, cuando el efecto 2000 amenazó con desabastecer de leche de soja sus
neveras. Aunque por una vez tienen razón. Trump es un patán. Es machista,
racista, demagogo e ignorante. También es impredecible, vociferante y voluble.
Su desprecio por la ciencia es oceánico. En cuanto a su estética, ¿qué decir?
Trump es impresentable y el contraste con Barack Obama en este aspecto,
demoledor.
Pero
¿y qué? Ahí va el spoiler. No va a pasar nada, no va a cambiar nada, el planeta
no va a implosionar. Trump no es el primer impresentable con poder de la
historia de la humanidad ni será el último. Su presidencia tendrá contrapesos.
Muchos de ellos ya existen. Otros nacerán casi de inmediato.
Explicaba
ayer en su Twitter Jordi Graupera, profesor de la New York University y The New
School, que los alumnos de esta última, universitarios talluditos todos ellos,
andan llorando acojonados por las esquinas. El mismo rector de la Universidad
se ha visto obligado a enviar una carta a todos los estudiantes en la que se
solidariza con ellos, apela a su resiliencia y les recuerda que toda la
comunidad educativa está intentando procesar los acontecimientos de las últimas
24 horas.
Si
a ustedes esto, la total imposibilidad de distinguir una universidad de una
guardería de niños malcriados e hipersensibles, no les parece hilarante es que
no viven en este mundo sino en la Era de Acuario. Nada explica mejor la
victoria de Trump que las reacciones histéricas de sus detractores y de la que
este artículo de David Remnick en el New Yorker es el mejor ejemplo.
Detractores que, por extracción social y nivel cultural y de renta, se juegan
mucho menos con la victoria de Trump que sus propios votantes. En inglés existe
una frase despectiva, atribuida a Warren Buffett, para este tipo de
especuladores con el bienestar ajeno: No skin in the game. Es decir: Apostar
sin jugarte el pellejo.
Mirémoslo
así. A Obama, probablemente uno de los mejores presidentes de la historia de
los EE.UU., le dieron el Nobel de la Paz preventivo antes de que tuviera tiempo
de darle la orden de despegue a uno solo de sus drones MQ-1 Predator cargados
con misiles AGM-114 Hellfire. En cambio a Trump, un presidente que no tomará
posesión de su cargo hasta enero, ya andan llorándole los adultos las
decisiones que aún no ha tomado. Eso de la bondad y la maldad se lleva por lo
visto de serie y escrito en el entrecejo. Y esto lo escribe alguien (yo) que
lleva publicados, con gran visión de la jugada, un buen número de artículos
riéndose de Donald Trump y de sus seguidores.
Pero
sólo hacen falta un par de googleos (ya no digamos la lectura de fuentes
académicas serias) para conocer el sistema político estadounidense y saber que
las posibilidades de que Donald Trump le haga un siete al conjunto de derechos
y libertades actual son escasas, por no decir nulas. Más allá, por supuesto, de
retoques cosméticos y en el fondo intrascendentes que, eso sí, servirán de
excusa para que los multimillonarios de Hollywood le aticen cansinamente al
hombre de paja del momento durante cuatro largos años de intensidad y sopor. De
manifestaciones, aspavientos y peticiones de safe spaces vamos a ir servidos,
eso sí.
Miren.
En España sobrevivimos a un presidente que no distinguía la progresividad de la
regresividad fiscal, que no hablaba inglés y que creía que la tierra le
pertenece al viento. En Italia sobrevivieron a Berlusconi, en Francia sobrevivirán
a Le Pen, en Grecia a Syriza y en Europa al previsible desmoronamiento de la
Unión Europea. EE.UU. también sobrevivirá a Donald Trump y al final de su
mandato el país seguirá disfrutando de cifras de paro cercanas al pleno empleo,
una renta per cápita muy superior a la española y la preeminencia cultural,
económica, militar y científica sobre todos los demás países del planeta
Tierra. Es decir los cuatro pilares sobre los que se sostienen los imperios.
Los
europeos, por nuestra parte, seguiremos estrellando sondas en Marte con gran
superioridad intelectual y mucho alzamiento de barbilla mientras los robots de
la NASA pilotados por rednecks que votan a Trump exploran el planeta y nosotros
lo vemos en directo desde un iPhone diseñado en Cupertino, California. A vista
de satélite, la presidencia de Trump será una anécdota histórica más. A vista
de microscopio nos dará juego a los columnistas y poca cosa más.
De
la victoria de Donald Trump, sin embargo, se pueden extraer algunas valiosas
lecciones. Y esas lecciones sí marcan un punto y aparte. En este sentido, la
victoria del millonario neoyorquino, intrascendente políticamente, será
considerada con el tiempo como un gigantesco seísmo social. Son estas:
1.
La prensa ha muerto.
Sólo
un medio de prensa estadounidense, el The National Enquirer, dio su apoyo
explícito a Donald Trump. Todos los demás, incluidos medios de prensa
tradicionalmente republicanos, apoyaron a Clinton o rechazaron pedir el voto
para ninguno de los dos contendientes. Descartada la posibilidad de que The
National Enquirer se haya convertido en la revista más influyente del planeta
Tierra, sólo queda una interpretación posible: la prensa no tiene ya la más
mínima influencia en la opinión pública. Lisa y llanamente, la era de la prensa
escrita ha acabado. Bienvenidos oficialmente a la era de la comunicación. Nadie
nos podrá acusar de no haberlo estado pidiendo a gritos. Ahora veremos sus
consecuencias en la práctica.
2.
El periodismo no nos ha fallado.
La
prensa se ha implicado en esta campaña con una agresividad sin precedentes. Los
ataques a Donald Trump, la mayoría de ellos merecidos, han sido constantes,
virulentos y ampliamente difundidos por las redes sociales. Nunca jamás se
había atacado a un candidato a la presidencia de los EE.UU. con esta
beligerancia. Se ha investigado su pasado hasta la extenuación e incluso sus
más ridículas bravuconadas de paleto rijoso de barra de bar, tirito de cocaína
y vaso de tubo han ocupado portadas y horarios de máxima audiencia. La
explicación es mucho más simple. La influencia del periodismo escrito se limita
a sus lectores y a aquellos ya convencidos de antemano. Somos una secta
endogámica y sólo nos leemos entre nosotros.
3.
Las redes sociales no son la realidad.
Otro
mito que se derrumba con estrépito. El de que las redes sociales también son
«la realidad». Si el 99% de la prensa se ha opuesto a Trump, el porcentaje no
ha sido mucho menor en las redes sociales. ¿Su impacto en la vida real,
entendiendo vida real como el resultado de las elecciones? Nulo. Si acaso, las
redes han conseguido el efecto contrario al deseado. Trump ha ganado con menos
votos de los que consiguieron anteriores candidatos republicanos y el factor
determinante en su victoria ha sido más bien la altísima abstención demócrata.
Las redes sociales, sí, son poco más que un juguete para adultos. Algunos de
ellos pierden el tiempo jugando durante horas con su PlayStation, otros lo
hacen en el gimnasio y otros lo hacen en Twitter o Facebook. Nada significativo
diferencia a los unos de los otros.
4.
La ceguera selectiva.
No
hace falta buscar mucho en internet para encontrar vídeos en los que se puede
ver a seguidores demócratas reventando mítines de Trump o agrediendo a sus
votantes. Por supuesto, esa violencia, que cuenta con la ya tradicional
superioridad moral demócrata a su favor, ha sido bastante menos difundida en
los medios que la violencia opuesta. En este sentido, la prensa no sólo no le
ha fallado a la causa sino que ha ido un paso más allá de lo que se requería de
ella mintiendo y tergiversando la realidad con el argumento tácito de que el
fin (acabar con Trump) justificaba los medios (presentar una visión idílica e
inmaculada de sus oponentes). Sólo los fanáticos se han creído que la violencia
es patrimonio exclusivo de los votantes de Trump.
5.
Sólo un populista de derechas puede llevar a cabo el programa electoral de un
populista de izquierdas.
Aunque
es altamente improbable que ocurra ninguna de esas cosas, sólo Donald Trump
tiene a su alcance conseguir lo que Podemos jamás conseguirá en España: acabar
con el TTIP, imponer un proteccionismo comercial que devolvería el país a la
autarquía económica, el desmantelamiento de la OTAN y la imposición de
aranceles comerciales destinados a proteger los sectores más ineficientes de la
industria nacional. En este sentido, el rasgado de vestiduras de Podemos en las
redes sociales resulta no sólo ridículo sino también hipócrita. Trump es su
mejor aliado en el terreno comercial.
6.
Ya no cuela.
Bush
era el demonio. Romney un pelanas. McCain un fascista. Sus votantes, unos
paletos racistas, opresores y privilegiados. Los republicanos, unos millonarios
tejanos con botas de cowboy y pistola al cinto capaces de desgarrarle la
traquea con sus propias manos a un inmigrante mejicano con tal de que este no
ose pisar su pozo de petróleo. Y entonces llegó el lobo de verdad y Pedro se
quedó sin adjetivos descalificativos. El problema de un actor sobreactuado es
que llega un día en el que le toca interpretar a un histriónico. Y entonces, ¿a
qué nuevas cotas de hipérbole puede escalar? Simplemente, ya no cuela. Como el
suicida que amenaza diecisiete veces con tirarse por la ventana, la
socialdemocracia ha agotado la paciencia de medio planeta con su histeria frente
a todo lo percibido como derecha. Que, por otro lado, parece ser el 90% del
planeta que resulta no ser ella.
7.
De locos está el mundo lleno y no pasa nada.
Oh,
sí, traigan las sales. Donald Trump tiene acceso al botón nuclear. Y Vladimir
Putin. Y Kim Jong-un. Y Xi Jinping. Y Mamnoon Hussain. Cualquiera de ellos es
infinitamente más violento, peligroso e impredecible que Trump. Y ninguno tiene
los contrapesos legales, políticos y sociales que sí tiene él.
8.
Vivimos en el mejor de los mundos posibles (a día de hoy).
Jamás
ha habido menos pobreza, jamás tanta igualdad, jamás tanta tolerancia, jamás
una mayor esperanza de vida, jamás menos guerras, jamás menos violencia, jamás
tantos seres humanos han disfrutado de tantos derechos, de tanta salud, de
tanta educación. Jamás en la historia de la humanidad la obesidad ha sido un
síntoma de pobreza más que de riqueza (un europeo de 1930 se reiría con
incredulidad si le dijéramos que nuestros pobres están gordos). Y aun así, los
nuevos partidos populistas han construido todo su discurso alrededor de la
mentira opuesta. La que defiende la existencia de inmensas masas de niños
desnutridos, gigantescas bolsas de pobreza y una violencia insostenible contra
las minorías. Bien, era cuestión de tiempo que un demagogo de derechas imitara
el truco. Así que ahí lo tenemos al fin. Dos mentirosos de ideologías
aparentemente opuestas coincidiendo en un diagnóstico de la realidad absurdo.
Que empiece la batalla de cornadas.
9.
No importa lo que digas sino lo que hagas.
Lo
decía @alonso_dm en su cuenta de Twitter: ninguno de los ultrajados por la
victoria de Trump ha anunciado jamás su intención de irse a vivir a Méjico.
Todos hablan de huir a Canadá. Por la misma razón por la que los cubanos huyen
a Miami y no a Caracas. Y por la que los sirios huyen a Alemania y no a Egipto
y los marroquíes a Francia y no a Mauritania. Porque no hay alternativa a la
democracia liberal capitalista ni la habrá jamás. Por otro lado, sólo un pijo
con un nivel de vida muy superior al de la media del resto de los ciudadanos
puede anunciar en su red social preferida su intención de irse a vivir a
Canadá, que no es un país precisamente barato. Los gestos teatrales son muy
vistosos y baratos de realizar pero, a cambio, no resisten el mínimo escrutinio.
10.
Mejor cerramos la boca.
Sólo
en el país que ostenta el liderazgo europeo del fracaso escolar y los ninis más
desganados e improductivos de Occidente nos podemos permitir el lujo de
llamarles paletos a los americanos y decirles cuál debería ser su voto. Háganse
un favor y lean este artículo de Enric González. Nunca viene mal un poco de
perspectiva.
(Se
habrán fijado en que no he hablado en todo el artículo de Hillary Clinton.
Bien: ha sido innecesario. Y esa es otra de las razones de la victoria de
Donald Trump. La intranscendencia de su contrincante).
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