Otra raya al tigre/Sergio García Ramírez
El Universal, 21/11/2020;
Dos precisiones sobre el alcance de mis comentarios. Primero: aludo al sistema penal, espacio para el encuentro entre el ciudadano y el Estado poderoso: escenario poblado de peligros para los derechos de los individuos (nosotros) y los valores y principios de la sociedad democrática (la sociedad que anhelamos). Segundo: entiendo la necesidad de que exista y opere la fuerza pública, indispensable para la protección de los derechos básicos de los ciudadanos. Así lo señaló la Declaración francesa de los derechos del hombre y el ciudadano en 1789. De ahí la importancia de las Fuerzas Armadas, por una parte, y de la policía, por la otra. Cumplen funciones necesarias y respetables en el ámbito de sus respectivas competencias: una, militar; otra, civil. Cada una debe operar conforme a su naturaleza y dentro de sus fronteras
.El sistema penal mexicano ha tenido varios y graves tropiezos. Entrañan riesgos para los derechos humanos y la democracia. Hace unos meses, el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM publicó la obra Errores y desvíos del sistema penal, de la que somos coautores el doctor Juan Silva Meza y yo. En mi contribución reiteré consideraciones que he formulado a lo largo de veinticinco años: nos hemos apartado del rumbo liberal del sistema penal. No desconozco los progresos, pero me preocupan los retrocesos y las desviaciones. Ahora me refiero a éstas.
En 1996 se emitió la Ley Federal contra la Delincuencia Organizada, que alteró la línea histórica del sistema penal mexicano. Lo dividió en dos subsistemas: uno, atento a la tradición democrática; otro, ominoso, que limita o desecha garantías. Llamé a esa ley “el bebé de Rosemary”, título de una película en la que se plantea un engendro diabólico para iniciar una nueva especie “in-humana” que dominaría al planeta. Aquella ley tuvo descendencia. No redujo la criminalidad. En cambio, generó graves tropiezos en el orden jurídico. Fue el precedente de disposiciones regresivas incorporadas en la Constitución en 2008. Cuando se presentó el proyecto de reforma constitucional en 2007, lo caractericé como “un vaso de agua fresca en el que se habían deslizado gotas de veneno”. Consta en mi libro La reforma penal constitucional ¿Democracia o autoritarismo?
En la misma línea llegaron las reformas constitucionales de 2019, que agravaron los errores de 2008 y aportaron sus propios desaciertos. En el acervo de aquéllas figuraron la creación de la Guardia Nacional, que acentúa la militarización de la seguridad pública; la prisión preventiva oficiosa, que altera la naturaleza de la prisión cautelar, y la privación de dominio, que atenta contra derechos fundamentales. Dí cuenta en otra obra: Seguridad pública y justicia penal. La militarización de la seguridad ganó terreno con el acuerdo presidencial de 11 de mayo de 2020. Se dijo que éste se ajustaba a la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. No es así: la quebranta. Ahora la militarización avanza (por la vía de la Guardia Nacional) a través de la supervisión de los inculpados que se hallan en libertad mientras se tramita su proceso. Lo dispone otro oscuro acuerdo publicado en el Diario Oficial de la Federación el 23 de octubre pasado.
La Academia Mexicana de Ciencias Penales se ha pronunciado en contra de estos desaciertos. Es preciso que el sistema penal reasuma su orientación democrática, antes de que se consumen nuevas desviaciones. El acuerdo del 23 de octubre sólo es “otra raya al tigre”. Ha habido muchas. Podrían llegar más, con graves consecuencias.
Profesor emérito de la UNAM
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DOBLE FONDO/Juan Pablo Becerra-Acosta M.
/ El Universal
100 mil muertes Covid (qué atroz) y… la tertulia beisbolera de AMLO
Vaya sensibilidad, vaya tacto, vaya sensatez...
Cuando los gobernantes y los políticos se insensibilizan, es porque han iniciado su decadencia. Cuando uno de ellos se deshumaniza, está perdido ya: es síntoma inequívoco de que ha sido devorado por su ego, esa nube cotidiana que lo enceguece y lo empuja hacia un precipicio, hacia una vertiginosa caída, a un extravío del que difícilmente se repondrá.
Y no, no se librará de su desgracia política y social porque ni siquiera se da cuenta de su desvarío, de su necedad: es tal su soberbia, que la única antítesis válida es su propia tesis. Su exégeta más fino es su espejo matutino, donde predomina el silencio y acatamiento ante él mismo, mientras contempla y escucha inasibles multitudes que lo alaban, espejismos extraídos de sus encuestas de opinión.
Ese político inconmovible es como un mitómano, un ser que está convencido de la veracidad de su fantasiosa narrativa, y que enfurece cada vez que los demás exhiben sus falacias.
Lo padecimos una y otra vez durante el priato, lo palpamos de nuevo durante el panismo: mientras más obnubilados estaban algunos servidores públicos, más intolerantes y autoritarios se volvían.
El jueves pasado, poco después de las 19:00 horas, se notificó que México había rebasado las 100 mil muertes confirmadas a causa del SARS-Cov-2. Se informó: 100 mil 104 muertes Covid-19, que en realidad eran 115 mil 587 muertes estimadas, de acuerdo a las propias cifras oficiales (https://datos.covid-19.conacyt.mx/#DOView). O tal vez debimos consignar que se trataban de 203 mil 231 fallecimientos, si tomábamos en cuenta el exceso de mortalidad que ha sufrido el país este 2020, en comparación con ocurrido los últimos cinco años.
Un día triste, muy triste, fue el jueves. Y, ¿qué hacia mientras tanto y qué subía a sus redes el presidente Peña Nieto… perdón, el presidente López Obrador? ¿Alguna condolencia? No. Posteaba que recibía, en Palacio Nacional, y con enormes sonrisas, al gran pitcher Julio Urías, el que llevó a la victoria a los Dodgers en la reciente Serie Mundial.
Tres minutos de video con bromas, risas, acompañado de tres hijos y ocho personas más, casi todos sin cubrebocas, salvo el padre del beisbolista, la novia del mismo, así como un hombre y una mujer más.
Fueron 492 mil reproducciones del vídeo, del festejo beisbolero en Twitter, y 489 mil en Facebook. ¿No hubiera sido mejor que esas 981 mil personas escucharan unas palabras de consuelo, de empatía, de pésame de su Presidente hacia las 100 mil, 115 mil, 203 mil familias cuyos seres amados no debieron morir y que han quedado irreparablemente mutiladas?
A Peña Nieto nos lo hubiéramos acabado los medios, lo hubiéramos devorado si hubiera osado hacer algo similar. Y a Calderón y Fox, ni se diga. Sigo estupefacto. ¿Usted no?.
Qué manera de darle ánimo a la gente, caray, qué liderazgo: una reunioncita beisbolera y chacotera, justo una hora y media después de que se daba a conocer el funesto dato de los 100 mil 104 muertos, que este sábado ya son 100 mil 823. Vaya sensibilidad, vaya tacto, vaya sensatez.
Hoy somos 116 mil 332 menos (muertes estimadas por el gobierno hasta este viernes). Como tuiteó la ONU-México el jueves, a las 19:24, justo cuando se acaba de dar la noticia: qué “atroz cifra (https://bit.ly/2UJGWJh)”.
Muchos mexicanos iban a morir por la pandemia, era inevitable, era una ruleta rusa cada día, y lo sigue siendo, pero, ¿100 mil, 116 mil, 230 mil muertos en ocho meses?
¿Por qué? ¿Qué pasó? Nadie nos alertó que iba a suceder algo así. Qué dolor. Y el jueves, cuando se le necesitaba, cuando se requería de un Jefe de Estado que se conmoviera, que consolara, que abrazara, el Presidente tenía su tertulia de pelota. Para él era más importante eso, hablar con acento béisbol, comunicarse en idioma béisbol.
Él, tan Peña Nieto, tan Calderón, tan Fox, tan él mismo, todos al basurero de la historia en tantos momentos…
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