Cuba debe caminar hacia una nueva etapa de su revolución/Heriberto M. Galindo Quiñones, ex embajador en Cuba, cónsul general en Chicago, dos veces diputado federal y recientemente senador de la República
No se puede ser insensible al dolor que por falta de alimentos y de medicamentos ahoga a gran parte del pueblo cubano. Tampoco podemos pasar por alto las manifestaciones realizadas, en las que se ha pugnado y clamado por comida y por fármacos, pero también por libertad, y algunos hasta por el fin de la dictadura.
Lamentablemente, el Estado cubano carece de recursos financieros para superar esta crisis; por lo que la cooperación solidaria internacional y una apertura general les urge, pues les permitiría obtener créditos y empréstitos, para ir resolviendo la situación y tener tiempo para planificar su nueva era.
Sobre la situación cubana se ha divulgado muchísimo.
En este espacio hago un breve análisis sobre las causas y las posibles soluciones.
Profeso el respeto, la libertad y la democracia para la convivencia pacífica, bajo el estado de derecho, y sustento la tolerancia en todos los órdenes.
Por supuesto que el principal problema u obstáculo inicial del proceso revolucionario cubano ha sido el bloqueo o embargo de los Estados Unidos de América hacia Cuba, mismo que fue ordenado hace casi 60 años por el entonces presidente John F. Kennedy como represalia leve, en lugar de invadir Cuba, como se lo aconsejaba el Pentágono.
Sin embargo, el daño provocado por el bloqueo ha sido atroz durante cerca de seis décadas. Por esa razón casi la totalidad de países miembros de Naciones Unidas, reiteradamente han solicitado su anulación, México incluido desde siempre; menos Estados Unidos e Israel, como ocurrió recientemente.
Pero seamos sinceros: no únicamente el bloqueo tiene a Cuba con tanta necesidad, escasez y pobreza.
No podemos dejar de comentar, con la mejor intención, lo errático de muchas de las estrategias gubernamentales en lo económico, lo social y lo político, pues no han sido plenamente benéficas para el pueblo, que padece mucho y posee muy poco.
Cuando fui embajador de México en Cuba en varias ocasiones conversé con el entonces comandante en jefe, Fidel Castro Ruz, y en alguna de ellas lo hice sobre la necesidad de una apertura general, económica, política y social.
Siempre he pensado que no existe un gobierno en el mundo que quiera la ruina para su pueblo, y es el caso del de Cuba, donde sus gobernantes han creído en las bondades de sus estrategias, pero al no ver los mejores resultados, es muy válido que piensen en rectificar y en cambiar; de allí la necesidad urgente de que innoven y diseñen mejores políticas públicas, acordes con las del mundo actual, preservando su soberanía, en democracia, buscando el desarrollo integral, con inversiones que impulsen su crecimiento económico, la generación de empleos y riqueza.
Eso sería verdaderamente trascendental.
Desde mi punto de vista, en Cuba ha llegado el momento del cambio en todos los órdenes, es decir de una nueva etapa de su revolución, como hicieron los chinos bajo el liderazgo de Deng Xiao Ping. No se trata de un regreso al capitalismo salvaje, pero sí de uno con sentido social y con justicia distributiva en el que pague más impuestos quien gane más, como existe en las naciones nórdicas, o de un socialismo democrático con economía capitalista abierta y mixta, como en lo económico viene sucediendo en China, aunque a ellos también les falta la democratización política.
Por lo anterior, considero que es urgente: 1. Un mayor diálogo, sin represión y sin coartar las libertades; 2. Una amplia apertura de su economía, más eficaz, más rápida y menos gradual que la que hasta hoy está en operación; 3. Autorizar la existencia de partidos políticos, para arribar a un régimen democrático con elecciones libres, más allá del partido único; 4. El libre tránsito dentro del país y el extranjero como parte de sus libertades y derechos humanos; 5. La libre adquisición de bienes y servicios, muebles e inmuebles, sin restricciones, para quienes dispongan de recursos económicos, pues ello reactivaría la economía; 6. Impulsar más aún la agricultura y la ganadería, y fomentar la industrialización y el turismo; 7. Continuar, con mayor fuerza, los avances en educación, investigación científica y tecnológica, en salud y medicamentos; 8. Permitir y tolerar la operación ilimitada de Internet y de las redes sociales, pues se trata de un avance mundial que propicia la libre expresión, y que no debe restringir o bloquear ningún gobierno, aunque requieren de regulaciones, para evitar difamaciones y calumnias; pero es preferible la expresión a la censura;9. Dialogar y tomar acuerdos con Estados Unidos, para lograr cambios de actitudes de su gobierno hacia la isla, y operar cambios del régimen cubano hacia el gobierno estadunidense.
Muchas de estas adecuaciones requieren de reformas constitucionales y legales, pero significarían un cambio muy importante para destrabar, resolver y avanzar.
Confío en el talento y en la visión del presidente Miguel Díaz-Canel para empeñarse y lograrlo; confío también en que el presidente Joe Biden cambie y mejore su discurso y sus estrategias para con Cuba, pues dada su experiencia y madurez, es de esperar que busque negociaciones y acuerdos con el gobierno cubano, y que decrete el fin del bloqueo, dándole continuidad al proceso de apertura iniciado por el presidente Barack Obama, quien restableció las relaciones diplomáticas con Cuba.
La comunidad cubana en elexterior deberá abandonar el radicalismo y desempeñar una función de participación madura y abierta con diálogo civilizado para contribuir a la distensión.
La dirigencia cubana deberá, también, flexibilizar sus actitudes con sus hermanos de la diáspora residente en el extranjero.
Lo deseable es que esta crisis encuentre cauces de solución pacífica lo más pronto posible, sin violencia, en bien del pueblo cubano y por la tranquilidad y la paz de la región de la que formamos parte.
En crisis anteriores México fungió como mediador.
Debe imponerse la fuerza de la política, y jamás la política de la fuerza.
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EU: el bloqueo insostenible/ El Editorial de la Jornada
En la conferencia matutina realizada en el puerto de Veracruz, el presidente Andrés Manuel López Obrador volvió a referirse a la improcedencia del bloqueo que el gobierno de Estados Unidos mantiene en contra de Cuba desde hace seis décadas. Tras recordar que la inmensa mayoría de los países están en contra del bloqueo, el mandatario formuló un llamado respetuoso al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para separar lo político de lo humanitario, destacó que no es concebible que en estos tiempos se quiera castigar a un país independiente con un bloqueo e instó a que, ante la crisis sanitaria por Covid-19 que tiene lugar en la nación insular, en vez de bloquear, todos deberíamos ayudar.
Como se recordará, el sábado pasado López Obrador dijo, en presencia de los cancilleres de América Latina y del Caribe reunidos para rendir homenaje a Simón Bolívar en el 238 aniversario del natalicio del Libertador, que la política injerencista y neocolonialista de Washington hacia América Latina, impuesta hace más de dos siglos, está agotada, no tiene futuro ni salida y ya no beneficia a nadie. En cambio, el titular del Ejecutivo federal elogió la resistencia del pueblo y del gobierno cubanos en la defensa de su soberanía y propuso una nueva convivencia entre los países del continente.
En efecto, el bloqueo estadunidense contra Cuba no sólo es expresión de una postura intervencionista impresentable sino que, en la medida en que causa graves sufrimientos y penurias al conjunto de la población cubana, constituye un castigo colectivo tal y como se define en el artículo 33 de la Convención de Ginebra y es, por lo tanto, un crimen de lesa humanidad. Por añadidura, lo que el gobierno de Estados Unidos llama embargo –y que está codificado en diversas leyes y órdenes ejecutivas de la superpotencia– afecta a innumerables empresas de todo el mundo y hasta a compañías estadunidenses que querrían invertir y hacer negocios en la isla.
Cabe mencionar, asimismo, que durante la administración de Barack Obama –en la que Biden fungió como vicepresidente– las relaciones entre Washington y La Habana experimentaron una marcada distensión, restablecieron relaciones diplomáticas formales y algunas de las disposiciones del bloqueo quedaron sin efecto. En contraste, el sucesor de Obama, Donald Trump, no sólo revirtió esa distensión sino que reforzó el bloqueo con 240 medidas hostiles adicionales que causaron un perjuicio de unos 5 mil millones de dólares a la de por sí alicaída economía de la nación caribeña.
De manera inopinada, Biden ha decidido seguir la línea de su predecesor republicano en lo que a Cuba se refiere, a pesar de que el empecinarse en esa agresividad injustificada es moral, política y económicamente desastroso, no sólo para Cuba sino hasta para el propio gobierno estadunidense. Expresión de ello fue la manifestación de cientos de personas que realizaron una caminata desde Miami hasta Washington para exigir, en nombre de cubanos residentes en Estados Unidos, el cese del bloqueo, derribando así el mito de que en la comunidad cubano-estadunidense existe un respaldo unánime a la hostilidad oficial en contra de la isla.
La insistencia de López Obrador en el asunto no es, pues, una ocurrencia ni un exabrupto, sino expresión de un sentimiento casi universal –y desde luego, regional– de rechazo al bloqueo, así como un sincero llamado a la reflexión para el gobierno de Biden. Cabe esperar que en la Casa Blanca exista receptividad para entender lo insostenible de una agresión que se inició en los años 60 del siglo pasado y que ya no tiene asidero alguno en el mundo contemporáneo.
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