Poner fin a la violencia religiosa en Medio Oriente/Moha Ennaji is President of the South North Center for Intercultural Dialogue and Migration Studies in Morocco and Professor of Cultural Studies at Fez University. His most recent books include New Horizons of Muslim Diaspora in North America and Europe and Muslim Moroccan Migrants in Europe.
Traducción: Esteban Flamini.
Project Syndicate, 10 de diciembre de 2016.
La escalada de radicalismo, violencia y guerras civiles en Medio Oriente desde el comienzo de las revueltas de la “Primavera Árabe” en 2010 se ha cobrado un precio altísimo en vidas y bienestar humanos. Hoy es más urgente que nunca construir estados eficaces que puedan sostener la paz, proveer a sus ciudadanos más oportunidades y prosperidad, y proteger los derechos humanos.
La violencia que se desató en los últimos años ya provocó la muerte de más de 180 000 iraquíes y 470 000 sirios. Además, 6,5 millones de sirios son desplazados internos, y otros 4,8 millones tuvieron que huir del país. Muchos sufrieron torturas en prisiones y humillaciones en campos de refugiados. Se calcula que entre el 70% y el 80% de las víctimas son civiles, en su mayoría mujeres y niños.
Según el Centro Sirio de Investigación de Políticas, la mitad de los refugiados y desplazados internos son menores de 18 años. Esto repercutirá seriamente en sus perspectivas futuras. UNICEF informa que 2,1 millones de niños en Siria y 700 000 niños sirios refugiados no van a la escuela. En Jordania, hay 80 000 niños refugiados sin acceso a educación.
Pero todos estos costos humanos son síntomas de un problema más profundo, y contra lo que suele creerse, ese problema no es el Islam. El hecho de que los yihadistas o islamistas radicales sean musulmanes no implica que su religión, y mucho menos su etnia o su cultura, sean inherentemente violentas.
Basta mirar las noticias en Occidente para comprender el por qué de las acusaciones al Islam. La violencia en Medio Oriente (la brutalidad de Estado Islámico – ISIS – en Siria e Irak, los atentados terroristas de Al Qaeda, las lapidaciones de adúlteras bajo la ley de la sharía en Afganistán) se atribuye casi siempre a la religión, lo que lleva a ver al Islam ante todo como una amenaza.
Pero como explica el filósofo canadiense Charles Taylor, la amenaza real no es el Islam en sí, sino el “pensamiento en bloque”. Aunque los extremistas islámicos son menos del 0,5% de la población musulmana mundial, la cobertura periodística (no sólo al hablar del Islam, sino también de los sucesos políticos de Medio Oriente) presenta su cosmovisión en forma predominante. Al borrar las enormes diferencias entre los musulmanes, esa cobertura refuerza una única percepción simplista del Islam. Eso es el pensamiento en bloque. Y como demuestra Michael Griffin en su libro Islamic State: Rewriting History [Estado Islámico: reescribir la historia], esa forma de pensamiento está ganando terreno en Estados Unidos y Europa.
Eso llevó a muchos a suscribir la teoría de “choque de civilizaciones” de Samuel Huntington, que da por sentado que el Islam es incompatible con la modernidad. Pero esto supone pasar por alto las ideas y las repercusiones de los primeros reformistas del Islam (figuras como Muhammad Abduh y Jamaleddin al-Afghani) que siguen influyendo a musulmanes de todo el mundo.
El efecto más duradero de la primera ola reformista fue la fundación de un movimiento conservador tradicionalista, el salafismo, que consideró al Estado moderno un medio para mejorar la suerte de los musulmanes. Y diversos pensadores musulmanes (por ejemplo, el iraní Abdolkarim Soroush, el tunecino Tahar Haddad, el paquistaní Fazlur Rahman, la marroquí Fátima Mernissi, el egipcio Qasim Amin y el sudanés Mahmud Muhammad Taha) siguieron explorando las conexiones entre el pensamiento islámico y los valores modernos. Aunque los islamistas radicales se oponen firmemente a sus ideas, estos pensadores han tenido una enorme influencia en varias generaciones de intelectuales musulmanes en todo el mundo.
Esto no implica que la violencia en Medio Oriente no tenga un componente religioso. Por el contrario, el carácter extendido y multifacético de esa violencia (que incluye abusos sexuales y la privación arbitraria de libertades individuales y públicas) obedece a la influencia de una combinación en la que entran creencias religiosas, tradiciones culturales, identidades raciales y étnicas, la guerra y la política. Incluso el reclutamiento de combatientes yihadistas puede verse como una forma de violencia religiosa, lo mismo que el matrimonio infantil y los crímenes de honor.
Pero no quiere decir que el Islam sea inherentemente violento. Recurrir a explicaciones imprecisas (y a menudo, intolerantes) basadas en factores culturales, religiosos o étnicos es una receta para la acción mal aconsejada o para la inacción total.
Medio Oriente necesita estrategias y políticas sociales y económicas eficaces que aborden las complejas razones no religiosas detrás de la violencia, y sus efectos decididamente no religiosos. Aunque esto implique considerar factores culturales, étnicos y religiosos, no son las causas principales del desempleo y la marginalización.
Los gobiernos de Medio Oriente deben comprometerse a aplicar políticas audaces y creativas que hagan frente a las falencias educativas, el alto desempleo y la corrupción omnipresente que contribuyen a alimentar la violencia y la agitación en la región. Estos esfuerzos deben apuntar a promover la democratización, el desarrollo económico y el surgimiento de una sociedad civil fuerte y de medios progresistas. La clave no es “islamizar” todos los temas, sino desarrollar soluciones políticas reales que satisfagan las necesidades de la gente.
Está claro que el éxito dependerá en gran medida de la educación: los currículos escolares deben volverse más inclusivos, para ampliar el conocimiento de religiones y culturas de los estudiantes. En un sentido más amplio, las escuelas también deben hacer propio el principio de separación entre la iglesia y el Estado (y la protección de la libertad religiosa), que se necesitará para poner fin a la violencia religiosa en Medio Oriente.
Una violencia de la magnitud que vemos en Medio Oriente provoca un daño devastador a las personas, erosiona la base de capital, disminuye la productividad y frena el crecimiento económico. Hay que encarar su efecto sobre las estructuras políticas, sociales y económicas, y no se debe subestimar o ignorar la capacidad del Estado para hacerlo. Pero mientras el Estado enmarque sus políticas en términos religiosos o pretenda legitimarlas de esa manera, la violencia no se detendrá.
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