Jorge Castañeda: continuidad y renovación/Carlos Fuentes
Publicado en El País, Martes 26 diciembre 2000 - Nº1698
I. Con un discurso ponderado, enérgico y justo, Jorge G. Castañeda se inauguró como secretario de Relaciones Exteriores de México hace dos semanas. Los presentes, funcionarios nuevos y veteranos de la Secretaría, amigos del joven canciller, no podíamos evitar el recuerdo de la gran tradición diplomática mexicana representada por su padre, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa. Quienes tuvimos el privilegio de ser amigos de Castañeda padre sentimos gran emoción viendo a su hijo ocupar el solio de uno de los más grandes diplomáticos mexicanos de todos los tiempos.
Resultaba imposible, ese día, evitar las comparaciones entre la época en que actuó Castañeda padre y la que le toca a Castañeda hijo. El padre hubo de enfrentarse a graves peligros para la integridad y la soberanía nacionales en el entorno de la guerra fría y con una administración norteamericana, la de Ronald Reagan, particularmente ciega y violenta en su trato con México. Esta tensión derivaba, sobre todo, del conflicto centroamericano y de la abierta agresión de la Casa Blanca contra las fuerzas populares en El Salvador y el régimen revolucionario en Nicaragua. En vez de permitir que en esos países los factores locales decidiesen los destinos locales, los EE UU, de manera que se había vuelto refleja, vieron en todo ello una "conspiración comunista".
Castañeda padre y su sucesor, otro de los eminentes cancilleres mexicanos, Bernardo Sepúlveda, llevaron a cabo una difícil pero imprescindible gestión para hacerle entender a Washington que los conflictos de la América Central no eran obra del "comunismo internacional" sino de las condiciones de retraso material y político del istmo centroamericano -la "delgada cintura del sufrimiento" como la llamase Pablo Neruda-. De allí los esfuerzos de Castañeda padre -el Acuerdo Franco-Mexicano sobre El Salvador- y de Sepúlveda -Contadora- para que el conflicto se resolviese mediante la decisión propia de los centroamericanos. Pero tanto Castañeda padre como Sepúlveda hicieron algo más, algo que debemos agradecer y reconocer todos los días. Sus políticas impidieron que el grave conflicto militar de Centroamérica se desbordase al norte, hacia México, y hacia el sur, hacia Costa Rica. Que sus posturas les costaron popularidad en Washington a ambos cancilleres carece de importancia ante este hecho fundamental: la guerra no tuvo lugar, oh Giraudoux. La guerra no se extendió a nuestro propio territorio.
La victoria de estas políticas pusieron a Centroamérica en manos de los centroamericanos y le cosecharon el Premio Nobel de la Paz a Oscar Arias.
Hoy, la guerra fría ha terminado y el nuevo canciller Castañeda puede colocar muy alto en su agenda una política de presencia mexicana en el istmo. De Guatemala a Panamá, México no sólo es respetado. Es querido. Somos un "hermano mayor" pero bueno, identificable y, si lo deseamos, lúcido y generoso. Tengo presente que hay ya mucha inversión mexicana en Centroamérica. Falta más. Falta fortalecer nuestra actividad cultural fortaleciendo así la de los centroamericanos: somos, culturalmente, espejos los unos de los otros. Las promesas de ayuda norteamericana al finalizar los conflictos se quedaron en palabras. Educación, infraestructura, servicios, tecnologías: México puede ser factor fundamental para la modernización de Centroamérica. Ganaremos con ello. A partir del empobrecido sur mexicano, al ayudar a Centroamérica ayudaremos a Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Tabasco, Campeche y la región yucateca. El plan Puebla-Panamá del presidente Fox es un buen primer paso en esa dirección.
II. En 1956, en un libro capital, México y el orden internacional, Jorge Castañeda padre señalaba los peligros de la relación entre México y los Estados Unidos. Eran, en esencia, los de una extremada asimetría de poder que revelaba una profunda divergencia de intereses. Castañeda padre basaba, con justicia, su argumento en la pertenencia de los EE UU a bloques militares extracontinentales que nada tenían que ver con las relaciones entre los EE UU, México y Latinoamérica. "La guerra se aproxima a nuestro Continente en la medida en que uno de sus miembros, al que los demás están obligados a prestar ayuda defensiva, tenga intereses propios y directos en otras zonas de conflicto" (op. cit., página 197).
En la postguerra fría, ese peligro se ha desvanecido. México y la América Latina no están obligados a seguir las intervenciones militares de los EE UU en África, Asia o la propia Europa. El fantoche del anticomunismo se ha vaciado de aserrín. A Castañeda hijo le corresponde juzgar hasta qué punto las relaciones económicas han pasado de ser conflictivas a ser complementarias, hasta qué grado la cooperación le ha ganado terreno a la confrontación y en qué medida han sufrido transformaciones los principios enunciados por Castañeda padre: la solución pacífica de controversias, la igualdad de trato entre extranjeros y nacionales, la no intervención -"principio negativo, de defensa"- y la soberanía, principio asimismo, limitativo.
En materia de relaciones económicas es un hecho que las economías de México y los EE UU se han vuelto complementarias. Basta ver las cifras comerciales. Somos el segundo país exportador a los EE UU, después de Canadá. Nuestras exportaciones se elevaron de cuarenta y dos mil millones de dólares en 1995 a ciento veinte mil millones en 1999. Nos hemos convertido en el octavo exportador mundial y ello, en gran medida, se debe al Tratado de Libre Comercio. Castañeda hijo combatió ese Tratado y, una vez aprobado y convertido en ley de la República, no dejó de exigir su perfeccionamiento ulterior en materia de protección del medio ambiente y de la fuerza laboral.
Esto último, sobre todo, sigue siendo punto de fricción entre México y los EE UU. Ha privado, en esta materia, la simulación de ambos gobiernos. A México le conviene exportar trabajadores excedentes que remiten 5.000 millones de dólares. Los EE UU, por su parte, castigan y culpan al trabajador migratorio en épocas de depresión y lo requieren y saludan en épocas de expansión, como la actual. La primera actitud la encarnó el nefando Pete Wilson, gobernador xenófobo de California. La segunda nada menos que Alan Greenspan, el "maestro" de la economía norteamericana según lo llama Bob Woodward en su excelente libro sobre el jefe de la Reserva Federal: el trabajador migratorio mexicano le es indispensable a la economía norteamericana.
La integración económica que no previó Castañeda padre es un hecho para Castañeda hijo. Los nuevos presidentes de México y EE UU inician simultáneamente sus mandatos. Pero -mirabile dictu- mientras que el presidente de México llega con claro mandato, el ejecutivo norteamericano llega cojeando tras de una batalla postelectoral prolongada, turbia y que vulnera a la presidencia. México se encuentra así ante la delicada situación de tratar con un presidente norteamericano que es "lame duck", patito rostizado, desde el primer día. La tentación de aprovechar la debilidad del nuevo ejecutivo en Washington puede ser grande. Pero puede ser peligrosa. La diplomacia mexicana estará a prueba. Un embajador de primera categoría, firme pero cauto, pragmático pero sensible, Juan José Bremer, tiene ante sí este gran desafío: modular una relación en la que nuestras tentaciones deben someterse a nuestras necesidades. Y ello por un motivo bien concreto. Si, como muchos suponen, el auge actual de la economía del norte la calienta demasiado y una mini-depresión se impone, el coletazo a nuestra propia economía será poco menos que catastrófico. Equilibrar los principios y la praxis será la prueba del equipo Fox-Castañeda-Bremer en Washington.
Existen, en este sentido, dos políticas claras a seguir. En materia de migración, proponer el ideal de las fronteras abiertas para el trabajador, como lo están para las mercancías, el capital y los valores. Meta a largo plazo, vale la pena plantearla y reiterarla para que el rubro migratorio sea regido, cada vez más, por principios de equidad, mutua conveniencia y respeto a los derechos de los trabajadores. El otro punto conflictivo es el narcotráfico y aquí, también, el insultante cinismo del proceso de certificación debe ser sustituido por una cooperación que reconoce el origen del problema: la demanda norteamericana de droga.
III. Bien hacía en 1956 Castañeda padre en señalar la contradicción entre la exigencia norteamericana de "democracias representativas" en Latinoamérica y el apoyo dado a las más viles dictaduras militares. Castañeda hijo puede mirar un panorama totalmente alterado. En el cono sur, la democracia política predomina y la encabezan estadistas como Lagos, Cardoso y De la Rúa. Centroamérica, mal que bien, se rige democráticamente. Cuba persiste en un autoritarismo alimentado por la estupidez diplomática norteamericana: el embargo, la hostilidad, Helms-Burton, son los mejores apoyos para un Fidel Castro que puede presumir ante su pueblo: sin mí, los gringos nos devoran. Pero esta situación no ayuda al proceso hacia una normalización interna en una Cuba donde la desaparición de Castro puede conducir al caos. Y el norte andino no presenta mejor aspecto. Las ambiciones autoritarias de Chávez en Venezuela, Colombia sitiada por sí misma y por el espectro de una "vietnamización" norteamericana o una "grancolombianización" venezolana. Y Perú a la deriva gracias a la corrupción, la represión, la profunda herida política que dejan el malhadado dúo Montesinos-Fujimori.
El panorama no es óptimo. Pero un México al que ya no se puede acusar de "dictadura perfecta", un México plenamente democrático y apegado a los derechos humanos, puede y debe jugar un doble papel latinoamericano. De estrecha alianza con Argentina, Brasil y Chile, el ABC de antaño. Y de puertas abiertas a la cooperación para la estabilidad y el cambio en Cuba y el norte andino. Gran oportunidad para el canciller Castañeda, no sólo para contribuir al cambio positivo en Latinoamérica, sino para contrarrestar y subsanar políticas norteamericanas erradas.
Dejo para el final una novedosa relación con Europa. Mi propia experiencia diplomática en Francia me recuerda lo difícil que es atraer la mirada europea hacia América Latina. El acuerdo de México con la Unión Europea es, acaso, el principal éxito diplomático del presidente Ernesto Zedillo. No sólo es el primer acuerdo de libre comercio de un país de América Latina con la Unión Europea, sino que institucionaliza un diálogo político y establece una cláusula democrática que rige y compromete a ambas partes. Cito a José Martí: "El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad".
IV. El nuevo canciller mexicano actuará en un mundo muy distinto al que conoció su padre. El fin de la guerra fría ha trastornado todos los supuestos de cincuenta años de enfrentamiento. Han cambiado los peligros, pero también las oportunidades. Sabiamente, en su excelente discurso de toma de posesión en la Cancillería, Jorge G. Castañeda amplió los horizontes de la renovación política, económica y cultural de nuestra política exterior, pero mantuvo la continuidad de los principios rectores de la soberanía -más defendible, más importante por más estrecha-, de la no-intervención -territorio donde se distinguen las realidades de la integración económica y las de la gobernanza propia- y de una autodeterminación que en México ya no es sólo luz de la calle y oscuridad de la casa, sino realidad democrática. Ya no necesitamos caretas. Podemos darle la cara al mundo.
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