Milagro argentino: Juan Pablo I, el “papa de los 33 días”, ya es beato
En una ceremonia solemne marcada por la lluvia, Francisco elevó al honor de los altares a Albino Luciani, el “papa de la sonrisa” que reinó un mes y pocos días en 1978, pero que dejó una marca indeleble
LA NACION, 4 de septiembre de 2022;
Elisabetta Piqué, CORRESPONSAL EN ITALIA
Un hombre sostiene una foto del papa Juan Pablo I durante una ceremonia de beatificación dirigida por el papa Francisco en la Plaza de San Pedro del Vaticano. (AP Foto/Andrew Medichini)
ROMA.- En una ceremonia solemne marcada por una lluvia torrencial, el papa Francisco beatificó hoy a Juan Pablo I –Albino Luciani-, el pontífice que reinó apenas 33 días en 1978 y un “pastor manso y humilde” cuyo ejemplo de vivir el Evangelio con alegría, “no a medias, sino hasta el extremo, sin concesiones”, llamó a todos a seguir.
“Con su sonrisa, el papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, sereno y sonriente, que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado”, dijo Francisco, que presidió la misa de beatificación en la Plaza de San Pedro antes unos 25.000 fieles, todos con paraguas y ponchos de plástico para protegerse de la lluvia.
Nacido en un pueblo de montaña del Véneto en 1912 en una familia humilde, que había tenido que emigrar por trabajo –tanto es así que su padre fue albañil en la Argentina-, Albino Luciani fue un sacerdote muy cercano a los últimos y conocido por su manera simple de hablar, que llegaba a la gente. Participó en el Concilio Vaticano II (1962-1965), evento eclesial que significó una modernización de la Iglesia católica y fue Patriarca de Venecia. Electo al trono de Pedro el 26 de agosto de 1978 en el cónclave que decidió el sucesor de Pablo VI (1963-1978), eligió llamarse Juan Pablo I en homenaje a su antecesor y al papa Juan XXIII quienes habían llevado adelante el Concilio Vaticano II. Todo un programa de gobierno, que fue interrumpido abruptamente 33 días más tarde, cuando sufrió un infarto en su habitación del Palacio Apostólico. Esa muerte tan repentina y un mal manejo comunicativo de la misma por parte del Vaticano dieron origen a la leyenda negra de que había sido envenenado, abonada por un best-seller (En nombre de Dios, una investigación sobre el asesinato del papa Juan Pablo I, del británico David Yallop). Pero, como reiteró el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin –y varios historiadores-, en verdad no hubo ninguna conspiración. “Fue una muerte natural y es lamentable que esta leyenda siga viva aun en nuestros días”, dijo Parolin.
Lo cierto es que, por su estilo de ser papa muy novedoso, totalmente distinto, simple por su lenguaje, los 33 días en el papado de Luciani, famoso por su sonrisa, dejaron una marca indeleble en la historia de la Iglesia católica. Juan Pablo I, de hecho, dejó de usar el tradicional “nosotros” de la realeza y comenzó a utilizar el “yo”; rechazó la tiara (la corona papal) y quiso abandonar la tradición de la silla gestatoria. Y, probablemente presionado por la enorme responsabilidad de ser jefe máximo de la Iglesia católica, murió a los 65 años con fama de santidad, después de haber impactado con frases memorables como la del Ángelus del 10 de septiembre de 1978, que el papa Francisco recordó en su sermón.
“Somos objeto, por parte de Dios, de un amor que nunca decae: es papá y aun más, es madre”, había dicho Luciani, que fue el último papa italiano luego de 45 pontífices seguidos de esta nacionalidad en 456 años.
Al repasar su biografía, el cardenal Beniamino Stella, que fue su discípulo y postulador de la causa de canonización, recordó la conexión argentina de Juan Pablo I, que llegó al honor de los altares después de certificarse un milagro por su intercesión ocurrido en la diócesis de Buenos Aires en julio de 2011. Se trata del caso de la curación inexplicable de una niña de Paraná, Candela Giarda, que ahora es una joven de 21 años que no pudo viajar para asistir a la ceremonia de beatificación porque se fracturó un pie hace unos días. Sí estuvo presente José Dabusti, el sacerdote que tuvo la intuición de rezarle a Juan Pablo I, junto a su mamá, para que se salvara, que llevó al altar una reliquia del nuevo beato –una texto manuscrito-, mientras llovía a cántaros, con truenos y relámpagos. Su hermano, Roberto Dabusti, laico que trabajó varios años en el arzobispado de Buenos Aires junto al entonces cardenal Jorge Bergoglio, en tanto, leyó una de las lecturas.
En un sermón inspirado en el Evangelio del día, Francisco recordó que seguir a Jesús “no significa entrar en una corte o participar en un desfile triunfal, y tampoco recibir un seguro de vida”. “Al contrario, significa cargar la cruz” y darse por entero, no a medias, según explicó. “Si no apuntamos hacia lo alto, si no arriesgamos, si nos contentamos con una fe al agua de rosas, somos —dice Jesús— como el que quiere construir una torre, pero no calcula bien los medios para hacerlo (…). Si, por miedo a perdernos, renunciamos a darnos, dejamos las cosas incompletas: las relaciones, el trabajo, las responsabilidades que se nos encomiendan, los sueños, y también la fe”, indicó. “Y entonces acabamos por vivir a medias; sin dar nunca el paso decisivo, sin despegar, sin apostar todo por el bien, sin comprometernos verdaderamente por los demás. Jesús nos pide esto: vive el Evangelio y vivirás la vida, no a medias sino hasta el extremo. Sin concesiones”, siguió.
“Hermanos, hermanas, el nuevo beato vivió de este modo: con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo. Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica sólo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio ‘yo’ en el centro y buscar la propia gloria”, evocó. “Por el contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde”, subrayó, al recordar que Albino Luciani sólía decir que: “El Señor nos ha recomendado tanto que seamos humildes! Aun si han hecho cosas grandes, digan: siervos inútiles somos”.
Mientras el retrato del nuevo beato -realizado por un artista chino- ya había sido destapado y dominaba el escenario, sobre el balcón central de la Basílica de San Pedro, lo escuchaban en silencio decenas de cardenales, obispos, sacerdotes, el presidente de Italia, Sergio Mattarella y miles de fieles, entre los cuales muchísimos que viajaron desde la diócesis de Belluno, en el nordeste, cuna de Luciani. Pese a la lluvia, que dejó de caer sólo al final de la ceremonia, también colmaron la plaza turistas de todo el mundo. Entre ellos, Fernanda Ravachine, Natalia Maidana y Mariela Porcelli, tres farmacéuticas y amigas de la zona oeste de Buenos Aires, de vacaciones en Italia, que confesaron a La Nación que no sabían nada de la beatificación del “papa de la sonrisa”, algo para ellas “inesperado”, pero “excelente”.
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