Presunto maximato/Gabriel Zaid
en REFORMA, 30 de enero de 2022
El poder ejecutivo dividido es inestable.
En Roma, el Primer Triunvirato terminó en uno solo de los triunviros: Julio César. En París, el Consulado de tres se redujo a uno: Napoleón.
En México, después del fracasado Imperio de Iturbide, hubo un triunvirato de seis meses que no se redujo a uno, sino a dos, porque la Constitución de 1824 instituyó una diarquía: un presidente y un vicepresidente, dedicados a cuidarse el uno del otro. Fue suprimida en la Constitución de 1917.
Hubo una diarquía de los revolucionarios Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, que terminó cuando llegaron al poder. Obregón se lanzó a una reelección, pero fue asesinado. Chiste de entonces: ¿Quién lo mató? ¡Cállese!
El expresidente Calles no intentó reelegirse, sino prolongar su poder inventando el maximato: una diarquía distinta, en la que el presidente dependía de Calles, como Jefe Máximo de la Revolución. El presidente Cárdenas terminó con eso, expulsándolo del país.
Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís protagonizaron otra diarquía en busca del poder, que también terminó en desconfianza mutua. El presidente Salinas no creyó que Camacho le sería leal si lo dejaba como sucesor, y lo anuló como presidenciable.
La diarquía conyugal del presidente Vicente Fox y su mujer no fue bien vista. El machismo pesa mucho en la política mexicana.
Pesó contra la candidata Margarita Zavala. Además, fue vista como un intento de maximato de su marido, el expresidente Calderón.
Muchas cosas le han salido mal al presidente López Obrador. Suficientes para convencerlo de que no sería astuto intentar la reelección. La oposición interna dentro de su propio Movimiento Regeneración Nacional (Morena) sería incontrolable.
Por eso, lanzó la sonda de prolongar dos años el mandato del presidente de la Suprema Corte. La jugada fue evidente y fallida. La rechazó hasta el beneficiario.
Ahora impulsa una tercera opción: el maximato. Para lograrlo necesita imponer un presidenciable adecuado como candidato, frente a los otros de Morena. Luego, imponer al candidato oficial frente a los partidos de oposición. Después, imponer al presidente electo frente a los perdedores que pretendan impugnar la elección. Y, por último, mantener bajo control al sucesor.
Los presidentes del antiguo régimen posponían hasta el último año del sexenio el destape del sucesor, porque anunciarlo creaba de hecho una diarquía. Aunque siguiera siendo presidente, perdía poder.
De Claudia Sheinbaum, Jefa del Gobierno de la Ciudad de México, el Presidente puede esperar más sumisión que de Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal o Adán Augusto López, los otros presidenciables de Morena. Pero el presunto maximato pinta mal.
Faltan más de dos años para las elecciones de 2024, y no serán los mejores del sexenio. Los tropiezos se acumulan. La obediencia de la clase política disminuye.
Un destape tan prematuro como el de Sheinbaum es revelador: reconoce que esperar hasta el último año sería arriesgarse a una sucesión incontrolable. La clase política ya le tomó la medida, y muchas formas de insumisión abierta o disimulada, antes inconcebibles, se han vuelto frecuentes.
Además, no sólo las cúpulas le han tomado la medida. Su popularidad sigue siendo muy alta, pero cada vez menor. No es lo mismo imponerse con el 80% que con el 50%.
El carisma del líder favorece a los que apoya, pero no los vuelve carismáticos. Y, con un líder en declive, el apoyo puede volverse un lastre.
Sheinbaum carga su propio lastre, sin culpa alguna: ser mujer en un país machista, donde nunca ha habido presidenta. También su falta de carisma. Y la derrota electoral de 2021 en sus propios dominios, que no es un buen augurio para 2024.
La derrota es repetible, y más aún fuera de sus dominios, si las elecciones son limpias. De ahí la guerra de López Obrador contra el Instituto Nacional Electoral. Desesperadamente, necesita desacreditarlo, apagar la luz para ganar en lo oscurito.
Si el PAN, el PRD y el PRI presentan candidatos separados para 2024, pueden darle el triunfo a Morena. Si lanzan como candidato común a un cartucho quemado como Ricardo Anaya, también. Pero todavía hay tiempo para que crezcan otros, no muy visibles hoy.
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