El arquitecto colombiano Mauricio Faciolince lidera una iniciativa contra la estigmatización de la ciudad que sobreviene con el triunfo de series y películas sobre el narcotraficante
FELIPE SÁNCHEZ
El País, Madrid 11 DIC 2017
Cartel publicitario de la serie 'Narcos', el pasado diciembre en la Puerta del Sol de Madrid. CHEMA MOYA EFE
La detención el fin de semana de uno de los narcotraficantes más buscados de Colombia ha vuelto a agitar el fantasma del cartel de Medellín y su líder, Pablo Escobar. En una escena más propia de los años noventa que de la segunda década del siglo XXI, las autoridades capturaron el sábado a Juan Carlos Mesa, Tom, calificado por el comandante de la operación como “el Escobar contemporáneo”, en plena fiesta de cumpleaños junto a un grupo de narcotraficantes entre quienes se encontraba John Jairo Velásquez, Popeye, uno de los principales sicarios del cartel de Medellín.
Tras haber pagado una pena de 22 años de cárcel y reconvertido en estrella de Internet con un canal de YouTube que cuenta con casi 600.000 suscriptores, Popeye navega hoy sobre la ola de popularidad de su difunto jefe: un Escobar que ha resucitado como icono pop en series y películas de alcance internacional. En el otro extremo, una sociedad civil que no olvida los cerca de 5.500 asesinatos del cartel durante su auge entre 1989 y 1993, según cifras oficiales, se moviliza contra la idealización del capo. El arquitecto colombiano Mauricio Faciolince, de 43 años, encabeza la más reciente de estas iniciativas con un conjunto de conferencias, Medellín más allá de Netflix —en referencia a la imagen de la ciudad en series de la plataforma como Narcos—, la primera de las cuales presentó este lunes en la Casa América de Madrid.
“El problema con todas estas series y todo el merchandising que se produce sobre Escobar es que el gran público empieza a olvidar a las víctimas, el sufrimiento de quienes padecieron en carne propia las bombas”, afirma el arquitecto, primo del escritor Héctor Abad Faciolince, cuyo padre fue asesinado a finales de los años ochenta a manos de grupos de narcos y paramilitares por su defensa de los derechos humanos, una de las imágenes indelebles de esa época que quedó inmortalizada en la novela El olvido que seremos (2006). “La gente no sabe si el cartel existe todavía o no, ni que Medellín ha avanzado mucho para superar esos años que fueron durísimos”, agrega Faciolince.
Medellín ha pasado de ser la ciudad más violenta del mundo con un registro de 266 homicidios por cada 100.000 habitantes en 1991, el año más sangriento en la historia de la capital del departamento de Antioquia, según el diario El Tiempo, a 21 el año pasado. Caracas encabezó el ránking de 2016 con una tasa de 130, menos de la mitad del pico de la ciudad colombiana en la década de los noventa. Medellín salió además en 2015 del listado de las 50 urbes con la mayor proporción de homicidios elaborado por la ONG mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal.
La capital antioqueña recibió el año pasado en Singapur el premio Lee Kuan Yew World City Prize, conocido como el Nobel de las ciudades, como reconocimiento a su transformación urbana en las últimas dos décadas. Y también ha sido reconocida como la ciudad más innovadora en 2102 por el diario The Wall Street Journal y la ONG Urban Land Institute.
La revolución urbanística y social que ha dado un vuelco a sus indicadores empezó en 2004 con la alcaldía del ahora candidato presidencial Sergio Fajardo y continuó con sus sucesores Alonso Salazar (autor de la biografía de Escobar La parábola de Pablo, 2001), Aníbal Gaviria y el actual regidor, Federico Gutiérrez. Faciolince, miembro de varias de estas Administraciones a lo largo de 12 años, lamenta que ante los extranjeros la imagen de la ciudad no sea esta sino la de las mordaces pancartas publicitarias de Narcos: “¿Plata o plomo?”; “Oh, blanca Navidad”; o el mapa de América Latina en un relieve calizo que semeja el de la cocaína.
Según Faciolince, al menos 18 agencias de viajes ofrecen narcotours por Medellín, uno de las cuales vendía un paquete el pasado Halloween que incluía una cena privada con Popeye, autor confeso de unos 300 asesinatos y a quien la Fiscalía ha pedido revocar la libertad condicional tras la detención de Tom. Las muchedumbres de turistas frente al edificio Mónaco, el antiguo cuartel general de Escobar en Medellín, son pan de cada día en la ciudad. Incluso el hermano del capo Roberto Escobar Gaviria, El Osito, participa en uno de estos recorridos turísticos.
La Universidad Eafit ha producido en respuesta un antitour periodístico disponible en la web con documentación y testimonios sobre los crímenes del cartel. Y el Ayuntamiento de Gutiérrez se ha revuelto contra la fiebre por el narco y ha propuesto demoler el Mónaco, entre otras medidas. La polémica está servida en una sociedad que no ha definido por completo cómo manejar el sangriento legado de Escobar mientras ve cómo fuera del país los crímenes del malhechor se suavizan al pasar por el prisma de la ficción y hacen de él una superstar.
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