La gripe: ayer y hoy/ Por Horacio López, Profesor titular de infectología de la Facultad de Medicina de la UBA
Revista La Nación (de Buenos Aires), domingo 26.07.2009
Revista La Nación (de Buenos Aires), domingo 26.07.2009
A través de los años se sucedieron diferentes tipos de influenza causantes de numerosas muertes en el mundo
Realidades y desafíos
Los importantes logros de la medicina y la salud pública ocurridos desde la pandemia de 1918 hasta ahora nos sitúan en una mejor posición que entonces.
Uno de los más importantes fue el desarrollo de la vacuna antigripal estacional, que permite producir vacunas específicas contra cada virus pandémico en un corto período, inmunizar a la población y reducir el impacto.
Otros avances importantes fueron el descubrimiento de los antibióticos -útiles para las complicaciones de la gripe- y de los antivirales contra el virus de la influenza.
En la pandemia del 18 no existía la penicilina, que fue comercializada en 1944. Actualmente, no sólo disponemos de una amplia gama de antibióticos, sino también de antivirales específicos contra el virus.
También existen otros medicamentos y equipos médicos -por ejemplo, respiradores para la asistencia respiratoria mecánica- en casos de neumonía severa o insuficiencia respiratoria, la complicación más frecuente de la gripe, tanto de la A H1N1 como de la estacional.
Desde la salud pública, hay mejores sistemas de monitoreo. Un ejemplo es la red de vigilancia de gripe y de emergencia internacional coordinada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que detectó rápidamente el virus A H1N1 cuando comenzó a circular en México y Estados Unidos. Esta alerta anticipada brindó una oportunidad sin precedentes para prepararse con miras a la pandemia e implementar las medidas para paliar sus efectos.
En cuanto a la comunicación, hoy es muy diferente de la de hace 90 años. Las cartas y los telegramas de entonces fueron desplazados por Internet, que facilita que la información llegue en tiempo real.
Sin embargo, a pesar de los avances, aparecieron nuevos riesgos.
Al ser una sociedad globalizada, no sólo compartimos cada día más información, tecnología, servicios y productos: también se facilita la rápida transferencia de los agentes infecciosos.
Los viajes aéreos movilizan más de 2000 millones de pasajeros por año y favorecen la rápida propagación de virus como los del tipo influenza. Así, en pocas semanas, el H1N1 se diseminó por el mundo.
Otro problema es el crecimiento demográfico. La mayor densidad de muchas ciudades aumenta el riesgo de exposición al virus. Además, gran parte de la población mundial vive en situación marginal (hacinamiento, falta de saneamiento ambiental y de acceso a la información) y esto la hace más vulnerable.
No es posible predecir el comportamiento futuro de este virus, ni en la sustentabilidad en el tiempo de su capacidad infectiva ni en la posibilidad que tenga de mutar o respecto del aumento o disminución de su virulencia. Tampoco puede anticiparse cuáles serán los grupos de edad y las características de los huéspedes afectados en los próximos meses, durante el invierno del hemisferio norte.
Asimismo, las noticias -que viajan en tiempo real- permiten que el pánico se propague con la misma rapidez que el virus. Esto genera situaciones de confusión, discriminación y confrontación que alarman innecesariamente a la población. Una buena forma de evitar o disminuir esas situaciones es cuidar la manera en que se transmite la información, ya que eso determina en buena parte la percepción de la sociedad sobre el problema.
Después de casi 100 años de la pandemia de gripe de 1918, varias batallas se han ganado en lo que hace al conocimiento del virus, a los modernos y potentes medicamentos, al desarrollo tecnológico y a los avances en la comunicación, entre otros. Queda pendiente aprender las lecciones que nos dejará la pandemia de gripe A, los aciertos y los errores que habrá en su manejo, además del costo humano y las consecuencias económicas que inevitablemente ocurrirán.
Realidades y desafíos
Los importantes logros de la medicina y la salud pública ocurridos desde la pandemia de 1918 hasta ahora nos sitúan en una mejor posición que entonces.
Uno de los más importantes fue el desarrollo de la vacuna antigripal estacional, que permite producir vacunas específicas contra cada virus pandémico en un corto período, inmunizar a la población y reducir el impacto.
Otros avances importantes fueron el descubrimiento de los antibióticos -útiles para las complicaciones de la gripe- y de los antivirales contra el virus de la influenza.
En la pandemia del 18 no existía la penicilina, que fue comercializada en 1944. Actualmente, no sólo disponemos de una amplia gama de antibióticos, sino también de antivirales específicos contra el virus.
También existen otros medicamentos y equipos médicos -por ejemplo, respiradores para la asistencia respiratoria mecánica- en casos de neumonía severa o insuficiencia respiratoria, la complicación más frecuente de la gripe, tanto de la A H1N1 como de la estacional.
Desde la salud pública, hay mejores sistemas de monitoreo. Un ejemplo es la red de vigilancia de gripe y de emergencia internacional coordinada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que detectó rápidamente el virus A H1N1 cuando comenzó a circular en México y Estados Unidos. Esta alerta anticipada brindó una oportunidad sin precedentes para prepararse con miras a la pandemia e implementar las medidas para paliar sus efectos.
En cuanto a la comunicación, hoy es muy diferente de la de hace 90 años. Las cartas y los telegramas de entonces fueron desplazados por Internet, que facilita que la información llegue en tiempo real.
Sin embargo, a pesar de los avances, aparecieron nuevos riesgos.
Al ser una sociedad globalizada, no sólo compartimos cada día más información, tecnología, servicios y productos: también se facilita la rápida transferencia de los agentes infecciosos.
Los viajes aéreos movilizan más de 2000 millones de pasajeros por año y favorecen la rápida propagación de virus como los del tipo influenza. Así, en pocas semanas, el H1N1 se diseminó por el mundo.
Otro problema es el crecimiento demográfico. La mayor densidad de muchas ciudades aumenta el riesgo de exposición al virus. Además, gran parte de la población mundial vive en situación marginal (hacinamiento, falta de saneamiento ambiental y de acceso a la información) y esto la hace más vulnerable.
No es posible predecir el comportamiento futuro de este virus, ni en la sustentabilidad en el tiempo de su capacidad infectiva ni en la posibilidad que tenga de mutar o respecto del aumento o disminución de su virulencia. Tampoco puede anticiparse cuáles serán los grupos de edad y las características de los huéspedes afectados en los próximos meses, durante el invierno del hemisferio norte.
Asimismo, las noticias -que viajan en tiempo real- permiten que el pánico se propague con la misma rapidez que el virus. Esto genera situaciones de confusión, discriminación y confrontación que alarman innecesariamente a la población. Una buena forma de evitar o disminuir esas situaciones es cuidar la manera en que se transmite la información, ya que eso determina en buena parte la percepción de la sociedad sobre el problema.
Después de casi 100 años de la pandemia de gripe de 1918, varias batallas se han ganado en lo que hace al conocimiento del virus, a los modernos y potentes medicamentos, al desarrollo tecnológico y a los avances en la comunicación, entre otros. Queda pendiente aprender las lecciones que nos dejará la pandemia de gripe A, los aciertos y los errores que habrá en su manejo, además del costo humano y las consecuencias económicas que inevitablemente ocurrirán.
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