•Julio Scherer, periodista “incómodo”; políticamente incorrecto
•Reporterismo verdadero del espléndido hurgador de la verdad
Era una deuda de amistad, de gratitud, de cariño pergeñar breves palabras a favor de Julio Scherer García, el periodista, así, sin adjetivos, un garbanzo de a libra, en este México en donde periodismo se ha venido confundiendo con publicidad y propaganda, y el arte de contarle historias, primero a uno mismo, y luego a la gente que compra el periódico, y también al poderoso, que si hace caso o no de lo que le decimos es ya problema de él. Julio Scherer García fue mi director en Excélsior (1968-1976), el periódico más importante de habla hispana en aquellos tiempos de los gobiernos de tendencias fascistas que se agandallaban Los Pinos entre trampas y chanchullos; de las dictaduras militares, de los movimientos guerrilleros; de los movimientos estudiantiles populares en Francia, Alemania, el mundo, y el México de Olimpiadas y masacres de jóvenes y hasta mujeres embarazadas, como la matanza de la Plaza de las Tres Culturas.
Desde entonces, Julio ya brillaba en el firmamento del periodismo mundial. Pero terminó siendo un periodista incómodo, políticamente incorrecto, y el presidente Luis Echeverría, el devaluador de todo, de la dignidad de la persona humana, de los valores universales de la democracia, del peso mexicano, lo echó de la Casa Excélsior, entonces nuestra casa, y obviamente que al echarlo a él echó a la mayoría de los periodistas que hacíamos Excélsior, la primera y segunda ediciones de Últimas Noticias, la revista Vuelta, Revista de Revistas y otras muchas publicaciones, y me echó a mí, que apenas comenzaba los pininos del reportero que se consideraba un artesano de la verdad y no un licenciado en ciencias de la información o de la comunicación, ni menos un propagandista del gobierno en turno, o de los poderes fácticos del gran capital. En aquel Excélsior, estábamos dedicados, bajo la orientación, sugerencias, disciplina y ternura de Julio, a “destapar cloacas”, que esa actividad considerábamos debía ser la del reportero. El periódico era realmente el cuarto poder, la conciencia de la sociedad, el pepe grillo de los gobernantes y de los poderosos de este mundo. Y “Don Julio”, como respetuosamente le llamaban los respetuosos, siempre estaba ahí, en su despacho, saliendo y entrando, pidiendo notas, sugiriendo reportajes, enviando a enviados a los lugares más remotos del mundo para cubrir acontecimientos de corte mundial, y recibiendo las llamadas de toda clase de gente, de lectores, de amigos, de periodistas, de secretarios de Estado y hasta del presidente de la República. Se decía en tono de sorna que todos los gobiernos con su gabinete tenían que “acordar” con Julio diariamente.
Fascinantes entrevistas y reportajes, espléndidos libros, me ha legado Julio, con quien trabajé en Excélsior y luego en la fundación de la agencia informativa CISA, que ahora la llaman Apro, y en la factura de la revista, que salió dando cuenta de la gran devaluación del peso decretada por Luis Echeverría. Desde antes, Julio Scherer García, quien prácticamente nació entre los periódicos de devolución; lo primero que olieron sus narices fue la tinta, ya era el reportero estrella del periódico. Autor en una época de la entonces autorizada y la más leída columna Frentes Políticos que dicen que fundó “El Cónsul” Rogelio Cárdenas Pérez, quien después fue el fundador de otro diario que llegó a ser el mejor periódico de asuntos financieros en América Latina, y en el 94 pudo haber dado el salto hacia la gloria con la cobertura del levantamiento indio en Chiapas, El Financiero.
Julio Scherer García ha sido el periodista reportero. Implacable, seductor, agudo, de preguntas breves, precisas y concisas. De escribir elegante, claro, puntual, concreto y bello, acaba de hacer otra de las suyas. Como él lo confiesa, si tiene la oportunidad de entrevistar al diablo, va al infierno. Y fue a la guarida de “El Mayo Zambada”, en algún lugar muy bien guarecido de este país, y platicó con él, y le hizo preguntas incisivas, directas, como él las acostumbra proponer. Unas las respondió el narcotraficante; otras, se reservó su derecho a responder. Pero Julio volvió a cubrirse de gloria, arriesgando el pellejo, porque ni le gustan los guaruras, ni le atrae andar con chofer. Anda solo, pues. Y sólo acaba de dar a la opinión pública un trabajo impecable, espléndido, digno del mejor de los premios de periodismo, que ciertamente no el Nacional de Periodismo, que se entrega a aquellos reporteros que envían sus trabajos para que sean evaluados por un jurado, cuando lo que tendría que hacer la organización del premio es ella analizar el trabajo de los reporteros en el día a día, mientras estos desnudan la realidad que viven los mexicanos. Julio Scherer, vivo aún y por mucho tiempo, ha pasado ya a la historia de este triste país que se desangra por la acción inmisericorde de poderes institucionales y fácticos, en donde han muerto cerca de 20 mil personas, en tan sólo tres años y un trimestre por la locura del narcotráfico y su contraparte, en una guerra que no sólo no tendrá final, sino que está atizando el fuego y fortaleciendo a las bandas criminales, porque mientras la violencia institucional arrecia, el mercado de los estupefacientes se encarece, las ganancias de los comerciantes de lo que está considerado ilícito se agrandan como la espuma y los pagadores son muchos inocentes: adultos, hombres y mujeres; niños, niñas, recién nacidos, mujeres embarazadas. Vaya desde este espacio un saludo cariñoso a Julio. Hace ya años que no le veo ni él a mí. Pero trabajar con él, rascando la realidad y denunciándola, fue la mayor y más maravillosa experiencia de la vida, tanto la vida personal como profesional, de reportero que no quiere ser reportero a modo, ni mucho menos reportero políticamente correcto.
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