Columna de Paloma Jiménez Gálvez
“El cobarde”/Paloma Jiménez Gálvez
Milenio/ 27.05.2023
En las dos columnas anteriores escribí sobre algunas de las canciones de José Alfredo que se relacionaron con las películas de la época de oro del cine mexicano y sobre algunas de sus participaciones como actor principal o de reparto. Pero no he contado una anécdota que creo que valdría la pena recordar. En primer término, porque aconteció en un sitio emblemático de nuestro país, durante una etapa significativa, en la que sucedieron hechos históricos dolorosos y porque le dio a mi padre la oportunidad de convivir, no solo con artistas de reconocimiento internacional, sino con la gente que poblaba el lugar.
“Me estoy destrozando el alma: yo sé que por no mirarla se está muriendo mi corazón. Y trato de consolarme, bebiendo como un cobarde que ya no puede con su dolor…”.
Siento que en la afirmación “bebiendo como un cobarde” encontraremos la pista por la que el director, de última hora, eligió esta canción en lugar de la que le había pedido al compositor que escribiera para Las islas Marías. Emilio Indio Fernández decidió, quizás evocando la gran novela de José Revueltas, poner su ojo y su creatividad en ese territorio.
José Alfredo, cada minuto que pasaba, se arrepentía más y más por haber ido hasta el puerto de Balleto. ¿Qué habría pasado por su mente antes de haber tomado la decisión? Quizás alguna imagen de esas que la fantasía romantiza incitándonos a seguir adelante. Recuerdo que cuando narraba aquel viaje, solía decir que, en realidad, nada tenía que hacer él en ese grupo; sin embargo, una corazonada lo impulsó. Sin duda son esas flechas directas al corazón las que inspiran a los poetas para que se aventuren en tales empresas. Entonces, ya no podía dar marcha atrás, estaban ahí con todo el equipo de producción. Mientras Gabriel Figueroa y Emilio Indio Fernández organizaban con mucha precisión los movimientos, indicando a los miembros del staff los lugares que ocuparían en las barcas, repartiendo baúles, utilería, vestuario y el instrumental necesario para la filmación, el grupo de actores admiraba el paisaje. Frente a ellos, las Islas Marías.
“Estoy enterrado vivo, estoy pagando un delito, llorando muy despacito pa’ ver si el llanto me dura más. Ya no me ha quedado nada, mi vida está destrozada. Yo tengo como fortuna la luz del cielo que Dios me da…”.
El director le había pedido a José Alfredo que escribiera la canción para reforzar la trama. Contaba una historia típica de aquella época, un melodrama enmarcado en la música con un guion a cuatro manos entre el Indio y Mauricio Magdaleno. No obstante, Fernández había tenido el cuidado de narrarle a mi padre algunos pasajes de la obra de José Revueltas, titulada Los muros de agua. Sin duda un reto difícil e insuperable con esa metáfora directa y poética. “Rodeado de mar me encuentro, pensando en el otro tiempo, allá cuando el sentimiento, era enemigo de hacerme mal. Yo vivo de un gran recuerdo, de aquella que fue mi vida y sueño con el pasado sin que el futuro me importe ya…”.
Las olas golpeaban las viejas embarcaciones ya destartaladas y sin rastro de color. Pedro Infante, protagonista de la cinta, y José Alfredo intercambiaron la mirada; parecían decirse que no había remedio, eran los lanchones el único medio de transporte para alcanzar el destino. Por si fuera poco, habían escuchado a los parroquianos comentar sobre la fauna poco afable que rondaba la zona, se veían tiburones y mi padre sin haber aprendido a nadar. Las Islas Marías era la prisión de alta seguridad, en donde purgaban sus delitos los peores criminales, acompañados de los presos políticos que incomodaban al gobierno en turno.
El ídolo de México que protagonizaría la cinta y el compositor que ni papel tenía, volvieron a mirarse. José Alfredo iba porque el director lo había animado a ser parte de la troupe, iba de puro acompañamiento. Sería mejor pasear un rato por el puerto, busquemos una cantina, al menos para darnos valor, sugirió Jiménez. Pedro aceptó con un gesto, el doctor Alfonso Cervantes, médico de la producción, asintió con su típica sonrisilla casi interior y los tres se esfumaron discretamente por el muelle. Tal vez, cobardemente:
“No me importa que diga la gente que en el alma no tengo valor, si en el pleito me vieron valiente hoy véanme cobarde llorando de amor…”.
No fue difícil encontrar un tugurio para beber un par de tequilas, darse valor y empezar a convivir con la gente del puerto que no podían creer estar departiendo con aquellas figuras. Ahora forajidos, con una botella de tequila barato, escondidos bajo los sombreros de los fieles a la cantina, se pusieron a cantar. Hasta que el propio director, harto de buscarlos, llegó al antro. Contaban que a Emilio no le costó trabajo encontrarlos, que su comentario fue: “Si se hubieran ido al templo, entonces, no habría dado con ustedes”. También contaban que, con los tragos de tequila, lograron vencer un poco el temor para emprender la travesía. Por eso creo que fue este evento lo que impulsó al director a elegir el tema de “El cobarde” para ser interpretado en la película, en vez de “Enterrado vivo” que Pedro cantó a los presos y con el tiempo lo grabó dedicando a ellos el tema, ya que también fueron parte del elenco de la cinta. Contaban, además, que para mi padre fue una de las mejores experiencias que tuvo en la vida. “Dolor como el mío tan triste no puede existir ni existe y es que la quiero con devoción. Por eso le estoy rogando, por eso le estoy cantando lo que me manda mi corazón”.
paloma28jimenez@hotmail.com
Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario