Consternación/EDITORIAL
Noroeste, 18/05/2017
El ánimo está abatido. El corazón, enojado. Tristeza, miedo y coraje, al mismo tiempo, recorren el gremio periodístico.
El asesinato de Javier Valdez consternó a los periodistas de México y otros países. Un ser humano amable, a veces hasta meloso para algunos, supo conquistar amistades por todo alrededor del continente.
Por eso aún hay quienes se preguntan por qué él. Y Ríodoce lo explica con toda claridad: “fueron ellos”. Los narcos.
“No tenemos ninguna duda”, apunta la editorial del semanario, “el origen del crimen de Javier Valdez está en su trabajo periodístico relacionado con los temas del narcotráfico. No sabemos de qué parte, de qué familia, de que organización provino la orden. Pero fueron ellos”.
Si es así, entonces hay otra razón más para que se agrave la consternación, además del profundo dolor por el cobarde asesinato de nuestro colega.
Después de décadas de respetar la línea, el narco sinaloense se atrevió a cruzarla para asesinar a un periodista. Y en el caso de Javier, uno de alto perfil.
En Culiacán debemos estar preocupados. Las conductas y perfiles de quienes hoy protagonizan las bandas criminales ya son distintas. Son jóvenes entre los 16 y 25 años con dinero, armas, drogas y una cabeza perturbada. Atribulada por la sicología inmadura dado sus edades, como por el consumo de drogas y la ira acumulada.
Antes, las afrentas se arreglaban con una negociación, un “susto” y después, la muerte.
Hoy sólo es matar para estos narcomillenials que no soportan la mínima crítica, un breve señalamiento, la opinión en contra.
Esos narcomillenials son los que hoy matan, roban, secuestran, venden droga. No respetan mayor jerarquía más que la del más fuerte. No respetan ningún código, más que el del poder.
Por eso no soportaron el trabajo periodístico de Javier. Y por ello los ciudadanos estamos secuestrados en nuestra propia ciudad.
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Narcodictadura/Editorial
El primer síntoma de la llegada de una dictadura es el ataque a los medios; al poder absoluto nunca le ha gustado el libre pensamiento, la crítica, la investigación. Al poderoso no le gusta nada que no se encuentre en sintonía con su discurso.
Si revisamos cualquiera de las dictaduras en el mundo podemos detectar este síntoma: en Corea del Norte no existen periódicos independientes, radiodifusoras libres, blogs o un periodismo básico alejado del gobierno. En Cuba los dos periódicos de referencia, Juventud Rebelde y Granma, son apéndices del gobierno de los Castro, la televisión y la radio emiten noticieros, pero jamás una mala noticia, un asesinato, un robo, si uno viviera en Cuba y sólo se informara a través de los medios de comunicación controlados por el Estado, pensaría que vive en un paraíso perfecto.
En Venezuela, primero Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro, cerraron la mayoría de los diarios independientes, a los que sobrevivieron a su censura los callaron con cañonazos de miles de dólares o los obligaron a vender.
Donald Trump, un ejemplo de totalitarismo en ciernes, odia a la prensa, la acusa, con argumentos falsos, de publicar noticias falsas, sobre todo información acerca de él, por supuesto. Vladimir Putin, en Rusia, encierra periodistas, expulsa a críticos, amenaza a todo aquel que piense diferente, mientras acude a reelección tras reelección.
En México, el poder ha pasado de un presidente a un grupo de “caudillos” repartidos en los diferentes partidos políticos. Los poderosos han aprendido a cohabitar con la delincuencia organizada y han terminado fundiéndose con ella.
Finalmente, el poder en nuestro País es detentado por la narcopolítica, esa figura difusa que sobrevive a elecciones, crisis y operativos nacionales. Y lo peor es que ha crecido tanto que a tomado el territorio nacional, ejerciendo de algún modo una nueva dictadura.
Y nuestra narcodictadura, como toda forma autoritaria del poder, detesta a todos aquellos que no le sirvan para mantenerse en el poder, de ahí que matar periodistas, sobornar y amenazar sea su forma de operar.
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