10 jul 2022

Echeverría/Pedro Salmerón Sanginés

 La Jornada, 10 e julio de 2022

Símbolo del viejo régimen

Echeverría/Pedro Salmerón Sanginés

El gobierno del ex presidente se caracterizó por su mano dura contra los opositores, pero suave ante los dictados de los grandes empresarios.Foto Twitter y Archivo/Cuartoscuro


Lo primero que se me vino a la mente al enterarme de la muerte del licenciado Luis Echeverría Álvarez fue un poema de Nicolás Guillén, su Pequeña oda grotesca a la muerte del senador McCarthy (https://bit.ly/3NRK8LT). Creo que nunca me había ocurrido que la muerte de otro ser humano no me provocara un ápice de tristeza o de solidaridad con los deudos.

Quizá porque no olvido el 2 de octubre ni el 10 de junio. Quizá porque tengo cien amigos cuyos padres fueron desaparecidos, torturados, asesinados por órdenes suyas (y porque la desaparición forzada es uno de los más atroces crímenes de lesa humanidad). Quizá porque tengo cincuenta amigos que fueron encarcelados, golpeados, torturados, mutilados por órdenes suyas. Quizá porque su vida nos muestra que no existen el karma ni la justicia divina ni ninguna de esas ilusiones… ni la justicia.

Eso todos lo sabemos, hasta los que quieran justificarlo o cierran los ojos. Contemos otras cosas, que vienen a cuento, porque hay una mentira recurrente sobre su gestión. Hacia 1970 coincidieron la crisis mundial que llevaría al colapso de los acuerdos económicos adoptados a fines de la Segunda Guerra Mundial (Bretton Woods, 1944), con el agotamiento del modelo mexicano llamado desarrollo estabilizador.

La crisis venía de fuera. Los precios de los bienes comprados en el exterior crecieron desaforadamente entre 1971 y 1974: el de granos y alimentos casi se triplicó, el índice de precios internacional aumentó 58% en 1971, 80% en 1972, 73% en 1973 y 44% en 1974. Pero también era interna: en 1970 la producción de bienes y servicios se había estancado; el desempleo crecía rápidamente y había enormes rezagos en la satisfacción de servicios educativos, sanitarios y de vivienda. El México en 1970 era muy distinto al que se pintaba en los círculos de poder económico: junto a las cuentas alegres estaban los abismos, los rezagos, la represión y la sangre.

Por ello, en diciembre de 1970, el secretario de Hacienda designado por Echeverría, Hugo B. Margáin, propuso un programa para sortear la crisis y procesar una transición hacia un capitalismo industrial más integrado en lo interno y menos vulnerable en lo externo. Margáin explicó las razones de su proyecto: Desequilibrio presupuestal, creciente endeudamiento con el exterior, desnivel permanente y en aumento de la balanza comercial, junto con otros factores como el contrabando, la alcabala y la corrupción. Y anunció una política de crecimiento del gasto público, fomento a la inversión y ampliación de la infraestructura, pero sin afectar los subsidios y privilegios de los grandes empresarios.

Esa contradicción se debió a la actitud de los poderes reales: en diciembre de 1970, ante un paquete de reformas fiscales enviadas al Congreso por el Ejecutivo (que no alteraban de fondo la estructura impositiva), la Coparmex reaccionó con gran violencia verbal. Por esas declaraciones, los mexicanos se enteraron de que desde 1940 la política económica se sometía a la revisión de las cúpulas empresariales antes de ser enviadas al Congreso de la Unión (resultante de un pacto informal de Ávila Camacho y Alemán con el Grupo Monterrey).

En 1970 y 1971, la Coparmex frenó todas las reformas propuestas por Margáin. En 1972 se discutió la conveniencia de reformar el impuesto sobre la renta a fin de gravar los ingresos derivados de posesión de capital, eliminando el anonimato para fines fiscales. El sector privado se opuso frontalmente y la reforma fue detenida por el Congreso de la Unión. Esto provocó un déficit creciente y se recurrió al endeudamiento externo. La deuda pasó de 4 mil 262 mdd en 1970 a 19 mil 602 mdd en 1976. En mayo de 1973 renunció Hugo B. Margáin: advirtió que se había llegado al límite racional del endeudamiento. Si el gobierno seguía doblegándose ante la Coparmex y el Grupo Monterrey, la crisis sería mucho peor. Tuvo razón.

De modo que el socialista Echeverría no sólo fue el mayor torturador y asesino de socialistas: también se dobló, gobernó bajo los dictados de los grandes empresarios, más allá de su retórica y de la retórica de dichos empresarios (que llegó a las amenazas de golpe militar). Incluso les abrió un museo del horror. Dice Fritz Glockner: ¿Quién urdió el museo del horror?. ¿A quién se le ocurrió torturar y asesinar a José Ignacio Olivares y Salvador Corral y luego tirar sus cadáveres frente a las casas de Eugenio Garza Sada y Fernando Aranguren, los empresarios muertos en fallidos secuestros? Quien quiera que fuese, sin duda el acto cuenta con la venia de los más altos rangos del poder. A Luis Echeverría se le atragantan los insultos que no externa en público, pero los plasma en su perorata del 4º Informe, el 1º de septiembre de 1974, donde llamó a los guerrilleros, a los que se desaparecía y torturaba, hijos de la chingada, putos y pendejos.

Fritz Glockner, Los años heridos: la historia de la guerrilla en México, pp. 370-371. Los datos de la economía son de mis lecturas de Leopoldo Solís, La realidad económica mexicana; retrovisión y perspectivas; Rolando Cordera, Desarrollo y crisis de la economía mexicana, y Carlos Tello, Estado y desarrollo económico, México, 1920-2006.La Jornada


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