Las columnas políticas hoy, domingo 2 de febrero de 2020
Templo Mayor/REFORMA
¡ACHIS! O mejor dicho: ¡Achú! ¿A poco el gobierno de Claudia Sheinbaum está ocultando que el coronavirus ya llegó a la Ciudad de México? La pregunta es más que pertinente porque los capitalinos se enteraron ayer de un posible caso de contagio... ¡gracias a Uber!
POR INCREÍBLE que parezca, fue la empresa de transporte la que reveló la posible presencia del temible virus en la CDMX. Según esto, Uber fue contactado por las autoridades capitalinas para dar seguimiento a un caso sospechoso, lo que llevó a establecer que el sujeto había tenido contacto con dos choferes y éstos con ¡240 personas!
DESPUÉS del shock de la revelación, la Secretaría de Salud local salió con la cola entre las patas a medio aclarar las cosas, asegurando que no se reporta ningún caso "confirmado", peeero nada dijo de por qué escondió los casos sospechosos. La opacidad al volante.
CUENTAN que una de las prioridades de la flamante titular del SAT, Raquel Buenrostro, es pasar por los rayos X todo lo que tiene que ver con Aduanas, donde la corrupción no se enteró del cambio de régimen.
UNO DE los aspectos centrales de esta revisión será el tema de la tecnología que se utiliza para la detección de contrabando tanto de mercancías como de armas. Hasta donde se sabe, el gobierno de Enrique Peña Nieto pagó por carísimos sistemas computacionales que se quedaron, ahora sí, en la nube, pues nunca los pudieron aterrizar en la realidad.
PERO AHÍ no acaba la cosa, los que saben del asunto dicen que a los primeros que les están revisando hasta las muelas es a todos los funcionarios que dejó enquistados en la estructura del SAT el hoy subsecretario de Gobernación Ricardo Peralta. ¿Será que les saben algo o nomás les tocó el semáforo rojo?
LA BUENA es que, según el Presidente, su gobierno federal ya rescató a Pemex de la bancarrota. La mala noticia es que el único que se lo cree es Andrés Manuel López Obrador, sin convencer a las calificadoras internacionales de las supuestas bondades de su política energética.
LAS PRINCIPALES agencias siguen viendo con muuucho escepticismo las decisiones que ha venido tomando el gobierno sobre Petróleos Mexicanos. De hecho, algunos analistas son francamente pesimistas y dan por hecho que este año podrían bajarle la nota a la empresa productiva (es un decir) del Estado. Que nomás están esperando a ver los resultados del primer trimestre de este año para definir una postura.
LO GRAVE del asunto es que su principal variable de decisión es el crecimiento económico. Y, no, tristemente no se fían de "otros datos", sino de los reales.
#@
Mitos, ritos y superdomingo/Eduardo Caccia
REFORMA
02 Feb. 2020
Todas las civilizaciones tienen un andamiaje con el que han construido los elementos que les dan trascendencia, dentro de estos, los mitos y los ritos constituyen la base de una narrativa que funciona como aglutinador de lo que somos y lo que creemos. Digamos que el mito es como una historia ejemplar, ligada usualmente a los momentos fundacionales de algo. Nuestro escudo nacional es, por ejemplo, la representación de un mito, de nuestra narrativa fundacional. El mito es el acontecimiento excepcional: fue un día donde se avistó el águila sobre un nopal, devorando una serpiente, estampa para la posteridad generacional.
Se dice que el mito tiene tres grandes finalidades. Sirve para forjar una cosmovisión, esto es, entender el mundo y darle un sentido existencial a la participación de uno. El segundo fin es preservar la memoria histórica de la tribu (comunidad, sociedad, país, etcétera), sus enseñanzas y valores, en otras palabras, el mito es un antídoto contra el olvido. Finalmente, sirve también para ilustrar con ejemplos (espirituales y prácticos) cómo se debe vivir en esa comunidad, da estructura e identidad cultural.
Para que el mito siga vivo, debe ser recordado. Para esto existe el rito, que es el mito llevado a escena, es la dramatización de aquella historia ejemplar. Así, bajo el concepto de tradiciones, festividades, ceremonias y más, las culturas refuerzan sus lazos de identidad.
Y es así como llegamos al "superdomingo", el día en que se juega el "Super Bowl". Escribo estas líneas antes del partido de hoy. Existen, sin embargo, grandes posibilidades de que prediga lo que va a pasar, no porque tenga una bola de cristal, sí porque la sociedad norteamericana ha construido su narrativa alrededor de mitos y ritos. Una narrativa fundacional donde tienen cabida los hombres bravos y libres que con el tiempo conquistaron territorios a través de un poder militar, estrategias, argucias y, para muchos, como mandato divino. El futbol americano, y particularmente la ceremonia de inauguración, son rituales, escenificaciones del mito.
Veremos a dos equipos comandados (nótese a partir de aquí la terminología bélica) por mariscales de campo, cuyo propósito no es otro que lograr la victoria, pues el que pierda "no vive más". Para ello deben defender y atacar con estrategias, argucias y, para muchos, como tocados por la mano divina. Habrá violencia, sí, materializada en el contacto personal, en la que los fuertes, bravos y arrojados tienen más posibilidad de ganar para sus colores, su uniforme, en el que usualmente hay símbolos de otros mitos (como es el caso de los 49ers de San Francisco, o el de los -extintos indígenas- Jefes de Kansas City, en cuyo escudo se evoca una flecha, presumiblemente de obsidiana, remembranza a una cultura forzada a su desaparición). La posición territorial es, como en la guerra, fundamental. Se trata de dominar al contrario, avanzar en su territorio y no dejar que llegue al propio. Y ahí no acaban las alusiones, hay ataques sorpresa, "bombas", "muerte súbita", ofensiva aérea y terrestre, captura del mariscal, o el compañero que fue "detenido en".
Dentro de todo este paralelismo, uno de mis momentos favoritos es el ritual de la ceremonia de inicio. Una verdadera apología al poder militar y una exaltación al patriotismo de nuestros vecinos. Se extenderá una enorme bandera de las barras y las estrellas; cantará el himno, muy a su manera, una personalidad; veremos desfilar varios representantes de las Fuerzas Armadas, algunos veteranos de guerra que caminan con dificultad; la pantalla mostrará militares norteamericanos en otros países, la gente se tocará el corazón, un gesto más emotivo que oficialista, y en la última línea del himno, cuando se mencione a the land of the free, pero sobre todo and the home of the brave, cuando esta última palabra se arrastre por varios segundos, el sonido de todos será callado por los aviones supersónicos de combate volando sobre el estadio, que enchinarán la piel y les recordarán a los miles presentes y a los millones de televidentes que existe, les guste o no, una nación poderosa que reafirma, así, su hegemonía militar.
De la misma forma, las marcas aprovechan los mitos y los ritos. Es un conocimiento ancestral que se multiplica y que cautiva. ¿Sucederá hoy?
@eduardo_caccia
#@OPINIÓN
El Leviatán de papel/Isabel Turrent
REFORMA
02 Feb. 2020
En el corredor de libertad de Robinson y Acemoglu* -del que hablábamos ayer- que crece cuando una nación tiene la suerte de vivir, y alimenta, el equilibrio de poder entre una sociedad civil organizada y participativa y un Estado maniatado a su servicio, América Latina merece una categoría especial. Regresamos una y otra vez a un Leviatán de papel o del papeleo, lo mismo da. Robinson conoce muy bien el caso de Colombia. Sabe que, como muchos países latinoamericanos, Colombia ha padecido el peor de los Leviatanes posibles: un Estado que comparte los rasgos más negativos de los dos que han impedido el florecimiento de la democracia y la libertad.
Cuando tiene el poder para defender el orden patrimonial establecido es despótico, represivo y arbitrario. Busca mantener a toda costa a la sociedad civil débil y desorganizada -la movilización social es siempre una amenaza para el Leviatán de papel-. Pero es, a la vez, un Leviatán débil y ausente incapaz de defender a la población de la violencia, preocupado básicamente por concentrar el poder en el líder en turno y defender las prerrogativas de los grupos que lo apoyan a través de una corrupción endémica -que premia con puestos y prebendas la lealtad de funcionarios y burócratas- y de la aplicación selectiva de la ley. Este Leviatán reina sobre sociedades patrimoniales, jerárquicas y profundamente desiguales.
Para colmo de males, el Leviatán de papel ha sido también una catástrofe económica. Sin el imperio de la ley, ni seguridad, con corrupción endémica y sin la capacidad y voluntad de proveer a la sociedad de servicios básicos de manera equitativa, este Estado ha sido incapaz de garantizar un crecimiento económico sostenido.
Robinson y Acemoglu mantienen la tesis de que los países de Europa Occidental emprendieron el camino a la modernidad gracias al legado institucional de Roma y una larga tradición de participación social. Y sostienen que el cimiento del Leviatán de papel -despótico cuando lo necesita y ausente porque gobierna a espaldas de la sociedad civil- es una herencia colonial.
Es cierto. Pero México nunca fue Colombia: el legado que nos llevó a transitar desde el siglo XIX entre la anarquía y la tiranía es más complejo y difícil de desmontar. En México, los españoles decapitaron una cultura y un imperio floreciente y construyeron sobre sus cimientos a Nueva España, una sociedad diferente y única: la joya de la Corona española. "No obstante, -escribió Octavio Paz-, Nueva España es ininteligible sin la presencia del mundo indio, como antecedente y como presencia secreta en los usos, las costumbres, las estructuras familiares y políticas...".** De esa presencia secreta, heredamos la memoria de un Leviatán despótico, que nos alejó del corredor, que tenía apenas un atisbo de participación social a través de los calpullis, las unidades territoriales básicas de Tenochtitlán, que eran más que un canal de transmisión de demandas, instrumentos de control del poder central.
El orden colonial tampoco nos ayudó a transitar a la modernidad. Los españoles construyeron, en efecto, un orden patrimonial con resabios de feudalismo y cruzada religiosa, mercantilista y explotador, con un soberano todopoderoso en ultramar, pero un virrey acotado y débil en Nueva España. Un Leviatán de papel que recelaba de los criollos, oprimía a los indígenas y que nos privó de la experiencia parlamentaria española de las Cortes.
A principios del siglo XIX, México estaba aún más impreparado que España para la democracia. Los grupos que realizaron la Independencia no pudieron implantar en México las ideas liberales que enarbolaban porque no había ningún lazo orgánico entre ellos y esas ideas. Lo mismo sucedió con la ideología democrática y republicana que adoptamos (pero nunca adaptamos) de Europa y EU. Fue una superposición histórica, dice Paz, que "no cambió a nuestras sociedades pero sí deformó las conciencias: introdujo la mentira y la mala fe en la vida política".
Y así entramos al largo periodo histórico que, con escasos paréntesis de modernidad, ha dominado el Leviatán de papel, despótico pero ineficiente, donde ni movimientos como el de 1968 han podido instaurar un corredor de libertad permanente como forma de gobierno. Está en manos de la sociedad civil -a la que tanto teme el gobierno de LO, la más reciente versión del Leviatán de papel- cambiar el rumbo.
* The Narrow Corridor...
** Octavio Paz, Sor Juana Inés...
#@OPINIÓN
El Leviatán de papel/Isabel Turrent
REFORMA
02 Feb. 2020
En el corredor de libertad de Robinson y Acemoglu* -del que hablábamos ayer- que crece cuando una nación tiene la suerte de vivir, y alimenta, el equilibrio de poder entre una sociedad civil organizada y participativa y un Estado maniatado a su servicio, América Latina merece una categoría especial. Regresamos una y otra vez a un Leviatán de papel o del papeleo, lo mismo da. Robinson conoce muy bien el caso de Colombia. Sabe que, como muchos países latinoamericanos, Colombia ha padecido el peor de los Leviatanes posibles: un Estado que comparte los rasgos más negativos de los dos que han impedido el florecimiento de la democracia y la libertad.
Cuando tiene el poder para defender el orden patrimonial establecido es despótico, represivo y arbitrario. Busca mantener a toda costa a la sociedad civil débil y desorganizada -la movilización social es siempre una amenaza para el Leviatán de papel-. Pero es, a la vez, un Leviatán débil y ausente incapaz de defender a la población de la violencia, preocupado básicamente por concentrar el poder en el líder en turno y defender las prerrogativas de los grupos que lo apoyan a través de una corrupción endémica -que premia con puestos y prebendas la lealtad de funcionarios y burócratas- y de la aplicación selectiva de la ley. Este Leviatán reina sobre sociedades patrimoniales, jerárquicas y profundamente desiguales.
Para colmo de males, el Leviatán de papel ha sido también una catástrofe económica. Sin el imperio de la ley, ni seguridad, con corrupción endémica y sin la capacidad y voluntad de proveer a la sociedad de servicios básicos de manera equitativa, este Estado ha sido incapaz de garantizar un crecimiento económico sostenido.
Robinson y Acemoglu mantienen la tesis de que los países de Europa Occidental emprendieron el camino a la modernidad gracias al legado institucional de Roma y una larga tradición de participación social. Y sostienen que el cimiento del Leviatán de papel -despótico cuando lo necesita y ausente porque gobierna a espaldas de la sociedad civil- es una herencia colonial.
Es cierto. Pero México nunca fue Colombia: el legado que nos llevó a transitar desde el siglo XIX entre la anarquía y la tiranía es más complejo y difícil de desmontar. En México, los españoles decapitaron una cultura y un imperio floreciente y construyeron sobre sus cimientos a Nueva España, una sociedad diferente y única: la joya de la Corona española. "No obstante, -escribió Octavio Paz-, Nueva España es ininteligible sin la presencia del mundo indio, como antecedente y como presencia secreta en los usos, las costumbres, las estructuras familiares y políticas...".** De esa presencia secreta, heredamos la memoria de un Leviatán despótico, que nos alejó del corredor, que tenía apenas un atisbo de participación social a través de los calpullis, las unidades territoriales básicas de Tenochtitlán, que eran más que un canal de transmisión de demandas, instrumentos de control del poder central.
El orden colonial tampoco nos ayudó a transitar a la modernidad. Los españoles construyeron, en efecto, un orden patrimonial con resabios de feudalismo y cruzada religiosa, mercantilista y explotador, con un soberano todopoderoso en ultramar, pero un virrey acotado y débil en Nueva España. Un Leviatán de papel que recelaba de los criollos, oprimía a los indígenas y que nos privó de la experiencia parlamentaria española de las Cortes.
A principios del siglo XIX, México estaba aún más impreparado que España para la democracia. Los grupos que realizaron la Independencia no pudieron implantar en México las ideas liberales que enarbolaban porque no había ningún lazo orgánico entre ellos y esas ideas. Lo mismo sucedió con la ideología democrática y republicana que adoptamos (pero nunca adaptamos) de Europa y EU. Fue una superposición histórica, dice Paz, que "no cambió a nuestras sociedades pero sí deformó las conciencias: introdujo la mentira y la mala fe en la vida política".
Y así entramos al largo periodo histórico que, con escasos paréntesis de modernidad, ha dominado el Leviatán de papel, despótico pero ineficiente, donde ni movimientos como el de 1968 han podido instaurar un corredor de libertad permanente como forma de gobierno. Está en manos de la sociedad civil -a la que tanto teme el gobierno de LO, la más reciente versión del Leviatán de papel- cambiar el rumbo.
* The Narrow Corridor...
** Octavio Paz, Sor Juana Inés...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario