La izquierda está en las calles/Guy Sorman
Publicado en ABC, 19/12/08;
Los disturbios que han arrasado toda Grecia pueden tener muchas causas, pero una que rara vez se menciona es la fractura de la izquierda griega en dos: el PASOK, el partido socialista tradicional de George Papandreou, y una facción cada vez más radicalizada que rechaza cualquier adaptación tanto a la Unión Europea como a la economía moderna. Esta división está paralizando a los partidos socialistas de toda Europa en mayor o menor medida.
El hecho de que la izquierda tradicional se muestre tan apática en medio de la crisis económica actual es más que extraño. En lugar de sentirse estimulados por las dudas renovadas sobre el capitalismo, los partidos socialistas europeos no han logrado realizar ningún avance político serio. En países en los que están en el poder, como España, son ahora muy impopulares.
Y donde están en la oposición, como en Francia e Italia, están desorganizados (como lo están los socialdemócratas de Alemania, a pesar de formar parte de la Gran Coalición gobernante). Ni siquiera los socialistas suecos, que fueron el partido dominante durante todo un siglo y ahora están fuera del poder, han sido capaces de sacar partido de la crisis. Puede que Reino Unido sea la excepción, aunque es posible que al Partido Laborista defensor del mercado al que ha dado forma Tony Blair ya no pueda considerarse un partido de izquierdas.
Los socialistas europeos no han logrado enfrentarse a la crisis de un modo convincente debido a sus divisiones internas. Nacidos como anticapitalistas, todos estos partidos (en mayor o menor grado) han llegado a aceptar el libre mercado como base de la economía. Es más, desde 1991 y el hundimiento del sistema soviético, a la izquierda le ha faltado un modelo claro con el que oponerse al capitalismo.Pero, a pesar de apoyar el libre mercado de boquilla, la izquierda europea sigue estando rota por una contradicción interna entre sus orígenes anticapitalistas y su reciente conversión a la economía del libre mercado. ¿Es la crisis actual una crisis del capitalismo o sólo una fase del mismo? Por toda Europa, esta controversia tiene ocupados a los intelectuales, expertos y políticos de izquierdas en tertulias de televisión y debates de cafés.
Como consecuencia, ha estallado una lucha por el poder. En Francia y Alemania, una nueva izquierda radical, integrada por trotskistas, comunistas y anarquistas, está resurgiendo de sus cenizas para convertirse otra vez en una fuerza política. Estos fantasmas rejuvenecidos adoptan la forma del Partido de la Izquierda de Oskar LaFontaine en Alemania, así como la de diversos movimientos revolucionarios en Francia, uno de los cuales acaba de bautizarse a sí mismo como Partido Anticapitalista. Su líder, un antiguo cartero, dice que, en la situación actual, él forma parte de una «resistencia», una palabra que evoca las luchas antifascistas de la época de Hitler. Quién sabe cuál es la alternativa real al capitalismo que busca esta izquierda radical.¿Qué deben hacer los dirigentes socialistas más consolidados frente a este nuevo radicalismo, que está atrayendo a algunos socialistas tradicionales? Si se inclinan hacia los trotskistas, pierden a sus seguidores «burgueses»; si se sitúan en una zona intermedia, como hace el SDP en Alemania, el Partido de la Izquierda gana adeptos. Como consecuencia de este dilema, los partidos socialistas de toda Europa dan la impresión de estar paralizados.
Y lo están. De hecho, es difícil encontrar algún análisis convincente de la crisis actual por parte de la izquierda que vaya más allá de los eslóganes anticapitalistas. Los socialistas culpan a los financieros avariciosos, pero ¿quién no lo hace? En cuanto a los remedios, los socialistas no ofrecen nada más que las soluciones keynesianas que ahora está proponiendo la derecha.
Desde que George W. Bush mostró el camino de la nacionalización de los bancos, las grandes inversiones públicas, los rescates económicos industriales y los déficit presupuestarios, los socialistas se han quedado sin margen de maniobra. El presidente francés Nicolás Sarkozy intenta reactivar el crecimiento mediante la defensa proteccionista de las «industrias nacionales» y enormes inversiones en infraestructura pública, así que, ¿qué más pueden pedir los socialistas? Además, los socialistas temen que el gasto público excesivo pueda disparar la inflación y que su principal electorado se convierta en la primera víctima de ello.En un momento en que la derecha se ha vuelto estadista y keynesiana, los auténticos creyentes en el libre mercado están discriminados y el anticapitalismo a la antigua parece arcaico, uno se pregunta qué sentido puede tener el socialismo en Europa.
El futuro del socialismo europeo también se ve entorpecido, curiosamente, por la Unión Europea. Hoy en día, construir el socialismo en un país es imposible porque ahora todas las economías europeas son interdependientes. El último dirigente que probó un socialismo particular, el presidente francés François Mitterrand en 1981, se rindió ante las instituciones europeas en 1983.
Estas instituciones, basadas en el libre comercio, la competencia, los déficit presupuestarios limitados y el dinero seguro, son básicamente favorables al mercado; dentro de ellas hay poco margen para el socialismo doctrinario. Ésta es la razón de que la izquierda radical sea antieuropea.
A los socialistas europeos también les está resultando difícil destacar en asuntos exteriores. Solían ser unos reflexivos defensores de los derechos humanos, mucho más que los partidos conservadores. Pero desde que George W. Bush empezó a utilizar estas ideas como parte de sus campañas en pro de la democracia, los socialistas europeos se han vuelto más recelosos respecto a ellas.
Además, sin la Unión Soviética, los socialistas europeos tienen pocas causas extranjeras con las que identificarse: pocos comprenden la Rusia de Putin, y la China totalitaria y capitalista de hoy en día resulta demasiado lejana y extraña. Y desde la elección de Barack Obama, el antiamericanismo ya no es una forma viable de conseguir apoyos. Los viejos tiempos en que trotskistas y socialistas formaban un frente común para atacar a Estados Unidos se han terminado.
Claro está que la debilidad y la división ideológicas de la izquierda no la excluirán del poder. Es capaz de aferrarse a la presidencia, como lo está haciendo Rodríguez Zapatero en España y Gordon Brown en Reino Unido. En última instancia, la izquierda puede ganar las elecciones generales en otros lugares si la nueva derecha keynesiana se muestra incapaz de poner fin a la crisis. Pero, estén en la oposición o en el gobierno, los socialistas no tienen un programa político claro.
Sin embargo, la lección que nos enseña Grecia es que lo que más deberían temer los socialistas europeos es el gusto de la izquierda radical por los disturbios y su talento para ellos. La falta de contenido del socialismo tiene una consecuencia.
Parafraseando a Marx, un fantasma se cierne sobre Europa: el fantasma del caos.
El hecho de que la izquierda tradicional se muestre tan apática en medio de la crisis económica actual es más que extraño. En lugar de sentirse estimulados por las dudas renovadas sobre el capitalismo, los partidos socialistas europeos no han logrado realizar ningún avance político serio. En países en los que están en el poder, como España, son ahora muy impopulares.
Y donde están en la oposición, como en Francia e Italia, están desorganizados (como lo están los socialdemócratas de Alemania, a pesar de formar parte de la Gran Coalición gobernante). Ni siquiera los socialistas suecos, que fueron el partido dominante durante todo un siglo y ahora están fuera del poder, han sido capaces de sacar partido de la crisis. Puede que Reino Unido sea la excepción, aunque es posible que al Partido Laborista defensor del mercado al que ha dado forma Tony Blair ya no pueda considerarse un partido de izquierdas.
Los socialistas europeos no han logrado enfrentarse a la crisis de un modo convincente debido a sus divisiones internas. Nacidos como anticapitalistas, todos estos partidos (en mayor o menor grado) han llegado a aceptar el libre mercado como base de la economía. Es más, desde 1991 y el hundimiento del sistema soviético, a la izquierda le ha faltado un modelo claro con el que oponerse al capitalismo.Pero, a pesar de apoyar el libre mercado de boquilla, la izquierda europea sigue estando rota por una contradicción interna entre sus orígenes anticapitalistas y su reciente conversión a la economía del libre mercado. ¿Es la crisis actual una crisis del capitalismo o sólo una fase del mismo? Por toda Europa, esta controversia tiene ocupados a los intelectuales, expertos y políticos de izquierdas en tertulias de televisión y debates de cafés.
Como consecuencia, ha estallado una lucha por el poder. En Francia y Alemania, una nueva izquierda radical, integrada por trotskistas, comunistas y anarquistas, está resurgiendo de sus cenizas para convertirse otra vez en una fuerza política. Estos fantasmas rejuvenecidos adoptan la forma del Partido de la Izquierda de Oskar LaFontaine en Alemania, así como la de diversos movimientos revolucionarios en Francia, uno de los cuales acaba de bautizarse a sí mismo como Partido Anticapitalista. Su líder, un antiguo cartero, dice que, en la situación actual, él forma parte de una «resistencia», una palabra que evoca las luchas antifascistas de la época de Hitler. Quién sabe cuál es la alternativa real al capitalismo que busca esta izquierda radical.¿Qué deben hacer los dirigentes socialistas más consolidados frente a este nuevo radicalismo, que está atrayendo a algunos socialistas tradicionales? Si se inclinan hacia los trotskistas, pierden a sus seguidores «burgueses»; si se sitúan en una zona intermedia, como hace el SDP en Alemania, el Partido de la Izquierda gana adeptos. Como consecuencia de este dilema, los partidos socialistas de toda Europa dan la impresión de estar paralizados.
Y lo están. De hecho, es difícil encontrar algún análisis convincente de la crisis actual por parte de la izquierda que vaya más allá de los eslóganes anticapitalistas. Los socialistas culpan a los financieros avariciosos, pero ¿quién no lo hace? En cuanto a los remedios, los socialistas no ofrecen nada más que las soluciones keynesianas que ahora está proponiendo la derecha.
Desde que George W. Bush mostró el camino de la nacionalización de los bancos, las grandes inversiones públicas, los rescates económicos industriales y los déficit presupuestarios, los socialistas se han quedado sin margen de maniobra. El presidente francés Nicolás Sarkozy intenta reactivar el crecimiento mediante la defensa proteccionista de las «industrias nacionales» y enormes inversiones en infraestructura pública, así que, ¿qué más pueden pedir los socialistas? Además, los socialistas temen que el gasto público excesivo pueda disparar la inflación y que su principal electorado se convierta en la primera víctima de ello.En un momento en que la derecha se ha vuelto estadista y keynesiana, los auténticos creyentes en el libre mercado están discriminados y el anticapitalismo a la antigua parece arcaico, uno se pregunta qué sentido puede tener el socialismo en Europa.
El futuro del socialismo europeo también se ve entorpecido, curiosamente, por la Unión Europea. Hoy en día, construir el socialismo en un país es imposible porque ahora todas las economías europeas son interdependientes. El último dirigente que probó un socialismo particular, el presidente francés François Mitterrand en 1981, se rindió ante las instituciones europeas en 1983.
Estas instituciones, basadas en el libre comercio, la competencia, los déficit presupuestarios limitados y el dinero seguro, son básicamente favorables al mercado; dentro de ellas hay poco margen para el socialismo doctrinario. Ésta es la razón de que la izquierda radical sea antieuropea.
A los socialistas europeos también les está resultando difícil destacar en asuntos exteriores. Solían ser unos reflexivos defensores de los derechos humanos, mucho más que los partidos conservadores. Pero desde que George W. Bush empezó a utilizar estas ideas como parte de sus campañas en pro de la democracia, los socialistas europeos se han vuelto más recelosos respecto a ellas.
Además, sin la Unión Soviética, los socialistas europeos tienen pocas causas extranjeras con las que identificarse: pocos comprenden la Rusia de Putin, y la China totalitaria y capitalista de hoy en día resulta demasiado lejana y extraña. Y desde la elección de Barack Obama, el antiamericanismo ya no es una forma viable de conseguir apoyos. Los viejos tiempos en que trotskistas y socialistas formaban un frente común para atacar a Estados Unidos se han terminado.
Claro está que la debilidad y la división ideológicas de la izquierda no la excluirán del poder. Es capaz de aferrarse a la presidencia, como lo está haciendo Rodríguez Zapatero en España y Gordon Brown en Reino Unido. En última instancia, la izquierda puede ganar las elecciones generales en otros lugares si la nueva derecha keynesiana se muestra incapaz de poner fin a la crisis. Pero, estén en la oposición o en el gobierno, los socialistas no tienen un programa político claro.
Sin embargo, la lección que nos enseña Grecia es que lo que más deberían temer los socialistas europeos es el gusto de la izquierda radical por los disturbios y su talento para ellos. La falta de contenido del socialismo tiene una consecuencia.
Parafraseando a Marx, un fantasma se cierne sobre Europa: el fantasma del caos.
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