Personas afuera de una mezquita en Christchurch, el viernes. Credit Mark Baker/Associated Press
El viernes, un hombre armado se puso un casco con una videocámara, llenó su auto de armas, condujo hasta una mezquita en Christchurch, Nueva Zelanda, y comenzó a dispararles a todas las personas que veía. Ese acto terrorista fue transmitido en vivo para que todo el mundo lo viera en las redes sociales.Cuarenta y nueve personas fueron asesinadas (50) y más de 40 resultaron heridas en el ataque, que ocurrió en dos mezquitas distintas de la ciudad. Un sospechoso, Brenton Harrison Tarrant, fue acusado de un cargo de asesinato, y se espera que se presenten más cargos. Otras tres personas fueron detenidas por la policía, pero una fue liberada horas después.
Un video de diecisiete minutos de una parte del ataque, que rápidamente se divulgó en internet antes de que los censores de las redes sociales pudieran eliminarlo, es uno de los registros en alta definición más perturbadores de la era digital sobre un ataque masivo con víctimas mortales, una muestra grotesca desde la perspectiva del tirador que documenta la capacidad que tienen los seres humanos para ser inhumanos.
Desde luego, los videos de los ataques están concebidos para extender el terror. Sin embargo, lo que hace de esta atrocidad “un acto de violencia extraordinario y sin precedentes”, como lo describió la primera ministra Jacinda Ardern, es la naturaleza metódica con la que se llevó a cabo la masacre y la manera en que, al parecer, se planeó para maximizar su viralidad.
Aunque plataformas como Facebook, Twitter y YouTube se apresuraron a eliminar la grabación y un manifiesto adjunto que al parecer redactó el francotirador, no pudieron con la velocidad de sus usuarios; las nuevas herramientas de inteligencia artificial creadas para eliminar el contenido terrorista de este tipo de plataformas no pudieron vencer la astucia humana y el impulso morboso de observación.
En cuestión de minutos, el video fue descargado y transmitido en plataformas adicionales que lo divulgaron por todo el mundo. Se hicieron capturas de pantalla de escenas pausadas en las que aparecen cadáveres y se subieron a sitios como Reddit, 4chan y Twitter, donde se compartieron una y otra vez.
Algunos usuarios de Twitter dijeron que habían tratado de evitar que los videos se reprodujeran de manera automática en sus secciones de noticias para no ser bombardeados con videos de la grabación de la masacre provenientes de todo el planeta.
Los usuarios de internet rastrearon el historial digital del supuesto tirador, y preservaron y compartieron imágenes de armas y equipo corporal. Los aparentes rastros digitales del tirador —desde los desvaríos de un manifiesto nacionalista blanco hasta sus publicaciones en el tablero de mensajes de 8chan antes de los asesinatos— fueron revelados y, durante algunos momentos, distribuidos hasta los rincones más alejados de la web.
El asesino quería la atención del mundo y logró obtenerla cometiendo un acto de terrorismo masivo. Este no ha sido el primer acto de violencia que se transmite en tiempo real.
En 2015, dos reporteros en Roanoke, Virginia, fueron asesinados por un tirador que publicó el video en Twitter. Poco después, Periscope, una aplicación de transmisiones en vivo, se convirtió en objeto de ataques luego de que una adolescente transmitiera en vivo su suicidio.
Otros asesinatos se han transmitido en vivo en Facebook, como el asesinato presuntamente fortuito de Robert Godwin en 2017. También se han realizado muchas grabaciones de encuentros —a veces mortales— con la policía. Desde que la herramienta de video en vivo se lanzó a finales de 2015, los usuarios también han transmitido violaciones y abuso infantil; una investigación de 2017 realizada por BuzzFeed News halló “por lo menos 45 casos de violencia” en toda la plataforma.
Sin embargo, el tiroteo de Christchurch resulta distinto, en parte debido a lo bien que el perpetrador conocía los rincones más oscuros de internet. La grabación contiene varias referencias a la cultura de la red y de los memes, entre ellas la mención de una personalidad prominente de YouTube poco antes de que comenzara el ataque.
El rastro digital que dejó el atacante parece indicar que la creencia en la supremacía blanca motivó el ataque. Hasta este momento, hay muchas cosas que se desconocen a pesar de lo que se ha publicado en línea. El manifiesto de 87 páginas, por ejemplo, está lleno de capas de comentarios autorreferenciales e irónicos, al parecer escritos para enfurecer específicamente a las comunidades que tal vez ayudaron a radicalizar al tirador.
Parece que el atacante de Christchurch —quien por su huella digital debe haber crecido en la era de internet— entiende tanto la dinámica de la plataforma que permite la divulgación de desinformación y contenido divisorio como también la manera en que se puede sembrar discordia.
Por aterradora que sea la violencia, este asunto también se trata de lo bien que la comunidad en línea funcionó a favor del tirador. Esta quizá sea nuestra nueva realidad. El odio conspirativo no solo se ha expandido del internet a la vida real, sino que también está armado para volverse viral.
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