Aquel desayuno con el secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval González, ocurrió el 22 de octubre, cinco días después del culiacanazo, en el que se pretendió capturar a Ovidio Guzmán López.
El desayuno fue convocado desde el 12 de octubre, y los partícipes fueron en su mayoría integrantes de la Asociación de Graduados del Heroico Colegio Militar y del Colegio de la Defensa, quienes avalaron el texto que leyó Gaytán Ochoa....;
La Jornada lo publicó integró el 30 de octubre de 2029...
Con su permiso mi general secretario. Señores generales, compañeros todos:
Se me ha concedido la palabra para expresar ante ustedes, algunas preocupaciones que, en virtud de la situación actual, sin duda, compartimos todos los aquí presentes.
Nos preocupa el México de hoy.
Nos sentimos agraviados como mexicanos y ofendidos como soldados.
Pero es imposible olvidar las experiencias del pasado, porque en los eventos donde existió la unidad nacional, el país pudo ver sus aspiraciones satisfechas y se construyeron los objetivos nacionales.
En aquellos eventos donde dicho valor estuvo ausente, se perdieron territorio y soberanía, el pueblo resultó lastimado, la economía entró en crisis, y el país tuvo que emprender su recuperación, casi desde cero.
Actualmente vivimos en una sociedad polarizada políticamente, porque la ideología dominante, que no mayoritaria, se sustenta en corrientes pretendidamente de izquierda, que acumularon durante años un gran resentimiento.
Hoy tenemos un gobierno que representa aproximadamente a 30 (treinta) millones de mexicanos, cuya esperanza es el cambio.
Un cambio que les permita subsanar lo que ellos consideran un déficit del Estado para dicho sector poblacional.
Respetando el pacto social, asi llamado por el francés Juan Jacobo Rouseau, y respetando nuestra propia normatividad vigente, no podemos soslayar que el hoy titular del Ejecutivo, ha sido empoderado legal y legítimamente.
Sin embargo, es también una verdad inocultable, que los frágiles mecanismos de contrapeso existentes, han permitido (.a López Obrador) un fortalecimiento del Ejecutivo, que viene propiciando decisiones estratégicas que no han convencido a todos, para decirlo con suavidad.
Ello nos inquieta, nos ofende eventualmente, pero sobre todo nos preocupa, toda vez que cada uno de los aquí presentes, fuimos formados con valores axiológicos sólidos, que chocan con las formas con que hoy se conduce al país.
Aquí no estamos soslayando la situación real.
Pero estoy convencido que es mi deber, irrenunciable, mantener invariables los principios de honor, valor y lealtad para con el pueblo de México, si!, para con el pueblo de México.
Lo refiero porque más de uno quisiéramos soluciones mágicas, o peor, drásticas, ante un entorno histórico que lo que requiere a gritos, es pacificar, educar y mantener sano a México.
Tarea verdaderamente difícil, titánica si me lo permiten.
En medio de todo esto, se encuentran los soldados, que siguen ofrendando incluso el sacrificio máximo por México.
Por ello reconozco que el alto mando sostiene hoy sobre sus espaldas, la muy alta responsabilidad de mantener coesionado al país. de coadyuvar a su pacificación a la brevedad posible, de hacerlo todo con el menor costo social, y la mayor eficacia.
¿Quién aquí cree que ello es fácil?
¿Quién aquí duda de que se está realizando, desde el Ejército y la Fuerza Aérea, el mejor esfuerzo?
¿Quién aquí ignora que el alto mando enfrenta, desde lo institucional, a un grupo de “halcones” que podrían llevar a México al caos y a un verdadero estado fallido?
He hablado cuidando mis palabras.
A pesar de los avatares mencionados, he tratado de mantenerme dentro de la disciplina a la que estoy obligado, y reitero mi lealtad irrenunciable a México.
Para terminar, reconozco, que no soy quien para hacerlo. ya que están presentes también mis comandantes, mis maestros y mis antiguos.
Pero solicito a todos los presentes, el respaldo y la solidaridad para mi general secretario, Luis Cresencio Sandoval, y desde luego pongo a su entera disposición mis conocimientos, por pocos que sean, y mi experiencia acumulada durante 50 años de servicio, para lo que a bien tenga determinar.
General Gaytán Ochoa.
Se desempeñó como jefe del Estado Mayor de la Sedena durante el régimen de FCH.
Reacciones...
Imprudente, declaración de General Gaytán.- AMLO
Andrés Manuel López Obrador consideró que el discurso del general es imprudente y poco mesurado. "Porque la declaración del General es imprudente, tiene él todo su derecho a expresarse, a manifestarse, pero si leen ustedes el texto, hay una actitud poco mesurada.
"Recuerdo de algo que dice 'hay una ideología dominante, que no mayoritaria', un lenguaje bastante conservador y estamos enfrentando eso también con la transformación", señaló en conferencia mañanera.
Reiteró que el operativo en Culiacán "mostró el cobre", pero permitió mostrar que en su Gobierno hay una nueva política de seguridad que no apostará por la aniquilación.
"Es que lo de Culiacán sacó a flote muchas cosas, por eso algunos se enojaron cuando dije que se había mostrado, el cobre pero permitió poner en la superficie muchas cosas", insistió.
"Imagínense diciendo que había que atrincherarse en Culiacán y que a sangre y fuego había que hacer valer la ley y que nos faltaron pantalones, eso entendido o interpretado como una ofensa al Ejército.
Tras abordar las declaraciones sobre el golpe de Estado, López Obrador afirmó que el pueblo, incluidos los soldados, respaldan a su Gobierno por lo que "no hay nada que temer”
Mmm.
Columnas de entonces ,
Del golpe al Estado al golpe de Estado /Salvador García Soto
Serpientes y Escaleras
El Universal, lunes 4 de noviembre de 2020
En tan sólo quince días el presidente Andrés Manuel López Obrador pasó de asestarle un golpe al Estado mexicano, con su decisión de liberar al narcotraficante detenido Ovidio Guzmán, a empezar a hablar de un posible “golpe de Estado” en contra de su gobierno. ¿Qué pasó en ese lapso que desató en la mente y el discurso del presidente un tema históricamente vetado para los presidentes mexicanos?
Hubo dos consecuencias relacionadas con el fallido operativo de Culiacán detrás del alterado estado de ánimo presidencial. La primera fue el fuerte impacto que causaron en el presidente las duras críticas a la actuación de su gobierno por parte de la opinión pública nacional e internacional, y particularmente el manejo informativo de los medios de comunicación en ese suceso que, en el juicio particular de López Obrador, fue excesivamente crítico y despiadado. “Se nos fueron con todo”, se ha quejado insistentemente el mandatario. La segunda consecuencia, que es la que más explica la aparición del fantasma “golpista” en el discurso presidencial, tiene que ver con el malestar y la indignación que causó en las Fuerzas Armadas el maltrato y el desprestigio de que fueron objeto por las decisiones civiles tomadas aquel 17 de octubre en la capital de Sinaloa.
Fueron esos mensajes de molestia, que comenzaron a circular en las cúpulas castrenses del país, los que más preocuparon y afectaron al presidente. El discurso revelado en medios y redes sociales del general divisionario Carlos Demetrio Gaytán Ochoa, pronunciado en presencia del general secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, donde se cuestionaban las decisiones tomadas por el “comandante Supremo” en el operativo de Culiacán y se criticaba la situación de “polarización” en que se encuentra el país. “Nos preocupa el México de hoy. Nos sentimos agraviados como mexicanos y ofendidos como soldados”, dijo el militar que ha tenido a su cargo varias responsabilidades de alto nivel en la Defensa Nacional.
Al interior del gobierno esos mensajes calaron fuerte y motivaron que López Obrador comenzara a hablar del maderismo y de la figura del último presidente de México que fue derrocado por un golpe de Estado. “Qué equivocados están los conservadores y sus halcones. Pudieron cometer la felonía de derrocar y asesinar a Madero porque este hombre bueno, Apóstol de la Democracia, no supo o las circunstancias no se los permitieron apoyarse en una base social que lo protegiera y lo respaldara”, dijo primero el presidente en un mensaje de su cuenta de Facebook. Y luego él mismo se respondió: “Ahora es distinto. Aunque son otras realidades y no debe caerse en la simplicidad de las comparaciones, la transformación que encabezo cuenta con el respaldo de una mayoría libre y consciente, justa y amante de la legalidad y de la paz, que no permitiría otro golpe de Estado en nuestro país. Aquí no hay la más mínima oportunidad para los Huertas, los Francos, los Hitler o los Pinochet. El México de hoy no es tierra fértil para el genocidio ni para canallas que lo imploren. Por cierto, les recomiendo leer la fábula de Esopo «Las ranas pidiendo rey»”.
Curiosamente, aunque en la visión histórica del actual mandatario tienen más peso personajes como Juárez, las recientes invocaciones a Francisco I. Madero y la forma en que fue depuesto y asesinado por el traidor Victoriano Huerta, han desatado toda clase de reacciones e interpretaciones, desde las que cuestionan si el presidente se está “victimizando” o tratando de desviar la atención por los problemas y reclamos que enfrenta su administración por la falta de crecimiento económico y del agravamiento de los problemas de seguridad, hasta las expresiones de solidaridad y apoyo al presidente ante un supuesto riesgo de un “golpe de Estado” en contra de su gobierno.
No está claro si el presidente tiene información real de la existencia de una deslealtad grave en las filas castrenses o incluso de un intento real de sectores de la derecha empresarial, que él ubica como “conservadores”, de desestabilizar a su administración, o incluso si sospecha o teme una injerencia extranjera en contra de su presidencia, pero por los nombres de dictadores golpistas que invoca en su reflexión, desde un militar traidor como Huerta, hasta un dictador apoyado e impuesto por Estados Unidos como Pinochet en Chile, o dos fascistas de ultraderecha nacionalista como Hitler y Franco, parece sugerir todas esas posibilidades.
O también, cabe la posibilidad, de que lo que esté haciendo López Obrador es concitar e inflamar a sus bases sociales y políticas ante las expresiones de inconformidad y molestia en las Fuerzas Armadas pretendiendo anticipar un “blindaje” que lo proteja si ese tipo de manifestaciones crecieran o se agravaran ante sus decisiones en materia de seguridad.
En cualquier caso lo que más llama la atención, y quizás ese es un signo de las “nuevas realidades” y de la “transformación” que también invoca el presidente, es que, a diferencia, de otras épocas de la vida política de México, los rumores y las evocaciones de fantasma golpista, esta vez no surgen de adversarios políticos malintencionados o de otros grupos de poder, nacional o extranjero, interesados en provocar desestabilización a un presidente mexicano y a su gobierno. Esta vez el origen del discurso sobre la posibilidad de un “golpe de Estado” es el mismo presidente aunque no queda claro si lo hace para alertar de un riesgo real o para inflamar el fanatismo de sus bases; en cualquiera de los casos, parece claro el intento de cambiar el foco y la atención de la opinión pública para que, en vez de hablar del daño que se le hizo al Estado mexicano en Culiacán, hoy hable de la amenaza de un golpe de Estado, después de los yerros cometidos en Culiacán.
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La fantasía golpista / Alejandro Hope
El Universal
Plata o Plomo
Con toda probabilidad, el presidente sabe que no enfrenta ningún riesgo de golpe de Estado ¿A qué vienen entonces los tuits del sábado? ¿Por qué alertar sobre un peligro inexistente?
El sábado, el presidente Andrés Manuel López Obrador lanzó una extraña serie de tuits en los que sugería que se estaba cocinando un golpe de Estado en su contra. Esto sería el proyecto de un grupo no identificado de “conservadores y halcones” y estaría destinado a fracasar por el respaldo al gobierno de “una mayoría libre y consciente.”
El escenario de un putsch, acicateado por élites económicas y políticas, es remoto, por decirlo generosamente. Nadie es suficientemente estúpido para no ver las consecuencias que una intentona de ese género acarrearía: inestabilidad política, incertidumbre económica, aislamiento internacional.
Pero, además, las fuerzas armadas no se lanzarían a una aventura golpista. En México, no ha habido una rebelión militar desde 1938 y ninguna ha resultado triunfante desde 1921. Los militares mexicanos entienden muy bien las consecuencias que tuvo para sus contrapartes de otros países latinoamericanos la participación directa en asuntos políticos. Saben que no hay mejor receta para desprestigiar a las fuerzas armadas que ponerlas al frente del gobierno.
Con toda probabilidad, el presidente sabe que no enfrenta ningún riesgo de golpe de Estado ¿A qué vienen entonces los tuits del sábado? ¿Por qué alertar sobre un peligro inexistente?
Mi intuición es: un intento deliberado de cambiar la conversación sobre los acontecimientos en Culiacán. En específico, el gobierno parece estar tratando de presentar los hechos no como una operación fallida de captura que contaba con el conocimiento y autorización civil, sino como una acción autónoma de un grupo de “halcones”, insertado en la estructura de las fuerzas armadas.
En esa historia alternativa, el discurso pronunciado por el general retirado Carlos Gaytán el pasado 22 de octubre cobra una importancia fundamental. Las palabras críticas de un general al actual gobierno serían la demostración contundente de la existencia de una corriente de línea dura que tendría tentáculos en diversos puntos de la Secretaría.
Esa narrativa es francamente ridícula. Cualquiera que conozca al Ejército sabe que los generales en retiro tienen poca influencia en su operación cotidiana. Se trata además de una institución extraordinariamente jerárquica y disciplinada, donde casi nada se mueve sin la autorización de la superioridad. El propio Gaytán cerró su discurso solicitando a los presentes “el respaldo y la solidaridad para mi general secretario, Luis Cresencio Sandoval”. Esas no son exactamente las palabras de un rebelde.
Eso no significa que no haya malestar en las Fuerzas Armadas por lo ocurrido en Culiacán. Al agravio de los delincuentes, se ha añadido el insulto de querer transferirles por completo la responsabilidad del operativo, como si no hubiera civiles al final de la cadena de mando. Y a eso se añaden las presiones crecientes sobre los militares por la infinidad de responsabilidades que les han conferido. El general Homero Mendoza, jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, reconoció en una reunión reciente que la Sedena se encuentra en “un proceso de desgaste muy fuerte”.
Eso no es buena noticia: puede conducir a fricciones y problemas de coordinación entre civiles y militares. En el extremo, puede paralizar la colaboración de los militares en temas específicos (la construcción de la Guardia Nacional, por ejemplo).
En ese entorno, invocar fantasmas golpistas y poner en duda la lealtad de las Fuerzas Armadas no hace sino ahondar el problema. Ojalá en el gobierno reconozcan ese hecho pronto. Tener una relación fluida con los militares es mucho más importante que ganar un ciclo de noticias.
@ahope7
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AMLO debe serenarse y recuperar la brújula moral /Carlos Loret de Mola
Historias de Reportero
El Universal
Todos los gobiernos cometen errores y tienen algún fracaso que les produce una crisis. Es inevitable. La manera como enfrentan esto, es lo que termina por definirlos.
El presidente López Obrador actúa ante cada tropiezo como si reconocerlo significara aceptar la derrota en una situación de vida o muerte.
En vez de acotar el problema a su dimensión real y buscar soluciones, se acorrala a sí mismo al atrincherarse contra cualquier cuestionamiento o crítica, porque los considera “ataques”.
Por eso arremete contra los periodistas.
Prefiere mostrarse intolerante frente al trabajo natural de la prensa en una democracia —y atentar contra la libre expresión— que admitir que su gobierno enfrenta un problema. Y mucho menos que éste fue autogenerado.
Así que se fabrica enemigos: la prensa y muchos otros.
Si su gobierno provoca desabasto de medicinas, lo niega y denuncia una conspiración de farmacéuticas… aliadas con la prensa.
Si a sus correligionarios que gobiernan Veracruz y la Ciudad de México se les descompone la seguridad, hay unos “grandulones”… coludidos con la prensa.
Si la economía se estanca por las decisiones de su administración, dice que va muy bien y señala una campaña de conservadores neoliberales… aliados con la prensa.
Si su gobierno hace un operativo fallido en Culiacán, libera voluntariamente a un hijo de El Chapo y los reporteros le exigen explicaciones… hay una prensa porfirista como la que fustigaba a Madero.
Si en el Ejército se filtran señales de descontento por la confusa estrategia de seguridad que los expone a vejaciones de criminales y por el mal manejo de la crisis de Culiacán, el presidente de plano ya ve huertistas y pinochetistas acechándolo… junto con la prensa.
En lugar de admitir que su estrategia requiere una revisión profunda, el comandante supremo de las Fuerzas Armadas escribe en Twitter sobre conservadores que traman nada menos que un golpe de Estado. Con algo así no se juega: o presenta pruebas contundentes y desarticula el supuesto golpe, o habrá que exigirle que deje de hacer politiquerías con supuestas amenazas golpistas, como lo han hecho en el mundo muchos izquierdistas radicales cuando las cosas les salen mal.
Es tiempo de que el presidente, como recomienda a sus “adversarios” con frecuencia, se serene y deje a un lado la retórica tremendista y las posiciones irreductibles.
Es muy delicado que invoque esos fantasmas. Y es extremadamente grave que equipare la crítica y la exigencia de información con el criminal golpismo.
El mal manejo que ha hecho su gobierno de la crisis de Culiacán lo está llevando a una preocupante contradicción: colocar a la primera de las libertades democráticas, la libertad de expresión, como una amenaza a la democracia. Y al cártel de Sinaloa, ni un reproche. La brújula moral le está fallando.
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Golpe de Estado… ¿pooor?
De naturaleza política/ENRIQUE ARANDA
Excelsior.
• Imprudentes, irreflexivas expresiones éstas, que huelga decir, bien haría en ofrecer una explicación sobre ellas.
De no ser tan graves por lo que en sí mismas implican y mueven a pensar, las expresiones vertidas por Andrés Manuel López Obrador respecto de la inviabilidad de un golpe de Estado, en el socialmente confrontado México de hoy, bien podrían ser calificadas como un exabrupto u ocurrencia más, propia de sus prédicas mañaneras o, peor, como una mala broma externada en el marco de los tradicionales festejos del Día de Muertos…
Esto, porque referir a situaciones como la mencionada en medio del inconcluso debate suscitado tras la controversial captura y posterior liberación de Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán y ahora supuesto líder del Cártel de Sinaloa, y la explícita indignación que en el Ejército y amplios sectores de la sociedad provocó el asunto, parece más una imprudencia política de consecuencias impredecibles que un acierto... salvo que su autor sepa algo que el resto de los mexicanos ignoramos o muy al estilo de la 4T, que el mensaje difundido vía redes sociales constituya una suerte de advertencia para quienes critican su manera de gobernar.
Más cuando no acaban de acallarse aún las reacciones ante el crítico mensaje que apenas el pasado 22 de octubre pronunciara el general Carlos Gaytán Ochoa ante mandos superiores de las Fuerzas Armadas, el secretario Luis Cresencio Sandoval incluido, evidenciando no sólo el malestar y tristeza de la milicia ante la reiterada falta de aprecio y respeto a su tarea e investidura que perciben de parte del poder civil y realizando al propio tiempo duros señalamientos frontales al régimen.
Actualmente, dijo Gaytán en la ocasión, vivimos en una sociedad polarizada “porque la ideología dominante, que no mayoritaria se sustenta en corrientes pretendidamente de izquierda que acumularon durante años un gran resentimiento” y que ahora, favorecidas por “los frágiles mecanismos de contrapeso existentes, han permitido un fortalecimiento del Ejecutivo, que viene propiciando decisiones estratégicas que no han convencido a todos, para decirlo con suavidad”.
Y todo, sin dejar de mencionar la advertencia que él mismo hiciera cuando, tras explicitar su personal compromiso de “mantener invariables los principios de honor, valor y lealtad para con el pueblo de México, ¡sí!, para con el pueblo de México”, preguntó si alguno de los presentes ignoraba que el alto mando enfrenta, desde lo institucional, a un grupo de “halcones” que podrían llevar a México al caos y a un verdadero Estado fallido.
Imprudentes, irreflexivas expresiones éstas de López Obrador que, huelga decir, bien haría en ofrecer una explicación sobre ellas…
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El Gran Distractor/Denise Dresser
REFORMA
04 Nov. 2019
Para alguien que se jacta de cuán bien va el país y cuán felices somos todos bajo su liderazgo, López Obrador ha resultado ser un Presidente perturbado. Demasiado suspicaz, frecuentemente histriónico, presa de una peculiar paranoia que Elías Canetti describía como enfermedad del poder. Un hombre que se fogueó en la persecución política del desafuero ahora exhibe sus cicatrices. AMLO, habitante de un mundo conspiratorio donde los villanos triunfan y los héroes terminan asesinados o removidos del poder o víctimas de un golpe de Estado. AMLO, presa de un delirio de grandeza que lo hace compararse con Jesucristo o Francisco I. Madero e imaginar que conjurará enemigos de la misma talla, obsesionados en acabar con él como lo hicieron con ellos. AMLO imaginándose tan transformador como el hijo de Dios y anunciándonos que morirá así, en la cruz, moralizando a México.
Qué osadía de la prensa cuestionar la palabra del hijo de Dios. Qué enjundia de la sociedad civil exigirle cuentas al heredero de Juárez. Qué traición a la Patria confrontar a quien es la reencarnación de sus figuras fundacionales. Para un Presidente que se atribuye cualidades míticas no puede o no debe existir la crítica razonada o el periodismo inquisitivo o la oposición legítima o la deliberación pública y contestataria que caracteriza a todo régimen democrático. Hasta el menor asomo de resistencia es interpretado como una herejía; hasta la pregunta más predecible en la mañanera se vuelve un atentado contra el Estado mismo. Cuestionar a la Cuarta Transformación es tan impío como quemar la bandera o pisotear la efigie de la Virgen de Guadalupe o tomar el nombre de Dios en vano. Ante López Obrador no se vale dudar; es necesario persignarse. A AMLO no se le puede exigir; es necesario arrodillarse.
Comprensible entonces el estilo paranoide que permea su forma de hacer política. Un Presidente que se percibe a sí mismo como totalmente trascendental piensa que inevitablemente los franquistas o los pinochetistas o los huertistas o los hitlerianos tratarán de frenarlo. Su grandilocuencia lo llevará a urdir una amenazante y peligrosa resistencia. Inventará huestes y cabalgatas y motines y polvorines y estampidas de conservadores empeñadas en quitarlo del pedestal sobre el cual él mismo se ha colocado. Agitará la bandera de la izquierda indefensa acorralada por la derecha omnipotente. Como si no fuera el Presidente más legítimo, más popular y más poderoso de los últimos tiempos. Como si su partido no controlara el Congreso, como si no hubiera desacreditado a los pocos contrapesos a su voluntad, como si la oposición partidista no estuviera en peligro de extinción, como si el Poder Judicial no le besara los pies, como si Felipe Calderón y Vicente Fox no se hubieran convertido en una caricatura de sí mismos. López Obrador actúa como un Presidente amenazado cuando es un Presidente cada vez más empoderado.
Y lo que México debería temer no es un golpe de Estado a la 4T sino la colonización del Estado por la 4T. Lo que México debería delatar no es el acorralamiento del Presidente por la derecha, sino lo que busca al diseminar una diatriba distorsionada. En vez de criticar la "Ley Bonilla", AMLO quiere que denunciemos la intervención inminente de la CIA. En lugar de diseccionar las presiones verdaderas detrás de la salida de Medina Mora, AMLO quiere que acusemos las presiones imaginarias de la -ya defenestrada- mafia en el poder. En vez de desmenuzar el operativo fallido de Culiacán, AMLO quiere que clamemos contra el intervencionismo inminente del Ejército insatisfecho. En lugar de analizar cómo el gobierno amedrenta a la prensa, AMLO quiere que la censuremos por traidora.
Cuando López Obrador señala a los enemigos ficticios de su gobierno, distrae la atención de los enemigos reales de la democracia. Cuando López Obrador conjura a adversarios hipotéticos, lo hace para desviar la mirada de problemas reales. El crecimiento cero y la tasa de homicidios y los desabastos del sector salud y la inviabilidad de Santa Lucía y el aumento en las adjudicaciones directas y la corrupción de Manuel Bartlett desaparecen del debate público. Ese está dominado por las fábulas de alguien que prefiere usar su poder y su popularidad para enfrentarnos, en vez de unirnos. Un Presidente que podría ser el Gran Demócrata pero prefiere ser el Gran Distractor.
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La ceguera del conspiratista/Jesús Silva-Herzog Márquez
REFORMA
04 Nov. 2019
En el reflejo ante la crisis se juega el destino de los gobiernos. Más que la coherencia del plan o la disciplina para ejecutar lo programado, importa el modo en que se encara lo imprevisto. Importa, sobre todo, la reacción ante lo indeseado. ¿De qué modo responde el gobernante al contratiempo? ¿Qué oídos presta a la información desfavorable? En ese reflejo se decide la posibilidad de enmienda o la obstinación en el error. Ahí se define, a fin de cuentas, el trato del político con la realidad.
No son alentadoras las señales. El Presidente está curtido para la tenacidad, para la perseverancia, pero no tiene la ligereza para soltar sus preconcepciones, no tiene la agilidad para adaptarse a lo inesperado. Es entendible: así ha hecho política toda su vida. Pero las herramientas de ayer no sirven para la tarea de hoy. Solo puede terminar mal el gobierno que se niega reconocer existencia de lo que le disgusta. No pido autocrítica al gobierno. No es tarea de un gobierno el realizar la denuncia pública de sí mismo. De lo que hablo es de otra cosa, necesariamente discreta y políticamente crucial. Valentía para someter cotidianamente su prejuicio a prueba. Honestidad para recoger los fragmentos de realidad en donde quiera que se encuentren. Si de un enemigo viene ese aviso de verdad, habrá que aceptarlo con tanta o mayor disposición que si viene de un adepto. Pero lo que se aprecia en estos meses de gobierno es un hermetismo que pone en riesgo la comunicación con la realidad. No parece buena idea el responder cada crítica con la misma respuesta: vamos bien, tengo otros datos y estoy de buenas. Al descartar cualquier amonestación, el gobierno se fuga al confortable territorio de sus fantasías para escuchar la melodía de sus aduladores. De ellos, no de sus críticos, debería cuidarse el Presidente.
El reflejo que se activa con toda naturalidad en el Presidente es el de la conspiración. Lo vemos cotidianamente en sus intercambios con la prensa. Ante el más discreto asomo de cuestionamiento, la reacción es cuestionar la afiliación de quien pregunta y el impacto de la sospecha. Quiéranlo o no, quienes ofrecen una versión distinta de la presidencial, sirven a las peores causas. Son títeres de esas fuerzas del mal que han estado presentes a lo largo de la historia de México. Bajo esta lógica, hacer una pregunta es preparar el terreno para un golpe de Estado. Como lo vio con admirable perspicacia Elias Canetti, la paranoia es la enfermedad del poder. Imaginar que el mundo entero conspira contra el redentor, estar convencido de que todos aquellos que no se unen con entusiasmo a la causa son conjurados que pretenden destruirlo. Así actúa el presidente López Obrador. Así ha sido durante toda su vida pública y no ha cambiado ni un milímetro durante su Presidencia. Cuando alguien le formula una pregunta auténtica, escucha una amenaza; donde aparece un dato desfavorable, advierte intriga; cuando enfrenta una postura independiente, percibe deslealtad.
No hay porcentaje inocente. Ese dato sirve al viejo régimen y por lo tanto carece de realidad. La paranoia termina dándole chanclazos a la estadística, como si fuera un bicho molesto al que se puede aplastar. Ese es el efecto intelectual del maniqueísmo épico. Funda en una pretendida superioridad moral, su ceguera. Descarta, de ese modo, cualquier responsabilidad. En la piedra monolítica de las convicciones no puede haber grieta. El problema no puede estar en su gobierno. Esa posibilidad está definitivamente descartada. El problema está donde ha estado siempre: en los enemigos de la patria que conspiran contra la justicia. Es por eso que llega al extremo de insinuar golpismo. Por eso dice, sin mucha sutileza, una barbaridad: la prensa que hoy nos critica es la misma que mató a Madero. Debían darme las gracias por haberlos liberado y se atreven, ingratos, a cuestionarme.
El conspiratismo presidencial es la razón petrificada. Es la historia convertida, no en enseñanza de prudencia, sino en embrujo. La historia de México entendida como la puesta en escena de un solo y grande conflicto entre los buenos y los malvados: los patriotas liberales y los traidores. En ese teatro que le da la espalda a la realidad ha decidido residir el presidente de México.
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