La muerte de “El León de la Sierra”, el primer Padrino del narco/Juan Veledíaz, La Silla Rota
Twitter: @velediaz424
¿Quién tuvo los méritos suficientes para ser considerado el primer gran ‘Padrino’ del narco en México?
Era la noche del grito de Independencia cuando se suscitó el episodio que marcó el fin de una época del narco en México. Aquel 15 de septiembre de 1978 en Culiacán, un grupo de reporteros gráficos aguardaban en palacio de gobierno de Sinaloa el inicio de los festejos patrios, cuando por radio les llegó el reporte de un tiroteo a las afueras de la ciudad.Era por el rumbo conocido como la “Y” griega, un sitio donde topa el camino que viene de Culiacán rumbo al poblado de Tepuche, y se divide en dirección a Tamazula, Durango. Hoy día, en ese sitio existe un cenotafio que rememora el suceso, aquel que hizo que el grupo de fotógrafos se movilizara hacia el lugar para cubrir la noticia.
El reporte que llegó por la frecuencia de policía decía que se había suscitado una balacera por ese rumbo, nadie sabía de quién contra quién, pero “la noche mexicana” en palacio de gobierno se alteró, recuerda uno de esos fotógrafos.
Salieron en grupo hacia el sitio, media hora después la policía les informó que se trataba de un “pez grande”, no imaginaron que en ese sitio había sido abatido el legendario Pedro Avilés Pérez, conocido como “El león de la sierra”.
Don Pedro, como lo conocían, era el personaje que desde los años cuarenta del siglo XX creó los primeros puentes con personajes de la mafia italo-estadounidense para el tráfico de heroína y después de mariguana. Su socio principal en territorio de la unión americana se llamaba Max Cossman, a quien conocían como “el rey del opio”.
Desde finales de los años 30, Avilés Pérez había comenzado a tejer una relación de conveniencia con la clase política, en ese entonces personificada en militares que habían combatido en la Revolución. Uno de ellos fue el coronel Rodolfo Tostado Loaiza, el gobernador cardenista de Sinaloa, asesinado durante el festejo de la coronación de la reina del carnaval de Mazatlán, en febrero de 1944. Otro fue su sucesor, el general Pablo Macías Valenzuela, quien gobernó el estado entre 1945 a 1950.
Nacido a principios del siglo XX en la sierra de Durango, desde joven, Avilés Pérez organizó a los sembradores de amapola para que lo surtieran de goma de opio que trasladaba de Culiacán a Mexicali, su centro de operaciones era San Luis Río Colorado, Sonora, donde controlaba todo el paso fronterizo de esta región hasta Tijuana.
Su contacto en aquella época fue el legendario Benjamín “Bugsy” Siegel, miembro distinguido del clan comandado por el capo Charles Lucky Luciano. Ambos depositaron en Cossman la interlocución para los negocios con don Pedro, quien aprovechó la política norteamericana nunca reconocida pero tolerada de “puertas abiertas” al tráfico de heroína en los años de la Segunda Guerra Mundial.
Avilés Pérez se ganó el mote del “león de la sierra” por haber sido el primer hombre que hizo de las montañas uno de sus centros de operación y convirtió al negocio del tráfico de droga en un modelo de organización en la siembra, cultivo y distribución. Su colega y adversario en esos años fue otro de los grandes capos que marcaron época, don Jaime Herrera Nevarez, quien compitió en el dominio de la región serrana que tiempo después sería conocida como el “Triángulo Dorado”.
Don Pedro tuvo dos muchachos que le fueron de mucha utilidad en los años 50, uno fue Ernesto Fonseca Carrillo, quien años después sería conocido como “don Neto” y otro, concentrado en el área urbana de Culiacán, llamado Eduardo Fernández, “don Lalo”.
Era autodidacta, aprendió sobre la marcha, su talento para los negocios hizo que pasara a segundo plano su escaza cultura y educación. Como hombre de campo, don Pedro sabía el valor del trabajo y se preocupó porque la gente que laboraba para él, creciera en el negocio. Avilés fue el impulsor de las primeras familias sinaloenses dedicadas al tráfico de droga: los Caro, los Elenes, los Quintero y los Payán. El último en sumarse al clan sería un agente de la policía judicial de Sinaloa, un hombre alto, enjuto y muy inteligente, Miguel Ángel Félix Gallardo, quien al ser comisionado como escolta en palacio de gobierno, al paso del tiempo se convirtió en un enlace con la clase política representados por quien fue su patrón y despachaba como gobernador (1963-1968), Leopoldo Sánchez Celis.
El dominio de don Pedro duró poco más de dos décadas, su figura era junto a la de don Jaime Herrera en Durango, la más respetada por los políticos, militares y policías en aquella época. Avilés representó la garantía que dos de los factores que hicieron que la interlocución entre el poder político establecido con los hombres del negocio de la droga, “navegara” sin contratiempos. El primer factor era mantener en paz las regiones donde operaban; el segundo, hacer que el dinero circulara, generara economía y fuera factor de desarrollo en las comunidades donde no había caminos, escuelas, luz eléctrica ni comunicaciones. De él aprendieron don “Neto” Fonseca Carrillo, Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Manuel Salcido Uzeta, un individuo del sur de Sinaloa a quien los estadounidenses llamaban “Crazy Pig”.
Hablar de don Pedro con los reporteros más veteranos en Culiacán, implica rememorar aquella noche del grito de Independencia de 1978. El año anterior, en 1977, comenzaban los primeros meses del sexenio de José López Portillo, cuando se puso en marcha la primera operación militar en forma contra la siembra de mariguana y amapola en la zona serrana de Sinaloa y Durango. Se le conoció como “Operación Cóndor”, y fue encabezada en su inicio por el general José Hernández Toledo, el personaje aquel que había sido herido de bala durante la represión militar del 2 de octubre de 1968 contra el movimiento estudiantil de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
Si por el lado militar encabeza la operación el antiguo comandante del batallón de fusileros paracaidistas, del lado civil estaba al frente de los agentes federales Carlos Aguilar Garza, el hombre del que se sabía que recibía dinero de los traficantes de droga por permitirles mover su mercancía sin contratiempos.
Fue el personaje que apareció detrás de la emboscada que le costó la vida la noche del grito de Independencia a don Pedro. El plan se urdió en un contexto de vendettas continuas entre las familias que comenzaban a despuntar en el negocio. Por lo menos desde el inicio de los años 70, las balaceras empezaron a ser frecuentes y de la periferia se trasladaron a la ciudad, hasta que llegó una fecha emblemática: enero de 1976. Por esos días, se suscitó uno de los enfrentamientos más aparatosos, por el número de pistoleros involucrados, en una de las céntricas calles de Culiacán. A partir de ese momento, la sociedad culiacanense y la iniciativa privada, comenzaron a presionar al gobierno para que tomara cartas en el asunto. Era año electoral, tiempo de promesas de campaña, y cuando López Portillo inició su gestión a las semanas inició la “Operación Cóndor”.
Las crónicas de la época refieren que con la estrategia militar sobrevino el “efecto cucaracha”, los jefes de los clanes y sus familias se trasladaron a Guadalajara. Don Pedro tenía la idea de que no tardaría en que al paso de los meses, las cosas con el nuevo gobierno volverían a su cauce. No imaginó que desde la cúpula del poder se había tomado la decisión de “repartir” el pastel. En ese contexto sobrevino su asesinato, lo que marcó el fin de una era, la era de los clanes, las familias y comenzó la época al estilo “Hollywood”, marcada por lo que decía la agencia antidrogas estadounidense, la DEA, quien elaboró su “top” de capos y bautizó a la organización que se fraguó alrededor de don Pedro, como “cartel de Guadalajara”.
Fosa Común
Parte de la historia de “don Pedro” abre el primer tomo de “El Pastel, 80 años de narcotráfico en México”. Un libro publicado el verano del 2012 en Estados Unidos, en edición de autor, y distribuido solo por Internet. El autor, un veterano reportero policiaco de la ciudad de México, que le tocó cubrir para diferentes medios varios de los episodios ahí descritos, se llama José Luis García Cabrera. La obra presentada en dos tomos y casi mil páginas, se presenta como el registro más completo e inédito de personajes, circunstancias y desenlaces que marcaron de 1920 al año 2000 el negocio del tráfico de drogas en México y sus conexiones con Colombia.
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