6 oct 2008

Carta a Andrés Gómez y Marco Jiménez

Carta abierta a Andrés Gómez y Marco Jiménez/Cecilia Soto
Publicado en Excélsior (www.exonline.com.mx) 06-Oct-2008;
Estimados Andrés y Marco:
Leí entre divertida y nostálgica la narración de la ceremonia de entrega del Premio Nacional de la Juventud. Supe así del grito “¡Espurio!” dirigido al presidente Felipe Calderón y, sobre todo, de la afirmación de Marco, de que en México “no hay libertad”. “¿No hay libertad?”, me pregunté y recordé una de las muchas historias en las que se “ofendió” la figura presidencial y que describe el ambiente de opresión que vivíamos los mexicanos, sobre todo los jóvenes, hace poco más de 30 años. Sus dichos durante la ceremonia de premiación me hicieron sonreír pese a que no comparto el calificativo al presidente Felipe Calderón pues soy una de las 244 mil personas que decidieron cambiar su voto a favor del candidato panista una semana antes de la elección. La historia que les contaré les permitirá apreciar qué tanta libertad hemos ganado y cuánta nos falta por alcanzar.
En marzo de 1974, al presidente Luis Echeverría se le ocurrió “hacer historia” y entrar a la UNAM, territorio vedado para los presidentes por muchas buenas razones. Todo estaba más o menos coreografiado para que no hubiera problemas en el Auditorio de la Facultad de Medicina o eso creían las autoridades. A la salida del Auditorio, después de una agitada sesión de gritos en la que los estudiantes le reclamaban a Echeverría las matanzas de Tlatelolco y el 10 de junio (mi bautizo de fuego), el Presidente recibió una pedrada que marcó su calva frente.
Esa noche, mi esposo, Patricio Estévez, y yo, volamos a Bogotá para un viaje largamente planeado. Éramos muy jóvenes, pertenecíamos a una organización política y desde hacía dos años estábamos fuera de la UNAM pues había que dedicar la vida entera a cambiar el mundo. Evitar la presencia de Echeverría en el campus nos parecía mera política estudiantil y no tuvimos nada que ver con la pedrada.
Quince días después de llegar a Bogotá, nos hablaron desde México para informarnos que tres colegas habían sido secuestrados por la temible Dirección Federal de Seguridad. Después de dos semanas de desaparecidos, los soltaron en un estado lamentable por la gravedad de las torturas. El abanico completo de torturas físicas y sicológicas: golpes, toques eléctricos, ahogamientos y, sobre todo, simulacros de fusilamiento, fue usado contra ellos. Los policías querían que confesaran que mi esposo —que coincidentemente voló a Bogotá la noche del incidente en lo que parecía una huida— había lanzado esa primera piedra.
Las torturas fueron tan dolorosas e insoportables que, dicen mis amigos, por momentos se borraba la línea entre verdad y confusión y alguno estuvo a punto de darle a los torturadores la versión que querían. A uno de mis colegas, se le puso la pistola en la sien mientras lo obligaban a mirar fijamente una foto de mi esposo, amenazándolo a gritos y golpes con jalarle al gatillo si no admitía que el de la foto había sido el autor del ataque al Presidente. Mi amigo, al que como parte de las torturas sicológicas se le había dicho que ya había muerto uno de los otros dos secuestrados, respondió en forma increíblemente valiente, “Se parece… pero no es”. Aunque se hizo una fuerte presión internacional con el fin de que los soltaran, pasaría mucho tiempo para que supiéramos la verdadera razón de por qué los dejaron ir.
Más de diez años después, nos entrevistamos, no recuerdo para qué, con el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios. Nos dijo que nos mostraría unas fotos del autor de la pedrada. Nos mostró algunas y me fui de espaldas: dos de ellas mostraban a una persona prácticamente idéntica a mi esposo. Pero al ver la colección completa de fotos identifiqué a un querido compañero de la Facultad de Ciencias. En ciertos ángulos hasta yo podía confundirlos; en otros, se apreciaba la diferencia. Ese estudiante tuvo que huir de México y exilarse en el extranjero por varios años.
En resumen, por algo un poco más grave que lo que ustedes hicieron, pero no mucho más, tres jóvenes mexicanos fueron brutalmente torturados, a un grupo más amplio lo espiaron y vigilaron durante muchos años y un cuarto joven, destacado estudiante de matemáticas, tuvo que salir del país varios años por haberle gritado al Presidente y lanzarle una piedra.
Darle con una piedra al titular del Ejecutivo seguramente merecería hoy pasar por el Ministerio Público, gritarle cualquier cosa, inclusive algo tan poco original como “espurio”, no merece que se levanten cargos. De tal manera que, si comparan lo que sucedía antes a los jóvenes con alguna actividad política, tendrían que concluir que hemos ganado libertades y derechos políticos inimaginables hace apenas unas décadas. Pero si se compara con lo que nos falta por alcanzar, ustedes tienen toda la razón, pues hay un mundo por hacer para que esas libertades ganadas puedan realizarse con plenitud. Para ello, hay que mirar por el espejo retrovisor, aunque sea de reojo, con miras a conocer y cuidar lo que con tanto trabajo se construyó en el pasado y enfocarse hacia el futuro, intentando ser fieles al lema que aparece en el blog de Andrés: “Piensa por ti mismo… cuestiona la autoridad.” Cordialmente, Cecilia Soto. ceciliasotog@gmail.com

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