En memoria de José Francisco Ruiz Massieu (II)/ Heriberto M. Galindo Quiñones
El Heraldo, 1 de octubre de 2018...
Doy testimonio de que estoy vivo gracias a un milagro de Dios y lo expongo:
Luego del disparo de la metralleta que privó de la vida a José Francisco Ruiz Massieu, el asesino no dejaba de oprimir el gatillo apuntándome, aunque sin éxito; pues no pudo lograr que saliera más de una bala, ya que se le trabó el arma.
El automóvil encendido por JFRM seguía su marcha, despacio, y la dirección hidráulica giró rápidamente hacia la derecha, cuando él quedó inerte por el efecto del balazo en su cuello.
Después de que el agresor disparó y no pudo continuar, desesperado tiró el arma en el camellón y se dirigió rumbo a la calle más próxima (Antonio Caso) donde se encontró con un policía bancario armado, quien cuidaba la sucursal del Banco Confía.
Nervioso quiso huir, pero se vio impedido por una veintena de personas –choferes y asistentes de diputados–, quienes lo sujetaron y ubicaron, hincado, junto a la llanta trasera derecha del vehículo de Ruiz Massieu que ya habíamos estacionado frente al edificio que albergaba las oficinas del CEN de la CNOP.
¿Por qué digo que estoy vivo gracias a un milagro de Dios? Porque así fue, aunque no lo crean los ateos. Veamos:
Si el asesino hubiera seguido disparando, yo habría sido la segunda persona que moriría en ese trance, pero pudo más la protección divina, pues a las 4 de la madrugada de ese día, Adriana Bastidas de Félix, una muy querida amiga y paisana cristiana, me despertó para orar por mí, sin saber lo que ocurriría más tarde. Considero que en aquella ocasión, Dios me dio tres manifestaciones de su presencia, su favor y su poder. Lo explico:
1. Si el asesino no hubiera identificado a Ruiz Massieu, se pudo haber confundido y pensado que yo era José Francisco, por estar ubicado en el asiento delantero derecho, usualmente reservado para el propietario del vehículo, cuando se cuenta con un chofer; pero en este caso el conductor era el mismísimo personaje, acompañado por mí y por Roberto Ortega Lomelí, quien iba en el asiento trasero.
2. Si no se hubiera encasquillado el arma y el asesino hubiese hecho más disparos, seguramente yo habría muerto.
3. La bala que penetró en el cuello del cuerpo de mi amigo pudo haberlo atravesado y matarme, si hubiera entrado por la parte blanda, pero chocó en el hueso superior de su columna vertebral, y se trasladó hacia la parte izquierda del abdomen, y luego hacia la derecha donde quedó incrustada.
Con Pepe a bordo del Buick, pedí auxilio para que algún médico lo atendiera y por lo menos le diera respiración de boca a boca. Grité angustiado, buscando un médico y fue cuando la compañera diputada y doctora Ana María Licona se ofreció, muy solidaria, y trató de ayudarlo, pero ya todo era imposible.
Una ambulancia lo trasladó al Sanatorio Español. Minutos después llegó el hermano Mario Ruiz Massieu.
Allí mismo le entregamos al agresor y al instante sus ayudantes lo tomaron preso. Después narramos y reconstruimos los hechos ante la autoridad. Fui a la Procuraduría a rendir mis declaraciones.
Así terminó parte de esta trágica y dolorosa historia, en cuyo recuerdo considero que aquella mañana del miércoles 28 de septiembre de 1994 volví a nacer.
Ese mismo día me entregué a los pies de Jesucristo y hoy, con gran satisfacción, exclamo que a Dios le debo mi vida y me consagro a ÉL.
@HMGalindoQ
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