La tragedia y la indignación/ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA
El terremoto aún no cesa… El símil lo refuerza un México sacudido por otras calamidades que los ciudadanos identifican en la actual coyuntura: el oportunismo presidencial y de los partidos políticos, la ineficacia gubernamental en eventos como los sismos que azotaron a Chiapas, Estado de México, Morelos, Oaxaca, Puebla, Tabasco y a la Ciudad de México. El del martes 19, con su secuela de muertos, heridos y damnificados, fue la puntilla para la indignación, pero sobre todo para la acción ciudadana –inmediata y firme, comprometida y amorosa, inconmensurable– ante unas autoridades pasmadas que se achican frente a la emergencia y, peor aún, mienten y lucran con la tragedia, de la mano de medios electrónicos irresponsables. Hace justamente dos años, Proceso evocó en una edición especial las debilidades y fortalezas del país ante los sismos.
Lo mismo en Oaxaca que en Morelos y la Ciudad de México, los ciudadanos han encarado a las autoridades por su protagonismo en medio de la tragedia. La desconfianza en el manejo de donativos ya causó irrupciones en instalaciones gubernamentales; los voluntarios se han confrontado con los cuerpos de seguridad y las Fuerzas Armadas por su proceder, y todos son sancionados en redes sociales por la desmesura.
El 19 de septiembre, en una esquina de las calles Chimalpopoca y Simón Bolívar, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, arribó en la tarde sólo para ser expulsado por cientos de voluntarios, familiares de víctimas y vecinos. Una mano anónima se le estampó en la nuca mientras que otros lanzaban agua al hidalguense, responsable de la política interior del peñanietismo.
“¡Ensúciate las manos, cabrón!”, se escuchó.
En ese lugar, obreras textiles y oficinistas quedaron bajo los escombros de un edificio. Como ocurría en casi todos los lugares donde hubo derrumbes, mujeres y hombres de todas partes llegaron a retirar a las personas atrapadas, integrando cadenas humanas con la esperanza de encontrar sobrevivientes.
Y es que en Oaxaca y Chiapas el pasado 7 de septiembre, así como en la Ciudad de México, Morelos y Puebla el 19 siguiente, la sociedad se anticipó a sus gobiernos en la atención de los desastres mientras los cuerpos de seguridad y el gobierno estaban ausentes.
Media hora después del sismo del 19, por las principales avenidas de la Ciudad de México se puso en movimiento un éxodo, con caos vehicular y el transporte público suspendido. Mujeres y hombres, vecinos y trabajadores del sector se erigieron en agentes de tránsito por la ausencia de oficiales.
Rápidamente, de todos los rincones de la ciudad llegaban voluntarios y donaciones, alimentos y agua para todos, así como objetos indispensables: carretillas, herramientas, cubetas, polines, cuerdas, extensiones eléctricas… Unas dos horas después, elementos de Protección Civil empezaron a coordinar algunas acciones, aunque al poco tiempo fueron relevados por el Ejército y la Armada.
La solidaridad y el hartazgo se hicieron patentes días antes, en Oaxaca, cuando un grupo de ciudadanos descubrió que en el domicilio particular del secretario perredista del ayuntamiento, Óscar Cruz, se almacenaba la ayuda enviada a ese municipio afectado por el sismo del 7 de septiembre. Aunque la presidenta municipal, Gloria Sánchez, intentó desmentir la especie, el día 15 policías municipales protestaron contra ella por esconder despensas.
La indignación también ha saturado desde aquella fecha las redes sociales, con episodios como el del presidente Enrique Peña Nieto y la expresión racista en la que pide que graben para que vean que en Chiapas “también hay güeritas”, o cuando, al realizar una transmisión en vivo, la actriz y cantante Anahí, primera dama de la entidad, realizó una transmisión en directo pletórica de frivolidad a través de sus redes sociales.
Pero la sanción y el enojo más contundente se registró por el mismo motivo que en Juchitán, ahora contra el gobernador perredista de Morelos, Graco Ramírez, y su esposa, Elena Cepeda. Los mensajes en redes sociales denunciaban un acaparamiento de donativos en bodegas del DIF.
Policías estatales obligaron a desviar dos camiones de ayuda procedente de Michoacán a esos almacenes, pero una ciudadana difundió un video en el que llamó a concentrarse en el lugar para evitar el uso político de las donaciones, que fue atendido tumultuariamente. Ahí se presentó el senador Fidel de Médicis, experredista peleado con Graco Ramírez, pero los voluntarios lo expulsaron y tomaron el control.
La misma tarde del jueves 21, en Xochimilco, el delegado Avelino Méndez, de Morena, fue expulsado por habitantes de esa demarcación, una de las más afectadas. Le arrojaron agua y objetos, lo golpearon en la espalda y literalmente le patearon el trasero hasta que echó a correr y logró encaramarse en un camión en movimiento.
El primer rescate, la primera rapiña
El rescate de Frida Sofía, la niña que no existe pero acaparó los reflectores mediáticos, dejó mal a la Marina Armada de México, cuyos mandos alimentaron la mentira en el colegio Enrique Rébsamen, evidenciada por la propia Marina el jueves 21.
Por la noche, aún sin reponerse del escándalo que ya reseñaban hasta medios internacionales, un video se viralizó: soldados, marinos y rescatistas aparecen encima del edificio reducido a escombros, localizado en la calle Ámsterdam y Torreón, de la colonia Condesa. Habían recuperado el último cuerpo y daban por terminados los trabajos en el lugar. Así que dieron un toque de corneta y, emocionados, entonaron el Himno Nacional a capela, recogiendo con ello numerosas muestras de agradecimiento y admiración en el lugar y en las redes sociales.
En ese inmueble siniestrado se logró el primer rescate con vida después del sismo del martes 19 y también se documentó el primer acto de rapiña, pues el sobreviviente era un fotoperiodista, amigo y colega de muchos de los reporteros que cubrían su rescate.
Se llama Wesley Bocxe y es un experimentado fotógrafo de origen estadunidense radicado en México desde hace años, cuando llegó a cubrir el sismo de 1985 para la agencia Reuters. Su prestigio lo precede: cubrió conflictos en todo el continente, África y los Balcanes, y sus imágenes se publicaron, además de Reuters, en Time y Newsweek. Vivía en ese edificio y, además de comercializar su archivo, era conocido por una creación: los chestwest (chalecos), fanny pack y pouches, que son bolsas especializadas para fotógrafos.
La noche del miércoles 20 el fotoperiodista de Proceso Miguel Dimayuga captó a soldados cargando ya como propias esas prendas, creación de Wesley y patentadas en Estados Unidos, de la marca Newswear, que es la suya.
Para entonces el presidente Peña Nieto se había concentrado en dar protagonismo y ensalzar el trabajo de las Fuerzas Armadas, como venía destacando desde el 7 de septiembre pese a que en algunos casos resultó un fiasco.
En su edición 2133, este semanario dio cuenta de la forma en que, el miércoles 13, un contingente de burócratas bajo las órdenes de la secretaria de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, Rosario Robles, peinó la zona de Santa María Xadani, mientras elementos del Ejército y la Marina limpiaban la zona para el arribo de Peña Nieto. Había pasado una semana desde el sismo y las Fuerzas Armadas realizaron una operación cosmética a un lugar en desgracia. Cuando el presidente llegó, todo estaba listo para que lo recibiera la población bajo control clientelar.
La periodista Rebeca Luna reportó que lo mismo ocurrió en Santiago Niltepec, Oaxaca, el viernes 22. La mitad de la comunidad estaba destruida desde el día 7 y no había llegado ayuda hasta esa mañana, cuando los militares hicieron reparaciones para recibir al presidente.
Dos días antes, el miércoles 20, en la Ciudad de México, un equipo de “externos” reparó las instalaciones del hospital Balbuena. La reportera Areli Villalobos documentó cómo en cuestión de horas remozaron las instalaciones, arreglaron grietas causadas por el sismo del 19, cambiaron cortinas, colchones y sábanas, llegó material de curación que no había y todo quedó listo para la visita presidencial a los heridos. Los medios difundieron un video sobre esa ocasión, en el que Peña aparece flanqueado por los secretarios de Defensa, Salvador Cienfuegos, y de Marina, Vidal Francisco Soberón.
Más allá del lucimiento y la propaganda, la presencia del gobierno en las calles se redujo al despliegue de las Fuerzas Armadas, cuyo proceder derivó en confrontaciones. La noche del martes 19, en el cruce de San Luis Potosí y Medellín, colonia Roma, un contingente de soldados fue increpado al tender un cerco para replegar a la multitud de voluntarios, aunque lo hicieron sin violencia. Eran como las 7:30 de la tarde cuando un oficial anunció que ya no había posibilidades de vida en los escombros. La escena evocó la ocupación militar del sector en 1985.
Tensiones como esa se reprodujeron en los días siguientes contra otros cuerpos gubernamentales y de seguridad. Por ejemplo, en el derrumbe de otro edificio, en la calle Coquimbo, colonia Lindavista, los reclamos subieron de tono cuando policías preventivos intentaron desalojar a familiares de víctimas y voluntarios la mañana del miércoles 20.
Situaciones similares se produjeron en especial cuando persistía la duda sobre la existencia de sobrevivientes y se intentaba poner fin a los rescates. El viernes 22 se llegó a los golpes cuando una brigada feminista encaró a policías capitalinos. Protestaban por la suspensión de la búsqueda de obreras en la fábrica textil de la calle Chimalpopoca.
Todo el tiempo, mientras esto sucedía, Peña Nieto y sus colaboradores insistieron ante los medios de comunicación en que no se removerían los escombros con maquinaria pesada hasta agotar toda posibilidad de supervivencia.
La desinformación
Desde la noche del martes 19 y hasta el cierre de esta edición el viernes 22, los reclamos a las autoridades por la desinformación fueron la constante en todos los sectores afectados, pues los familiares de heridos, fallecidos y desaparecidos, así como los voluntarios pedían datos y obtenían escasas respuestas.
En Álvaro Obregón, colonia Roma, la psicóloga Diana Sandoval acudió con una pala al inmueble marcado con el número 286 para remover escombros. Ahí, un voluntario que fungía como intermediario de Protección Civil de la ciudad decidió que, como el trabajo era pesado, sólo se aceptarían hombres. Ella decidió apoyar elaborando las listas de desaparecidos y heridos.
Durante toda la jornada y hasta el amanecer las familias sólo podían informarse con esa lista improvisada. Nadie daba más información. Así se acumularon las historias de familias que se demoraron horas o días en conocer el paradero de los suyos:
La viuda de Antonio, el taquero de la calle Salamanca que murió aplastado en el Palacio de Hierro de la colonia Roma por un desprendimiento, se enteró hasta la tarde del miércoles 20. David Ramos, cuya hermana Ana murió en Chimalpopoca, lo supo un día después del rescate del cuerpo, que se realizó el jueves 21. La familia de una de las víctimas de la calle Álvaro Obregón, Jesús Emmanuel Navarro, se enteró el viernes 22 de que su cuerpo llevaba dos días en el anfiteatro.
Incluso en esta penosa fase del desastre, las exequias de los fallecidos, la solidaridad ciudadana le ganó el paso al gobierno capitalino: desde el martes 19 la Asociación de Funerarios y Embalsamadores de la Ciudad de México puso ataúdes y servicios fúnebres a disposición de quien los necesitara afuera del Instituto de Ciencias Forenses. Hasta el día siguiente el gobierno de Miguel Ángel Mancera anunció que se haría cargo de esos gastos.
En las labores de comunicación, la ausencia de voceros y representantes gubernamentales se suplía con voluntarios, muy señaladamente integrantes de los Scouts de México, que se erigieron en intermediarios entre autoridades y ciudadanos que colaboraban en las tareas de auxilio a las víctimas.
A la falta de registros oficiales sobre los daños y pérdidas humanas, se sumó la ausencia de un protocolo para informar de manera oficial sobre centros de acopio, albergues y necesidades de ayuda, e incluso acerca de los nuevos derrumbes que se notificaban en redes sociales y resultaban ser falsos.
Dichos rumores circulaban aun dos días después del sismo. Los voluntarios llegaban al lugar del supuesto siniestro en vano, como ocurrió la tarde del miércoles 20, con el supuesto derrumbe de un edificio en el Centro Médico Siglo XXI.
O bien, por el contrario, la ayuda llegaba a una zona severamente afectada que terminaba desbordada, intransitable, como ocurrió el mismo miércoles en Xochimilco.
Para entonces, una vez más, la movilización ciudadana le había ganado a la autoridad: Horizontal, una plataforma editorial que dirige el periodista Guillermo Osorno, se convirtió en punto de encuentro de periodistas e integrantes de diferentes organizaciones, quienes idearon un protocolo de verificación de datos sobre los daños del sismo, centros de acopio y albergues.
Con un mapa que se actualizaba en tiempo real y, en las redes sociales, la etiqueta #verificado(fecha)s, seguida de la hora, dicha plataforma pronto se convirtió en la fuente de información para el Centro Nacional de Prevención de Desastres, el C5, el Inegi, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, Harvard, el MIT y la NASA.
Peña Nieto y sus colaboradores, así como el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, se limitaron a emitir mensajes en sus redes sociales para pedirle a la ciudadanía que no se dejara llevar por rumores, pero fueron incapaces de establecer una fuente que unificara la información oficial.
La noche del martes 19 el secretario Osorio Chong reconoció durante una entrevista en Televisa que la masiva intervención de voluntarios había sido muy útil –así, en pasado– al señalar los lugares afectados, lo que permitió reaccionar a las autoridades.
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