15 nov 2021

Emiliano Zapata y el Zapatismo, Cien años después

Borrachita me voy hacia la capital 

Se encabritó en el alba transitoria 

la tierra sacudida de cuchillos, 

el peón de sus amargas madrigueras 

cayó como un elote desgranado sobre 

la soledad vertiginosa, 

a pedirle al patrón 

que me mandó llamar 

Zapata entonces fue tierra y aurora...."  CORRIDO DE  EMILIANO ZAPATA de Pablo Neruda, con música de Tata Nacho.

Emiliano Zapata y el Zapatismo, Cien años después/Felipe Ávila Espinosa Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México*

Emiliano Zapata es el símbolo del agrarismo y de la lucha de los pueblos campesinos por la tierra, la justicia y la libertad. La importancia histórica de Zapata y del movimiento que encabezó de campesinos, peones de haciendas, jornaleros agrícolas, arrendatarios, medieros, arrieros, indígenas, pequeños agricultores y comerciantes de Morelos, Guerrero, Puebla, Tlaxcala, Estado de México y sur del Distrito Federal e Hidalgo, se basa en el hecho de que, sin el zapatismo, la Revolución Mexicana hubiera sido solamente una transformación política, un cambio de gobierno, que se hubiera limitado a la instauración de un régimen democrático como el de Francisco I. Madero, pero que no habría significado una transformación en las estructuras económicas, sociales y culturales del país.

El zapatismo fue el único movimiento de la Revolución Mexicana que realizó una profunda reforma agraria, radical, desde abajo, en la que los pueblos campesinos recuperaron la tierra y el uso de sus recursos naturales y los defendieron con las armas en la mano, tal y como lo establecía el artículo 6o del Plan de Ayala.1 Destruyó el régimen de las haciendas y repartió la tierra entre las comunidades y pueblos campesinos, permitiendo que éstos recuperaran sus formas de gobierno y organización tradicionales. Tutelados y protegidos por Zapata y el Cuartel General, los pueblos llevaron a cabo una de las más importantes experiencias de autogobierno y autoorganización, definida por el historiador Adolfo Gilly como la Comuna de Morelos.

El zapatismo ha sido uno de los temas más estudiados y debatidos por los estudiosos de la Revolución Mexicana y de las rebeliones agrarias. Dos libros clásicos, el de Jesús Sotelo Inclán, Raíz y razón de Zapata, y el de John Womack Jr., Zapata y la Revolución Mexicana, junto con La revolución interrumpida, de Adolfo Gilly2, han sido los más influyentes para explicar, a sus múltiples lectores, la naturaleza y el papel del zapatismo en la Revolución Mexicana. El interés por estudiar al zapatismo y a su caudillo se ha mantenido como uno de los temas más socorridos de los investigadores, tanto en México como en Estados Unidos, produciendo una voluminosa historiografía que, en conjunto, ha permitido construir una imagen más compleja y completa de ese movimiento que ha modificado y matizado la imagen tradicional construida hasta los años setenta del siglo pasado. Gracias a esa nueva historiografía, entre las que destacan los trabajos de Samuel Brunk, Francisco Pineda, Salvador Rueda y Horacio Crespo,3 entre otros, se ha podido corregir y matizar los siguientes juicios y percepciones que prevalecían sobre él:

1.- El zapatismo fue un movimiento de campesinos despojados de sus tierras y de peones de las haciendas contra éstas

La irrupción del zapatismo no fue por un conflicto agrario tradicional, sino uno de nuevo tipo. Los pueblos de Morelos habían perdido la mayor parte de sus tierras, ricas y fértiles, desde la etapa colonial y sólo mantenían una porción marginal de sus tierras originarias, la que cultivaban apoyados en una relación simbiótica con las haciendas azucareras a las que arrendaban tierras o trabajaban para ellas de manera estacional como jornaleros. 

La modernización de la industria azucarera durante el Porfiriato y la creación de un mercado nacional y de exportación de azúcar, hizo que muchas haciendas ampliaran la superficie sembrada de caña y emplearan maquinaria y tecnología modernas, cancelando el arrendamiento de tierras a los pueblos. 

Esa cancelación fue vivida por los pueblos como la ruptura del pacto moral que tenían con las haciendas. La privación de ese derecho, natural para ellos, y la imposibilidad de sembrar las tierras con las que complementaban sus ingresos, orilló a esos arrendatarios a incorporarse a las filas del zapatismo, que secundó el llamado a las armas hecho por Madero para derrocar al gobierno de Díaz. De ese modo, el zapatismo, inicialmente, fue un movimiento de arrendatarios privados del acceso a cultivar tierras de las haciendas al que se unieron campesinos libres, peones sin tierras y otros sectores rurales pobres del campo morelense.

2.- El zapatismo fue un movimiento campesino nostálgico, vuelto hacia el pasado

El famoso aforismo de Womack “esta es la historia de unos campesinos que no querían cambiar y que por ello hicieron una revolución” ha servido como la definición más aceptada y repetida para caracterizar al zapatismo. Sin embargo, el propio Womack, en el largo prólogo a la edición más reciente de su libro, ha señalado como errónea esa interpretación, atribuyéndola a una mala traducción de to move, que se tradujo en las distintas ediciones castellanas como “cambiar”, cuan-do el sentido original del autor era “moverse, dejar el sitio al que pertenecían”. Además de esa aclaración, muy tardía y, a mi juicio, insuficiente de Womack, otros investigadores han mostrado cómo no existía tal visión romántica, nostálgica o reaccionaria dentro del movimiento suriano, sino que éste era una amalgama mucho más compleja, donde coexistían fuertes elementos tradicionales (como los vínculos de parentesco y amistad, el papel central de las autoridades de los pueblos, la acendrada religiosidad y el respeto a sus costumbres y cultura ancestrales –por lo demás muy alejados del estereotipo de las comunidades campesinas holísticas-), con elementos políticos e ideológicos modernos, desarrollados por Zapata mismo y por los intelectuales orgánicos del zapatismo.

El zapatismo fue el movimiento con la propuesta programática más sólida y radical durante el periodo más álgido de la revolución, entre 1914 y 1915, como se constata en las discusiones dentro de la Soberana Convención Revolucionaria, en donde los intelectuales zapatistas plantearon con fuerza temas que se inscribían en un pensamiento político moderno como el establecimiento de un gobierno democrático parlamentario, la subordinación del poder político a la sociedad civil y la participación de ésta en la supervisión y vigilancia de los poderes públicos, la revocación de mandato del titular del poder ejecutivo, el derecho de huelga y de “sabotaje” de los trabajadores, una rígida moralidad y un perfil popular de los funcionarios públicos, la disolución del ejército en tiempos de paz, la igualdad jurídica de los hijos naturales con los legítimos y la emancipación de la mujer. Estas propuestas, formuladas por los delegados zapatistas en la Convención, estuvieron entre las más radicales y avanzadas del periodo revolucionario, aunque esas formulaciones no se pudieron aplicar, en virtud de que el zapatismo perdió la guerra, dejó de ser una alternativa nacional viable, y tuvo que atrincherarse en el territorio morelense luego de la derrota de Villa ante Obregón en las batallas del Bajío.

3.- El zapatismo fue incapaz de plantearse la construcción de un Estado nacional

Esta opinión prevaleciente en la historiografía influida por el marxismo, partía de una doble vertiente. Por un lado, los campesinos no eran capaces, como clase, de resolver la cuestión nacional y sólo podían hacerlo como aliados subordinados de fracciones burguesas o, en la alianza revolucionaria por antonomasia, subordinados a la clase obrera. Ese dogma general se alimentó de otra estigmatización: el zapatismo, al igual que el villismo, no tuvieron una visión nacional del poder, como sí la tuvo el constitucionalismo. Ese estereotipo no puede sostenerse. El zapatismo no solamente elaboró un proyecto de nación, sino que instauró un gobierno y una administración propios en la región morelense y en una franja del centro-sur del país, en donde tuvo el gobierno el control militar, político, económico y administrativo, y en donde los jefes e intelectuales zapatistas aplicaron una peculiar forma de gobierno y administración, caracterizados por la recuperación de la autoridad tradicional de los pueblos y el establecimiento de una considerable au- tonomía municipal, como parte de un proceso controlado y supervisado por el cuartel general zapatista. 

Adicionalmente, el zapatismo se propuso derrocar al gobierno nacional, tomar el poder central, ocupar la capital del país e instaurar un gobierno que diera cumplimiento a un programa de reformas económicas y sociales cuya mejor expresión fueron sus pro puestas en la Soberana Convención Revolucionaria. En el cenit del zapatismo y de las fuerzas convencionistas –a fines de 1914 y mediados de 1915–, controlaron, junto con el villismo, la capital del país y una parte considerable del territorio nacional. Su derrota ante el constitucionalismo no se debió, por lo tanto, a su incapacidad histórica y de clase, sino a factores de estrategia política y de táctica militar. Las diferencias con el villismo, la traición del sector convencionista aglutinado en torno a Eulalio Gutiérrez, la rivalidad entre los delegados villistas y zapatistas en la Convención, el agotamiento de la base de operaciones de la División del Norte y una correlación militar de fuerzas en la que el constitucionalismo mantenía el control de zonas clave como el noreste, el occidente, el sureste y las ricas zonas mineras y petroleras del noreste, así como los principales puertos, fueron factores centrales a los que no se les ha dado la atención que merecen y que influyeron en las batallas decisivas de la Revolución entre el villismo contra el ejército obregonista, el triunfo de Obregón sobre Villa no estaba definido de antemano. Fueron circunstancias específicas las que se conjugaron en la derrota de Villa y de la Convención. La derrota del villismo selló también la derrota del zapatismo. No obstante, hasta antes de las batallas del Bajío de 1915, tanto el zapatismo como el villismo representaron estados regionales emergentes que lucharon por imponer su hegemonía en el proceso revolucionario nacional.4

4.- El zapatismo fue un movimiento campesino homogéneo y de armonía con las comunidades

El aura romántica con la que se ha descrito al zapatismo, como un movimiento unánime de pueblos y campesinos desposeídos contra las haciendas y los gobiernos aliados a éstas no puede sostenerse. Si bien es cierto que en él no tuvieron parte destacada los hacendados ni miembros de las élites nacionales o regionales, y que fue un movimiento de sectores rurales bajos y líderes radicales, no puede ocultarse el regionalismo de sus jefes campesinos ni sus rivalidades y disputas por el poder. Esas tensiones internas fueron una constante en el movimiento que no pudieron resolver Zapata ni el Cuartel General suriano. 

Las rivalidades entre varios de los más importantes jefes campesinos y la notable independencia y margen de acción con la que actuaban, le restaron capacidad militar al zapatismo y unidad real de mando. Esas disputas y tensiones –además de su carencia crónica de armas y parque–, estuvieron en la base de su debilidad militar y en su incapacidad para tomar, por sus propios medios, la ciudad de México, de extenderse más allá del Bajío, y de resistir con mayor fuerza el cerco final. Así, una de las características positivas del movimiento suriano, la autonomía de sus bandas armadas y la notable descentraliza- ción e independencia de sus liderazgos, favorables para una relación directa con las comunidades y la canalización de sus demandas, se convirtió en un obstáculo insalvable para definir una estrategia militar unificada y produjo una feudalización de los territorios controlados por los principales jefes campesinos, los cuales defendieron con celo su influencia y sus privilegios y rechazaron la intromisión de los agentes enviados por el Cuartel General para poner orden y establecer una jerarquía de mando efectiva. Más que un ejército unificado, el zapatismo tuvo más bien la naturaleza de una confederación de bandas armadas aglutinadas alrededor de sus líderes locales, los cuales defendían con celo su autonomía y poder de decisión, los cuales, en muchos casos se antepusieron a la estrategia militar unificada que intentaban coordinar Zapata y sus principales asesores.

Por otro lado, es indudable que la persistencia y arraigo del zapatismo en Morelos y en sus zonas aledañas, que mantuvo una guerra constante contra sus enemigos entre 1911 y 1919, se explican por el apoyo y simbiosis que estableció con las comunidades. Éstas le proporcionaban sustento y cooperaban en diversas tareas con el Ejército Libertador, a cambio de protección. Esos vínculos se fortalecían por el origen de los guerrilleros, pues en su mayor parte las bandas armadas estaban compuestas por los jóvenes y hombres maduros de las propias localidades. Sin embargo, es inocultable que existieron tensiones, diferencias y conflictos entre los jefes y soldados zapatistas y los pueblos de la región y que estos variaron en las distintas etapas. Entre los años de 1911 y 1915, cuando el movimiento fue en ascenso, predominó la simbiosis y división del trabajo entre un ejército popular y sus bases sociales, aunque hubo también tensiones frecuentes por los abusos cometidos por algunos jefes campesinos y por el mal trato y ofensa contra algunas comunidades e individuos. No obstante, estas tensiones fueron marginales y acotadas. Pero, después de 1915, cuando el zapatismo perdió la guerra y la economía de la región se colapsó, la escasez extrema y el cerco militar al que fue sometido, provocaron mayores tensiones derivadas de la aguda competencia por la sobrevivencia. Esa situación pro- dujo un incremento en los abusos y depredaciones de los jefes militares contra la población civil y las protestas de ésta aumentaron, como consta en los archivos zapatistas. Asimismo, debe señalarse que no todas las comunidades de Morelos y de las zonas aledañas fueron zapatistas, que varias de ellas permanecieron neutrales, que otras protestaron y ofrecieron resistencia ante lo que consideraban abusos y ultrajes de algunos jefes zapatistas, que otras más buscaron llevar la fiesta en paz con los enemigos del zapatismo y que, en el extremo, algunas comunidades se armaron para defenderse de las depredaciones cometidas por jefes del Ejército Libertador. Así pues, el espectro de actitudes y comportamientos de la población civil ante el zapatismo, fue muy amplio y se expresó desde el apoyo convencido hasta la hostilidad y rechazo.5

5.- El zapatismo fue ajeno al bandolerismo y la delincuencia

A diferencia de lo que ha sostenido la historiografía tradicional, el bandidaje en las filas zapatistas no fue un fenómeno insignificante ni marginal y tuvo importantes repercusiones en el curso de la revolución suriana. El bandolerismo en la región tenía antecedentes históricos remotos. En la revolución volvió a manifestarse y es necesario diferenciar los préstamos forzosos, robos y violencia cometida contra los sectores privilegiados, que podría asimilarse a una suerte de bandolerismo social, de los actos cometidos en perjuicio de la población rural pobre, los que no pueden calificarse de otra manera más que delincuencia. En los archivos zapatistas se encuentran múltiples testimonios de pueblos que protestaron reiteradamente de los abusos, préstamos forzosos, robos, violencia, violaciones y asesinatos cometidos por las partidas zapatistas. Es decir, fue un tipo de bandolerismo contra las comunidades que, si bien es cierto que se acentuó en los años finales marcados por la descomposición del movimiento, estuvo presente también desde la primera etapa. Aunque Zapata y el Cuartel General suriano hicieron esfuerzos por controlarlo y castigarlo, tuvieron poco éxito y fueron incapaces de someter esas conductas delictivas, bien fuera por pragmatismo o por privilegiar los aspectos políticos y militares y sólo castigaron los casos más exacerbados.

 No obstante, al final, cuando el bandolerismo se había incrementado y el zapatismo y las comunidades vivían sus momentos más precarios, Zapata y los líderes sobrevivientes tomaron medidas mayores, permitiendo que las comunidades se armaran para defenderse, por lo que se realizaron múltiples aprensiones, juicios y ejecuciones contra los transgresores del pacto moral con los pueblos, entre los que estuvieron varios de los principales líderes surianos. El bandolerismo y la delincuencia, endógenos en las sociedades rurales y urbanas, adoptaron diversas modalidades en las condiciones atípicas provocadas por la revolución, que dio un nuevo poder a la gente común al armarse las comunidades y desaparecer el viejo orden establecido, y al establecerse un nuevo código de comportamiento y nuevos mecanismos de control y coerción en los jefes zapatistas. La revolución, sin embargo, creo intersticios y nuevas relaciones de fuerzas en las que algunos individuos abusaron de su poder y sacaron provecho de él y en donde personalidades y conductas pató- genas aprovecharon la situación de guerra y la desaparición de las viejas estructuras represivas para cometer actos delictivos.6

6.- El zapatismo es ejemplo de la independencia y de la lucha contra el Estado mexicano

Esta frase se maneja como una afirmación incontrovertible. Sin embargo, es una frase que tiene una significación histórica contemporánea, que se ha afirmado en el imaginario colectivo en las últimas décadas, a partir de 1968. Antes de esa fecha no era una afirmación axiomática porque la imagen de Zapata que se conocía era la que había construido el Estado surgido de la Revolución mexicana, que era una imagen domesticada de Zapata, a la que se le habían limado las aristas más radicales y plebeyas. La ideología de la revolución había construido un Zapata a modo, que formaba parte de la familia revolucionaria dentro de una gesta heroica unificada en la que todos habían convergido con el mismo objetivo: lograr una sociedad más justa, libre y democrática. Sus diferencias y enfrentamientos con los otros grandes caudillos a los que combatió se borraron de la historia oficial. La dimensión nacional de Zapata como el máximo prócer del agrarismo mexicano fue una construcción ideológica hecha por el Estado que lo derrotó, que utilizó su figura y refuncionalizó su significado para legitimar su política agraria, con el objetivo de controlar y subordinar al movimiento campesino. 

Desde 1924 y hasta fines de la década de los años 70 del siglo pasado, el Estado mexicano monopolizó el culto cívico a Zapata, moldeó y pasteurizó su figura, manipuló a las organizaciones campesinas y usó la reforma agraria para legitimarse y mantener la paz social y la estabilidad política en el campo. Fue a partir del movimiento estudiantil de 1968 y el resurgimiento del movimiento campesino independiente cuando los movimientos populares disputaron al Estado la apropiación de la figura de Zapata cuando se pudo conocer con mayor objetividad a ese movimiento y a su líder principal. Así, el zapatismo pudo reconocerse como la corriente más radical de la revolución y la que llevó a cabo las mayores transformaciones sociales y políticas de ella, durante su cenit, entre 1914 y 1916, cuando desapareció la clase terrateniente en la entidad morelense, los pueblos recuperaron sus recursos naturales y se desarrolló el más profundo experimento de autogobierno y de creación de un Estado con bases populares en la historia del país. Sin embargo, a pesar de esos logros, debe también reconocerse que el zapatismo fue un movimiento derrotado, cuyos líderes fueron eliminados o cooptados por la fracción ganadora y cuyos postulados fueron testimoniales, que no tuvieron mucha incidencia en la conformación del nuevo Estado y régimen emanados de la revolución. Así pues, Zapata como símbolo de independencia y de lucha contra el Estado con un significado simbólico contestatario es, en términos historiográficos y políticos, una construcción relativamente reciente.7

La actualidad del Zapatismo

Ahora que se ha cumplido el centenario del asesinato del Caudillo del Sur, es una oportunidad para reflexionar sobre el significado actual de algunos de los principales postulados zapatistas. Creo que al menos dos aspectos de la experiencia histórica del zapatismo pueden contribuir a la discusión actual y enriquecerla. El primero es la lucha contra la pobreza y la marginación y por los derechos de la sociedad rural. A cien años del asesinato de Emiliano Zapata, es indudable que la pobreza, la marginación y el rezago de la sociedad mexicana están concentrados en la población rural. Muchos de los descendientes de los pueblos campesinos e indígenas que nutrieron al movimiento suriano son parte de la población más vulnerable del país. En este contexto, la experiencia de la lucha de Zapata por defender las tierras y los recursos naturales de los pueblos y su empeño por la libertad y la justicia tienen una indudable vigencia. En la cuestión de la tierra, si bien los gobiernos posrevolucionarios repartieron entre los ejidatarios, comuneros y pequeños propietarios más de la mitad del territorio nacional, prolongando la vida por más de cien años al campesinado libre propietario de tierras, que estaba en vías de extinción como dueño de sus parcelas, es indudable que la propiedad de la tiera no fue suficiente para asegurar el progreso de la sociedad rural, pues desde mediados del siglo pasado la insuficiencia de créditos, tecnología, canales de comercialización, insumos y la falta de integración productiva, hicieron que los núcleos agrarios fueran presa de los intermediarios y empresas comercializadoras agropecuarias, del burocratismo de las empresas estatales vinculadas al campo que se multiplicaron durante el cardenismo y los años del desarrollo estabilizador, y del control político de las centrales campesinas oficiales y de sus líderes, que se beneficiaron del reparto agrario y de la manipulación de las demandas campesinas para convertirse en pivotes centrales del partido de Estado construido por la familia revolucionaria. 

El crecimiento demográfico, la parcelización del ejido, su falta de viabilidad económica en una economía agrícola controlada por las grandes corporaciones dueñas del mercado con el apoyo del Estado, y la subordinación del campo a la industrialización y urbanización, provocaron la paulatina pauperización de las familias rurales y la creciente migración hacia las ciudades y los Estados Unidos, notables ya desde la década de 1970, fenómenos que se han ido agudizando.

La pobreza de las familias rurales y las dificultades estructurales del ejido, lejos de resolverse, se agravaron con la contrarreforma salinista al artículo 27 constitucional, que abrió la puerta a la venta de tierras ejidales y a la asociación productiva de los ejidatarios con empresas privadas. El significado de esa contrarreforma se refleja en el avance de las empresas mineras y de los grandes desarrollos inmobiliarios y turísticos sobre zonas ejidales y comunales, con el deterioro no sólo de las condiciones de vida de las familias rurales de esas zonas, sino también con el avance del degradación ambiental y de la con- taminación en algunas de las zonas naturales más valiosas que todavía persisten en el país y que están en su mayor parte en manos de comuneros y ejidatarios.

Esas condiciones económicas, aunadas a la corrupción, insuficiencia e ineficacia de las políticas públicas destinadas al campo, han sido el marco en el que ha continuado el deterioro de los niveles de vida de la población rural. En el campo se concentran los mayores niveles de pobreza, rezago y marginación, especialmente en las zonas indígenas. Para empeorar el cuadro, el crecimiento y creciente desafío del crimen organizado, que ha creado zonas controladas por él que no pueden denominarse de otra manera que narco territorios, que son de hecho un Estado dentro del Estado mexicano, se ha convertido en un nuevo cáncer que está corroyendo y minando a la sociedad rural, la más vulnerable, especialmente en las zonas donde existe cultivo, procesamiento y trasiego de drogas.

Ante esta situación es necesaria y urgente una discusión acerca de lo que debería ser el ejido del siglo XXI, para garantizar su viabilidad económica, su rentabilidad, su sustentabilidad, a partir del fortalecimiento y empoderamiento de las comunidades ejidales, de su asamblea como instrumento central para la toma de decisiones y de gobierno local en términos económicos, pero también políticos, culturales y ambientales. No basta dar certidumbre jurídica a la propiedad ejidal y revertir la contrarreforma salinista al artículo 27. Es necesario fortalecer al ejido y a las comunidades agrarias, incluidas las indígenas, para que sean sujetos de crédito, para que sus tierras puedan tener garantías, para que se prohíba la parcelización de bosques y selvas y se garantice que sus proyectos productivos sean sustentables. El ejido y la comunidad deben ser la base de la organización social en los territorios rurales. Fortalecer al ejido y a las comunidades agrarias puede contribuir no sólo a que los ejidatarios puedan tener un mejor nivel de vida, sino que contribuyan a preservar su cultura, a la conserva y proteger los recursos naturales y a preservar la cohesión de la asamblea comunitaria, como barrera ante el avance del crimen organizado. Para ello ayuda repasar el papel central que Zapata dio a los pueblos para la organización social y económica, promoviendo la organización y el autogobierno de las comunidades y haciendo que el poder político y militar estuviera subordinado a las autoridades civiles. El otro aspecto que me parece relevante sobre la actualidad de algunas propuestas zapatistas tiene que ver con su forma de entender y ejercer la política, el tipo de gobierno y la relación entre éste y la sociedad civil.

Pie de página...

1 El artículo 6 del Plan de Ayala decía: “Los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la justicia venal, entrarán en posesión de esos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance con las armas en la mano la mencionada posesión, y los usurpadores que se consideren con derecho a ellos, los deducirán ante los tribunales especiales que se establecerán al triunfo de la revolución.”

2 Sotelo Inclán, Jesús, Raíz y Razón de Zapata, 1a ed. Editorial Etnos, México, 1943; WomaCk jr., John, Zapata y la Revolución mexicana, Siglo XXi Editores, México, 1969; Gilly, Adolfo, La revolución interrumpida, El Caballito, México, 1970.

3 Brunk, Samuel, Zapata, Revolution and Betrayal in Mexico, University of New Mexico Press, Albuquerque, 1994 y The Posthumous Career of Emiliano Zapata. Myth, Memory, and Mexico ́s Twentieth Century, University of Texas Press, Austin, 2008; Rueda Smithers, Salvador, El Paraíso de la Caña, historia de una Construcción Imaginarias, INAH, México, 1998; pineda, Francisco, La Insurrección Zapatista, Ediciones Era, México, 1997 y La Revolución del Sur, 1912-1914, Ediciones Era, México, 2004; Crespo, Horacio, Modernización y conflicto social. La Hacienda Azucarera del Estado de Morelos, 1880-1913,  INEHRM, México, 2009.

4 La formulación más descarnada sobre la incapacidad histórica del villismo y del zapatismo de tener una visión nacional, dentro de la ortodoxia marxista que parte desde El 18 de Brumario de Luis Bonaparte de Marx y El Estado y la Revolución de Lenin, es la de Córdoba, Arnaldo, La Ideología de la Revolución Mexicana, México, Ediciones Era, 1973, pp. 142-167.

5 Brunk, Samuel, “The Sad Situation of Civilians and Soldiers: The Banditry of Zapatismo in the Mexican Revolution”, en The American Historical Review, vol. 101, num. 2, Abril 1996, pp. 331-353.

6 Brunk, “The Sad Situation...”, 1996 y Ávila, Felipe, “La Vida Campesina Durante la Revolución: el caso zapatista”, en Pilar Gonzalbo (coordinadora), Historia de la vida cotidiana en México, V, vol. 1, Siglo xx. Campo y ciudad, FCE, México, 2012, pp. 79-88.

7 Brunk, “The Posthumous Career”, 2008, pp. 59-219. 26

Bibliografía

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Womakk jr, John, Zapata y la Revolución mexicana, Siglo XXi Editores, México, 1969.

*Tomado del libro..

Zapatismos

Nuevas aproximaciones

a la lucha campesina

y su legado posrevolucionario

Carlos Barreto Zamudio, María Victoria Crespo coordinadores

Universidad Autónoma del Estado de Morelos

Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Estudios Regionales

Primera edición, diciembre 2020

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