Darle tiempo al tiempo/XAVIER GUIX
El País Semanal, 26/07/2009;
Las vacaciones son una buena oportunidad para regalarnos tiempo y también para reflexionar sobre su sentido en nuestra vida.
Decía José Luis Borges que el tiempo es la materia de la que hemos sido creados. Dios sabe en qué dimensiones existimos cuando habitamos en el paraíso, pero al materializarnos, al venir a este mundo, entramos forzosamente en dos grandes dimensiones que no abandonaremos hasta nuestra finitud material: el tiempo y el espacio.
No todos los tiempos son iguales. Al menos existen tres grandes mitos por los que transitamos los humanos, según sean nuestra cultura, estilos de vida y estaciones del año. Como cuenta el filósofo Jesús de la Pienda, existe el tiempo “lineal”, muy propio de nuestras latitudes occidentales, o sea, la idea de que todo empieza y todo acaba, es como una línea sin principio ni fin en la que se sitúan todas las cosas que tienen duración. Los calendarios, por ejemplo, son lineales. Un día nacimos y otro moriremos. No hay más.
Vivir en tiempos diferentes
“Afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar” (Calderón de la Barca)
El segundo mito es el tiempo circular, muy propio de las culturas orientales. Se basa en la creencia de que el tiempo del universo entero, con todas sus criaturas, gira en un círculo, una rueda cósmica, de creaciones y destrucciones sin fin, volviendo una y otra vez a sus orígenes. El tiempo cíclico es el de las reencarnaciones propiamente dichas del alma humana, sometidas a la ley del karma, o sea, el principio de la causalidad universal o de la consecuencia de la conducta humana. Nada empieza y acaba, sino que todo está en movimiento continuo, en una danza inacabable donde lo que no se resuelve hoy tal vez se aclare en otra vida.
El tercer y último mito es el del tiempo simultáneo. Es el que domina la mente de los pueblos negroafricanos de cultura bantú. El tiempo lo constituyen los acontecimientos. Sus calendarios son histórico-biográficos y se confeccionan según lo que le ocurre a la tribu, al clan o a la familia. El día no se divide en horas, sino en momentos marcados principalmente por el Sol, la Luna, y en función del cuidado del ganado. El reloj-máquina no existe, ni, por tanto, la enfermedad del estrés ni tantas otras que la vida occidental acarrea.
Cuando llegan las deseadas vacaciones, la mayoría solemos instalarnos en el tiempo simultáneo. Mandan las necesidades del momento y nada más. Se come cuando hay hambre, y no cuando es su hora. Se vuelve de la playa cuando los niños están cansados, y no porque toca. Se hace de menos o de más según las necesidades del momento. Es un vivir muy cercano al ritmo de la naturaleza o al ritmo de los acontecimientos.
Recuerdo a un amigo que en un viaje por esas tierras bantúes tuvo que hacer un traslado en autobús. Al preguntar por la hora de salida le dijeron: “Cuando el bus esté lleno”. Eran las 12 del mediodía y, efectivamente, el autobús no salió hasta las seis de la tarde, o sea, cuando por fin se llenó. Esto en nuestra cultura es impensable. Por lo visto, aquí pecamos por el otro extremo, ya ponemos mala cara cuando pasa un minuto de la hora de salida de cualquier transporte.
Un tiempo con sentido
“El hombre que confía en el tiempo como medio para conseguir su felicidad, vive en la ignorancia y, por tanto, en el conflicto” (Jiddu Krishnamurti)
La mayoría de nosotros llena su cotidianidad de los tres tiempos. Por un lado, tenemos una perspectiva de vida personal y laboral más o menos planificada. Nos sometemos a un presente continuo, pero con la mirada puesta casi siempre en el mañana, en el futuro próximo. Vivimos linealmente. Pero a su vez celebramos onomásticas, aniversarios, fiestas populares, celebraciones de todo tipo que se repiten año tras año. Son siempre lo mismo, son un eterno retorno, como diría Mircea Eliade. Y también nuestra existencia es simultánea cuando lo dejamos todo para asistir a un acto familiar o para atender infortunios, o para gozar de un instante amoroso que quisiéramos infinito.
Ahora que llegan las vacaciones podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿para qué voy a utilizar el tiempo? Obsérvese que pregunto ¿para qué?, y no ¿en qué? Somos muy dados a llenar el tiempo, a querer amortizarlo, a pretender manipularlo a nuestro favor, estirándolo para que encaje todo lo que queremos vivir. Entonces somos esclavos del tiempo, dependemos de su paso inexorable y de su cronometría perfecta.
¿Qué ocurriría si simplemente nos regaláramos tiempo? Eso es, regalarse el no hacer nada. Es como darle tiempo al tiempo, como dejar que las cosas ocurran, sin intervenir, sin voluntades, sin forzar nada, sin obligarse a nada, sin expectativas de nada. Dicho de otro modo: si aprovecháramos el tiempo para vaciar, en lugar de seguir llenando, ¿no sería hermoso sentirse que uno es tiempo y no que corre tras él?
Ser tiempo presente
“El tiempo es el horizonte dentro del cual toda realidad adquiere sentido” (M. Heidegger)
Cabe observar que no hacer nada no es lo mismo que ‘hacer el vago’. No hacer nada tampoco significa apalancarse ante un televisor o dormitar días enteros, aunque a algunos les haría mucha falta. No hacer nada no significa estar desactivado, sino todo lo contrario. Vivimos en el tiempo cuando estamos conectados con nosotros mismos, sin actividades ni distracciones que nos descentren. Estoy conmigo y estoy con los demás abiertamente, atentamente, pero sin esfuerzo. Como diría un taoísta: no hacer nada, pero sin dejar nada por hacer.
Todo lo contrario les ocurre a esas personas que van a pasar las vacaciones cambiando unas obligaciones por otras. A aquellas que en nombre de las vacaciones van a agotarse aún más. A aquellas que no se darán tregua alguna y seguirán viviendo contando las horas, proyectando lo que harán los próximos 60 minutos. No se trata de cambiar unas rutinas por otras, sino de dejar de ser quien somos cada día, para no ser nada ni nadie. Ser sólo eso, tiempo presente vivido con toda intensidad, sin expectativas ni obligaciones.
Creo que no nos damos cuenta de que somos tiempo, de que no lo podemos separar de nosotros. Cada vez que decimos que no tenemos tiempo es tanto como decir que no existimos. A ver qué va a ocurrir ahora, que se supone que vamos a tener, al menos, unos cuantos días para recuperar nuestra naturaleza temporal. Aprovéchelos para reflexionar sobre su relación con el tiempo, cómo desea vivirlo, como se relaciona con él. Es muy duro creer que todo lo que somos se rige por unas simples manecillas del reloj.
Tengo la sensación que estructuramos demasiado la vida. En lugar de permitirnos abrazarla, parece que preferimos construir compartimentos estanco. Que nuestras vidas transitan entre marcos referenciales, llevando al extremo aquello de un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo. La vida no funciona así, y por eso creo que andamos a contracorriente. La vida se expresa de forma discontinua; no atiende a horarios, no es homogénea, ni equilibrada. La vida, ni corre demasiado ni se entretiene. Simplemente, fluye.
Decía José Luis Borges que el tiempo es la materia de la que hemos sido creados. Dios sabe en qué dimensiones existimos cuando habitamos en el paraíso, pero al materializarnos, al venir a este mundo, entramos forzosamente en dos grandes dimensiones que no abandonaremos hasta nuestra finitud material: el tiempo y el espacio.
No todos los tiempos son iguales. Al menos existen tres grandes mitos por los que transitamos los humanos, según sean nuestra cultura, estilos de vida y estaciones del año. Como cuenta el filósofo Jesús de la Pienda, existe el tiempo “lineal”, muy propio de nuestras latitudes occidentales, o sea, la idea de que todo empieza y todo acaba, es como una línea sin principio ni fin en la que se sitúan todas las cosas que tienen duración. Los calendarios, por ejemplo, son lineales. Un día nacimos y otro moriremos. No hay más.
Vivir en tiempos diferentes
“Afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar” (Calderón de la Barca)
El segundo mito es el tiempo circular, muy propio de las culturas orientales. Se basa en la creencia de que el tiempo del universo entero, con todas sus criaturas, gira en un círculo, una rueda cósmica, de creaciones y destrucciones sin fin, volviendo una y otra vez a sus orígenes. El tiempo cíclico es el de las reencarnaciones propiamente dichas del alma humana, sometidas a la ley del karma, o sea, el principio de la causalidad universal o de la consecuencia de la conducta humana. Nada empieza y acaba, sino que todo está en movimiento continuo, en una danza inacabable donde lo que no se resuelve hoy tal vez se aclare en otra vida.
El tercer y último mito es el del tiempo simultáneo. Es el que domina la mente de los pueblos negroafricanos de cultura bantú. El tiempo lo constituyen los acontecimientos. Sus calendarios son histórico-biográficos y se confeccionan según lo que le ocurre a la tribu, al clan o a la familia. El día no se divide en horas, sino en momentos marcados principalmente por el Sol, la Luna, y en función del cuidado del ganado. El reloj-máquina no existe, ni, por tanto, la enfermedad del estrés ni tantas otras que la vida occidental acarrea.
Cuando llegan las deseadas vacaciones, la mayoría solemos instalarnos en el tiempo simultáneo. Mandan las necesidades del momento y nada más. Se come cuando hay hambre, y no cuando es su hora. Se vuelve de la playa cuando los niños están cansados, y no porque toca. Se hace de menos o de más según las necesidades del momento. Es un vivir muy cercano al ritmo de la naturaleza o al ritmo de los acontecimientos.
Recuerdo a un amigo que en un viaje por esas tierras bantúes tuvo que hacer un traslado en autobús. Al preguntar por la hora de salida le dijeron: “Cuando el bus esté lleno”. Eran las 12 del mediodía y, efectivamente, el autobús no salió hasta las seis de la tarde, o sea, cuando por fin se llenó. Esto en nuestra cultura es impensable. Por lo visto, aquí pecamos por el otro extremo, ya ponemos mala cara cuando pasa un minuto de la hora de salida de cualquier transporte.
Un tiempo con sentido
“El hombre que confía en el tiempo como medio para conseguir su felicidad, vive en la ignorancia y, por tanto, en el conflicto” (Jiddu Krishnamurti)
La mayoría de nosotros llena su cotidianidad de los tres tiempos. Por un lado, tenemos una perspectiva de vida personal y laboral más o menos planificada. Nos sometemos a un presente continuo, pero con la mirada puesta casi siempre en el mañana, en el futuro próximo. Vivimos linealmente. Pero a su vez celebramos onomásticas, aniversarios, fiestas populares, celebraciones de todo tipo que se repiten año tras año. Son siempre lo mismo, son un eterno retorno, como diría Mircea Eliade. Y también nuestra existencia es simultánea cuando lo dejamos todo para asistir a un acto familiar o para atender infortunios, o para gozar de un instante amoroso que quisiéramos infinito.
Ahora que llegan las vacaciones podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿para qué voy a utilizar el tiempo? Obsérvese que pregunto ¿para qué?, y no ¿en qué? Somos muy dados a llenar el tiempo, a querer amortizarlo, a pretender manipularlo a nuestro favor, estirándolo para que encaje todo lo que queremos vivir. Entonces somos esclavos del tiempo, dependemos de su paso inexorable y de su cronometría perfecta.
¿Qué ocurriría si simplemente nos regaláramos tiempo? Eso es, regalarse el no hacer nada. Es como darle tiempo al tiempo, como dejar que las cosas ocurran, sin intervenir, sin voluntades, sin forzar nada, sin obligarse a nada, sin expectativas de nada. Dicho de otro modo: si aprovecháramos el tiempo para vaciar, en lugar de seguir llenando, ¿no sería hermoso sentirse que uno es tiempo y no que corre tras él?
Ser tiempo presente
“El tiempo es el horizonte dentro del cual toda realidad adquiere sentido” (M. Heidegger)
Cabe observar que no hacer nada no es lo mismo que ‘hacer el vago’. No hacer nada tampoco significa apalancarse ante un televisor o dormitar días enteros, aunque a algunos les haría mucha falta. No hacer nada no significa estar desactivado, sino todo lo contrario. Vivimos en el tiempo cuando estamos conectados con nosotros mismos, sin actividades ni distracciones que nos descentren. Estoy conmigo y estoy con los demás abiertamente, atentamente, pero sin esfuerzo. Como diría un taoísta: no hacer nada, pero sin dejar nada por hacer.
Todo lo contrario les ocurre a esas personas que van a pasar las vacaciones cambiando unas obligaciones por otras. A aquellas que en nombre de las vacaciones van a agotarse aún más. A aquellas que no se darán tregua alguna y seguirán viviendo contando las horas, proyectando lo que harán los próximos 60 minutos. No se trata de cambiar unas rutinas por otras, sino de dejar de ser quien somos cada día, para no ser nada ni nadie. Ser sólo eso, tiempo presente vivido con toda intensidad, sin expectativas ni obligaciones.
Creo que no nos damos cuenta de que somos tiempo, de que no lo podemos separar de nosotros. Cada vez que decimos que no tenemos tiempo es tanto como decir que no existimos. A ver qué va a ocurrir ahora, que se supone que vamos a tener, al menos, unos cuantos días para recuperar nuestra naturaleza temporal. Aprovéchelos para reflexionar sobre su relación con el tiempo, cómo desea vivirlo, como se relaciona con él. Es muy duro creer que todo lo que somos se rige por unas simples manecillas del reloj.
Tengo la sensación que estructuramos demasiado la vida. En lugar de permitirnos abrazarla, parece que preferimos construir compartimentos estanco. Que nuestras vidas transitan entre marcos referenciales, llevando al extremo aquello de un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo. La vida no funciona así, y por eso creo que andamos a contracorriente. La vida se expresa de forma discontinua; no atiende a horarios, no es homogénea, ni equilibrada. La vida, ni corre demasiado ni se entretiene. Simplemente, fluye.
P Mitos, ser y sentido
1. Libros:
‘Los mitos del gran tiempo y el sentido de la vida’, de Jesús Avelino de la Pienda. Biblioteca Nueva, 2006.
‘El ser y el tiempo’, de Martin Heidegger. Fondo de Cultura Económica.
2. PelÍculas:
‘Atrapado en el tiempo’, de Harold Ramis. Columbia Pictures.
‘12 Monos’, de Terry Gilliam.
Universal Pictures.
1. Libros:
‘Los mitos del gran tiempo y el sentido de la vida’, de Jesús Avelino de la Pienda. Biblioteca Nueva, 2006.
‘El ser y el tiempo’, de Martin Heidegger. Fondo de Cultura Económica.
2. PelÍculas:
‘Atrapado en el tiempo’, de Harold Ramis. Columbia Pictures.
‘12 Monos’, de Terry Gilliam.
Universal Pictures.
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