Populismo o prosperidad/Bill Emmott is a former editor-in-chief of The Economist.
Traducción: Esteban Flamini.
Project Syndicate, 12 de marzo de 2017
Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional francés, asegura que la gran batalla del siglo XXI será entre el patriotismo y el globalismo. El presidente de los EE. UU, Donald Trump, aparentemente cree que será entre “los medios de prensa mentirosos” y él mismo, apoyado por “el pueblo” al que dice representar. Ambos se equivocan.
La batalla que realmente definirá este siglo enfrentará al pensamiento a largo plazo contra el pensamiento a corto plazo. Los políticos y gobiernos que hagan planes para el largo plazo derrotaran a los que no puedan (o no quieran) ver más allá del ciclo electoral inmediato.
Aunque suele citarse a China como ejemplo de presunta capacidad para el pensamiento a largo plazo, no hace falta recurrir a dictaduras para probar lo que digo. Algunas democracias occidentales supieron prepararse bien para manejar las poderosas fuerzas de la globalización, la tecnología y la demografía, y obtuvieron a cambio economías estables y sistemas políticos mayormente inmunes a los populistas. Otras, en cambio, no pudieron mirar más allá del corto plazo y ahora sufren las consecuencias.
Para graficar esta distinción y como parte del trabajo de la organización benéfica educativa que dirijo, la Wake Up Foundation, he creado un nuevo indicador estadístico compuesto llamado Índice Wake Up 2050. A diferencia de, por ejemplo, el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, el Wake Up 2050 no se queda en las estadísticas que hablan del desempeño pasado y presente de los países, sino que intenta detectar señales de sus problemas futuros y medir la productividad probable de sus principales activos, especialmente sus ciudadanos.
El índice, basado en 25 indicadores, califica a los 35 países más avanzados de la OCDE según su nivel de preparación en cinco áreas: demografía, sociedad del conocimiento, innovación tecnológica, globalización y capacidad de resistir perturbaciones inesperadas. Los resultados son sorprendentes.
Suiza encabeza la lista, siendo el país occidental mejor preparado para las tendencias y fuerzas conocidas que darán forma al siglo XXI. El populismo suizo es una brigada monotemática centrada en la inmigración, sin apoyo suficiente para entrar al gobierno. El ultraderechista Partido Popular Suizo no consiguió atraer votantes hasta que la cantidad de habitantes nacidos en el extranjero alcanzó un cuarto de la población suiza (casi el doble que en Estados Unidos o el Reino Unido).
Los cuatro vecinos de Suiza languidecen mucho más abajo en la lista: Alemania en el 15.º lugar, Austria en el 17.º, Francia en el 20.º e Italia en el 32.º, a pesar de sus estrechos lazos culturales, históricos y comerciales con Suiza. En Austria y Francia, los partidos populistas euroescépticos y xenófobos obtuvieron suficiente apoyo para tener chances reales de alcanzar el poder, lo mismo que en Italia el más izquierdista Movimiento Cinco Estrellas. También en Alemania la influencia de los populistas está en ascenso.
Dada la reputación de riqueza, educación, innovación y resiliencia de Suiza, que haya salido primera en el índice tal vez no sorprenda. Pero los salarios suizos están entre los más altos del mundo, y el 19% de su PIB procede de la industria manufacturera (contra 12% en Estados Unidos y 10% en el Reino Unido), así que en teoría debería ser muy vulnerable a la competencia de China y a la destrucción de puestos de trabajo por la automatización. Sin embargo, el país superó bastante bien estos desafíos.
No puede decirse lo mismo de Italia. Si bien su sector fabril representa una cuota del PIB menor que en Suiza (15%, para ser precisos), la competencia china la afectó mucho más. La razón es sencilla: Italia produce menos bienes sofisticados e innovadores.
Esto es reflejo de un grave error que está cometiendo este país (y con él, Francia). Por gastar demasiado en pensiones públicas para comprar al electorado en el corto plazo, los gobiernos de ambos países limitaron seriamente su capacidad para invertir en educación e investigación científica. Ningún país puede competir eficazmente en una economía global cada vez más cognitiva y tecnológica si su gobierno no dedica recursos suficientes a cultivar las habilidades y capacidades correctas en su fuerza laboral.
Para triunfar también hace falta un marco regulatorio y una cultura corporativa que permitan a los ciudadanos usar productivamente el conocimiento que obtengan. En este sentido, los países con poca participación de las mujeres en la fuerza laboral (como Italia) o donde los trabajadores más experimentados, de más de 65 años, ya no trabajan (como Italia y Francia) están en clara desventaja.
Tal vez el mejor ejemplo del valor de la planificación a largo plazo es Japón. A pesar de ser la economía avanzada con envejecimiento poblacional más rápido, Japón obtiene buenas calificaciones en los aspectos demográficos del índice Wake Up 2050. Una de las razones principales es que, en previsión del cambio demográfico que se avecinaba, el país mantuvo en la fuerza laboral a más del 20% de sus mayores de 65 años, contra apenas un 2,9% en Francia.
Estados Unidos no obtiene las calificaciones esperadas en innovación y conocimiento. El mal desempeño de las escuelas secundarias y una baja tasa general de participación en la fuerza laboral implican una subutilización de las tecnologías avanzadas desarrolladas por Estados Unidos. Es una de las principales razones de la victoria de Trump y un mal augurio para la prosperidad futura del país.
Para “hacer a Estados Unidos grande otra vez”, como Trump prometió, los políticos deben pensar más allá del ciclo electoral inmediato; y esto mismo es aplicable a todas las democracias occidentales. Pero muchos críticos empiezan a dudar de que los políticos occidentales conserven la capacidad de pensar a largo plazo.
Sin embargo, tal vez los críticos se equivoquen. La inmigración, uno de los temas más contenciosos en los debates políticos de la actualidad, es en esencia una cuestión a largo plazo. Y si bien los votantes estadounidenses se manifestaron contra la apertura, el Reino Unido promete mantenerla después del Brexit (excepto para la inmigración procedente de la UE). En otras partes, la apertura todavía tiene firmes defensores.
En Francia, la apertura es el principal campo de batalla de la próxima elección; Le Pen, como Trump y los partidarios del Brexit, asegura que fue un desastre. Pero sus dos rivales principales (el centrista independiente Emmanuel Macron y el republicano de centroderecha François Fillon) defienden una mayor apertura y liberalización de los mercados. El resultado de la elección determinará no sólo la trayectoria futura de Francia, sino de toda Europa. Y al menos en Suiza están un poco más que preocupados.
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